viernes, octubre 31, 2008

Pensamiento de una nube: los pájaros hacen cosquillas

Julio Cortázar


Pensamiento de ayer: quiero unas manos de Bernini para inventar otras caricias.

Además, especialmente hoy, tengo las manos más alargadas,
 tal vez por eso Bernini y los pájaros,
también tus ojos y la alergia de las flores.

viernes, octubre 24, 2008

En las intrucciones para lavar adecuadamente una prenda de autor anónimo, se olvida lo más importante: Una brevísima historia de las pelusas. Esto haría más comprensible la lista de sugerencias.


Vacíe los bolsillos.

Cepille las pelusas.

Coloque las prendas de punto al revés para evitar que hagan bolitas.

 

 

Las pelusas son pedacitos de ropa o cualquier otra cosa que contenga tejido, de ahí el famoso mito de las pelusas que salen de los ombligos. Las pelusas no nacen de los ombligos, pero sí son unos animalillos que caben hasta en el crecimiento de las uñas. Las pelusas habitan en los bolsillos y cualquier espacio pequeñito y caliente, aunque no se reproducen como los hongos, de ahí que no se les pueda clasificar en algún reino. Para la desgracia de estos seres se ha inventado una máquina quita pelusas que las atrapa y encierra en un contenedor para después tirarlas a la basura. Las pelusas de electrolux corren con mejor suerte al sugerirles a sus clientes que sólo cepillen las pelusas y que coloquen las prendas al revés para evitar que hagan bolitas.

 

Habría que hablar detenidamente de las mencionadas “bolitas”.

martes, octubre 21, 2008

La otra vez mientras ordenaba la cocina (me he vuelto fan(s) de la cocina) me acordé de un fragmento de 62/Modelo para armar, lo recordé como se recuerdan las novelas, como imágenes que hubiera visto y no leído, entonces lo busqué hace rato y ahora lo pongo aquí: “dónde guardaría Hélène el azúcar y los piyamas… (pero entonces Hélène no era tan, Hélène tenía frascos de sales de baño y toallas de colores preciosos) … el olor de un jabón violeta que resbalaba como una ardilla en la mano, y secarme con la toalla verde puesta por Hélène en el soporte de la izquierda así como mi ropa estaría a la izquierda del placard y seguramente yo dormiría a la izquierda de la cama”.

Lo recordé porque cuando leí este libro, y esta parte del libro hace tres años, estaba de viaje y me quedaba en casa de una amiga, Diana, y así de la misma manera en la que Celia observa a Hélène y se pregunta cómo será su vida en ese departamento en donde las cosas están dispuestas de cierta forma, con un orden, con la armonía que cada quien lleva y le impregna a sus objetos y que ella, Celia, sabe que algún día tendrá, cuando ella como Hélène tenga unas toallas y las disponga en un anaquel del baño y acomodará el cepillo de dientes del lado izquierdo, y los jabones tendrán que ser de un tamaño para las manos y para el cuerpo de otro como de diferentes tamaños son los lápices que colecciona… Esa era la misma sensación cuando veía a Diana acomodando un bote de basura que era del tamaño de una bolsa para sándwich, y después un salero blanco en medio de la mesa del comedor, una tetera pequeña de porcelana japonesa para el té… Diana estaba tan llena de esos detalles que me emocionaban igual que Celia con Hélène, y justamente eso que tenía olvidado regresó de pronto cuando pacientemente alisaba el alambrito que cierra la bolsa de las tortillas y que guardo junto con otros alambritos en un cajón del especiero que era de mi mamá Yuyis, y ese especiero, ese sillón, ese cuadro pequeño, ese mantel blanco, ese corcho, ese gatito rojo sobre el estéreo, esa cuchara de barro, eso que ahora está en mi casa y que por eso mismo puedo decir que es mi casa me regresan a Diana con sus vasitos de sake, con sus alambritos alisados, me regresan los detalles que quería de Diana y que me asombraban y que sin darme cuenta me apropié y ahora tengo en mi casa; no tengo un basurero miniatura, pero sí esa misma paciencia de poner el salero en el especiero, las servilletas, los platos hondos, los cubiertos, y en algunos detalles sé que está ese deseo que sentía cuando veía a Diana acomodar los trastes, me emociona tanto, quiero decir: me emociona mucho esta inauguración de rutinas y de cosas por hacer, que siempre han estado ahí pero que hoy me sorprenden porque son sólo mías, me emociona al grado de encontrarme con esta fuga de recuerdos en donde sé que Diana, aunque ahora no sepa en dónde está, me compartió esa parte de su vida cotidiana que yo sin darme cuenta aprehendí. Y ahora al escribirlos se vuelven un homenaje… un homenaje de lo cotidiano y de las cosas que quiero y me gustan y disfruto (buenos días a las cosas de aquí abajo)… buenas noches a las quesadillas con jocoque, buenas noches al vino tinto, a la música del i-pod, a la luz que está encendida en el baño, buenas noches vaso de agua, lápices de colores, sacapuntas, atril de madera…

Antes ya había escrito algo al respecto, pero desde el presente, ese presente de hace tres años y medio que encapsulé con detalles, señas y signos para que al leerlo de nuevo tuviera el recuerdo así:

 

¿Quieres cenar Yakitori? / Roppongi/ ¿Quieres caminar un poco para allá? / Roppongi/ ¿Quieres subir al último piso? /Roppongi/ ¿Quieres comprar algo?/ Roppongi/ Mira ese sumo/ Roppongi/ ¿Vas a dejar el libro ahí?/ Roppongi/ Pero nadie lo tomará/ Roppongi. Diana juega a contestar con puro “Roppongi”, pero no le sale, se ríe antes de hacerlo. Diana con sus pestañas caídas arrastra las palabras: Rrrrroooppongi… las arrastra como lo hace la voz del metro al anunciar la parada de Roppongi Hills.

Diana me cubre con su paraguas transparente.

Diana tiene la sombra de las gotas en su rostro.

 

 

jueves, octubre 16, 2008


Me vi con Ana y le estuve contando un montón de cosas que no vienen a cuento, pero al final sólo me dijo, “sí, ya sabemos que sos la guardiana de los nombres”. 

Esta es la tercera vez que me hace este comentario.

 

Sí, la guardiana de los nombres, que observa el mundo a través de un vasito de vino.

Y el vino se mece para arriba después para abajo y las cosas se mecen con el vino, se deforman, adquieren nuevos colores hasta que se toman en un trago. Lo único que queda por delante es el tiempo, moviendo las fichas como se mueve el vino y como se mueven las huellas de la memoria, una ficha del dominó que tiembla antes de caer y anuncia el instante vivo, aquí ya no flota el presente, ese presente que amarraba con tanta necesidad a las palabras ha comenzado a soltar los nudos, hasta los más pequeños y complicados. Red, blue, ¿de qué color pinta el amarillo? Nudos, tiempo, vino, guardiana de los nombres.

 

Bien. Estoy agripada, pero eso no me quita el ánimo, de hecho, creo que casi nada me lo quita. Ahora lo cotidiano se inaugura, se abre como seguramente sólo las piedras deformes del barroco se abrían sobre la fachadas. Ahora, qué bien decir “ahora”, ahora la fachada, la cara que aparece en el espejo de hoy me recuerda a Rhoda cuando dice:

Comienzo a soñar con un lenguaje ingenuo como el que emplean los amantes, hecho de palabras cortadas, desarticuladas, somos herederos de continuar esas rupturas.

 

A Rhoda habría que decirle que vamos suturando ese lenguaje ingenuo, está lleno de pequeñas aberturas, sí, rupturas pero rupturas por donde se puede salir todo lo que configura el sentido hasta quedar sin nombres, sin guardianes.

miércoles, octubre 08, 2008

Primer día en mi nuevo hogar. Me gusta la palabra “hogar” porque me hace recordar el cuento de Grischa, tal vez porque todo parece esa palabra que grita el niño al final del día cuando no puede dormir: ¡fogón!

Todas las nuevas impresiones se juntan en su cabeza y le queman, si le preguntaran a Grischa qué es lo que le quema, no sabría decir si es el cristalito que brillaba en el suelo, o si es la naranja, o si son los caballos sin nomenclatura que el confundió con enormes perros. Me pasa un poco lo mismo, las cosas adquieren nuevos nombres, la rutina ha girado unos cuántos grados y me tiene en ese mismo borde, no sé si el bienestar me está quemando por las noches como a Grischa, sólo sé que cuando termina el día me siento inquieta y no puedo dormir, de alguna manera esta semana, esta primera semana, aprieta lo cotidiano a lo desconocido, y me sorprende, esos caballos sin nombre que pasan por mi mente cuando llego a mi hogar se agitan apenas abro la puerta y todo está quieto, la oscuridad está en los objetos, y me siento en casa.

Anubis espera en un sillón a que prenda la luz y sus ojos brillen, ese instante también me quema por las noches. No es tanto felicidad lo que siento, me abruma a veces la palabra felicidad, creo que se trata de un humor, un aliento que me hace sentir tan bien, que no es necesaria la agitación arrebatadora de la felicidad, está cercana, pero mucho más tranquila, me siento tranquila, me siento a la medida de las cosas; los cuadros, las cajitas pequeñas, el atril, los libreros, todo se mezcla con el otro mundo, con el otro aroma de la casa, con el otro. Somos como mundos, y eso es lo que se mezcla cuando uno decide juntarse, y ahora es como si lo que me empujara en cada momento fuera un equilibrio de las horas, un equilibro incluso cuando acomodo libros, cucharitas, pequeños adornitos, las circunstancias son como un bailecito agradable, un, dos, un dos tres, un, dos… la realidad por fin ha dado de sí otro semblante, un, dos, ese lado se acomoda fácilmente a la vida.

Ahora unas palabras que anoté ayer de la cátedra:

la huella, la sombra

la figura es una pausa

el silencio imposible

Creo que todo esto me hará engordar, quiero decir, sólo un poco, así pasa cuando uno está bien.

 

Ayer festejé en la cantina, que ahora me queda más cerca que nunca, y me sentía tan bien, pero en serio tan bien que hubiera jurado no sentirme de esta manera desde que era niña y la canción de hacer burbujas de amor por donde sea me emocionaba y me hacía bailar y cantar sin tener preocupación de nada, así fue ayer, de esta misma manera. Recordarlo me emociona harto.