miércoles, agosto 29, 2007


Hoy salvé una libélula. Tan grande que por un momento dudé en tomarla, sobre todo porque sabía dentro de mí que no soportaría un roce de sus alas en mi piel. Estaba pegada al cristal. Trató varias veces de salir volando. Pero en cada intento se golpeaba la cabeza, se quedaba sosegada y esperaba tomar más fuerza. Lo intentó muchas veces, y lo hubiera intentado hasta quedar muerta. Qué conoce una libélula de un cristal si desde su percepción está el cielo y está el sol. Allá afuera está el mundo y tiene un cristal con el que nos golpeamos la cabeza.
Con una servilleta la tomé entre mis manos y la saqué de ese lugar, abrí la servilleta y emprendió un vuelo increíble, voló tan rápido que pronto la perdí de vista, voló a lo alto, estoy segura que voló a lo más alto que pudo. Era impresionante verla tan libre.
Ahora que lo pienso, la libélula tendrá una cicatriz en una de sus antenillas, me dejó un golpe de cristal en mi memoria, ese cristal que difícilmente podemos modificar, hay que dar la vuelta, bajar la escalinata, caminar por el borde de la fuente, hacer una señal.
Hoy en la biblioteca me sentí como esa libélula.
Me dormí sobre mis brazos y el gatito enroscado a mi dedo se me marcó en la mejilla. Cuando desperté enloquecí por completo. De pronto perdí el control y estaba tratando de salir por el cristal de la sinrazón. Me preocupa perder noción de lo que está pasando conmigo. Me veo literalmente como la encarnación de la libélula que se golpeó la cabeza y le salió un moretón en el ojo.
Yo: lo único que deseaba era ser atrapada y liberada.
Emprendería con fuerza mi vuelo. Lo arrancaría con besos y lágrimas, con esa fuerza que me da lo desconocido, y sólo por despertar, por sentir que despierto tarde para los encuentros o pienso cosas que no son o simplemente estoy dormida en los eventos importantes. Me comporté como una demente en pleno abandono. Me sumergí en una orfandad que se me pegó a los párpados; quería llorar y no podía, quería gritar y no lo haría, quería arrojar mis copias y salir a la lluvia. Quería la lluvia y quería verlo a él.
Ese deseo exasperado de tener el mundo en un instante, de convertir la realidad por el simple deseo de acabar con mi frustración, con la imposibilidad de no poder asirme a él como quisiera, como si de nuevo nada fuera suficiente, estaría perteneciendo a los lados del tiempo y no podría conmigo.
Ese pensamiento, solitario, sin imaginar nada más.
Porque el tiempo nos golpeará la cabeza como la libélula.
Y no me importa. No me importa que se me vaya la razón en ese golpe.
Abrazarlo con todas mis fuerzas y decirle: Quiéreme para siempre, promételo tres veces; quiero siempre y todo, quiero lo inabarcable, lo absoluto e imperecedero, lo inmutable para siempre por siempre, lo más celeste, tú.
Y el deseo, el olor a mejorana que tiene el deseo mismo de cuando estás en mis brazos.
Tal vez ese vacío que me arroja a las lágrimas.
Llorar, llorar como se puede llorar por un globo que se nos ha ido de la mano.
No sé si está bien, sólo siento que debo hacerlo, que no vale aguantar el llanto sólo porque no hay un motivo. Y supongo que hay motivos aunque los esconda o nos lo pueda ver.
Después me siento una gran tonta. Me siento como una pájara temerosa del viento y eso me desagrada.
Estoy rara.
Y esta angustia me aprieta los dedos de los pies.
El paso mismo, las botitas desgastadas de lluvia y de caminar y de andar y andar.

Para ser feliz en el día:
Una libra del polvo de lapislázuli.

jueves, agosto 23, 2007


Bueno, es así: a veces me cae el veinte. Por lo general es doloroso porque “sin querer” ¡tras! Cambiar de trote, echar a la basura la piedrita del zapato, esa piedrita, tan diminuta después de todo. Es parecido a morderme la lengua y el dolor es insoportable pero sobre todo me siento idiota por no fijarme, ¿por qué pasa eso? Me doy cuenta de los detalles, millones de años después, y entonces me siento con la tomada de pelo en la nariz. Y pienso, tranquila, no se logra nada si me enojo. Muchas veces he querido lanzar hacia una pared los libros que leo y que comienzan a darme salpullido porque no dicen nada o dicen cosas sosas. Escribir. Quiero decir, de verdad, de todo, hay un alivio. Después de usted, no, gracias. Me porto amable en los momentos de crisis. Crisis de las que nadie se da cuenta. Siempre logro salvaguardar esos momentos en los que podría morder las paredes. Supongo que algo dentro de mí me dice que no debo enloquecer, aún no entiendo por qué esa palanquita de la razón sigue funcionando cuando lo que quisiera es arrojar el libro en medio de todos, aventar el café, salir corriendo, o llorar, no sé. Me preocupa ponerme en ese estado. Y si escribo esto tras bambalinas, como en esa parte de mí que quisiera nombrar los hechos por la superficie, es porque incluso mi sentimiento no quisiera salir de ahí, está oculto, me da pena enseñarlo, ponerle el dedo encima aunque sea yo misma, soy yo y me da horror darme cuenta de que está mal. ¿Está mal? No lo sé. Esta semana el estrés me aumentó y nada puedo hacer. Entonces lo siguiente es darme una paliza de pensamientos malos.
Te haces daño, Marie, te haces daño pensando esas cosas.
Con estas palabras me lo dijo Zaida. Y yo le escribí diciéndole que tenía razón. Y de verdad sé que la tiene. Cómo le digo a mi mente. Cómo entonces. No soy ninguna tonta pero cuando me agarro a mí misma, cuando me cae el veinte, me siento mal. Ese malestar es como tomar agua de limón sin azúcar y hacer una mueca de.
Frases incompletas.
Es así, mi día es un párrafo de oraciones cortadas, cojas, sin sentido, pero enviando señales, primero me quemé la lengua con el chocolate y después me la mordí y después quería arrojar el libro, que ni era mío, era de la biblioteca. Nada es suficiente. Hoy estuve despeinada, sin embargo. Nada es suficiente. Hoy me di cuenta que he ido dos veces al teatro en todo el año, ah, no, tres, más o menos. Y con eso algunas sorpresas de la otra vida que me dejan un susto en mi corazón. Ajá, ya sé que basta con darle vuelta a la hoja, el día de mañana no estará así de lluvioso, mis botitas del número dos todavía aguantan otro agosto de calles inundadas, los trastes sucios estarán esperando pacientes, la Negra seguirá subiéndose a la mesa cuando no debe, y yo,
yo debería dejar el día en una coma o en dos puntos que señalen el vacío:

martes, agosto 21, 2007

Y ahora sólo voy y vengo, a veces entre un paso y otro se me pierden los pensamientos, en el fondo de mí llevo la Hanulka que quisiera estar abrazada al sueño, completa, adentro de mí, siento esa libertad de los minutos y el aire fresco se me pega en las mejillas, por momentos lo único que podría salvarme es caminar sin aparente dirección.
Pero siempre llego a tiempo, al menos sé en qué lugar colocar el azul cuando escribo red.

miércoles, agosto 15, 2007

Por ínsulas extrañas
San Juan de la Cruz


Oh Dios.
Sigo escuchando interminables veces la canción de I need your lovin' like de sunshine, y creo que mi mejor medicina sería una carta de amor. Estoy tomando un vaso con néctar de pera y me hace sentir un poco más cerca del bienestar que han traído estos días.
De pronto estoy tristísima, de pronto me doy cuenta que me da miedo perder esto que ha ido envolviendo mis palabras, aquí en la ventana,
quién sabe cuánto dura el tiempo, quiero decir, ese tiempo real que me mantiene quieta y observando la realidad, esa realidad que tengo que ver antes de que el mundo me coma...
a dónde iba entonces,
tengo miedo,
tengo mucho miedo y tengo gripa y tristeza pegada a los mocos que me sueno desaforadamente, esta enfermedad desconocida que me tiene prendida de lo absurdo y me tiene sobre todo inutilizada.
Y todas estas cosas tontas, todo este devenir en mi cabeza que se ha vuelto un martirio, en serio, es como si no pudiera disfrutar de las cosas bellas que me pasan. En qué memoria debo tirar los viejos fantasmas, las letras mayúsculas que han sido un poco entre dichas, ¿por qué me sigue doliendo?

No sé.
Para ocupar mi mente en otra cosa que no sea mi gripa, mi súbita tristeza, mi arrojo desmedido a sentirme mal lo que resta de la noche. Y no quiero, en serio no quiero.
A ver, un juego que me mandó Paco.
Ocho cosas de mí.

1. Me preocupa no creer en Dios, porque antes le tenía un poco de respeto y tenía la esperanza de creer en Dios en algún momento. Ese momento llegaría cuando Dios me mandara una señal. La señal no llegará nunca. Sin embargo disfruto mucho las iglesias y la paz que se genera con las oraciones. Cuando más tranquila he estado es cuando he repetido en voz alta oraciones que me sé de memoria y entonces mi mente sólo se ocupa en la oración y después mi corazón se calma, esos rituales son muy bellos, por lo menos apaciguan la ausencia de Dios.
2. Tengo mucho miedo de perder la felicidad que llena mi vida en este momento, quiero decir, la felicidad que llega por instantes, cuando menos lo noto ya estoy contentísima y eso nadie lo puede sentir, sólo yo. Nunca me había pasado como ahora y no lo quiero perder.
3. Me gusta mucho tomar vino tinto y dormir la siesta. No me gusta sentir prisa.
4. Me fijo mucho en las orejas de las personas. Y me dan horror las orejas de los señores que tienen selvas que se desparraman hasta los lóbulos. Las orejas sucias me dan mucho asco.
5. No me gusta escribir groserías. Me gusta escribir tres adjetivos seguidos para describir situaciones.
6. Todos los días me pinto los ojos y trato que cada día que pasa esté muy conciente de mi ritual, porque las cosas que hago todos los días tienen que ser agradables para no volver de estas pequeñas cosas un tedio. Mi vida se entreteje de estas pequeñas cosas que pasan desapercibidas. Cuando me pinto los ojos, me he dado cuenta, recurrentemente pienso en la vejez, en que un día seré vieja.
7. De un tiempo para acá me he vuelto muy desordenada para leer. Ya. Pocas veces termino una novela, me tiene que atrapar muy bien desde la primera cuartilla. La última gran, gran, gran novela que leí se llama “Pieza única” de Milorad Pavic. Esta novela no la hubiera podido leer si A. no me la hubiera comprado un día que compró una cantidad de libros, qué impresión. Lo cual siempre agradezco profundamente. En este momento leo una novela que me tiene también muy atrapada que se llama “Uniones” de Musil. Este fragmento que leí hoy me dejó pasmada todo el día, es la descripción que hace de su protagonista Claudine cuando se despide de su esposo y emprende un viaje en tren hacia otra universidad: “la felicidad del adiós, de ser extraño al mundo, con la sensación de no poder entrar en su misma persona, no encontrar, entre sus decisiones, ninguna a su medida, sintiendo, empujada en medio de ellas a los márgenes de la vida, el momento anterior a la caída en la ciega y gigantesca grandeza de un espacio vacío, y así, llevaba una vida que flotaba en algún sitio, descargada de la presión de su propio peso anímico”. A veces cuando viajo en taxi siento que mi vida flota y mis pensamientos quedan vacíos de toda literatura, sólo soy. Soy a secas.
8. Bueno, pues por último, tengo que decirlo en algún momento: adoro a los gatos. Tengo tres gatas. Una se llama Ninfa, pero le decimos Negra. Otra se llama Rita, y es la más arisca de todas. Y la que es mi adoración es Pavlova. Se llama así por sus grandes patas, pero se le han sumado nombres y ha terminado por ser Pavlova Akmatova Duncan Klozevits. El último nombre por la novela que leí de Pavic. Y hay una gata que le decimos “la bicha” en casa de A. Yo le puse Gilberta pero lo común es que le digan Vaca. Es una bicha hermosa que se duerme arriba del carro y que tiene un collar antipulgas moradito con blanco. Es muy bella.

Para concluir debo elegir 8 personas que hagan el mismo juego.
Elijo a:
Erato
Elsa
Arcana
Saravia
Fernando
Edgar
Paco Puente
Zero XK




En las fotos: Pavlova, Rita y la Negra.






lunes, agosto 13, 2007

Tengo sueño y es lunes y todo el tiempo libre se ha ido agotando, excepto las palabras y los días en los que coloco una toalla en mi cabeza para secar mi cabello y me siento a escribir sin nada en la mente. Ojalá pudiera secar los pensamientos, esos siempre se escapan de la toalla.
He escuchado repetidas veces Everybody's gotta learn sometime... Es como si las canciones que escucho más de diez veces en el día marcaran el ritmo del tiempo al que estoy acostumbrada. Ese tiempo que encierra cada canción y que después, cuando deje de escucharla y me olvide de ella temporalmente como ha pasado con otras canciones, me sucederá lo que ahora con John Coltrane, me trae ese sabor de vacaciones sin sentido, de vacaciones en las que estuve muy triste. Ya no estoy triste, he tirado casi todas las cartas que me tenían triste. Sí, es difícil pero esta canción, ahora, fijará en mi memoria un estado de ánimo en el que se unen las puntas de la felicidad, digo las puntas porque son como instantes, no es la hoja completa. Quién podría soportar la hoja entera de felicidad. Aún así hay algo que me sostiene la barbilla mientras escribo, estoy a punto de empezar un nuevo semestre y los días me saben viejos, hoy no será igual, sin embargo tantas cosas que no me explico. Eso que me tiene atenta es el nuevo descubrimiento, lo que me emociona es estar abierta a los días, señalar con mi dedo quemado aquello que me maravilla, ahora tengo que escuchar de nuevo Change your heart, ahora tengo que secar el cabello, ahora tengo que ensordecer mis propios recuerdos, ahora tengo el suéter café, ahora tengo la historia de España en la punta de mis lapiceros y cuadernos en blanco y los lunes, ahora sin vacaciones y todo por escribir una vez más.
Change your heart
Look around you
Change your heart
It will astound you
I need your lovin'
Like the sunshine

Everybody's gotta learn sometime
Everybody's gotta learn sometime
Everybody's gotta learn sometime

sábado, agosto 11, 2007


Escribo con una quemadura en el dedo. Es tonto que esté así, de este modo no se logra nada. Estoy atrapada en la intuición de que las cosas saldrán bien, aunque todo parezca absurdo. Pero por más que trato a la realidad con cierta cordialidad, suceden cosas extrañas. El otro día mientras cocinaba unas papas con queso y jamón, pensaba que el día saldría perfecto, que las papas estarían listas a las dos en punto y que después podría acostarme a leer un relato de Virginia Woolf en donde vuelve a utilizar su personaje de Clarissa Dalloway. Me emociona leer a un personaje en otro momento que no es la novela conocida. Es un poco lo que sucedió cuando un personaje de Julio Cortázar, llamado Calac, los visita a él y a su esposa en la carretera cuando escribieron a cuatro manos los autonautas de la cosmopista. Pero no. Cuando tomé el camión que me dejaría en la librería, venía tan contenta que conté los números del boleto para tener el arcano mayor de mi día. Y la suma fue 15. Me dije a mí misma que sólo era un juego y que no había salido un arcano bueno, pero nada puede salir mal. Después me habló A. para decirme que había perdido las llaves del carro. Tendría que ir a la casa, comer todo rápido y regresar por el carro con el duplicado. Es cuando la realidad pisotea las papas en el horno, pisotea el queso y las galletas que había comprado sorpresa para A. Pisotea la servilleta en la que le escribí con todo mi amor que había galletas en la alacena. Pisotea el relato de Julio que dejé abajo del servilletero para que A. lo leyera cuando terminara de comer. Pisotea mi mañana en la que cociné y preparé todo para que A. llegará a comer y después pudiera leer un magnífico relato sobre “conservación de los recuerdos”. Después una siesta hasta que yo volviera de la librería.
Ayer me quemé el dedo.
Y lo que sucede es que a veces todo me parece absurdo. Ayer me quemé el dedo índice mientras hacía una quesadilla. Toqué el sartén. No tengo la menor idea de por qué lo toqué. En realidad quería revisar si estaba a fuego lento y de pronto ya tenía el dedo en la boca tratando de calmar el ardor con saliva. Lo absurdo no es la quemadura. Lo absurdo es que he tratado todas estas vacaciones de demostrarme a mí misma que no puedo seguir así, un poco a la deriva y otro tanto simplemente buscando eso que no encuentro en los libros.
Tengo un personaje que se llama Greta. La otra vez me acordé que escribir por Greta era muy sencillo, porque Greta sólo leía poesía y cuando no leía se ponía a tejer una mantita de estambre grueso y blanco. En realidad ser Greta me salvó mucho tiempo y ahora es como si la propia Greta estuviera esperando en la ventana, quieta, como yo espero muchas veces. Me pone triste, porque ella me escondía del mundo.

Tengo una carta pequeña de Greta escrita el 7 de septiembre de 2006:

A veces estoy desde ese lado del recuerdo que me borra la mitad el rostro. Te escribo con la mitad visible. Un poco para componer con el destino inscrito en la mano aquellos recuerdos que tengo sobre/de/en/para/hacia ti. Resulta algo: te extraño. Es un extraño que parte de la rareza, de la boca llena de dulces de canela, de la nariz que estornuda a cada rato y nadie me dice salud.
Me pinto los labios de rojo para no sentirme mal y poder pronunciar tu nombre, lo mejor es volver al origen, volver a la bufanda que estaba tejiendo, volver a ese pasado que no parecía tan malo.
Greta.

viernes, agosto 10, 2007

Y después de sentirme una chinche. Vine de este lado, abrí la ventana por donde entraba un rayito de luz. Me senté y me puse a pintarme las uñas. Debo ser fuerte y continuar. Y así estuve más de media hora pintando primero la mano izquierda, uña por uña, luego la derecha y luego un retoque. Ahora me siento mejor, un poco mejor. Lo que pasa es que no quiero pensar mucho. De verdad, siempre que escribo doy lo mejor de mí misma, soy muy honesta con mis palabras. Y a veces eso no es suficiente. A veces nada es suficiente.

miércoles, agosto 08, 2007


Me pregunto si vale la pena odiar el mundo. Siempre he creído que mi soledad es amable conmigo. Cuando voy en el taxi que me traerá a mi casa, en ese recorrido, no importa de dónde venga pero sé que voy a decirle que me deje en la esquina de la papelería, es en ese trayecto cuando más cerca he estado de meditar el mundo como se me presenta, por lo menos lo siento de golpe en mi asiento de pasajera, pero sólo cuando llego a mi casa, como un último escape, sé que en mi cuarto ya no sentiré nada, que en mi cuarto será la siesta o será la computadora. Qué pasa, me pregunto qué pasa conmigo cuando soy pasajera y no puedo hacer otra cosa que bajar la ventanilla y mirar todo lo que me rodea. No amo al mundo, pero tampoco lo odio, a veces me convenzo de que el mundo es muy miserable, pero en los taxis, que tienen una suerte de antídoto que los hace supersónicos viene contenida esa paz que me aloja en lo hondo de mi soledad, tanto, tan fuerte que hoy sentí que de verdad me gusta que me traiga a casa un taxi, porque sólo así me doy cuenta de lo sencillo que es estar bien conmigo misma. La verdad es que hoy fui a revisar todos los libros de Siruela. Por lo menos todos los libros que están en la parte de abajo y que nadie lee, porque al parecer la mesa de Siruela es ahora la mesa de Italo Calvino. Traía ese bienestar de haber encontrado una autora desconocida para mí: Květa Legátová. Me gustó sobre todo un pasaje de las primeras cuartillas en donde dice que tiene frío y que su suéter está ovillado en el fondo de su bolsa, pero que no se lo pondrá, aún puedo resistir un poco más el frío. La mujer está narrando en primera persona. La frase con la que empieza el libro es: Lo sé todo de memoria. Y después siente unas gotitas de sudor en su espalda. Yo salí de la librería sintiendo esas mismas gotitas de sudor. Y pensé que no podría vivir sin ese libro lo que resta del mes. De pronto me di cuenta que el día estaba hecho y que lo primero que haría llegando sería buscar información sobre esta señora. Pero me aletargué en el taxi, algo hermoso sucedió y fue que no tuve pensamientos, el libro quedó atrás y el tiempo estuvo detenido en el mundo de afuera. Cuando llegué estaba sola y me dormí hasta este momento. Lo que sucede es que la literatura que más me sorprende es la que está escrita con las cosas más sencillas y cotidianas, como saber que el suéter está ahí, pero hay una entrega en el tiempo: esperar un poco más. Siento que yo siempre estoy en esa espera. Mmm, para decirlo con Pavic, soy el tipo de mujer que se quita el zapato derecho con el pie izquierdo.

martes, agosto 07, 2007

No sé caminar sobre esas piedras de río que hay en la entrada de la privada, siempre voy un poco perdiendo el equilibrio y creo que el problema son mis botas cafés. Hoy me impresionó mucho ver cómo se crean hilos de lluvia entre los pastitos que crecen a lado de las piedras y al final del camino han mojado la punta de mis botas, esa lluvia, esas piedras, ese camino, en lugar de que yo empiece a creer que sólo me llevan a la casa, me parece que han ido deslavando mi tiempo, que esos malvones son parte de lo que antes no existía y que ahora están detenidos en estos días de lluvia, giran sus miradas por la noche, yo no me atrevo a tocarlos. Comienzo a sentir que me parezco más a la mujer que soy cuando sueño que a la real que camina sobre las piedras de río, creo que es por la manera en la que mis miedos se muestran sin rodeos, miedos que apuntan rostros y circunstancias, aquí y allá es tan diferente, tal vez porque duermo mucho en las tardes, no lo sé. Y el tiempo se termina muy pronto, quiero decir, lo importante del tiempo, lo que me parece hermoso. Estoy de pie y frente a mí hay un libro que es hojeado estrepitosamente por el viento, algunas hojas se desprenden y se van volando, se olvidan ya para siempre. Así es mi vida, un libro enorme que está abierto a la intemperie con recuerdos que se pueden romper en cualquier momento, hojas llenas de cartas y dibujos, llenas de ese alfabeto que ha creado lo que soy ahora, este mundo que a veces me invento y que hace de columpio cuando estoy triste o cuando estoy muy feliz y no cabe la primera flecha de realidad. ¿Acaso brillan todos los ecos de mi memoria? Sé que no puedo hacer mucho por tenerlos conmigo y al mismo tiempo algunos me hacen daño, algunos aparecen en mis pesadillas ya por encima de mis propios deseos, pero demasiados deseos me hacen frágil, siempre es bueno despertar, tener sed y tomar agua de la llave. No quiero seguir en este movimiento futuro, porque todo futuro es lento, nunca se está ahí a la hora precisa.
Y entre las piedras de la entrada (mira, “las piedras de la entrada” como si acaso hubiera piedras en la salida) me acuerdo muy bien de mis pasos y voy como ese caracol que se esconde apenas lo toco, lo acomodo en el pretil de la ventana y le adelanto el recorrido, señalo el mundo como tú señalas los caracoles. Pero cómo acomodar estos días de arroz, cómo impedir que se vayan derritiendo en lo cotidiano, así cada palabra de amor entre esos hilos de agua que forma la lluvia y las lágrimas pegadas a la ventana. Estoy condenada a ver cómo desaparece lo que más quiero en el día, cada hora que pasa es casi como si aprendiera a besarte, y una vez más descubro sobre tus pestañas ese último detalle que te nombra como amado, como mío; ese tiempo secreto que te encierra y desaparece y te inscribe en las hojas de la lluvia con malvones y caracoles. Mi propia nostalgia da movimientos pausados, mis pensamientos están en esas puntitas mojadas y apenas puedo escribirlos en ese intento de perseguir lo que está por ocurrir, en esa esperanza lenta que se ajusta a mis dedos como anillos nube.

lunes, agosto 06, 2007


Tal vez esas arañas que tejen arriba de un jabón
las nubes sin escritura son hilos de luz
fábulas sin dueño

Tal vez tu mano que me toca por encima
siento que me nombra como un color olvidado
y me escondo
en esa madeja de piyama y sábana

miércoles, agosto 01, 2007


Después de abrir una herida de aforismos
palabras que tus dedos recorren como eslabones
o pianos
lenguajes o verdades
(cucharas para café que guardas en el bolsillo
como se guardan los recuerdos del atardecer)
o el atardecer mismo
dormida en el osopalacio
imagino y provoco el recuerdo
tu saco de cuadritos azules y grises
que esconde con elegancia mi cintura
para ti
a veces conmigo
hacen una rutina de lenguajes
que disfrazan el diálogo de miradas
mientras cruzas toda retórica
para llegar al encuentro de mi deseo
(el estacionamiento es un salón baile
y en mi cabeza:
un bombín Magritte
invisible)
con la boca llena de palabras
imito un beso tuyo en el cristal
antes de que pueda abrazarte
con los ojos cerrados sin quebrantos
ni fatigas
hay un pasadizo para amarte
amándote en la trama de lluvia y alas
(una ala de metáfora y otra de absoluta verdad
y certeza sensible)
te miro en el fondo de todos los enigmas
te miro
en esa perpetua huida de tu sombra
y discursos que nunca terminan
porque me creas en cada memoria, espejo,
música
cada expresión rotunda
esa mueca del espíritu que te aleja
ya sin sonrisas ni silencios ni dioses
sólo tu rostro
escrito tantas veces en cada pliegue
te doblas en cada giro dionisiaco
sin alejarme ya nunca

ilusiones vueltas verdad
que huelen a jabón paraíso
que suturan todas las heridas
sin importar el borde del abismo.