miércoles, diciembre 24, 2014

Frío de lluvia más que de invierno.
Me gusta el sonido que hacen los carros al pasar por el asfalto mojado, una especie de shhhhhhh constante.
Hay un silencio que deja escuchar el sonido de todas las iglesias, desde catedral hasta Santa Domingo, y pareciera que las campanadas retumban en cualquier punto cardinal. Sí, tal como lo describió Humboldt en esa otra ciudad.
Todo está cerrado y hace frío.
Quisiera quedarme inmóvil.
Aunque alguien me dijo que soy una mujer que sabe volar, como el verso de Girondo.
A veces no es necesario abrir la ventana para volar.
Uno vuela aquí.
Con el dedo índice tocando el corazón.
Quisiera quedarme tomando sorbos de té frente a la ventana.
Estoy sentada viendo hacia el sur.
Ocupando mi librero de la ventana como escritorio y sentada en el banco pequeño que uso para alcanzar cosas de la parte más alta del closet.
No quiero ir al sur.
No quiero de verdad.
Usaré una pregunta de un diálogo que no es mío: ¿está mal?
Escucho In Europe de Moondog. Un disco de 1978. Me lo envió Grace.
Tiene el mood perfecto para este día y se lo agradezco enormemente.
Me imagino a alguien bailando un ballet muy mecanizado como si se tratara de un títere, como si perteneciera a la película de Casanova de Fellini.
Y este es el disco que está inundando todo mi estudio.
Siento que el tiempo estará detenido mientras siga escribiendo aquí y Moondog suene y el sol no salga, y las nubes blancas y negras sigan rodeando el horizonte.
Sí, el tiempo se detiene a veces. Como se detienen los sonidos.
Se detiene el paso de los carros y se detiene el calentador que calienta el agua.
Siento el frío colarse por la ventana y me enfría las manos al escribir.
Ese airecito helado colándose, este té caliente, este track de Moondog, este silencio de mañana de invierno y navidad, mis pies recargados en el banquito, esto es, un respiro de vida plena, sólo mío.

Quiero decirme algo en secreto: esto es un pedazo de felicidad que no cambiaría por nada.

viernes, diciembre 19, 2014

León. Guanajuato. México

Una broma personal con M. agregaba “América, Planeta Tierra, Sistema Solar”.
Fui a León la semana pasada. Con Maritza. Con la mejor constante de León.
En este viaje lo más importante, además de visitar a la familia, de regalar Barba Azul, de leer noticias sobre Cortázar, de comprar cereales en el H.E.B., fue ser heredera de la vajilla de mamá Chagüita. 
Mi mamá Chagüita, of course.
Una vajilla muy hermosa de vidrio, comprada en Salinas y Rocha hace muchos, muchísimo años.
Empacada en periódico y servilleta y bolsa de plástico. 
Lentamente, muy lentamente la he ido desempacando.
Lo primero que saqué fueron las tazas, luego los platos pequeños. Y hoy, aún no, pero hoy, quiero desempacar la azucarera. Si desempacara todo de golpe es como tener todos los regalos al mismo tiempo. 
Y no quiero, no quiero develar todo el misterio de golpe.
Me gusta disfrutar el desembalaje.
Porque mientras lo hago imagino la historia que hay detrás de esta vajilla que ha permanecido guardada durante décadas. Sé que soy heredera no de la vajilla, sino de la historia que guarda la vajilla, soy la que hablará de esta taza que fue comprada en Salinas y Rocha en el centro de la ciudad, a muy pocas cuadras de donde vivo, y que viajaría a otro estado, pero después de más de cuarenta años regresaría.
¿Cuántas cosas guardan las personas? 
Objetos que están ahí, intactas dentro de un mueble, viendo el tiempo pasar y de pronto, plop, se abre la puerta y son removidas y son envueltas y regaladas al presente. De pronto ya están lavadas y están en el uso cotidiano, como si el tiempo no hubiera existido. 
Una taza con té. 
Una taza que no se había ocupado en años, el objeto no lo sabe, pero han pasado décadas. 
He nacido y crecido y la tengo en mis manos.
Pero si naciste ayer, amada mía, naciste ayer y ya tienes arrugas, dice Pedro Casariego.
Nací ayer y ya tengo una vajilla. Ya tengo un objeto que no quiero guardar en un mueble.
¿Y si se te rompe, y si se te despostilla?
Y sí… esa es la vida de las cosas, usarse, servir y romperse. 
No quiero que se rompa, pero quiero que el tiempo escriba nuevas historias en una vajilla de vidrio color sepia que guarda una ficción muda o una verdad que sólo mamá Chagüita podría contar, pero ya no está aquí para hacerlo, hay que inventar todo de nuevo.
Hay que nombrar esos platos, esas tazas, esa azucarera, esa cremera, hay que insertarlas en un contexto nuevo porque otra vez están en el mundo. 

¡Gracias por mi vajilla! - Eso dije, lo dije, en realidad, con muchos más signos de admiración.
Pero tiene que quedar escrito. 
Gracias porque me llena de alegría. Porque genera una nueva atmósfera en uno de mis lugares favoritos: la cocina.

jueves, diciembre 18, 2014

De cómo se puede recordar la adolescencia en diferentes momentos del día

Antes.
Cuando vivía en casa de mi mamá el espacio que ocupaba se limitaba a mi cuarto.
Escribía en mi escritorio, dentro de mi recámara. Pero muchas veces llevaba mi laptop Toshiba a la cama. Era una laptop enorme, pesada, con la pantalla del Word en color azul brillante. Me quedaba largo rato escribiendo hasta que me calentaba las piernas y el calor se volvía insoportable, quemaba. Esa laptop siempre la tenía conectada a la corriente, no sabía que de esa forma mataba lentamente la batería. A veces después de mucho rato de escribir, por las madrugadas sobre todo, me daba sueño y ya no me levantaba sólo la acomodaba en un lado de la cama y ahí se quedaba hasta el día siguiente. Mi cama era individual. Era mi cuna.
Recuerdo que me gustaba acostarme en las tardes. Ver la luz entrar en mi cuarto, una luz de atardecer que dejaba caer luces de arcoíris porque tenía colgada una bolita de cristal en la ventana que lograba hacer ese efecto. Me parecía hermoso tener manchas de arcoíris a esa hora de la tarde. Me quedaba largo rato tomando la siesta y siempre en medio de la modorra pensaba en cosas, pensaba en lo que sentía. Justo como ahora. Recuerdo que no la pasaba bien, sentía que todo era absurdo. ¿Qué sentido tenía estudiar historia? ¿Para qué? ¿Por qué había decidido estudiar esa carrera que tenía más materias aburridas que interesantes?
Ya no recordaba estas preguntas pero me las hacía con frecuencia. Hoy sé que tenía que estudiar Historia para ser esta Idalia. Me buscaba a mí misma sin darme cuenta, estaba buscando mi destino sin buscarme a mí, ¿quién soy? Esa era la pregunta que eludía. 


Después.
Acabo de decidir que quiero escribir acostada en mi cama. Es cómodo. Estoy ya con la piyama puesta y con la computadora encima de mis piernas. Pavlova está echada como si fuera persona, alargada y con la cabeza apoyada en una pata.
El atardecer pasó hace varias horas.
Tengo un pliego de cortina cerrado y otro recogido, abierto, desde aquí veo cómo la luz del elevador de los carros del estacionamiento de enfrente sube y baja.
Trabajo usualmente hasta el atardecer. 
Hoy vi los últimos rayos del sol mientras cruzaba por el monumento a la Revolución y por cuarta vez consecutiva me detuve a tomar una foto. Un avión había pasado dejando una raya en vertical detrás del monumento. 
Sentí nostalgia de aquellas tardes de Plazuela de los Reyes, en donde nada había ocurrido, en donde todo estaba por ocurrir y ni siquiera lo podía imaginar.
Sé lo que eres, dijo Píndaro. Todavía no sabía.
Pero sabía que no lo sabía, estaba consciente de mi ignorancia y eso me frustraba. 
Eso es ser adolescente no ser nada aún y estar consciente de esa nulidad.


Ahora.
Vivo sola, puedo escribir en cualquier parte. Pero no lo hago. Ahora que podría quedarme horas en el comedor, en la sala, en el estudio o en el librero que está frente a la ventana, no lo hago. 
Lo hago a ratos. Por episodios. Por las mañanas. 
En las noches estoy agotada y pierdo mi tiempo viendo tonterías en internet o directo en mi celular. 
Cuando por fin los deseos adolescentes de libertad se cumplen, esa libertad está posicionada en otra parte de los valores personales, así que ya no hay nada que irrumpir, nada que se pueda combatir, ningún horario que cumplir. Y de pronto todo el espacio se puede ocupar: ahora quiero pegar esta cinta rosa en el piso de mi baño, ahora quiero usar el pisapapeles de Kafka como objeto que detenga la puerta, ahora quiero poner este pin de Viena en la cortina, ahora quiero colocar este imán en el boiler, ahora quiero colocar mis fotos en el piano, ahora quiero escuchar música directo de mi mac y no del iPod. Ahora quiero dormirme con un frasquito de lavanda abierto cerca de mi cama. Ahora quiero escuchar la escena I de Michael Galasso. Es la escena uno, pero me gusta pensar que es la Escena i, de Idalia o para Idalia. Quiero escucharla una y otra y otra y otra vez. 

martes, diciembre 16, 2014

Baños Marbella

Belisario Domínguez 40. Centro.
Ayer no tuve gas en mi casa. No podía cocinar ni bañarme. Y diciembre tiene los tinacos fríos. Así que no era opción bañarme con agua helada.
Le escribí a mi vecino Oscar.
Oscar además de ser mi vecino se dedica a lo mismo que yo: da clases de literatura y escribe para público infantil y juvenil.
Oscar me cae bien, tenemos un chat a través de Facebook. No tengo su whatsapp, así que a veces no es muy fluida la comunicación.
Le pregunté si tenía gas. 
Y me dijo que no. Que había tenido que bañarse como princesa maya: a jicarazos.
Yo no me bañé como princesa, sino como vaquero porque acababa de llegar de correr y realmente necesitaba el baño.
Medio sobreviví porque mi cafetera es eléctrica y pude calentar agua ahí.
Hoy me desperté y estuve más de diez minutos tratando de prender el boiler: nada.
No había gas.
Recordé que a la vuelta de mi casa vi unos baños públicos frente a la papelería en la que me sacan copias para mis alumnos. Y me acuerdo que pensé qué raro que existan todavía estos baños públicos: ¿quién frecuenta esos lugares?, ¿qué se hace ahí?, ¿es un lugar para ir a meterte con alguien?, ¿van los indigentes y las prostitutas?, ¿qué sucede en esos baños públicos?
Después de un rato de comprobar cerillo tras cerillo que no había gas, pensé en los baños públicos.
Hice una pequeña maletita: jabón, shampoo, toalla para el cuerpo, toalla para el cabello, crema corporal, cepillo de dientes, pasta y sandalias.
Y me fui a los Baños Marbella. 
Es a la vuelta de mi casa, sobre la calle del Metrobus.
Cuando iba recordé a Vila-Matas, que bajaba de su buhardilla para ir a bañarse a un baño público, porque no tenía en dónde bañarse, así que lo hacía una vez a la semana. 
¿Cuántas veces me bañaría si no tuviera baño? Quizá sí, una vez a la semana suena correcto y los demás días baños de princesa maya.

Entré y vi un pizarrón en donde se muestran los precios:

Regadera individual: 55
Baño Turco: 70.
Vapor: 80.
Masaje: 150.

¿Cuál es la diferencia entre el baño turco y el vapor?
No pregunté, me dio pena preguntar, de esas penas estúpidas que después digo pues qué.
Pedí la regadera individual. La señora que atiende se me quedó viendo esperando el dinero.
Le di un billete y me pidió cambio.
No traía cambio.
Se me quedó viendo de nuevo, con cara de tú no eres de aquí.
Soy una impostora, quería decirle eso: soy una impostora, pero de verdad necesito ese baño porque no tengo gas en mi casa y no quiero otro baño vaquero.
Le dije: Es la primera vez que vengo, ¿cómo es el asunto?
Sólo se te da el servicio de toalla, sube al tercer piso y da tu ticket.
"El servicio de toalla" whatever that means.
En la estantería en donde me atendió vendían: shampoo vanart en bolsa individual, jabón, cepillo, etc.
Ok.
Subí al tercer piso.
Todo el lugar es de azulejos azules y en cada piso estaba la cara de Santa Claus hecho de fomi, con brillitos en la barba y con los ojos viendo a un lado.
Llegué al tercer piso. 
Sí que es viejo el lugar: techos altos, muebles con orillas de aluminio color plata, pizarrones con letritas que entran a presión y hombres viejos, uniformados como si fueran enfermeros.
Di mi ticket y uno de ellos me llevó a mi regadera individual.
No hay separación de géneros en las regaderas. Es un pasillo larguísimo.
La regadera individual es un camarote o pequeña celda de prisión o de sanatorio de película.
Antes de entrar a la regadera hay un pequeño lobby, muy pequeño, es en verdad una especie de celda.
El enfermero llevó las toallas y unas telas tipo sábana pero del tamaño de una toalla que tienen escrito en cursiva: Baños Marbella. Las toallas raídas de punta a punta y viejas, viejas, viejas, muy viejas.
En el camarote hay una especie de diván café, igual de viejo que las toallas y el lugar y los hombres que atienden. El enfermero envolvió el diván con la sábana y luego encima puso la toalla y en el piso acomodó la otra pequeña sábana. Todo en rápidos movimientos, exactos y perfectos, como quien lleva toda la vida haciendo esa operación. Después salió rápidamente sin verme a los ojos. Me metí y cerré mi camarote. Me quedé sentada un momento. Alguien más se bañaba en el camarote de junto.
Frente a mí un lavabo y un espejo.
Saqué mi celular para hacer check in en Foursquare.
Aparece como “Spa Marbella”.
Realmente es un spa, supongo que cualquier lugar con baño turco y vapor es un spa con todas las de la ley.
Ningún comentario.
Inspeccioné la regadera. Una regadera vieja, con llaves rojas como válvulas de paso. A un lado una banca hecha del mismo azulejo, como para sentarte y dejar que al agua caiga encima.
El piso estaba mojado. Alguien ya se había bañado antes que yo.
Es un lugar viejo pero no sucio.
Me metí a bañar. Puse mi shampoo sobre la banca.
Ningún contratiempo.
Qué raro es ir a hacer lo más privado a un lugar que es público.
No es como ir a clases de natación en donde hay regaderas y un vestidor común.
No. Es ir a usar un baño. A bañarse. No hay escusado, sólo regadera.
¿Quién viene a estos lugares?
¿Quién paga 55 pesos y viene a bañarse, rasurarse o sentarse en la banca a que le caiga agua caliente?
No es tan barato si pienso que pago 70 pesos de gas y me baño todo el mes en mi casa.
La pregunta en realidad es ¿quién venía?
¿Una clase media que tenía ganas de meterse al vapor?
Estos gustos ya no están vigentes o desaparecieron o se convirtieron en otra cosa.
¿Qué podría reemplazar al baño público? ¿Fue reemplazado? O quizá simplemente fue un gusto que caducó, pero por qué. ¿Por qué si seguimos yendo a las cafeterías porque ya no al baño público?
Hoy es martes, tampoco es el mejor día para saber cuál es la vida cotidiana del baño.
Estar ahí es literalmente realizar una actividad del pasado, humear un gusto ajeno, ser impostora de una época que no me tocó vivir.
Soy una impostora de este lugar. Eso pensaba mientras me bañaba.
Fuiste a tomar fotos, me dijo María Fernanda cuando le envié una foto de las llaves.
Sí, algo hay de eso. Fui como turista, aprovechando que no tenía gas. Hubiera ido de cualquier forma, pero no se me habría ocurrido o me hubiera dado flojera. Al final es más cómodo bañarse en casa. ¿Por qué tendría que ir al baño público? Quizá por el vapor o el masaje, ¿cuál es el plus que ofrece el baño público? Ninguno. Uno se baña y ya.
La gente, o más bien las personas que conozco, mi familia, mi grupo de amistades, no va a los baños públicos. No es que hayan dejado de ir, no, simplemente no van, no hay un tema de conversación sobre los baños públicos. No es algo común.
De hecho no recuerdo baños en el sur de la ciudad.
No van indigentes ni prostitutas ni es un lugar de la perdición. A veces es muy naif pensar que porque es un baño tiene que estar ligado a algo que atenta contra la intimidad.
Me bañé ahí con cuatro hombres vestidos de enfermeros cuidando mi camarote. Nada me pasó. Salí y me quedé con la duda si se les deja una propina. ¿Se da propina en estos lugares?
Acabo de googlear “Baños Marbella” y sale un foro gay en donde preguntan qué tal están los masajes en el los Baños Marbella. Supongo que esa es otra experiencia.
¿Estuve en unos baños gay y no me di cuenta?  ¿Cuál es el target de los Baños Marbella?
¿Regresaría a los Baños Marbella?
Claro que sí. Ahora quiero el baño turco.

jueves, diciembre 11, 2014




¿Hacer el amor o coger? ¿Besar o lamer? ¿Dar o penetrar?
¿Tocar o masturbar?
¿Cómo escogemos las palabras para definir aquello
que quiere nombrar nuestro deseo? Alguna vez Julio Cortá-
zar escribió sobre lo difícil (o casi imposible) que es escribir
cuento erótico en español, porque las palabras no son tan
mansas, tan dóciles como en francés o como en inglés: no es
lo mismo leer a Henry Miller en su lengua original que leerlo
en la traducción al castellano, como si algo del erotismo se
esfumara al cambiarlo de idioma.
Lo que tenemos aquí es aquello que no necesita narración
ni traducción: hacer el amor con botas, con los ojos
abiertos, cerrados, con medias y tacones, con los calcetines
puestos, entre los arbustos, en la cama, en el piso, en el comedor,
mimetizándonos entre la colcha y la desnudez, entre
el acto sexual y la naturaleza.
¿Cuál es el objeto de nuestro deseo? ¿En dónde lo encontramos?
¿Qué historia del deseo en imágenes no contamos
a nosotros mismos? 

Así comienza la introducción que escribí para el Calendario Erótico
2015. Gracias a la invitación de mi querida amiga Abril Castillo.
Se estará vendiendo en librerías y puestos de periódicos.
¡Vayan por él!

miércoles, diciembre 10, 2014

Cambios mínimos de la rutina.

Descubrir el camino más corto a casa.
El camino más corto es el más peligroso. Hay que cruzar por la Guerrero, toda la calle de Violeta hasta que se convierte en República de Perú. Estas calles ya están marcadas en mi frontera imaginaria como zona de inseguridad.
Pero quiero conocer todos los caminos que llevan a casa.
A mi casa.
En la Glorieta del monumento a Simón Bolívar se congregan los peseros. Ahí hay una ciclopista rodeando toda la glorieta pero está ocupada por los choferes y las personas que atienden los itinerarios.
También hay hombres tirados que no dejan de llevarse la mano cerrada a la nariz.
En esa parte el olor del thinner es más fuerte que en otras zonas.
Los chemos, que no necesariamente son homeless, están tirados.
Sé que no son vagabundos porque no tienen nada consigo. Los vagabundos son como caracoles que cargan bolsas o cajas o algún tipo de objeto que representa su lazo con el mundo. Pero estas personas no, están echadas a la calle sin nada más que su ropa, y eso a veces.
Una mujer gorda se desparrama entre la banqueta y la ciclopista.
¿Cuándo se sabe que estas personas simplemente se mueren? ¿O los chemos no mueren nunca? ¿Quién recoge esos cuerpos de la calle?
Adiós guapa, me grita un tipo que se asoma desde un autobús de pasajeros.
Hay estacionados camiones y camiones de pasajeros que a las seis y media de la tarde salen.
No sé a dónde parten, pero están gritando que ya se van. Y suben mercancía de lo más variada: paquetes de vasos de plástico, paquetes de velas, telas, cosas que no entiendo qué son pero que llevan a granel.
Yo voy a toda velocidad.
Pero el semáforo más largo de la historia es el que cruza el Eje Central, Lázaro Cárdenas, San Juan de Letrán, antes Niño perdido.
Aunque quiera cruzar lo más rápido que pueda, no es posible. Hay miles de carros y debo esperar el semáforo. A veces no me gusta ni lo que veo, ni la calle, ni los comerciantes aunque sean inofensivos.
Pienso que si ese fuera un camino cotidiano alguien me identificaría y no tardarían en bajarme de la bici y robarme.
El camino largo es el Monumento a la Revolución, ahí hay malabaristas a las seis; luces de invierno; ley.
Cuando manejo la ecobici no escucho música. Cuando estoy en la bicicleta hay que ser como un venado, atenta a los sentidos y no a los pensamientos.

(En este momento estoy escuchando el soundtrack de The Royal Tenenbaums.

Eso también es un cambio de rutina.)