domingo, abril 22, 2007

And, I have the Blues

Concierto de Carlos Johnson en la Ciudad de México.
21 de abril de 2007.


And, I have the Blues,
Yeah, I have the Blues.




Los comodines que tiene el destino caen siempre sobre un mantel tejido de eternidad, momentos azules and if you feel alone, just call me…, frases que resumen el sentido de la vida en donde la única puerta de emergencia es una llamada, sólo hay que tomar el teléfono, aunque no se tenga el número, hay que tomar los dígitos de la cola de un gato, de la oreja de una persona a la que se ama, estas cosas siempre se ocultan en los lugares más insólitos, porque la casualidad es absurda, aunque no parezca, aunque se esconda en la racionalidad de lo real, a veces no es así, simplemente hay que llamar antes de que se caiga el mundo por la ventana, y si no se puede al menos gritar. Antes de terminar la noche todo es azul. El asombro cubre el perfil de todas las palabras, I’m leaving in the next train, I’m sure, I’m leaving and everything is going to be ok, baby.
El señor Johnson y su arete de guitarrita.
El señor Johnson y su felicidad en cada poro de su ser.
Esto solamente podría aspirar a ser una crónica de sentimientos profundos, de sensaciones que no se pueden olvidar porque se quedan por adentro de la epidermis, crean surcos en el alma, aparecen como lágrimas en todo el cuerpo, empapan con la voz cada imagen, cada cuerda, cada vellito erizado del brazo. Un año más que tiene mucho de Blues, de metáfora, de pequeños paraísos que se han perdido en un parpadeo, pero aún así entre cada día se puede sentir ese atisbo de felicidad, se abre a la cumbre casi sin darse cuenta, en aquel escenario toca Carlos Johnson, ese señor de barba blanquísima y piel negra, tan negra… Su voz dobla las esquinas de cada hoja en la que se pueda inscribir un recuerdo, una carta, un sueño. La guitarra del señor Johnson tenía en cada canción un orgasmo, y a veces la felicidad se contagiaba por toda la Ruta 61, sus dedos simplemente no dejaban que terminara ese éxtasis, se hacía largo, largo, casi doloroso de tan bello. Lo que escuché de esa guitarra fue un canto a la vida, a lo hermoso que tiene la vida, que a veces parecía un grito de desesperación, de una desolada tristeza pero al mismo tiempo se convertía en arte, se convertía en el propio destino de un tren, con la esperanza de seguir viviendo y esa sospecha de que todo puede cambiar. Ese diálogo que sostenía Johnson con su guitarra, su mirada penetrante, era una seducción a seguir cruzando el umbral de lo maravilloso, era un grito de vida, una vuelta de tuerca a espaldas del destino, una voz que aventó las cartas ya jugadas en el centro de la mesa, en el centro del tequila, en el centro del escenario, Carlos Johnson con su gordura sin igual, con su gran altura y el Blues en las venas. Si la ola de gotitas que van cayendo a la guitarra de Carlos Johnson pudiera encarrilar esa suerte de premonición a lo extraordinario, a lo que nos tiene reservado el destino, entonces, estoy segura, ayer hundió en mí una huella que silba ahora en cada palabra, en cada fibra de los sentidos.



Ayer fue mi cumpleaños y el señor Carlos Johnson me cantó un Happy Birthday Baby. Ahora su voz se ha hecho pequeña, ya encerrada sólo en mi memoria, canta interminablemente, me llama a quererlo, a inscribirlo por siempre entre mis letras.

domingo, abril 15, 2007

Oh freedom is mine

And I know how I feel


Es así. O te decides por otra cosa o simplemente ya sin quejas, ya sin el pequeño odio acumulado en las uñas, it’s a new day. Habría que dejar el rencor detrás de las orejas, el aroma del tiempo se ha desprendido de los encuentros, la piedrita en el zapato que hay que cambiar de lugar, no hay suspiros a lo consabido, el siguiente año estaremos hablando de esto mismo, dentro de diez será la misma novela con diferentes tapas azules, las mismas frases subrayadas que no llevan a ningún lado, sólo se quedan atrapadas, invisibles, imperceptibles pero infinitas. Los paraísos perdidos están ocultos en cada libro que se cierra, son a espaldas del mundo, como son los besos o las caricias tras bambalinas de la cotidianidad. Los besos son extranjeros en esta tierra. A nadie le importa eso que piensas. No puedes con ello. Ah sí. I’m feeling good. Esa quietud aparente del bienestar, de los domingos por la tarde y la felicidad de las medias sonrisas, un capuchino y nos vamos. Por cierto, a ti no te gustan los capuchinos. Pero. ¿Qué importa? No hay capuchino en la casa, sólo americano. No hay sobresalto. Un paso mal dado o bien dado, depende desde donde se le mire. En las pausas se truenan los dedos, se cierran los ojos queriendo abrirlos a otro mundo. El mundo viejo puede ser el nuevo. El problema es el pasaporte, la visa, la llave correcta, el lugar preciso. Alguna de esas combinaciones extrañas que arroja el destino. Lo mismo el deber, el querer se guarda en el bolsillo, mañana y el siguiente fin de semana. Cuando por eso de las siete de la noche comience a subir el olor a azúcar quemada del vecino. Espero que el sopor del atardecer se disipe en las palabras y las hojas que una vez más leo, por aquello de los espejos con agujeros, de la sorpresa en cada cuartilla de Pavic. Así todo el tiempo.
Pavic, humor índigo, amor mío, sueño ajeno.
Pavic, antibiótico para la rutina.
Debes cuidarte y no crear resistencia.
Pasa lo mismo con la escritura, no te separas del camino que se conoce, de las frases ya construidas, al final habrá tres adjetivos que se unan amigablemente al día amargo, huraño pero dócil… tan domingo, al final es eso, taaan domingo, paz del señor, sin nubes porque todo es un infierno. Para decir qué, perdón, qué.
Me pregunto si el fastidio progresivo termina en algún lugar ya conocido.
Podría ser el mismo atardecer. Esa fotografía es todas las fotografías. La ventana, la niña de Murillo, la sonrisa coqueta extinguiéndose en la memoria.





Tantas cosas… y yo ahíta de una sola.


Wake for your sleep

the drying of your tears
today we escape
we escape


sábado, abril 14, 2007

Habría que sobar los pensamientos

como se soba un tobillo...



Y en la orilla de la noche siempre hay un milagro que me alivia, ese pedacito de esencia que se ha quedado en las uñas, el aroma de un recuerdo en mi mente, un puente, un gesto entre los labios y la barbilla. Un abril que ha dejado la realidad en la mesa de un café, de seguir el rastro, la casualidad en dos ramas que se bifurcan y tienen un solo pájaro, un solo camino que en cualquier momento emprende el vuelo. Un año más y a la cama. Me he cansado de dibujar esas quimeras que tienen orejas de conejo, tal vez todas las ideas que espanto de mi mente tienen esas orejas de liebre de marzo, de panzas absolutas o pestañas amarradas a deseos, no sé. No hay luz en la vela, llevo despierta, no mucho, sólo desde que subí las escaleras después de tomar un capuchino (y una dona de azúcar, nariz de azúcar, espuma, tarde). El señor peliblanco de las patillas, prefirió cruzar las piernas, abrazarme en la banca que da a la calle. Los besos, las palabras que se van acercando entre los labios, la felicidad, a veces siento que es tan perfecta que, ah… muy bien podría ser prestada, pero no. El tiempo es lento y rencoroso si el propósito es besarnos, sentir que ocurre como por arte de magia, quiero decir, el encuentro.

sábado, abril 07, 2007

...


Estoy tratando de ver más de cerca. Cada tercer dedo, cuarto, ajá, estamos en abril. No, abril no es el mes más cruel, lo siento pero no hay meses crueles, sólo días, alguna extraña acumulación de días que provocan una ruptura en las frases. Sólo eso, porque pareciera que nada avanza, es así. Sigo creyendo que todo podría ser la entrega de un chocolate a la mitad del estacionamiento. Ya nada es a la cuenta de tres. Me hostiga pensar así, juro que no quiero ser así. Si yo viera esa última frase en un libro le pondría un asterisco.

Te puedo asegurar que aquí adentro
—señala con su palma el centro del pecho
hay una bailarina que se lava los pies con leche.
¿Sabes? Yo bailaría bajo cualquier pretexto.

Me hallaba hundida entre los conejos de peluche y la ventana, el colchón se termina a tres centímetros de mi hombro. Pero nada importa. En verdad. Puedo seguir amando desde este lado de la ventana. La otra vez Andenken me dijo que la belleza es la única idea que ha reencarnado en el mundo. Creo que de algún modo tiene razón. Es posible verla de dos modos, haciendo un binocular con los dedos, pero sólo con esa extraña habilidad de encerrar la mirada con dos dedos, ir haciendo un puente con los tres, alzándolos como antenitas. O también, más sencillo, a través de una piedrita de río que tenga un orificio en medio hecho de modo natural. O bueno, una tercera es en el día de San Juan, pero no estoy tan segura de la tercera.
Hoy no hay lentes oscuros en los que me pueda reflejar. Estoy escuchando las horas acostada en mi cama. La cortina trata de escapar por la ventana. Los colores de la tarde, quiero decir, el azul que se pega en el cristal de la ventana me ha despertado, tenía la boca seca, en mi sueño era de noche, no recuerdo más, mi hombro se enfrió por el marco de la ventana y yo estaba pasmada por las nubes. Ahora estoy a salvo y escucho el maullido de la Negra. Veo la imagen de la cortina desprendiéndose como una hoja de papel y así se va volando hasta la casa de enfrente, primero con mucha fuerza y después simplemente cayendo como un gran velo. Cierro el binocular de mi mano. Abro los ojos. La Negra comienza a escalarme desde los pies y me entierra una patita justo en el estómago. La Negra tiene caspa. Estoy viendo el cielo desde la ventana. Dos nubes están apunto de besarse. Abro la cortina delgadísima para observar mejor ese beso, sostengo la cortina con una mano y la Negra estira su cuello hacia arriba, olisquea el aire que entra. Observo cómo poco a poco se alargan dos bocas delgadísimas para besarse. Un beso largo largo largo que comienza a hacerse profundo, los rostros se penetran, barren sus mejillas. Después del beso se colapsan, se hacen una sola nube, se complementa un beso y todo parece perfecto desde aquí, ya sin ombligos que los separen, lloverá entonces, lloverá sin estrellas ni atardeceres rosas que se coman el azul, que iluminen las palmeras del fondo. De pronto, casi de la nada, un titubeo de la nariz y después las lágrimas. Mientras escribo me muerdo los labios, no sé.
Junto a mí varias libretas abiertas con recaditos que no escucho, han pasado su fecha de caducidad. Sin embargo ya no escribo tantas quejas, creo que me he ido reconciliando con el tiempo. No hay rosas sin avispas. Siempre me queda la esperanza de irme aflojando poco a poco, como mirar, quimbolito, pájaro vogue, maniquí de la literatura, sin rostro ni pies, sólo mostrándose por encima de las ventanas y de las tijeras que cada quien usa para cortar sus ovillos una vez que ya no se puede seguir desenredando, el tiempo o los espejos. Y aún así. Una paz que se pega con saliva al cuerpo de la persona que más amo. Como un timbre que cuesta diez pesos y que tiene la imagen de un ogro sobre un unicornio. Pegado en el sobre, pero sin remitente. En esos sobres está la entrada al laberinto, y es cuando me atropella el te quiero o el te amo, algún sello con la fecha de devolución.
Cosquillita,
paleta de grosella,
marzopa,
pero, I put a spell on you.
Aún no termino de vestirme y ya están encima todas estas ideas.
Pero. El tiempo no se pierde. Nadie puede soltar el tiempo y que se pierda a mitad de un parque transitado como un cachorro sin correa. Sí. Me harto de algunas cosas, como quedarme ganosilla de leer una frase que valga mi estupefacción. Después esa idea que me persigue sobre observar el destino con el ojo de un insecto que tiene miles de ojos, apretando mundos posibles, casillas de abeja. En mi libreta viene escrito lo siguiente: “Una clase más sobre Sócrates con ese grillo pitando en la esquina de la mesa y es una locura (ilegible), una gotita en el coco o el coco mismo, araña peluda”.

(En mi escritorio: un vaso con agua hasta la mitad. Este vaso ha estado junto a mí más de tres días, sólo lo he usado para tomar mi vitamina diaria. Pero está mal seguir usándolo. El problema es que parece limpia el agua y arriba del vaso coloco una foto en la que estoy con Lobo Antunes. Esa foto la tengo en mi atril todo el tiempo, pero ahora está encima del vaso. En esa foto de verdad parece que Lobo Antunes me quiere como yo a él. Creo que es su sonrisa.)

Nota sobre los ogros de abril. (Aquí no hay un cuarto piso. Extrañamente mi escritorio se ha movido de lugar. Fui por un té de limón a la cocina y la Negra hizo un gran esfuerzo para no maullar, aún así cuando el agua comenzó a hervir, la Negra maulló.). Pienso enloquecidamente que hay un ogro en mi closet. Está escondido atrás o adentro de la guitarra, da igual, me da miedo que salga. En realidad lo que me da miedo es que no me deje entrar nunca más a mi closet. Es un miedo tonto. A lo mejor se debe a la cantidad de cosas que hay ahí. Mientras no escuche crecer un árbol. No quiero escuchar el futuro en ninguno de los armarios que me toque tener en esta vida. Además, no debo tener miedo, el único ogro que se me ocurre es Andenken, los ogros tienen dobles uñas, citan a Platón de memoria, esconden el ceño en la mirada y poseen un extraño hechizo que se nota en las pestañas porque nunca dejan de crecer, como las orejas y las narices. Se esconde en mi closet porque le gusta oler mi ropa. Además los ogros no toleran el mal aliento. Y todo a mi alrededor huele a hierbabuena.
Tic
Tac
Tic
Tac
Tic
Tac




...
Love me or leave me and let me be lonely
You wont believe me but I love you only
Id rather be lonley than happy with somebody else
Nina Simone

Café de la Conchita: No salir de ahí, cerrar con llave, aunque esa llave tiembla, yo misma estoy temblando porque nunca sé. Primera vez que dejo de hacer dibujitos para poder entrar aquí. Al cuarto para las doce pasó por mí. Entonces podía ver mi reflejo en sus lentes negros. Yo también de negro pero con perfume en las muñecas. Cuando entré a su carro se quitó los lentes y se hizo hacia atrás para verme bien. Un ataque de besos me compone cada recado que escribo en mi libreta. Nina Simone es una casualidad, si la sueño será comprensible. ¿Pero, por qué? A veces todo me parece tan, tan incomprensible. De verdad.
(Estos recados escritos a lápiz envidian mi pluma roja.)
Sueño: figuritas de sal miniaturas, una flor azul en el cuaderno. Mis sueños, esos que no necesito comprar, tienen más adjetivos que ideas, tienen secretos, mentiras. En algún momento la doctora empezó a hablar con un acento extranjero. Desperté y el reloj marcaba las 16:35. Ni un mensaje. El sol en la panza. El verdadero peso está en los cambios, el peso de cambiarle la hoja a la gran rutina, de querer brincar lo incomprensible, pero al mismo tiempo se tiene que caminar lo absurdo, aunque aún así se siga pensando que lo sólido se desvanece en el aire, no, hay cosas que no se desvanecen. Mirar bien esa eternidad detrás de nosotros, no quitarle la mirada. Esa araña en la cabecera no está tejiendo destinos, está lapidando mis preguntas, esas preguntas que me siguen doliendo por debajo de las uñas cuando rasco las ideas, cuando me crece la comezón o el sol me sigue dando en la cara. Parpadeando sílabas absurdas, una y otra vez, al margen de todo dibujo, y telón y escrito y amor Cacharel.
Lo que quiero es entrar al cubo de arena y cerrar la ventana de media luna.
Café y dona de azúcar: Pero a pesar del ataque de besos, era impresionante la cantidad de nombres que pronuncio mal, porque en cada uno me interrumpía con la pronunciación correcta, misma que yo repetía, perdón, repetía bien.
Luego mi barbilla en su mano, mis ojos miraron hacia todos lados de su rostro.
Encontré una ceja blanca parada en medio de las negras. Desde hace tiempo he tratado de atrapar ese pedacito de tiempo que nos hace ser. Bang, bang.
Miedo: He dejado de sentirme tropezada. Tal vez porque he olvidado que los márgenes sirven para dibujar o hacer anotaciones, los márgenes soportan verdades o algunos secretos.
Escribo porque guardo secretos inútiles.


martes, abril 03, 2007

...


Abril es el mes más cruel; engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
memorias y anhelos, remueve...
T.S. Eliot


Es así: se ha ido creando un hueco entre el paso del tiempo y mi escritura.

No sé: el mismo día que escribo comienzo una lenta depuración, no sé por qué lo hago, simplemente debería seguir y seguir, pero esto me hace perder la noción de lo que quiero decir. Me siento extraviada y no logro hacer un puente para no caerme en lo que se parece tanto al tiempo muerto. Ese tiempo se va atorando, es precisamente ese tiempo lo que crea un tedio incomprensible, pero no hay tedio, me arde por adentro, es un reflujo de ideas que se mete por los oídos y quema, hay un doblez en la rutina y se tiene que sobrellevar lo mejor posible. El tiempo se vuelve cada vez más feroz, se detiene en una banca, en una librería, pero me mantiene a un lado, estoy a un lado y observo, vigilo cada instante cómo va girando sobre un mismo sitio, puede ser la palma de la mano o el pie en el dintel de una librería, el mundo no se observa desde arriba de los bancos, se tiene encerrado entre tantos libros, oliendo a polilla a naftalina y humedad, absurdo como un sueño, pero de manera lineal se niega a caer sin antes abrir las alas.

—Abril es un mes que no existe. Pero al mismo tiempo se parece a un unicornio.

Hoy soñé que traía un traje de corredor de autos y un paracaídas que me negaba a abrir. En ese momento era un poco tonto abrir mi paracaídas. Pero había algo en el sueño que me emocionaba, sentía alegría y no había papeles tirados como otras veces, los papeles tirados ha ido inundando mis sueños. Primero quería escribir todo esto en una hoja y comencé a dibujarme con los brazos en alto para colocar el paracaídas, yo pensaba dibujarme en el aire, aunque en el sueño no lo haría, sólo hasta el final lo abrí en el pasillo de mi casa, se infló por un momento y después cayó al suelo. Desperté y aún era de día. Pero el absurdo supone la ausencia total de esperanza, no entiendo por qué seguir abriendo los libros como si fueran paracaídas o seguir oliéndolos a pesar de todo, seguir oliendo sus páginas aunque sienta que me hace daño. Entonces todo parecería fuera de este mundo, podría ser el pixel en el universo. Un nuevo acorde de la hora. Estoy convencida de que no voy para ningún lado, no quiero hablar con el gato Cheshire, más bien quiero ser el gato. Cualquier lugar estaría bien si todavía hay frases por perseguir. Hoy estuve tocando el piano largo rato, primero calentando los dedos y luego tratando de recuperar lo que he olvidado. Me cansa saber que el fa seis sostenido no sirve. Es como tratar de escribir sin colocar una vocal como la “e”. Tal vez lo mismo está ocurriendo con estas teclitas, pero no en el texto como en mi mente.

—Abril es el mes de mi cumpleaños.

En la última hoja del libro que estoy leyendo, escribí: “a veces es como si me fuera desprendiendo, entre mi pensamiento y lo que me sostiene cuando doy un paso o abro los brazos en espera de que esa alegría...”. Se corta la frase porque la escribí antes de dormir, cuando cerré el libro y sentía el sopor de la tarde. Las gatas a mi alrededor, me pareció que en ese instante, acostada bocabajo y los brazos a los lados, casi podía bailar dentro de mí, en ese momento sólo pienso en besar a Alberto, de manera obsesiva, besarlo, tal vez de lado.

—Nadie contesta el teléfono, lleva más de diez minutos sonando.

Última frase subrayada mientras Sartre escucha a Nina Simone en un bar:

Qué extraño, qué conmovedor que esta duración sea tan frágil. Nada puede interrumpirla y todo puede quebrantarla, bastaría tan poco para que el disco se detuviera: un resorte roto, un capricho. Esa hermosa voz me gusta sobre todo, no por su amplitud ni su tristeza, sino porque es el acontecimiento que tantas notas han preparado desde lejos, muriendo para que ella nazca.


Yo escucho a Nina cuando de pronto me invade por completo el sueño. Me detengo a escribir en la parte de atrás del libro. Tengo la impresión de que ya no es para mí esto que escribo, indefectiblemente se lo estoy dedicando a la persona que amo, por encima de todo existe esa carta imaginaria que sólo podría entender él, también es linda esta manera, aunque no la única. Estoy saltando las piedritas de agua mientras mi mano está en el único lugar a salvo, contigo (que ahora me lees), subo cada escalón, bajo, subo, como si se pudiera caminar más arriba de la banqueta, en los límites de lo amarillo, de la columna de los árboles. De pronto, en una puerta hay un espejo octagonal y me quedo pasmada, porque en el espejo está escrito “refleja aquí lo que quieres y no lo que puedes o debes”.

Y en este momento podría alzar los brazos al cielo y gritar.