lunes, diciembre 31, 2007
lunes, diciembre 24, 2007
Entonces el día de la fiesta.
Vengo por aquí porque me gusta escribir en tiempos muertos.
La tarde tiene ese olor frío en la punta de mi nariz.
De pronto las nubes; de pronto un pedacito de poema de Macedonio.
Una canción que se repite interminable.
Algunas felicitaciones por Internet en donde caben todos los pretextos para hacerse presente aunque sea unos momentos, unas palabras, tantas cosas que van lentamente tijereteando el año sin comas ni pausas.
Una vez más.
jueves, diciembre 20, 2007
Saltamontes.
No sé por qué me gusta que me digas saltamontes.
Pero a veces lo repito en mi mente.
Después de que pasan algunos días y no te veo extrañamente pienso en decirte saltamontes para que te acuerdes de mí.
Ando así… de un lugar a otro.
Un poco alterada por cómo se dan ciertas situaciones entre tú y yo, no sé por qué, pero no mal, al menos no tanto.
La otra vez que te escribí, en donde hablo mal de tu collage, no lo hice para que te sintieras agredida aunque fue pesado para ti.
No te escribo para pedirte disculpas porque sigo pensando que tu collage es pasado de moda y no hay nada que hacer para componer eso.
Ahora sólo me viene tu voz diciendo Macmua, o diciendo saltamontes, campeón.
Es curioso pero no tengo ningún objeto que me haga recordarte, ni siquiera un mensaje escrito en donde dibujes algún muñequito o los corazones rotos que a veces pones en tus cartas.
La otra vez revisé todas las cosas que tengo guardadas en el cajón de mi escritorio. Estaba buscando una tarjeta de crédito que ya reporté por perdida pero quería saber si la tenía ahí.
Miré varias veces unas fotografías que están encapsuladas en unos triangulitos que se dirigen a la luz, más bien se observa directamente el negativo.
Hay una en la que estamos juntas, yo soy una niña de siete u ocho años y tú eres un bebé que tiene muy regordete el cuerpo.
Eres un bebé.
Aunque he observado esa fotografía muchas veces, de pronto fue distinto porque caí en la cuenta de que tu mano me aprisiona un dedo de la mía.
Lo que me gusta es que a pesar de que alguien te cargaba, alguien que tiene recortado el rostro, tú sólo me sostienes a mí o yo me sostengo en ti.
Yo me detengo de ti con un dedo.
Yo miro a la cámara, tú me miras a mí.
Cuando era niña me hablaron por teléfono a la casa para decirme que habías nacido.
Estoy segura que la primera vez que sentí que mi vida no sería la misma fue ese día.
Tal vez la manera más verdadera en la que mi vida fue diferente y no como a veces creo que cambia y en realidad sigue siendo un poquito igual.
Por ejemplo, la única navidad que recuerdo fue ese primer año de tu vida cuando te quedaste completamente estupefacta de ver el arbolito de navidad encendido.
Recuerdo también que yo armé el arbolito y lo adorné yo sola porque era pequeño, aunque mi mamá lo subía en una mesita para que se viera alto.
Y fue realmente asombroso saber que era la primera vez que veías esas luces, esos adornos.
Me gustaba saber que todo era por primera vez.
Porque hay primeras veces y no nos damos cuenta.
Lo bueno es que ahora puedo contártelo y estarás feliz.
Es un recuerdo que no está despostillado, no sé por qué lo tengo en la cabeza y por qué te lo escribo, cuando a veces siento que muchas de las cosas que te escribo se pierden en el primer párrafo que te aburre y que dejas de leer.
A veces necesito que lo sepas, como si tuviera una intuición, tal vez la tengo cuando me hablas y me dices que vaya a tu cuarto porque están pasando un video que te gusta.
Esta carta es un poco así.
Te escribo porque no estamos juntas y no puedo ir a tu cuarto.
Te escribo porque me desperté con frío en la cara.
En mi mente me llamaste porque querías las fotos con lentes.
Después empecé por escribir saltamontes.
Porque tú eres la que tiene ese nombre y esa palabra.
Ayer me dijiste que yo te robo el vocabulario, campeón.
Y tal vez tengas razón.
Ayer me platicaste de nuevo la última vez que viste a Laura.
Y me quedo con esa anécdota tuya como si fuera también mía.
He visto a Laura cortándose las uñas de los pies y viendo la tele, diciéndote que al rato irá al hospital.
Diciéndote, Sí hija al rato voy.
Tal vez de verdad tengas una inteligencia que sólo yo entiendo y que nadie más quiere ver o que la ven y se espantan.
Se murió Laura, me dijiste, se murió, no lo puedo creer.
Saltamontes.
Ahora eres bebé, ahora eres la niña que perdió a Laura, ahora eres la niña que dice campeón, ahora eres mandarina con lentes, tonta.
No me gusta que te hagas la tonta, que te dejes pisar tan fácil, que te hagan sufrir, que llores, que no arregles tu cuarto, que fumes tanto, que pienses que eres fea cuando no es así.
(De algún modo tenía que decirte todo esto.)
Isolda.
Mandarina.
Niña que se cree mala que es buena que no puede ser mala porque es bella que huele a cigarro que se quema el cabello que se corta el cabello que se pone los mil aretes.
Saltamontes.
Sólo eso.
lunes, diciembre 17, 2007
Hace rato se fue la luz.
Las horas han sido diferentes. Paso mucho tiempo dormida o mirando por ahí, pintando mis uñas de color rojo. La felicidad es del tamaño de mi barniz, quiero decir que es portátil, la llevo en la uñas, un poco también por debajo de ellas, tal vez en el rostro aunque no creo en esas cosas. Es así, me voy meciendo en los días con una facilidad que hacía quince años no sentía. Porque era niña hace quince años, porque era libre y tenía una gata a la que me dejaron ponerle el nombre que yo quisiera. Era tan cursi como justo en este momento. Nunca he sido tan cursi como ahora y tan obscenamente feliz. Si tuviera oportunidad de nombrar a un gato sería igual que entonces, necesitaría los zapatos de charol negro que usaba, necesitaría una mesa redonda para esconderme abajo. Era bello. Hoy, la envoltura de mi felicidad de los plumoncitos paper mate era justamente como el olor del empaque de los libros de Anagrama. Lo más curioso fue que el plumoncito que más me gustaba, y el primero que se acabó, fue el blanco. Me gustaba escribir sobre colores. Me gustaba escribir sobre hojas blancas en las que las letras apenas y se veían, y es exactamente igual que ahora, porque me encantaría escribir sobre blanco, como si fuera un secreto que se va pintando de alguna manera mágica que sólo dos personas conocen.
El plumoncito blanco no se acabó, más bien la punta se le sumió y no pude volver a utilizarlo.
Los títulos de la colección andanzas están escritos en blanco sobre negro, pero no más, no tienen la apariencia paper mate, aunque una vez más puedo creer firmemente que las oraciones que leo me hablan solamente a mí, lo juro que sí.
Hace rato se fue la luz y dejé de leer tiempo después, mi mente completó algunas frases, se hundieron las palabras de mi libro en la oscuridad pero mis ojos se dieron cuenta un poquito tarde que no podía leer, la velocidad de la oscuridad me espantó.
Leía entonces:
“A los veintidós años […] Sumire se enamoró, […] un amor que lo derribó todo a su paso […] la persona de quien Sumire se enamoró […] era mayor que ella, estaba casada […] Sumire luchaba literalmente con uñas y dientes para convertirse en escritora profesional”.
Murakami.
Ya no tengo miedo.
Cuando tenía veintidós años me enamoré como Sumire: de un amor que lo derribó todo a su paso, pero que ahora me hace sentir, tal vez como Sumire a la mitad de la novela, que no hay moralejas, que he sido ingenua, lo bastante ingenua pero al mismo tiempo intransigente, lo que me ha permitido vivir de otro modo las cosas, tal vez literarias, creo que las he vivido del otro lado, porque mi enamoramiento fue como una cinta de Moebius, ha sido frase sobre frase escrita en blanco o escrita en negro; eso ha sido lo que me ha salvado de tanto romanticismo torpe que sale de los dedos. No lo sé. Es como ir re-signando cada recuerdo a su paso, simplemente decir que dos días han pasado
And Im feeling good
Fish in the sea you know how I feel
River running free you know how I feel
Blossom in the tree you know how I feel
Entonces Sumire:
“Sumire recordaba el sueño hasta en sus menores detalles. Incluso hubiese podido dibujarlo”.
Murakami.
Soñé que él me decía:
“La verdad es que sí quiero una gatita”. La verdad es que yo también.
Y me gusta mucho observar el estudio que está a la vuelta.
Y me gusta que el gato negro esté custodiando el espacio.
Y me gusta poder escribir con los libros abiertos en mis piernas.
Y me gusta estornudar sin tener que contener el sonido del estornudo.
Creo que es parte de todo lo que vengo pensando en el día, además de pensar en pelucas del dieciocho; de pensar montones de cosas que no digo a nadie porque son tontas o porque no vienen a cuento.
viernes, diciembre 07, 2007
miércoles, diciembre 05, 2007
martes, noviembre 20, 2007
jueves, noviembre 15, 2007
De cualquier modo me cuento mis historias, me imagino posibilidades, encuentros, escenas que pasan un millón de veces por mi cabeza, soluciones a las escenas, caminos, enojos. No pasa nada. Es increíble cómo pienso en las cosas inesperadas que nunca suceden en mi vida.
Un poco absurdo. Lo absurdo es no darse cuenta.
Las cosas increíbles ocurren tan apretadas a lo cotidiano que verlas todas juntas parece casi inexplicable. Ayer me di cuenta que una farmacia en donde he comprado medicinas para el catarro se llama "Farmacia Unicornio", ese nombre sólo se podría encontrar en una narración, pero ha estado pegado en su imán para el refrigerador y nunca le puse atención. La geometría de la vida está pegada en el refri y podría no darme cuenta, podría cruzar todas las veces posibles y hasta dónde estoy un poco perdida, hasta donde necesito caminar con un jugo en una bolsa, con la mente en blanco, como si de verdad el tiempo no existiera.
Hoy leí que mañana lloverá en la ciudad de México.
lunes, octubre 22, 2007
La otra vez salí huyendo, corrí durante veinte minutos, y estoy segura que huía aunque no me moviera de un solo lugar. Es extraño que quiera gritar cuando nadie está gritando. Hago mal en no decir las cosas que me abruman cuando siento que tic tac está marcando por debajo de mis zapatos como una piedrita incómoda. Traté de encontrar esa casualidad que ahora ha ido haciendo nuditos por todas partes en mi vida, que ha colocado un poco de certeza a lo que antes me picaba como esos abrigos de lana que pican por los brazos pero que son tan calientitos. De esta forma he tenido el humor envuelto en las pelusas de la noche, entre pelos de gato y sueños que me obligan a roncar, pero contenta, pero siempre en un baile de Sweet Home Chicago.
Y si corro es sólo como una tirada de dados en donde sé que la suerte está jugando conmigo, ahora es una rosa roja mañana será una rosa amarilla y después azul, pero siempre una rosa que pronuncia y retiene, que inunda lo que más quiero en la vida, que derrumba el mundo en una tarjetita que escribí en la cocina.
Y si huyo es porque he combatido las pequeñas cosas, porque puedo medir el ladrido de un perro con el canto de un gallo, cuando en este mundo las miradas siempre convergen en distintos puntos del tiempo. Y de golpe es lunes y todo se impone. Una cascarita de limón tirada en la calle, un hielo que vienen cargando no sé de dónde, un jugo de naranja que compro en la calle y que lo ponen en una bolsa y a mí me parece un juguete nuevo, a mí me tiene sin cuidado que el señor que me lo venda tenga las manos sucias, hay tantas cosas que no me importan porque sé que me hacen feliz a una hora de la mañana en la que mi cama me puede curar de todo.
Hoy me he puesto unos jeans que son tan-brinca-charcos que en otro momento los hubiera dejado en el closet. Está bien, no estoy triste por ser así. Porque son unos jeans que me quedan bien en la cadera y que tienen una especie de listón con chispitas verdes en la parte de las bolsas. Y esas chispitas me obligan a que todo mí alrededor vaya muy bien. Y que cuando voltee y vea la obra inconclusa de la biblioteca no me tenga que enojar al entrar por la rampa de los albañiles, y tampoco sentir horror por esa tierrita que se ha ido juntando en todo el pasillo. Tengo que vivir con esa tierrita que se mete en los libros, que se cuela entre las palabras, que sabe a tierra y que nubla los días a las cinco de la tarde. Es así, esta realidad que se tiene como los pesos en la chamarra y que da sus visos en fotografías, en sueños que me tienen dormida y angustiada, de otra manera no podría escribir, tal vez es una manera de ser delicada con las horas y el agua de limón con un montón de azúcar y el ruido de las casas; la ciudad en ese doblez cotidiano que nadie quiere comprender y que nos amarra y coloca enfrente, nadie quiere ver las flores por el lado de la raíz. Yo misma me la he pasado caminando a propósito de un poema que levanté de un sueño y que no es mío.
Unos versos que dicen así:
Arde el aliento en un aire de muerte
como una forma que elude el
vocablo
cuando el espectro del mármol levanta
y una fuga a sí misma
encadenada
que marcha al mundo en un andar a tientas
con la doliente
lentitud del humo
Dan Russek
domingo, octubre 07, 2007
Oculta entre algodones, en el botiquín del baño, tengo una cajita con unos pájaros amarillos en la tapa. En esa profundidad de las cosas, en donde sólo caben unos aretes, un anillo y dos pasadores, ahí se encuentra una parte de mi felicidad que me pone la piel de gallina. La cajita no sólo es la tienda de antigüedades que está junto a Moheli. Es también el dibujito de dos pájaros del tamaño de dos pastillas, pero completamente enamorados, totalmente amarillos y con picos encontrados. Creo que si no estuviera esa cajita, esos algodones, ese botiquín, no existiría todo lo demás, quiero decir, esos lugares en donde poco a poco me he ido acomodando y de los cuales no podría ya vivir sin ellos.
jueves, septiembre 27, 2007
Estaba cerca del reloj para no dormir más. Y fueron como diez minutos que me quedé sumergida en lo que he venido sintiendo estas últimas semanas. Esa extraña inmovilidad de un tiempo que siempre termino por enredarme en la liga de los cabellos, como si el tiempo en mi vida se hubiera acomodado en un punto ciego de la alegría, un punto quieto en el que soy espectadora de cada movimiento mío, con una lentitud de gato adormilado que a veces me desespera. Ese momento del vacío en el que solamente existe esa mecánica de sentir frío o calor, de probar tan sólo un poco, como cuando pruebo el caldo del arroz y sé perfectamente si le hace falta ajo o sal, pero he probado del mismo modo el tiempo sin ningún pensamiento, con las palabras arrojadas hacia un lado que no lastima, sólo sé que las tengo ahí como ovilladas en mis hombros, y en cualquier rinconcito de mi cuerpo, por fragmentos, como si palabra y sentimiento estuvieran del todo incomprendidos, porque ambos no se abarcan cuando están sumergidos en alguna alegría mía, es como si cuando sintiera felicidad ésta careciera de nombre en el repertorio de mi memoria. Y ahora que lo escribo me doy cuenta que es la misma razón por la que he dormido temprano y me he puesto a escribir a las dos de la tarde, con ese olor a knorr suiza que se pega a las ventanas y las empaña de sabor. Tendría que terminar este escrito antes de apagar la lumbre.
O apagar la lumbre y demoler todas mis ideas, las que no tienen ningún condimento pero que igual he ido guardando como recuerdos tontos. Y no entiendo por qué, incluso sé que cada palabra que escribo está en la superficie, está a la misma altura que mis pasos, no he caminado sobre ningún recorte de la imaginación, tal vez por eso siento que cuando me encuentro hay un error que se me escapa, que se me ha ido en un deseo de pestaña o en una ceja arrancada, o sólo me escapo yo misma en media hora, tan sólo media hora en la que puedo dejar la mente acariciando la tenue luz del día nublado y todo lo demás, o sea nada, ningún pensamiento, perseverancia trae buena fortuna.
domingo, septiembre 16, 2007
Un licuado de choco-banana.
Un correo inesperado en la bandeja de entrada, que de alguna forma me hizo sonreír, quiero decir, me hizo sentir bien.
Un paseo por la plaza.
Una larga siesta.
Coyoacán, con sus juegos de canicas que no jugué, pero no jugué porque después tendría que cargar el premio todo el rato.
Los buñuelos con piloncillo. (La palabra piloncillo ya de por sí tiene algo, no sé qué, pero me llena de alegría.)
Un higo dulce que comí en tres mordidas.
Y fuegos artificiales seguidos por un “oh” de las personas.
Esa parte de los fuegos artificiales me recordaron cuando mi abuelo Checo me subía en sus hombros para que los pudiera ver mejor.
Además, antes de salir a la calle, leía un libro que se llama Tomochic de Heriberto Frías, que me tenía muerta de risa un fragmento:
Decían que el general estaba indignado por el comportamiento del 9º del que no
esperaba que retrocediese de la manera que lo había hecho; y Castorena aseguró
que en la noche había oído por casualidad algo de una conversación de él con el
coronel Torres, al que refiriéndole el suceso decíale el general:
¡Pero,
coronel, figúrese usted que no corrían como borregos, sino como borregas! ¡Los
oficiales del colegio, muchachitos inexpertos… la tropa bisoña!
lunes, septiembre 10, 2007
Vengo de caminar bajo una lluvia tenue pero tupida, me puse mi sombrero de la lagunilla y mientras venía hacia la escuela sentí el deseo exasperado de no entrar a clases y tomarme el día.
¿Adónde iría?
Pensé en mi cama y sentí el peso de las nubes cayendo lentamente en mi rostro.
Entonces me vi caminando directo a Coyoacán con un chocolate caliente, sin ninguna prisa, simplemente la lluvia y el chocolate, una cama de sábanas de franela esperando, nadie me despertaría.
Después me vino la imagen de un chico que estaba en el camión, dormido, se dejaba mecer por el camino, su cuerpo se movía de derecha a izquierda, y entonces creí ver cómo caía en pedacitos su suéter y con el mismo vaivén del camión se deshacía frente a mí hasta quedar tirado en el piso, hecho una madeja de colores hasta el último aliento, y un azul ultramarino escurrió hasta tocar mis pies, ese color que necesita el piso de los camiones, aterciopelado, casi como una caricatura japonesa, me descalcé en ese instante para sentir el terciopelo. Y cerré los ojos con miedo.
Hoy mismo, hace menos de una hora me convencí de que no iba ningún lado, como si el lugar de todos los días de pronto careciera de todo sentido. El único sentido de la mañana: mis uñas rojas.
Ningún lado.
Mis uñas ahora como peces sobre el teclado, golpean otras letras, esconden frases.
Ayer leí al azar una frase subrayada en un libro de Sábato que decía más o menos así, "ella entró sólo para hacerle saber que existía, frente a él, estaba ahí".
Hace un momento hablé con Andenken, y me dijo que no hiciera esto, que no escribiera, que a veces le parecía muy frívolo estar escribiendo un blog.
Sus palabras cayeron como virutas de colores, sin caricia, sin terciopelo, sin el rojo de las uñas. Escribo para saber que existo, dentro de mí, frente a mí estoy existiendo y la única manera es la palabra escrita, el movimiento puro.
miércoles, agosto 29, 2007
Con una servilleta la tomé entre mis manos y la saqué de ese lugar, abrí la servilleta y emprendió un vuelo increíble, voló tan rápido que pronto la perdí de vista, voló a lo alto, estoy segura que voló a lo más alto que pudo. Era impresionante verla tan libre.
Ahora que lo pienso, la libélula tendrá una cicatriz en una de sus antenillas, me dejó un golpe de cristal en mi memoria, ese cristal que difícilmente podemos modificar, hay que dar la vuelta, bajar la escalinata, caminar por el borde de la fuente, hacer una señal.
Hoy en la biblioteca me sentí como esa libélula.
Me dormí sobre mis brazos y el gatito enroscado a mi dedo se me marcó en la mejilla. Cuando desperté enloquecí por completo. De pronto perdí el control y estaba tratando de salir por el cristal de la sinrazón. Me preocupa perder noción de lo que está pasando conmigo. Me veo literalmente como la encarnación de la libélula que se golpeó la cabeza y le salió un moretón en el ojo.
Yo: lo único que deseaba era ser atrapada y liberada.
Emprendería con fuerza mi vuelo. Lo arrancaría con besos y lágrimas, con esa fuerza que me da lo desconocido, y sólo por despertar, por sentir que despierto tarde para los encuentros o pienso cosas que no son o simplemente estoy dormida en los eventos importantes. Me comporté como una demente en pleno abandono. Me sumergí en una orfandad que se me pegó a los párpados; quería llorar y no podía, quería gritar y no lo haría, quería arrojar mis copias y salir a la lluvia. Quería la lluvia y quería verlo a él.
Ese deseo exasperado de tener el mundo en un instante, de convertir la realidad por el simple deseo de acabar con mi frustración, con la imposibilidad de no poder asirme a él como quisiera, como si de nuevo nada fuera suficiente, estaría perteneciendo a los lados del tiempo y no podría conmigo.
Ese pensamiento, solitario, sin imaginar nada más.
Porque el tiempo nos golpeará la cabeza como la libélula.
Y no me importa. No me importa que se me vaya la razón en ese golpe.
Abrazarlo con todas mis fuerzas y decirle: Quiéreme para siempre, promételo tres veces; quiero siempre y todo, quiero lo inabarcable, lo absoluto e imperecedero, lo inmutable para siempre por siempre, lo más celeste, tú.
Y el deseo, el olor a mejorana que tiene el deseo mismo de cuando estás en mis brazos.
Tal vez ese vacío que me arroja a las lágrimas.
Llorar, llorar como se puede llorar por un globo que se nos ha ido de la mano.
No sé si está bien, sólo siento que debo hacerlo, que no vale aguantar el llanto sólo porque no hay un motivo. Y supongo que hay motivos aunque los esconda o nos lo pueda ver.
Después me siento una gran tonta. Me siento como una pájara temerosa del viento y eso me desagrada.
Estoy rara.
Y esta angustia me aprieta los dedos de los pies.
El paso mismo, las botitas desgastadas de lluvia y de caminar y de andar y andar.
Para ser feliz en el día:
Una libra del polvo de lapislázuli.
jueves, agosto 23, 2007
Te haces daño, Marie, te haces daño pensando esas cosas.
Con estas palabras me lo dijo Zaida. Y yo le escribí diciéndole que tenía razón. Y de verdad sé que la tiene. Cómo le digo a mi mente. Cómo entonces. No soy ninguna tonta pero cuando me agarro a mí misma, cuando me cae el veinte, me siento mal. Ese malestar es como tomar agua de limón sin azúcar y hacer una mueca de.
Frases incompletas.
Es así, mi día es un párrafo de oraciones cortadas, cojas, sin sentido, pero enviando señales, primero me quemé la lengua con el chocolate y después me la mordí y después quería arrojar el libro, que ni era mío, era de la biblioteca. Nada es suficiente. Hoy estuve despeinada, sin embargo. Nada es suficiente. Hoy me di cuenta que he ido dos veces al teatro en todo el año, ah, no, tres, más o menos. Y con eso algunas sorpresas de la otra vida que me dejan un susto en mi corazón. Ajá, ya sé que basta con darle vuelta a la hoja, el día de mañana no estará así de lluvioso, mis botitas del número dos todavía aguantan otro agosto de calles inundadas, los trastes sucios estarán esperando pacientes, la Negra seguirá subiéndose a la mesa cuando no debe, y yo,
yo debería dejar el día en una coma o en dos puntos que señalen el vacío:
martes, agosto 21, 2007
miércoles, agosto 15, 2007
San Juan de la Cruz
Oh Dios.
Sigo escuchando interminables veces la canción de I need your lovin' like de sunshine, y creo que mi mejor medicina sería una carta de amor. Estoy tomando un vaso con néctar de pera y me hace sentir un poco más cerca del bienestar que han traído estos días.
De pronto estoy tristísima, de pronto me doy cuenta que me da miedo perder esto que ha ido envolviendo mis palabras, aquí en la ventana,
quién sabe cuánto dura el tiempo, quiero decir, ese tiempo real que me mantiene quieta y observando la realidad, esa realidad que tengo que ver antes de que el mundo me coma...
a dónde iba entonces,
tengo miedo,
tengo mucho miedo y tengo gripa y tristeza pegada a los mocos que me sueno desaforadamente, esta enfermedad desconocida que me tiene prendida de lo absurdo y me tiene sobre todo inutilizada.
Y todas estas cosas tontas, todo este devenir en mi cabeza que se ha vuelto un martirio, en serio, es como si no pudiera disfrutar de las cosas bellas que me pasan. En qué memoria debo tirar los viejos fantasmas, las letras mayúsculas que han sido un poco entre dichas, ¿por qué me sigue doliendo?
No sé.
Para ocupar mi mente en otra cosa que no sea mi gripa, mi súbita tristeza, mi arrojo desmedido a sentirme mal lo que resta de la noche. Y no quiero, en serio no quiero.
A ver, un juego que me mandó Paco.
Ocho cosas de mí.
1. Me preocupa no creer en Dios, porque antes le tenía un poco de respeto y tenía la esperanza de creer en Dios en algún momento. Ese momento llegaría cuando Dios me mandara una señal. La señal no llegará nunca. Sin embargo disfruto mucho las iglesias y la paz que se genera con las oraciones. Cuando más tranquila he estado es cuando he repetido en voz alta oraciones que me sé de memoria y entonces mi mente sólo se ocupa en la oración y después mi corazón se calma, esos rituales son muy bellos, por lo menos apaciguan la ausencia de Dios.
2. Tengo mucho miedo de perder la felicidad que llena mi vida en este momento, quiero decir, la felicidad que llega por instantes, cuando menos lo noto ya estoy contentísima y eso nadie lo puede sentir, sólo yo. Nunca me había pasado como ahora y no lo quiero perder.
3. Me gusta mucho tomar vino tinto y dormir la siesta. No me gusta sentir prisa.
4. Me fijo mucho en las orejas de las personas. Y me dan horror las orejas de los señores que tienen selvas que se desparraman hasta los lóbulos. Las orejas sucias me dan mucho asco.
5. No me gusta escribir groserías. Me gusta escribir tres adjetivos seguidos para describir situaciones.
6. Todos los días me pinto los ojos y trato que cada día que pasa esté muy conciente de mi ritual, porque las cosas que hago todos los días tienen que ser agradables para no volver de estas pequeñas cosas un tedio. Mi vida se entreteje de estas pequeñas cosas que pasan desapercibidas. Cuando me pinto los ojos, me he dado cuenta, recurrentemente pienso en la vejez, en que un día seré vieja.
7. De un tiempo para acá me he vuelto muy desordenada para leer. Ya. Pocas veces termino una novela, me tiene que atrapar muy bien desde la primera cuartilla. La última gran, gran, gran novela que leí se llama “Pieza única” de Milorad Pavic. Esta novela no la hubiera podido leer si A. no me la hubiera comprado un día que compró una cantidad de libros, qué impresión. Lo cual siempre agradezco profundamente. En este momento leo una novela que me tiene también muy atrapada que se llama “Uniones” de Musil. Este fragmento que leí hoy me dejó pasmada todo el día, es la descripción que hace de su protagonista Claudine cuando se despide de su esposo y emprende un viaje en tren hacia otra universidad: “la felicidad del adiós, de ser extraño al mundo, con la sensación de no poder entrar en su misma persona, no encontrar, entre sus decisiones, ninguna a su medida, sintiendo, empujada en medio de ellas a los márgenes de la vida, el momento anterior a la caída en la ciega y gigantesca grandeza de un espacio vacío, y así, llevaba una vida que flotaba en algún sitio, descargada de la presión de su propio peso anímico”. A veces cuando viajo en taxi siento que mi vida flota y mis pensamientos quedan vacíos de toda literatura, sólo soy. Soy a secas.
8. Bueno, pues por último, tengo que decirlo en algún momento: adoro a los gatos. Tengo tres gatas. Una se llama Ninfa, pero le decimos Negra. Otra se llama Rita, y es la más arisca de todas. Y la que es mi adoración es Pavlova. Se llama así por sus grandes patas, pero se le han sumado nombres y ha terminado por ser Pavlova Akmatova Duncan Klozevits. El último nombre por la novela que leí de Pavic. Y hay una gata que le decimos “la bicha” en casa de A. Yo le puse Gilberta pero lo común es que le digan Vaca. Es una bicha hermosa que se duerme arriba del carro y que tiene un collar antipulgas moradito con blanco. Es muy bella.
Para concluir debo elegir 8 personas que hagan el mismo juego.
Elijo a:
Erato
Elsa
Arcana
Saravia
Fernando
Edgar
Paco Puente
Zero XK
En las fotos: Pavlova, Rita y la Negra.
lunes, agosto 13, 2007
sábado, agosto 11, 2007
Escribo con una quemadura en el dedo. Es tonto que esté así, de este modo no se logra nada. Estoy atrapada en la intuición de que las cosas saldrán bien, aunque todo parezca absurdo. Pero por más que trato a la realidad con cierta cordialidad, suceden cosas extrañas. El otro día mientras cocinaba unas papas con queso y jamón, pensaba que el día saldría perfecto, que las papas estarían listas a las dos en punto y que después podría acostarme a leer un relato de Virginia Woolf en donde vuelve a utilizar su personaje de Clarissa Dalloway. Me emociona leer a un personaje en otro momento que no es la novela conocida. Es un poco lo que sucedió cuando un personaje de Julio Cortázar, llamado Calac, los visita a él y a su esposa en la carretera cuando escribieron a cuatro manos los autonautas de la cosmopista. Pero no. Cuando tomé el camión que me dejaría en la librería, venía tan contenta que conté los números del boleto para tener el arcano mayor de mi día. Y la suma fue 15. Me dije a mí misma que sólo era un juego y que no había salido un arcano bueno, pero nada puede salir mal. Después me habló A. para decirme que había perdido las llaves del carro. Tendría que ir a la casa, comer todo rápido y regresar por el carro con el duplicado. Es cuando la realidad pisotea las papas en el horno, pisotea el queso y las galletas que había comprado sorpresa para A. Pisotea la servilleta en la que le escribí con todo mi amor que había galletas en la alacena. Pisotea el relato de Julio que dejé abajo del servilletero para que A. lo leyera cuando terminara de comer. Pisotea mi mañana en la que cociné y preparé todo para que A. llegará a comer y después pudiera leer un magnífico relato sobre “conservación de los recuerdos”. Después una siesta hasta que yo volviera de la librería.
Ayer me quemé el dedo.
Y lo que sucede es que a veces todo me parece absurdo. Ayer me quemé el dedo índice mientras hacía una quesadilla. Toqué el sartén. No tengo la menor idea de por qué lo toqué. En realidad quería revisar si estaba a fuego lento y de pronto ya tenía el dedo en la boca tratando de calmar el ardor con saliva. Lo absurdo no es la quemadura. Lo absurdo es que he tratado todas estas vacaciones de demostrarme a mí misma que no puedo seguir así, un poco a la deriva y otro tanto simplemente buscando eso que no encuentro en los libros.
Tengo un personaje que se llama Greta. La otra vez me acordé que escribir por Greta era muy sencillo, porque Greta sólo leía poesía y cuando no leía se ponía a tejer una mantita de estambre grueso y blanco. En realidad ser Greta me salvó mucho tiempo y ahora es como si la propia Greta estuviera esperando en la ventana, quieta, como yo espero muchas veces. Me pone triste, porque ella me escondía del mundo.
Tengo una carta pequeña de Greta escrita el 7 de septiembre de 2006:
A veces estoy desde ese lado del recuerdo que me borra la mitad el rostro. Te escribo con la mitad visible. Un poco para componer con el destino inscrito en la mano aquellos recuerdos que tengo sobre/de/en/para/hacia ti. Resulta algo: te extraño. Es un extraño que parte de la rareza, de la boca llena de dulces de canela, de la nariz que estornuda a cada rato y nadie me dice salud.
Me pinto los labios de rojo para no sentirme mal y poder pronunciar tu nombre, lo mejor es volver al origen, volver a la bufanda que estaba tejiendo, volver a ese pasado que no parecía tan malo.
Greta.
viernes, agosto 10, 2007
miércoles, agosto 08, 2007
martes, agosto 07, 2007
Y entre las piedras de la entrada (mira, “las piedras de la entrada” como si acaso hubiera piedras en la salida) me acuerdo muy bien de mis pasos y voy como ese caracol que se esconde apenas lo toco, lo acomodo en el pretil de la ventana y le adelanto el recorrido, señalo el mundo como tú señalas los caracoles. Pero cómo acomodar estos días de arroz, cómo impedir que se vayan derritiendo en lo cotidiano, así cada palabra de amor entre esos hilos de agua que forma la lluvia y las lágrimas pegadas a la ventana. Estoy condenada a ver cómo desaparece lo que más quiero en el día, cada hora que pasa es casi como si aprendiera a besarte, y una vez más descubro sobre tus pestañas ese último detalle que te nombra como amado, como mío; ese tiempo secreto que te encierra y desaparece y te inscribe en las hojas de la lluvia con malvones y caracoles. Mi propia nostalgia da movimientos pausados, mis pensamientos están en esas puntitas mojadas y apenas puedo escribirlos en ese intento de perseguir lo que está por ocurrir, en esa esperanza lenta que se ajusta a mis dedos como anillos nube.
lunes, agosto 06, 2007
miércoles, agosto 01, 2007
palabras que tus dedos recorren como eslabones
o pianos
lenguajes o verdades
(cucharas para café que guardas en el bolsillo
como se guardan los recuerdos del atardecer)
o el atardecer mismo
dormida en el osopalacio
imagino y provoco el recuerdo
tu saco de cuadritos azules y grises
que esconde con elegancia mi cintura
para ti
a veces conmigo
hacen una rutina de lenguajes
que disfrazan el diálogo de miradas
mientras cruzas toda retórica
para llegar al encuentro de mi deseo
(el estacionamiento es un salón baile
y en mi cabeza:
un bombín Magritte
invisible)
con la boca llena de palabras
imito un beso tuyo en el cristal
antes de que pueda abrazarte
con los ojos cerrados sin quebrantos
ni fatigas
hay un pasadizo para amarte
amándote en la trama de lluvia y alas
(una ala de metáfora y otra de absoluta verdad
y certeza sensible)
te miro en el fondo de todos los enigmas
te miro
en esa perpetua huida de tu sombra
y discursos que nunca terminan
porque me creas en cada memoria, espejo,
música
cada expresión rotunda
esa mueca del espíritu que te aleja
ya sin sonrisas ni silencios ni dioses
sólo tu rostro
escrito tantas veces en cada pliegue
te doblas en cada giro dionisiaco
sin alejarme ya nunca
sí
ilusiones vueltas verdad
que huelen a jabón paraíso
que suturan todas las heridas
sin importar el borde del abismo.
viernes, julio 27, 2007
jueves, julio 26, 2007
lunes, julio 23, 2007
jueves, julio 19, 2007
Cuadro para exposición
lunes, julio 09, 2007
Y en los sueños, es diferente.
martes, julio 03, 2007
lunes, julio 02, 2007
domingo, julio 01, 2007
sábado, junio 30, 2007
jueves, junio 28, 2007
miércoles, junio 27, 2007
lunes, junio 25, 2007
jueves, junio 21, 2007
domingo, junio 17, 2007
Escuché cómo llovía, yo también lloré un rato hasta que caí dormida…