jueves, junio 19, 2008

Me gusta el sabor de las galletas marías cuando se hacen viejas y blandas. Ese sabor y el té de cereza negra son la medida de mi felicidad.

Por la tarde fui a recoger mi computadora y algunas cosas al departamento.

Hablé con el mecánico que está arreglando mi estéreo y me dijo que estaría listo en quince minutos o media hora.

Entré a mi cuarto y me puse a releer un libro que me gusta mucho, La transformación de Květa Legátova. Pensé que mientras podría leer un poco ese libro y recordar frases subrayadas. Lo tenía encima de mi cómoda porque me lo acaba de regresar una amiga a la que se lo presté. Hace casi un año que leí ese libro y esa transformación mía que comenzó en julio del año pasado sigue todavía en camino, marchando como la imitación que hago de los soldaditos, los buenos momentos han marcado el año entero.

Buenos momentos que de pensarlos me estremecen.

Pequeños detalles se acomodan día con día, y sin duda no soy la misma.

Ayer y hoy estuve pensando en Frederik. Más bien me venía mucho a la mente una frase que él me decía mucho para señalarme alguna cosa por hacer. “No es por intrigar pero…” Su recuerdo viene y se va. No es por intrigar pero sería mejor ir preparando la exposición. No es por intrigar pero creo que deberías mandar ese texto. Sí, lo extraño. En momentos me asombra. Y sólo se queda en mí, una y otra vez, cómo pudo ser.

Después de todo decidí no despegar el calendario 2007 de mi cuarto.

Porque en esos días toda mi vida ha cambiado, esos días no se despegaran nunca de mí, porque son como lágrimas que se pronunciaran siempre en mi recuerdo.

No sé si soy mejor persona, pero sí sé que me alivia sentirme ligera.

Me doy cuenta que he aprendido a no enojarme.

Desde hace dos años pocas cosas me molestan. Y eso me hace más ligera. Mis pensamientos son frases sencillas, y al ser sencillas no me lastiman, no tienen esas aristas que tienen los pensamientos rebuscados que se entierran como las uñas, se clavan como un dolor imperceptible que al final resulta cansado, inútil. Antes así era. Y todo el tiempo me quejaba, me ponía triste, y también escribía, pero sobre todo porque me sentía hostigada por pensamientos tontos.

Ahora más bien me siento impregnada de recuerdos que surgen sin que me dé cuenta.

Las frases que subrayé en ese libro me siguen pareciendo maravillosas.

Me hice un ovillito y deseé quedarme así hasta el fin de los tiempos.

De pronto, sentada en mi cama, leyendo ese libro, el tiempo me tiene sin cuidado. El departamento adquiere un color anaranjado por eso de las seis, y de pronto vi que Rita, mi gata blancuzca, se me acercaba con cierto sigilo, como si le sorprendiera verme sentada con tanta quietud, nada de prisa, simplemente releyendo partes del libro. Alcé la mirada y la vi a través del espejo, me veía con asombro y sus pupilas estaban pequeñísimas en una fina línea negra, sus ojos eran más azules que las tapas del libro.

Vi mi cuarto y sentí que ese era el último momento en que veía mi cuarto tal como siempre ha estado. Sentí que ese cuarto nunca volvería a ser tan mío como hasta entonces. La transformación también avanzaría sobre mis cosas. Cada día irá mudando, hasta quedar vacío de mí, solo sin mí, ese cuarto que ahora comienza a terminar.

Y sentí la tristeza que acompaña todas las despedidas.

Rita saltó a la cama y se me acomodó en mis piernas. Me quedé con ella hasta quedar casi a oscuras. Me dieron ganas de llorar, pero mi propia felicidad se inclinó hacia mí con el ronroneo de Rita y estuve muy bien, pensando que nunca estamos del todo preparados para que terminen las cosas, cualquier cosa, incluso una tarde, una caricia, un libro.

miércoles, junio 04, 2008

Un sueño.

Otra vez voy en una bicicleta que al final se pierde en una torre de libros y libretas del fondo de cultura que yo me robaba. Por tomar varias de ellas olvidé la bicicleta, después la lluvia, la gente del metro saliendo y entrando, mi celular con imágenes de la infancia y los trenes abiertos a la mitad del camino bajando a las personas.

Creo que en estos silencios largos que hacen mis sueños caben mis recuerdos, vienen como parchecitos a las cosas rotas, como si todo pudiera pegarse a la vida con un poco de saliva, así van creciendo las huellas, las horas sin nombre, las bicis perdidas.

¿Por qué escribo sobre mis sueños como si escribiera con una hoja suelta sobre las rodillas?

¿Por qué?

No lo sé.

Hoy estaba con un amigo y me señaló que tenía una araña trepada en mi suéter.

Le di una especie de patadita con los dedos y salió volando.

Era una araña diminuta y negra como una pestaña de rimel.

Después no pasó nada, como siempre las cosas extraordinarias suceden de un minuto a otro y nadie presta la menor atención.

Todo sigue como si yo no hubiera echado a volar una araña.

Ahora.

Ahora estoy descalza y ahí están los días, empinados, sin sombras, pero asediando con su disfraz cotidiano, aquí no pasa nada, más calor que frío, aquí no pasa nada, me cuesta trabajo escribir así, a veces la pluma se va de un lado, a veces las hojas se rompen, miro la cortina de enfrente a la que le dediqué tres horas cosiendo el dobladillo a mano, esa cortina no se romperá como los silencios o las palabras, ese dobladillo esconde mi tiempo como a veces las tazas de café, la araña en el suéter, las cosas rotas que aparecen en mis sueños, eso que apunta a lo que termina y comienza y comienza a la vuelta de la esquina, a pie, no necesito ningún transporte para llegar.

Estoy segura que en algunos sueños no espero nada, pero en este sueño sólo quería robar páginas en blanco.