sábado, junio 30, 2007

Sí, dormí toda la tarde y cuando por fin abrí los ojos, recostada frente a la cama sólo necesito estirar un poco los dedos para mover la cortina y ver el cielo nublado, el frío en la nariz, la boca pastosa, pero sobre todo esa intuición del azar que me atraviesa los pensamientos, como si el siguiente paso fuera tirar los dados y elegir, tal vez sobre la misma estructura, pero otro movimiento, un movimiento puro escrito en mi libreta, pensado sólo para dibujar la tarde y el instante preciso de abrir los ojos. Las casualidades una vez más siendo la moneda real, lo verdadero en el camino. Hubiera podido leer un hexagrama si hubiera acercado mi aliento a la ventana, pero ya es mucho para mí estar siempre al borde de la ventana.

jueves, junio 28, 2007


Lo que debería de tranquilizarme es un té de durazno de los que guarda mi hermana en el último anaquel de la alacena. Ya sin sonrisas, contando las páginas que faltan para terminar la novela, y luego, después de quitarme la ropa, sin haber salido al café de la Conchita, ponerme la piyama, ir colocando todo en su lugar, hasta el libro que leeré encima de las rodillas, los sueños que no recuerdo, debí aprender de memoria el poema de Spinoza la noche que estuve en vigilia, debí sentir un poco la lluvia, eso quería, la lluvia sin literatura. Si yo misma pudiera despertar, si me diera cuenta que ese paquete que fui a dejar al correo hoy por la mañana apenas puede contener unos segundos de lo que realmente soy, porque ese libro tiene contenida mi respiración, pero ahora no pienso contener ningún paso más, muy en el fondo la antigua tristeza, lamento decir desde lejos que era muy triste. Cuando me regresé de la plaza, caminando, otra vez, cuántas veces con las botas cafés muy sucias, hasta el tercer piso, sin la sonrisa de la tarde, contando el tiempo con una mano, el sentido común con la otra, tan molesta conmigo misma como si acaso con un gesto mío hubiera podido ensuciar el tiempo, ese tiempo que guardo en la manga del suéter, ese tiempo sin olvido que me deja sola, con el desamparo de la cordialidad, ser cordial con la espera. Sin poder huir de mí, de esa alegría que se apaga, quisiera atar de manos y pies mi propia ilusión, la que me llena de esperanza, no debo dejar caer una vez más el tiempo ciego, las frases como zapatillazos en el rostro, lo verdaderamente importante está en un paquete con el destino bien señalado, lo real, no la lluvia, las pastas impresas, el dibujito de Maggie, eso que me importa tanto y en lo que debo guardar la esperanza, no en el rostro que dibujo en la ventana, en los objetos y la ropa acomodada, no espero nada, eso me repito como el día anterior, me gustaría saber si hay algún recado para mí, es tonto esperar esas cosas, como cuando busco un dulce en mi bolsa y sé que no los hay, a veces empeño mi felicidad en los detalles más mínimos, a veces da resultado.

miércoles, junio 27, 2007


pero, ¿cuántas veces más el laberinto en el círculo perfecto? ¿cuántas veces más el laberinto en una carta ya tirada, en un destino ya configurado? ¿y si la mariposa ha decidido volar sin notar el camino? (sin mariposa no hay historia) ¿qué dota de sentido el siguiente paso? Una vez más el día se abre en los pliegues de la locura, del sin sentido, ese sin sentido portátil que se coloca como una mascada sobre la cabeza antes de entrar al tiempo de lo cotidiano. Al final cuánto ha pasado desde que desperté y me di cuenta de que quizá si el día estuviera nublado llamaría a la nostalgia y a las palabras de ayer, que ahora duermen sobre los textos perdidos, y sobre todo, encontrarme a mí misma en ese reflejo que me dan las cartas echadas, sólo esto responde a lo que verdaderamente siento que soy, una confianza que me llama a lo escrito y prescinde de las máscaras.

lunes, junio 25, 2007

Retrato de la tarde


Cuando cedo a dormir lo que resta de la tarde, cuando cae el resto de la lluvia, el resto de los diálogos que se han quedado en algunos gestos tuyos. Me doy cuenta que se me ha olvidado por completo la alegría de un personaje de Dostoievski que me había dejado sin aliento, porque era una alegría que no expresaría a nadie, sólo la sentía corroerlo por completo mientras caminaba. De pronto pienso que así siento mi propia alegría, a nadie se la diría. Cómo puedo dejar a un lado el pensamiento de aquellas cosas que están flotando en ti, en el gesto de acomodar el paraguas verde en un rinconcito y sentarnos en el café, quitar algunas migajas del mantel, preparar un pan con mantequilla y ofrecérmelo para que lo coma. Casi estoy segura que hay en ti algo no dicho, algo que prefieres callar, o más bien se trata de una intuición que has hecho sólo por mirar de reojo a un lado, un silencio mientras piensas o no piensas, pero yo creo que me dirás algo, que estás pensando en mejor no decir nada, o tal vez sólo tienes sueño y te pregunto, qué piensas, y me dices que nada. Siento que entre dos o tres silencios, si acaso se pueden contar los silencios o sólo son, no incómodos, porque me gusta tenerlos ahí, silencios que abren tu perfil a lo desconocido por mí, siento que es cuando se me escapa eso que no me contarás, pero estoy acariciando tu brazo, y entonces busco entrar en ti, busco estar en ti al mismo tiempo que esperamos que el café esté un poco tibio para poderlo beber, tan sólo un instante, la espuma del café, tu barba, cómo entrecierras los ojos cuando vas a darle el primer sorbo al café, quizá en ese momento te has salvado de la semana y no lo sabes, quizá no, sólo es mi pensamiento, el tuyo está en otra parte aunque trates de ocultarlo. A veces resulta distinto estar sentada frente a ti, realmente pienso que me miras como a través de una celosía o que me observas o qué es lo que piensas en ese momento, me estudias, te lo pregunté, me dijiste que no, que sólo piensas las cosas que te digo. Tal vez todas las veces que estamos juntos trato de levantar tu propia persona, como si pudiera abrir una página y ahí buscar el fondo de tu ser, imagino que en donde hay agua, un camino de agua que se hace como un guiño tuyo, como quitar un pellejito del dedo y por ahí entrar, sumergirme en eso que eres tú, lo más profundo, lo que sólo a veces me muestras o me señalas las cosas que han sucedido como se señala una nube que es una figura o son las marcas y algunos dolores que ya no se curan, sólo se comparten, no lo sé, puntitos negros en el fondo, si acaso hay fondo. Otras veces sólo cierras los ojos con la esperanza de que todo cambie cuando los abras. Y al abrirlos, me preguntas si tienes los ojos rojos, yo te miro detenidamente, ahora que lo pienso más bien te iba a dar un beso con saliva y te dije que no los tenías rojos. De nuevo los cerraste y pensé, ahora que abra los ojos tendré las manos como una cajita con sorpresas, el problema es que no tenía ninguna sorpresa preparada, el problema es que abriste los ojos y sólo te pude sonreír como te sonrío cuando estás conmigo, sin cajita en las manos, sin chocolate ni mazapán ni carta, pero te sonreí porque es tan fácil ser feliz en ese momento, tan sencillo entregarse a ese pequeño instante, sin hacer preguntas, sin comentar nada más. Tenía el deseo de tenerte para siempre, con la imposibilidad de la palabra, y aunque pocas veces la entiendo, la creo verdadera en este momento que la escribo, cuando lo pensé en la tarde que tomamos café, también fue tan cierto todo, casi me hubiera llevado la mano a la boca, taparme la boca por la alegría, esa alegría con seguridad, nadie me la quitaría. Después, ya, es así el después; tan cercano al destino y a las cartas. Sueños sin rumbo, sin paradas, sólo ese tiempo en el tiempo que nos une.

jueves, junio 21, 2007

domingo, junio 17, 2007


Es tan difícil estar sólo mirando que las cosas marchen y que el tiempo vaya cayendo gota a gota como el grifo de nuestro infierno moderno, en donde la sala es vacía, enorme, nada pasa sólo caen las gotas, una a una, sólo se espera a que ocurra algo, pero nada ocurre. Dormí apretando la mandíbula y me duele masticar, me duele hablar. A veces me enfrento ante situaciones en las que soy una simple espectadora, y me agobio y me quiero comer el champiñón para poder entrar al roperito. Un poco así he estado este domingo. Nada puedo hacer. Luego, sin darme cuenta, estoy doblando las esquinas del libro que leo, a veces escribo en sus márgenes, escribo en el margen de las circunstancias, la historia es así, es como si de pronto pudiera tener el tiempo en las manos y lo que en realidad estoy doblando son las esquinas de mi ansiedad para que no me hagan daño, para que no me rocen. La incertidumbre a veces es como arrojar un libro contra la pared y dejarme caer a un lado, ese lado de la cama que huele a polvo y almohada y el conejo de las orejas largas se acomoda entre mi cabeza y lo que estoy sintiendo. Luego me levanto y voy a la ventana, pego mi nariz en el cristal y se hace un halo de mi respiración que es como una casita de acampar, ahí acampan un rato mis esperanzas, estoy casi segura que ese triangulito de mi aliento me hace sentir mejor cuando con mi dedo lo voy borrando, porque estoy bien, pero al mismo tiempo sólo estoy de este lado, mirando a través del círculo que formen mis dedos. Me vuelvo a la cama, me hago ovillo en una cobija.
Escuché cómo llovía, yo también lloré un rato hasta que caí dormida…

sábado, junio 16, 2007

Pasa en los momentos menos inesperados, a veces cuando la tensión entre él y yo ha quedado en silencio, sólo se necesita pegar la rodilla a la suya, subir la mano a la mesa para hacer un gesto de que todo estará bien, una caricia que roza la barbilla y se acomoda en el huequito que ha hecho la plática, estar con la mirada bien fija en lo importante, ya sin decir una palabra, como una cucharada de café a la boca, la espuma sin malvaviscos, hasta dejar caer el rostro sobre su mano y sentir que el tiempo se ha conciliado con ambos.

viernes, junio 15, 2007

Así que cuando he perdido la cabeza entre la secadora y el cielo nublado que hace una luz blanca, tan blanca que lastima los ojos, de pronto me entra el recuerdo del montessori y las coletas con gel, todo tan normal cuando estoy cepillando mi cabello y entre el reflejo del espejo y la secadora yendo atrás ahora adelante, me doy cuenta que ya estoy en otra parte que no tiene que ver con el ruido, que apenas ha sido un aire helado y el olor de alguien que cocina. Lo cierto es que de pronto tengo seis años y me duele que me jalen el cabello, me duele tener tanto cabello y quizá en ese momento no lo sé, pero tengo seis años y todo me parece tan ajeno, tan incomprensible estar peinada hacia atrás. De pronto soy esta de aquí, la que está secando el cabello o está delineando de café un ojo, también café, como una vieja rutina, como una tonada que se queda en la cabeza y se está repitiendo día con día, otra vez no importa que el mundo se meta por la ventana con los ladridos de un perro o las campanas de la Iglesia, porque yo que estoy adentro, arreglando una línea que va en el párpado, ya tampoco estoy en la línea ni en los sonidos, estoy sentada junto a mi mamá mientras con una cucharita se enchina pestaña por pestaña y yo espero con coletas y gel en el fleco. El recuerdo que irrumpió se ha ido, pero se ha llevado parte de lo que estoy observando, inútilmente, sé que estoy en todos los tiempos aunque me resista a creerlo. A veces estoy conversando conmigo misma sin saber realmente que es lo que me estoy ofreciendo, un momento que me hará feliz, allá afuera pasan los carritos y en alguno el contenido legítimo de mi felicidad, en donde el tic-tac ha dejado de sonar. Y todavía tengo tiempo para tomar té antes de salir.

domingo, junio 10, 2007


Este día padece horas pálidas, sin versos por intercambiar, con la yema de los dedos arrugados de agua, de composiciones y pétalos para comer. De pronto es como si se pudiera abrir el tiempo, si pongo mi mano a modo de visera, se abre un pedazo del mundo, despedido de los pliegues como los tantos deseos azules que se soplan y se van al aire, mitad alegría mitad miedo, deseos deslizados como serias visitas en sueños, lollipops para los pretextos, piano solo, literatura, pequeños bailes para sentir en las plantas de los pies un paisaje de enredaderas a plena luz de lo cotidiano, ordenado para asirme más fuerte a la contingencia de los días.
Ahora este tiempo sin adivinanzas de por medio, sin objetos perdidos en la memoria, y en la versión del mundo que cae como una ceja despeinada en el perfil de lo real, ya sin estrellas, pero con la mirada de Osiris enroscada en el destino, con ese olor que se mira en el cuello de la poesía, conmigo ausente, contigo en todas partes, tal vez sea cierto que en ninguna, en el fondo de la hoja verde-azulada, en el poema o en la valse d’Amélie, en la silueta del domingo, cada paso, cada servilleta de papel cebolla que te llama por tu nombre, que te detiene de la mano o te detiene del hombro, pero.
Da lo mismo inventar los deseos que soplar como verdad alguna mordida escrita en el brazo, posiblemente con cierto temor a que mi sombra me dirija la palabra y se de a la fuga, de puntas en una danza interminable, que me descubra en este caer tan lento y sin compases y sin colores en los párpados, con los segundos suspendidos en los labios, en eso que realmente soy cuando me pronuncio sin reservas.

domingo, junio 03, 2007

Roy Batty


I've seen things you people wouldn't believe.
Attack ships on fire off the shoulder of Orion.
I watched C-beams glitter in the dark near the
Tannhauser Gate. All those… moments…
will be lost in time, like tears… in rain.
Time to die.
Roy Batty en Blade Runner

En este momento que escribo tengo dos cochinitos de madera que se están
besando, de sus bocas sale un hilo que les permite separarse un tiempo y después
vuelven a besarse porque así es su manera de estar en este mundo.

Sueños


en caída...




A veces siento que sueño demasiado pero al mismo tiempo tantas cosas que termino por olvidar.
Estoy parada sobre unos periódicos, descalza, con unos calcetines verdes. Los brazos abiertos en una ele. Con la punta de mis dedos recorro un medio círculo que trazo imaginariamente sobre mi cabeza. Siento el peso directamente en el costado derecho del cuerpo. Tengo los ojos cerrados y sé que estoy en una casa muy vieja de altos techos y humedad en las paredes. En esa casa todos los objetos están a la venta, y muchos de estos objetos me gustan mucho, pero ninguno lo puedo comprar. De pronto ya no estoy con los ojos cerrados, de imaginar la casa doy un paso al frente para recorrer los cuartos. Una habitación tiene un colchón de agua, se ve sucio y abandonado. Hay un balcón por donde se cruza hacia una sala, ahí hay una mujer de cabello largo, quebrado, está sentada en una silla con las manos sobre las piernas y no para de llorar. Yo la observo. Entonces ella habla hacia un auditorio de sillas vacías, porque sólo estoy yo, de pie al fondo, la mujer dice sin fijar la mirada en ninguna parte, sin entender tampoco, que ese llanto le parece tan ajeno como “pronuncia mi nombre”, tan ajeno como esa mujer que no sabe ni siquiera quién es. Me espanta lo que dice, salgo de ahí y en un pasillo veo una frase enmarcada con rojo, leo: “las bocas cubren el silencio de los besos”. Me voy de ahí pero repito constantemente la frase para no olvidarla.
Sigo mi camino, aprisa, porque siento que algo está mal. Cada vez más angustiada, cada vez más desesperada.
Me encuentro entonces con A. estoy justo en la habitación del colchón de agua.
—¿Has visto a tu mujer?
—Sólo de verla me ha puesto así.
Siento horror y trato de salir del cuarto, pero mi cuerpo se ha inmovilizado de alguna forma que no entiendo por qué.
Despierto.
Lo primero que recuerdo es la frase enmarcada y la mujer llorando, y después el resto del sueño.