martes, febrero 27, 2007


No hay un sueño verdadero que me deje tranquila, no hay un juego entre las palabras que pueda tirar un dado y en lugar de cuatro o seis se peguen puntos negros sobre las horas, esos minutos que pasan boca arriba y me respiran y aunque tengo alas, estoy un poco inmóvil entre un cuadro o una ventana, siempre un movimiento lento que sopla y me huele y aunque tengo aliento, estoy cansada. Pero aún así. Quiero acomodar el deseo entre las líneas de las manos que aprietan el azar y lo avientan, crean esos rumores entre cada tecla o paso de la mente, dedos que aprietan un recuerdo ahogado a fuerza de comprender el destino y el tiempo, mordiendo la cordura de un suspiro y otro, pronto un ombligo que tiene un aro que se atora en la ropa como las palabras, fotografías que se aprietan en los sueños y esas caídas que me despiertan sobresaltada de no dar el salto, de seguir en la cama, de seguir creyendo que tal vez escribir es la caída, que tal vez la mano se desliza en una barba y no en un color sobre la hoja blanca, acaso comprender la noche, el sueño perdido, el pelito en la oreja, el triangulito, la ventana, la luna roja.

domingo, febrero 25, 2007


He doblado esta comezón de los días como a veces el seguro de viajero que me dan apenas me subo a uno de esos camiones, no puedo creer que sean supersónicos, pero son así, me llevan y me traen mirando atardeceres y el sol en la cara y las voces del otro lado, en viajes así los días parecen ser uno solo, parecen no tocar el tiempo. Vengo de no decir nada. Porque nada se acerca a la pesadumbre que dan algunas palabras, porque nada es palabra intermedia con el abismo y el significado, quiero decir, vengo de escribir desesperadamente que estoy contigo, porque no hago otra cosa que dormir en tus silencios, que abrazar tus penas y tratar de protegerte contra el viento y la ausencia.

martes, febrero 20, 2007


Sólo durante un rato más estaré aquí. Porque siento que algo me ha estado apretando, como si me acompañara un moretón en la memoria. Dejé la ventana abierta, ahí la luna, aquí, sé que nada me hará meterme en el closet, esconderme en la manga de mi suéter, un gatito de plata se enrosca en mi anular, en realidad en mi deseo de encender un cerillo, de pintar mis palabras de azul, violeta. Enciendo y apago una vela protegida por mi mano, ya no quiero pensar, esta realidad se deteriora en los párpados, pero.

Si yo rezara sería feliz,

si prendo el cerillo y no se apaga antes de acercarlo al pabilo,

si prendo esa vela es porque veré el pasado,

si todavía quedan líneas por descifrar en mi mano,

si esta mano deja de ser mía porque los nudillos se comiencen a resecar y no hay saliva para ellos,

si la vela se queda encendida y la ventana abierta y mis ojos y mis labios siguen pronunciando el quiebre que me trae de vuelta a esto que se llama tristeza.

No, mira, ya no la mirada de desdén, tengo todas mis palabras como figuritas de migajón, como pensamientos sin mermelada, ni receta, ni alivio, sólo andan por ahí como llaves a punto de perderse.

Si al volverme en el pasillo descubro que mi gata me sigue en silencio,

si le hablo y maúlla,

si le contesto y maúlla,

si el digo “Negra” y maúlla,

si comenzamos un diálogo incomprensible,

si prendo todos los cerillos y no importa que se acaben porque hay muchos, muchos, muchos, tantos como preguntas que nadie responde, tal vez porque la muerte se pronuncia con un movimiento de labios. Y no se puede descifrar y no tolero que sea así. Pero ¿por qué?

Si encuentro que uno de mis recuerdos es totalmente cierto,

si pudiera encender todo lo que pienso en una hoja y desapareciera ese sentimiento de impotencia, de no se puede hacer nada,

si estas palabras pudieran abrir sus brazos,





—Gatito de Cheshire, ¿querría decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?

—Eso depende mucho del lugar adonde quieras ir —dijo el Gato.

Lewis Carroll


Pero hay algo que me llama a seguir.

Tal vez una luz que se filtra por debajo de la puerta, esa línea delgada de luz que brilla sobre la alfombra y de alguna manera me da paz, no sé cómo explicar esa luz pero sé que es bella. Y sucede cuando lo que quisiera es dormir y dormir, perderme en las cobijas o en las hojas, justo como ahora hago, porque a veces esta es la única salida que encuentro. En realidad quisiera estar en guardia, lista para luchar contra mis sombras y miedos y no tener ese deseo de salir corriendo, de sálvese quien pueda, de sentirme una tonta. Y aunque en el fondo quiera colocar mis manos como superman algo me lo impide, supongo que el mismo camino que me está salvando ahora. Porque sé que estaré mejor, que habrá más cucharitas para tomar la espuma del café, que terminaré recargando mi cabeza hacia abajo como pidiendo que el tiempo no se termine, al menos no por hoy, tal vez porque tengo miedo de que el atardecer no vuelva a ser tan blanco y tan horizonte naranja, quiero decir, una postal bella que nadie compraría pero que hace mi tarde porque puedo rescatarlo, porque me hace recordar que la luna es mentirosa y ahora tiende a sonreírnos, a engañarnos, a decir que cualquier camino que se tome está bien y me quede mirando como por arriba del hombro de mí misma eso que se llama destino y que es inevitable no creer en él, yo lo llamo ronronear y no gruñir, escribir aunque la rama del árbol no tenga un gato y la liebre de marzo, quiero decir los peluches que están sobre la cama sigan contando historias.




viernes, febrero 16, 2007


Dejé la cuchara sobre el pretil de la ventana, inventando un augurio. Porque a veces no entiendo, y aún así estiro el brazo y aunque sé que está el cristal quisiera tocar tu mano, ahhh... casi en un suspiro sé que tu mano me espera haciendo una marca de huellas o bienvenida, es casi como tratar de alcanzar el contorno de tu mirada, de ojos nube, atardecer naranja amarillo violeta, ojos cegados por la luz, alegre como un jeeper creeper. Escribo para respirar fuera de los sueños y traerte otra cosa que no sean las palabras que ya conoces y que a veces te abren los brazos o a veces son como besos melindrosos. La verdad es que quiero quedarme contigo. No confundas lo que te pido con la poesía o con la nube o la puerta, de cualquier modo no será suficiente, quiero decir por la puerta que termina cerrándose. Me oculto en la sombra de esta columna en donde hace dos días había un pájaro muerto y no tuve el valor de levantarlo. A veces no se puede admitir nada, pero, termino cediendo.

Seguirá doliendo a pesar de la indiferencia de cada día. Insisto en mover cada objeto de su lugar, cambiar la caja de monedas viejas, piedras pequeñas, mover las teclas del piano a otro tiempo que no sea el ya labrado, el ya conocido. Si dejo la cuchara sobre el pretil de la ventana es porque tengo la certeza de que tiene que ocurrir algo bueno al día siguiente, y si no ocurre nada tendré que inventar otras maneras, pero siempre buscando tranquilizar el sueño, la palabra. Acariciar el pelaje de mi gata y seguir, seguir aunque la composición de los recuerdos sea un reto para continuar. Pavlova se hace bolita en un rincón de la ventana. Y de pronto me doy cuenta que Pavlova siempre será Pavlova, bailarina de un murmullo, gata consentida, parda, nariz rosa. Pero el rincón de la ventana será siempre el rincón del alma, en donde todo se escucha y todo parece un dictado y la nariz deja de ser rosa para convertirse en una comezón, los viejos rituales, la ausencia en lo cotidiano, la imagen, el no poder hacer nada, el no poder hacer nada. Los recuerdos no cierran cajones sin ropa, los recuerdos se van hundiendo en los ojos hasta que son una lágrima ciega, un pedacito que ha quedado en un atardecer continuo, un instante tan nimio que lacera todo entendimiento, todo intento por comprender. El error es querer comprender lo que no sabemos nombrar, la ausencia es ausencia en todo sentido, incluso de palabras.

Me oculto en el corazón de la mano azul de Chagall. No importa ya pensar o creer en el tiempo roto, el pasado nos mira con desgana y en la memoria un Ícaro va deshilvanando recuerdos y basta con una cuchara, con un conejo café, con una almohadita para viajar.

Pero

¿a dónde se viaja?

Pero

realmente

¿quién está preparado para el conejo que saldrá de la bolsa?




jueves, febrero 08, 2007

...

Me coloqué una mascada blanca en la cabeza como hace mi abuela para entrar a estos lugares, no entiendo por qué lo hice, sólo sabía que tenía que hacerlo, este acto es similar que la escritura, a veces sólo sé que tengo que escribirlo, y con la mascada se tiene la opción de morder las orillas cuando las lágrimas, cuando los rezos, cuando inexplicablemente todo vuelva a estar en silencio. Escondí el malestar con las manos cerradas, haciendo una cajita cerca de mi boca, es así, cuando se tiene mucho frío o cuando se tiene mucha pena, esa pena cubierta por el dolor. Crucé cuatro naves para llegar a ese sitio en donde una mujer de suéter rosa rezaba en voz alta. Y estas siluetas, formas que utiliza la voz cuando se arrodilla, cuando necesita sujetarse a lo incomprensible, es tan real ahí adentro, y entonces yo, ah, tantos suspiros, yo que necesito colocar en alguna parte una ausencia que arde por dentro, que está creando una huella honda en el alma. Estos susurros que no entiendo pero que trato de seguir, descifrando las últimas sílabas, repitiendo a veces. Estoy tratando de llegar a Dios en un tarareo, en una música que no entiendo y no me importa entender si existe un camino, si existe por lo menos un barranco en donde arrojar todo estas palabras que no llegan a ninguna parte, me arrodillo, me arrodillo. Estoy tratando de creer, porque si no mis pies se hunden en el absurdo, tal vez por tener las pestañas pegadas a deseos que no se cumplen, porque no se puede con la muerte, porque todo me aprieta el pecho cuando escribo la palabra muerte, porque él no regresará, nunca más, y nunca es una palabra difícil, nunca más. ¿En dónde queda la literatura cuando la realidad nos toca el hombro? ¿en dónde quedan, incluso estas palabras, cuando nada podrá regresar el tiempo? Y por qué, por qué, por qué, por qué. Porque ahora la medicina es colocar saliva detrás de las orejas y repetir en voz baja, sombra del señor San Pedro cúbreme de la impotencia, del enojo, de la tristeza, de la culpa. Sombra del señor San Pedro dame sabiduría para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Sombra del señor San Pedro

sombra del señor San Pedro

sombra del señor San Pedro

sombra del señor San Pedro

miércoles, febrero 07, 2007

martes, febrero 06, 2007

Prohibido imaginar que
hay adentro de esta caja


Detrás de todo esto (siempre es detrás, hay que convencerse de que es la idea clave del pensamiento moderno) el Paraíso, el otro mundo, la inocencia hollada que oscuramente se busca llorando, la tierra de Hurqalya. De una manera u otros todos la buscan, todos quieren abrir la puerta para ir a jugar.
Julio Cortázar.

Y aquí Valle-Inclán. Seguramente Julio hubiera envidiado esta gran barba blanca, en primera por su longitud tan cascada y espuma y nube, tan perfecta y adorable. Y en segunda por barba blanca. ¿Hay algo más que eso?
Sí, la de Bachelard, que también es bella, sobre todo porque quisiera ir corriendo y quedarme abrazada a él, quiero decir a todo Bachelard, a su poesía, a sus ensayos, a su persona y a su gran barba. Siento una gran debilidad por estas barbas blancas.


jueves, febrero 01, 2007

...



Regina— Siempre supe que, de algún modo, lo que se piensa es falso.

Tomás— Sí, está bien. Los pensamientos, de felicidad que te quitan el sueño, que te arrastran, de los que huyes durante días enteros como barco ante la tormenta, siempre han de ser algo falso.

Robert Musil, Los alucinados.


...los sueños son esa mancha de vino tinto que cayó sobre mi cuaderno y la pasión por la escritura, ah, eso no se quita nunca, eso ha caído y se queda para siempre. Yo no lo decido, no lo decide ni siquiera el sueño que tengo, tampoco la ventanita abierta, los objetos que se van dejando a un lado porque lo único que está en el centro son las manos. Y las manos llevan un poco —un peu— el té, la fe, algo que no se entiende por más que se escriba y los papelitos sólo sigan hablando del amor esa palabra, y sigan diciendo que mañana es jueves o que ya es jueves y apenas noto la diferencia entre ayer y hoy y el miércoles pasado, el año que entra, pero. La diferencia son las pestañas, los zapatos nuevos, el vino tinto que no se conocía, las palabras que se van meciendo alrededor de los márgenes, las cosas que se leen de tamaño natural a la realidad y estupefacción por varias horas, el examen que hay qué hacer, la tarea, el traste sucio, el frasco de cristal, palikari en la vena, la hormiguita que hay que seguir al frasco de azúcar aunque en ese momento sólo quiera leer, o imaginar, je regarde que Musil deja caer un escenario con paredes de tela de las que están cortadas puertas y ventanas, pero qué vida podría dejar caer sus paredes como cortinas que se pueden agitar o salir volando, desprenderse un día, no lo sé, a veces pienso que llegamos al mundo y no elegimos la tercera posibilidad, quiero decir la absurda, dejamos caer las cartas sin entender que el naipe tiene las dos caras unidas, Jano de nuevo nos observa de cerca, pero no abrirá sus puertas, no las abrirá aunque le ofrezca un millón de sillas rojas y ojos a lápiz que pestañean cada que pueden mirar.



Marc Chagall