miércoles, marzo 26, 2014


Conocer a alguien que se murió en 1949 a través de libros es complicado, en realidad creemos que conocemos a esa persona.
Conocí a Orozco en cuarto de primaria a través de una imagen de Miguel Hidalgo que aparecía en la portada del libro de Historia.
Después lo volví a conocer en un curso de historia del arte contemporáneo con Renato González Mello.
Y después conocí otro Orozco cuando entrevisté a su hija Lucrecia en Guadalajara.
El Orozco del que quiero hablar hoy es uno que se aleja de la explicaciones, porque todas son aburridas.



sábado, marzo 22, 2014

¿Señora o señorita?

Lo que se dice recibir la primavera en el centro histórico de color azul, rojo y después azul violeta como el grupo del noventa.
Estatus:
Cajas de cartón, cada vez menos.
Cuadros por desempacar: todos.
Hay una hora en la que la luz hace el silencio en la calle. A través del pellón blanco y sus imanes al principio es como si fuera nublado, luego comienza a aparecer el cielo.  Enfrente de mí hay una enorme ventana que me niego a tapar por completo porque hay algo allá afuera que me llama a mirar.
¿Qué estás mirando?
Los edificios y la frase:
Hotel
Congreso
Garage.

Las personas en el centro cargan cosas. Si paso un rato viendo por la ventana todos están cargando alguna bolsa, llevan cosas pesadas o de plano pasan con diablitos repletos de cajas.

El centro tiene muchos vagabundos.
Vagos dormidos, vagos ahogados de borrachos, vagos lectores, vagos que también cargan cosas, como cajas de cartón. Vagos que son vieneviene. Vagos que te dicen que las fotos a los balcones cuestan 5 pesos y te siguen toda una cuadra para cobrarte.

También tiene sus loquitos, sus personas extrañas como un señor en patines jalado por dos perros dobermans, sus neuróticos, sus viejitos que piden dinero.

Tiene muchos policías.
Policías que pasean, policías que comen tacos, policías preparados para recibir manifestaciones que se esconden detrás de sus enormes escudos de granadero.
Y algunos otros que no hacen nada en particular.

Tiene mercado ambulante con todo tipo de productos.
Pasan camionetas con altavoces que venden plátanos a 10 pesos.
Piñas a 10 pesos.
Bolsa de guayabas, 10 pesos.
Bolsa de tres alcachofas, 10 pesos.
Papel higiénico de cuatro rollos, también a 10 pesos.


Estoy descubriendo esta vida cotidiana que parece salida de una novela de Bolaño.
La Alameda sin librería de Cristal, 5 de mayo, librerías de viejo y fotografía infantil Ariel (no tiene sucursales). República de Cuba, Allende, el otro lado del río, Where the Wilde Things Are…  sus bares y tiendas de cajas fuertes que pesan 10 toneladas en donde el tiempo se colapsó y el mundo aún parece escribirse en máquinas de escribir Olivetti de color azul celeste.


lunes, marzo 17, 2014

Fue complicado.
Me duele el hombro derecho, en la punta de mi hombro está toda la tristeza del día.
¿Cómo cierras un ciclo de vida tomando tus objetos, subiéndolos a un camión y llevándolos a otro sitio?
La mudanza me asombra.
Me asombra que podamos mudar.
Que una cosa que parecía inmutable e imperecedera de pronto se desvanezca… como la maldita frase de Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire.
Esto que era ya no es.
Es de otra manera pero ya nunca esa sala con ese tapete, con esos cuadros, con esa ventana. Otra cosa, quizá el mismo tapete pero en otro sitio, quizá la misma sala pero en otra habitación, y esas cosas ya no son las mismas como yo, yo soy y no soy, aunque suene redundante mencionarlo, mudar es redundante, es quitar algo y volver a ser.
Mudar tiene pegada la esperanza de poder ser otra persona, de reconfigurarnos a nosotros mismos en la medida en la que vamos generando nuestro espacio en otro lugar.
Mudar también tiene ese pedazo de volver a ver quién eres porque hay que revisar papeles, objetos, ropa, qué sirve, qué de todo esto que está a mi alrededor vale la pena guardar y llevar y no más bien tirar a la basura.
¿Quién soy y quién era?
Un afiche de París, Tournée du chat noir, un marco de madera.
Recuerdo que la primera vez que fui a París fue en diciembre del 2001. Compré un afiche en la orilla del Sena. Llegué a México y lo enmarqué y colgué en mi cuarto.
Esta semana lo desempolvé de algún lugar de mi closet, lo observé y me dieron ganas de tirarlo a la basura, de pronto no tenía ningún valor, me pareció un afiche convencional, sé por qué lo compré, sé que me gustaba saber que lo había comprado en el Sena. Pero no es suficiente para conservarlo, de cualquier forma lo envolví y lo mudé. No tengo un espacio pensado para ese gato negro pero de alguna forma sentí que si lo tiraba olvidaría por completo su existencia y lo que representa, que fui, que me gustó, que lo enmarqué y que al final ya no me importa, no lo cuelgo pero sé que esa que era en 2001 ya no soy.
¿Cómo hacen su mudanza los recuerdos?
Un pepinillo de tela del tamaño de un dedo gordo.
Mi gata Persia enloquece con ese pepinillo.
Hoy lo tengo enfrente de mí, encima de un reloj de arena. La carita feliz del pepinillo me observa mientras escribo todo esto. Si ese pepinillo está ahí es porque Persia no está conmigo.
Estar a solas es extraño.
Es como conversar en voz baja todo el tiempo.
¿Qué están haciendo los otros mientras yo estoy aquí y nadie me ve?
Mientras pienso qué hacen y escribo que estoy a solas y me hago un pequeño masaje en mi hombro y un pepinillo me observa.