domingo, diciembre 27, 2015

Lassie vuelve a casa

1.
En la navidad de 1990 mi tía Queta me regaló la novela de Eric Knight, Lassie vuelve a casa
La novela de 223 cuartillas estuvo conmigo esa Navidad y el resto de mi infancia.
Nunca la leí. Al principio por imposibilidad: tenía seis años. 
En la cuarta de forro viene la edad para la que está dirigida esta novela: de 9 a 12 años. Y lo acompaña un texto que describe la colección: "Para los que se atreven ya con lecturas más complicadas y largas".
Abro mi libro de pastas duras y encuentro trazos con un crayón que atraviesa la página de un lado a otro. Esos rayones rojos y negros hablan de la edad que tenía, de mi primer acercamiento al libro, de la incapacidad de leerlo pero de la posibilidad de interactuar con él aunque fuera rayándolo.
Más tarde, cuando tuve la edad suficiente para leer la novela había dejado de interesarme. 
Quería leer otras novelas.




2.
Lassie estuvo precedida por una película y una serie. 
Liz Taylor fue una de las niñas que salió en la película de 1943 encarnando el personaje de Priscilla, la nieta del Duque que compra a Lassie y que deja escapar a la perra cuando están en Escocia. En 2005 hubo un último remake de esta historia. No sólo eso, el nombre de Lassie encarnó la raza. Recuerdo que durante años cuando veía un perro ovejero le decía Lassie antes de pensar en el perro ovejero o collie.
En su momento, cuando pude leer la novela, no me implicó ningún reto porque la historia ya tenía una imagen en mi memoria.
A los seis años ya sabía la anécdota: Una perra es vendida a un Duque y éste se la lleva al norte de Escocia. La perra tiene el instinto de volver con su amo, Joe, un niño de 12 años a quien espera todos los días a las cuatro de la tarde a la salida del colegio.
¿Cuántas personas habrán leído el libro de Knight en 1990? La literatura infantil y juvenil al menos en su aspecto de libro álbum comenzaba a tener su primer boom en el Fondo de Cultura Económica. Pero Lassie era una novela que implicaba un lector más profesional. 
No es una lectura sencilla.



3.
Sam Carraclough es el dueño de Lassie. Sam es padre de Joe Carraclough, un niño de 12 años que vive en Greenall Bridge un pueblo perteneciente al condado de Yorkshire.
En ninguna de mis etapas lectoras de niña hubiera podido leer correctamente el apellido de Carraclough
El inglés y yo hemos tenido una relación complicada de pronunciación. Pero sobre todo se me complica la pronunciación de los nombres. Qué otra cosa puede desanimar la lectura de un niño que encontrarse con una serie de palabras que no puede apropiarse con su propio vocabulario.
Este libro está lleno de nombres y localidades escritas en ese inglés superior del condado de Yorkshire. 
No que esté mal, simplemente me doy cuenta que aún si hubiera tenido el brío de lanzarme a la lectura no lo hubiera logrado.


4.
El mapa del Reino Unido en donde se dibuja el camino que Lassie recorre para volver a casa era la única página que visitaba cada que abría el libro. Ahí estaba la carita de la collie en el lugar de una rosa de los vientos. Lassie tenía que caminar hacia el sur para encontrar su hogar.
El mapa de mi vida desde que tuve este libro hasta el día de hoy comienza con un pequeño librero de caoba oscuro de cuando vivía en Portales, después, a los quince años me mudé a Los Reyes y ahí estuvo en un librero de madera que tenía en su parte superior un estante para libros altos. A los veintitrés me mudé a Caballo Calco y ahí vivió en algún librero del estudio junto con otros libros de literatura infantil que fui comprando. Y hace dos años terminó en un librero rosa que tengo en mi comedor en la calle de Allende, en el centro de la ciudad.
Si quisiera regresar al primer hogar, como Lassie, tendría que caminar hacia el sur.  




5.
Hace un mes estaba en el comedor de mi casa con Vicky.
Tenemos este hermoso ritual de tomar cerveza y vaporizar. Vicky ha visto cientos de veces el librero del comedor y de alguna manera siempre termina eligiendo un libro y leyéndome fragmentos. A veces sólo se queda mirando los libros y me pregunta por la historia de alguno. Si lo he leído, si no lo he leído, por qué tengo ese libro, cómo llegó a mis manos. A veces tiene una historia larga o alguna anécdota, otras veces no. Fue esa noche cuando Lassie vuelve a casa volvió a mis manos. Esculcamos el libro. Observamos el mapa. Leímos la dedicatoria y nos dimos cuenta que 2015 era el año en el que se cumplían 25 años de aquella Navidad.
25 años también sin leer esa novela. 



6.
No puedo seguir teniendo este libro sin leerlo. Sobre todo porque durante varios años, cuando aún era niña, tenía el deseo de leer la novela pero me sabía incapaz; su letra pequeña y su falta de imágenes me decían que sería una novela que tardaría años en leer o que quizá cuando comenzara a leerla no le entendería. Es sin duda alguna la primera novela que tuve en mi librero y que aguardaba el día en que pudiera leerla, de la misma forma que aguardaron otros autores y que cuando era adolescente me reconocía poco apta para leerlos. Pero Lassie fue olvidada y cuando regresaba a mis manos, cuando la empacaba con otros libros y cuando la colocaba de nuevo en un librero sólo tenía el recuerdo de aquella Navidad en la que fue un regalo un poco inútil. Era muy chica para recibir un libro que tuviera más de cien cuartillas.



7.
Hace dos semanas comencé a leer la novela. 
Ayer después de las doce de la noche terminé de leerla. Me dieron ganas de aventarla y que se estrellara contra la pared. Sólo por el gusto de que tuviera un final más dramático.
La niña de seis años que recibió esa novela nunca hubiera podido imaginar la lectura que hice de la novela.
Mi cuarto con dos luces prendidas, la lámpara de pie y el foco de la recámara. Mozart en un loop infinito. Pavlova recostada a mi lado. Yo leyendo Lassie con la lectura pervertida de una editora; encontrando callejones y viudas en la caja de texto. Midiendo las viñetas y pensando en cómo hubiera resuelto la cuarta de forro.
Le escribí un mensajito a Vicky: Terminé Lassie.
Vicky respondió: ¿Y del 1 al 10 cuánto?



8.
Supongo que la nostalgia y 25 años en la estantería aumenta los puntos. 
En la historia de mis lecturas antes de Lassie fue Flush y antes de Flush fue Kashtanka. 
Kashtanka es un cuento de Chéjov publicado en 1887, Flush es una novela de Virginia Woolf publicada en 1933 y Lassie come-home fue publicada en 1940. 
Adoro estas narraciones en tercera persona en donde el personaje principal es un perro. 
La historia de Lassie siempre es de pérdida porque regresar al hogar involucra perder la posibilidad de otros hogares. 
Lassie, Flush, Kashtanka son la esperanza que se vuelve realidad: volver a casa; recuperar lo perdido; el restablecimiento del orden; el triunfo de la rutina.
Pero será un retorno que hace la diferencia. Porque aunque todo parezca igual existe un cambio.
Lassie vuelve a casa pero no vuelve a la cerca de la escuela. 
Al principio por enfermedad y después porque se instauran nuevas rutinas.
Lo mismo sucede con Flush, cambia de país, su dueña se casa, hay un giro de rutina.
Kashtanka vuelve con el ebanista y su vida no vuelve a ser la misma.
Kashtanka, Flush y Lassie tienen un rasgo en común: son perros que pierden a su dueño y son personajes que como Alicia en el país de las maravillas tienen que pasar una serie de peripecias y emprender un viaje que los hará diferentes, volverán a casa, sí, pero habrán aprendido una serie de lecciones. Aprender la lección es una de las premisas que se impone en muchos de los libros escritos para niños y jóvenes.




9.
Lassie aprende sobre la condición humana. En cada capítulo de la novela se presentan diferentes personajes con los que se encuentra la ovejera. El ser humano va revelando sus diferentes rostros. El autor constantemente le recuerda al lector que un perro puede aprender a distinguir entre el bien y el mal con sólo escuchar el timbre de la voz. 
Lassie huye de dos hombres que intentan robarla, sale librada para luego ser acechada por una cuadrilla de niños que se divierten aventándole piedras, después es atrapada por la perrera de donde también escapa. En su camino hace amistad con una caravana que es arrastrada por una yegua, un señor con lunares en la cara en forma de botones y una perrita faldera. 
Lassie es alimentada y cuidada por este señor hasta que es atacado por dos asaltantes en un camino. La ovejera y la pomerania se ponen al ataque y logran defender a su dueño. Lassie se convierte en un perro furioso y logra que los asaltantes se vayan. Pero la pomerania recibe un golpe de muerte y no sobrevive.
Lassie es testigo de esa muerte y del ritual que hace su dueño al enterrarla. La ovejera no piensa detenerse, tiene que seguir adelante. No puede acompañar a todos los dueños que le dan alimento y cobijo. Debe volver a casa.
De esta manera Lassie aprende a distinguir en dónde y con quién está a salvo.
Y qué otra cosa tenemos que aprender si no es distinguir qué lugar y qué persona nos mantiene a salvo. Sobrevivimos también en soledad. Nuestro instinto nos obliga a dotar de sentido la vida, es la diferencia con Lassie. No se deja morir porque tiene que llegar a una cita con su amo. Tiene que esperarlo a las cuatro de la tarde a la salida del colegio. 
La pregunta es por qué tenemos que seguir viviendo si no tenemos dueño. 
Lo patético es que sobrevivimos aunque no tengamos una cita a las cuatro de la tarde, esa es la condición humana.



10.
Lassie es una novela que guarda un parecido en estructura con El amante de Lady Chatterley. Tanto Eric Knight como D.H. Lawrence son ingleses nacidos hacia finales del siglo XIX. Los dos novelistas hacen una clara referencia a la diferencia entre clases sociales: duques y condes versus mineros y guardabosques. Las dos novelas toman su tiempo para hacer precisas descripciones de sus personajes, sobre todo cuando alguno pertenece a la clase trabajadora y hace un esfuerzo por mostrar sus modales, como por ejemplo dejar a un lado el acento o el dialecto de la provincia a la que pertenecen. En varias ocasiones los personajes que pertenecen a otro estrato social tienen dificultad en entender ese inglés ligeramente diferente de los mineros.
La Inglaterra que se retrata es la misma aunque las tramas sean completamente opuestas. 
Uno de los capítulos más agotadores de Lady Chatterley es justo aquel en donde el narrador se detiene a hablar sobre las minas. En el caso de Lassie encontramos un capítulo en donde un matrimonio de ancianos vive de la pensión que les da el gobierno de un hijo muerto en la guerra en Francia. No es un capítulo tedioso, es un descanso que se toma Lassie después de cruzar la frontera entre Escocia e Inglaterra. El matrimonio la acoge y le da alimento y durante tres semanas la cuidan hasta que Lassie se recupera y su instinto de volver a casa hace que abandone ese hogar. Ese matrimonio es una muestra de cómo un par de ancianos sobreviven con una pensión que apenas les permite comprar leche y pan y que evoca cierto parecido con la descripción que hace Lawrence de los mineros.
—A veces pienso que hacemos las cosas por costumbre. Dicen que en China siempre toman el té sin leche.
Este es el diálogo que tiene la anciana que recoge a Lassie. La mujer decide darle la leche que tenía destinada para su té sólo porque ve que la ovejera está en muy mal estado y necesita tomar algo para recuperarse.
Pone la leche en baño María y alimenta a la perra.



11.
Aquella Navidad de 1990 con la novela de Lassie en mis manos, nunca hubiera imaginado mi propio camino en la literatura infantil. Tampoco que el tiempo y los cambios y una plática en mi comedor me devolverían la novela y con ello toda la carga que guardaba. Sólo entonces me pude atrever a emprender esta lectura que esperó tanto tiempo y que se impone completamente fuera de mi zona de confort. Porque la costumbre me lleva a leer novelas que me interesan por su trama y su estructura. Lassie vuelve a casa es una lectura que se impuso no por gusto, sino porque era una forma de cumplir con uno de mis más remotos y antiguos deseos, con el de una niña de seis años que esperó ser mayor para poder enfrentarse a esta narración.



lunes, diciembre 14, 2015

2015

El recuento de daños

Comencé el año pensando que tenía todo bajo control: cocina limpia, cama tendida, estudio en orden. 
Enero nació muerto en casi todo. Pero en febrero entré a trabajar a Conaculta.
Empecé a editar libros en Tierra Adentro. Y aunque suene romántico ha sido un territorio que me hizo crecer como editora y como lectora. Trabajar en lo que me gusta me ha hecho muy feliz. Y me refiero a una felicidad genuina, de estar en armonía con el equipo de trabajo y que los libros salgan bien y los autores estén contentos con el resultado.
De los libros que más me conmovieron fue El paralelo etíope de Diego Olavarría. Hace unas horas fue a la oficina y me regaló una bolsa de café junto con un jabón de miel hecho en Etiopía. Después hablamos un ratito y nos dimos el abrazo de Navidad y de año nuevo. Sentí que con ese abrazo terminaba el año con broche de oro. El sábado regresé a mi casa tomando el metro en Etiopía y ahora sé que esta estación no volverá a tener otro referente literario que el otorgado por Diego, quizá nada literario ha ocurrido en un Hilton pero sí en esta estación.
Y no está de más decirlo, el libro que más disfruté editando fue: Los gatos de Schröndinger de Franco Félix, ganador del Border of Words. Mi año tiene algo de esta metáfora del gato que no se sabe si está vivo o muerto. A veces pienso que mi corazón está muerto o tan noventero que hay que matarlo a golpes como la playlist de mi celular. 
Todo este año estuve rodeada de personas del Norte: Torreón, Hermosillo, Tijuana, Monterrey y Ciudad Juárez.
Fui por primera vez al norte del país. Comí cabrito en la cuneta de la carretera. Nadé junto a tortugas en la posa de agua dulce de Cuatro Ciénegas. Corrí 10 kilómetros en el parque Venustiano Carranza en Torreón y me puse hasta las manitas en Ciudad Juárez. Me tatué una rata de madera rateando en uno de mis omóplatos. El diseño lo hizo Manuel Bueno y mi compañero en el hermoso descenso a los infiernos fue la Bestia Velázquez. Él se tatuó el rostro de Jack Kerouac directo a las venas del brazo.
Hongos y cerveza... no sé cómo amanecimos.
Después salí de este viaje extremo a un viaje de amistad con olor a vainilla y galletas de chocolate con María Fernanda. Hicimos videos de cada paso que dábamos. Reímos muchísimo. Cantamos Shakira. Y trazamos un road trip de Houston-Austin-Galveston. Armadas con cervezas y red bull. Pasamos en ferry a Galveston, nadamos hasta que se puso el sol y las gaviotas casi se comen nuestro postre. Dijimos que no nos separaríamos nunca. Dijimos que era el mejor viaje de nuestras vidas. Enviamos postales con timbres de Elvis. Escribimos las direcciones en dorado. 
—Pero y qué, después de conocer el norte ya no quieres Chiapas —me dijo Guicho hoy por la mañana.
—No, la verdad ya no.


2. 

Grace visitó mi departamento en agosto de 2014. Me trajo una postal de David Bowie que compró saliendo de una retrospectiva que le hicieron en Berlín.
La postal se cayó miles de veces de un librero en donde la puse, pero a cada caída la acomodaba una y otra vez. Un día se mojó porque no cerré la ventana, y al final se secó y volvió a su lugar. Meses después, en la madrugada teniendo una plática intensa con el Negro, decidí poner la postal en un marco para que no pudiera pasarle nada. Es un portapostal que compré estando en Austin.
¿Te acuerdas de cuando tuve que poner a salvo a David Bowie? Le pregunté al Negro en el concierto de los Babasónicos. Sí me acuerdo Idalia. El Negro mide dos metros y me subió a sus hombros en el concierto de los argentinos. Me aventaron una cerveza unos envidiosos en la parte de atrás. Y ese recuerdo me encanta, con todo y la cerveza, qué tino, directo a la cabeza. Esto es el 2015. Carpa Astros y el amanecer en Catedral, no cambiaría nada por haber estado ahí. Después puse en un marco a Bowie. No se me olvidan los detalles. Esa postal, con David Bowie abriendo los brazos, siento que es la imagen de un santo que cuida el hogar. 
Mientras esté ahí nada malo puede ocurrirme.



3. 

—¿Y qué tú estudiaste fotografía o qué onda?
No, nunca he estudiado foto. Pero quiero hablar poquito del tema. Osh, cómo han dado de hablar mis fotos, modestias a un lado, cómo le gusta sufrir a las personas viendo cosas que no deben. Lo digo porque entre las novias de mi ex y los stalkers a los que se les va el like en la foto del año mil... supongo que algo tiene mi cámara para atraer tanto público diverso. He tomado buenos retratos, me han criticado y me han molestado por la red social más benigna, el instagram. La galería del terror está abierta en mi cuenta. Quiero seguir tomando fotos, es una buena forma de retener recuerdos de lo que pasa en mi vida. Me han chuleado mis fotos y muchos de mis amigos pusieron como foto de perfil las fotos que les he hecho. Tienes buen ojo, me dijo María Fernanda.


4. 

Ayer el día parecía una postal de santos, como cuando el cielo se abre con rayos de sol, como cuando estás de paseo y el mundo quiere ponerse de presumido.
Voy a ponerme cursi para que mis detractores me odien. Arre, como dicen en Juárez.
Quiero un domingo para compartirlo a la vieja manera del siglo xix: de la mano y con caminata en la Alameda. ¿Se puede tener sólo eso? Ay los malditos tiempos modernos. No todo puede ser el despiyame también existe dominguear en domingo. Desaparecer. Aparecer. Matar mosquitos. Ver videos en Youtube. Hablar de lo que sea.
Pero la realidad es fuerte: tuve que hacer la compra en la Bodega Aurrera de República de Perú. Esa bodega es de los lugares más decadentes y deprimentes del downtown, ¿así debieron ser los súpers en la URSS? Ayer fui a comprar cosas, no me quedaba de otra.
Pero de regreso vi el atardecer desde mi ventana.
Nadie puede robarte el cielo de diciembre en la ciudad de México. Me encanta la ciudad. Días como ayer, anteayer y hoy sólo me confirman que me encanta vivir en esta ciudad. Y me gusta más estar en mi casa. Cenar quesadillas y no hacer nada.
No me agüita el domingo. 
Estoy viviendo uno de los mejores lunes del mes, y estoy robándome todo el vocabulario aprendido en el fin de semana.
Además, ya no quiero ser como Clarice Lispector. Qué tedio, se derrumbó, se acabó, pero hay que decirlo en algún lado: nunca estuvo chido comerse una cucaracha al final de tanta verborrea.



5. Adiós a las subjetividades

—Leo tu blog y no te entiendo. Con eso de que todas las personas que conoces son iniciales, no entiendo nada.
Eso me dijo el señor Constante la última vez que lo vi.
—¿Por qué iniciales? ¿Estás en 1970 o qué?
Me dijo Vicky cuando le di mi crónica de Austin.

Bueno, tengo una noticia:
2016, me gusta para nombrar a todos sin usar sus iniciales. Me gusta para terminar de escribir la novela del Fonca y para seguir siendo una editora bitch. Me gusta para aprenderme un par de diálogos de Niurka y bailar reggaetón. 
No tengo quejas, el 2015 se impone como el mejor año de mi soltería: viajes, conciertos, fiestas de tres días, amores fugaces, nuevas amistades, recapitulación de lo que pienso que soy y a dónde voy. 
No todo está perdido: la escritura sigue, los gatitos durmiendo la siesta siguen, también la cerveza quemada en mi refrigerador.
Hace una semana pensé en abandonar este espacio, pero ahora que lo pienso, no, no lo abandonaré. Me gusta saber que mi escritura cambia. Nunca sabemos a dónde nos llevan las palabras, quien lo sepa miente. Como deseo, como pretensión a corto plazo, quisiera una escritura que busque pegarse a la ficción, dejar a un lado esta parte de bitácora de vida, este lado a veces medio acartonado, intentar lo cursi por lo cursi. 
Y ya, como la canción  de Bowie: Ch Ch Ch Ch Changes.


6. Note voice

*En un susurro que se alarga*: Pulitttttttzeeeeer.


7.

Comencé el año pensando que tenía todo bajo control: cocina limpia, cama tendida, estudio en orden. En algún momento fue subida, bajada, subida, punta y tacón y embarrón de todo. Al final, ahora que lo pienso, fue un gran año. 
Mi cocina llegó a tener una buena cantidad de cervezas vacías y una botella de mezcal rota. La cama llegó a ser un revoltijo durante días y el estudio fue descubierto como el mejor lugar del after. Un nuevo orden de las cosas. Ahora, mientras escribo esto, todo está de nuevo en su lugar. Sólo tengo la marca de una mordida en mi brazo y el cabello esponjado. Puedo sobrevivir con eso.

miércoles, diciembre 09, 2015

Miércoles



1.


El coro 18 de Book of Blues,
de Jack Kerouac
tiene este verso:
Somewhere West of Idalia.
El nombre propio como territorio.
La pregunta es
qué parte de ese lugar
                             [podría ser yo.
Quiero pertenecer
al oeste de lo que soy.
O al este de las Klamath Falls,
para seguir la oración de Kerouac.


2.


Ayer estaba con Vicky
buscamos libros antes de ir a la farmacia.
Recorrimos el pasillo peatonal
entre cinco de mayo y Tacuba.
Vicky,
siempre menosprecié estos libros,
creía que eran saldos.
¿Por qué?
Tienen cosas buenísimas.
Y es cierto, venden libros de Pretextos.
Anagrama, Siruela,
libros viejos.
Filosofía, literatura.
A veces veo los libros y pienso:
Ese libro lo tenía, ese también, ese también.
Nunca los leí.
Estaban en mi casa, nunca los leí.


3.


El otro día vi Friends,
completa.
¿Y qué tal?
No sé.
Yo siempre decía
que esas series se ponían mejor
hacia el final.
Pero la última temporada
es muy mala
estaban pasando de moda
se nota.
La décima temporada,
sobre todo esa.


3.

Hay una parte
en Lonesome traveler
en donde Kerouac
dice que fumó opio
cerca de Mazatlán.
Luego habla de otras cosas
que suceden en México.


4.


Una película de Jack Lemmon
vive con un amigo,
siempre están en el mismo cuarto.
Y uno es fumador
el otro no.
Pero a Jack Lemmon le da cáncer.
Porque su amigo siempre fuma.
Es horrible.


5.

¿Qué parte resolvemos
desde las letras?
No sé. Es mejor la ficción.
Es mejor que la autobiografía.
Escribe ficción.
Di que sí te acostaste con ella.
Qué importa.
   todo el tiempo
   apretado
   y joven.


martes, diciembre 08, 2015


La FIL como punto de encuentro. La FIL como espacio recreativo. La FIL como punto de fuga a otro libro, a otra persona, a otro empleo. La FIL como un año que termina y que inicia. La FIL como conmemoración. La FIL como recordatorio de que pasa el tiempo. La FIL como comparación de la pasada y antepasada FIL. La FIL como materialización de las letras. La FIL como escaparate de un país, de una ciudad, de una persona. La FIL como soundtrack. La FIL como medida internacional. La FIL como nombre, dibujo, letrero y stand. La FIL como deseo, fiesta, perdición.
La FIL como punto de desencuentro. La FIL como lobby, habitación, ring. La FIL como circuito cerrado. La FIL como símbolo, concepto y estupidez. La FIL como todo lo sólido se desvanece en el aire. La FIL como sombra, distracción, hoyo negro. La FIL como white noise. La FIL como Guadalajara. La FIL y el pasillo J. La FIL como coctel y mariachi.
La FIL alfombrada. La FIL y el aire acondicionado. La FIL invitado de honor Reino Unido. La FIL una caseta de teléfono roja. La FIL y el Hilton. La FIL y el restaurante de mariscos. La FIL y el amor. La FIL y la cocaína. La FIL y la infidelidad. La FIL y el dos por uno en cerveza de barril.  La FIL y la gente. La FIL y el gafete de profesional. La FIL con Manuel Bueno. La FIL y el hotel Isabel y la alberca. La FIL y el pretexto de los libros.
La FIL todavía.