21 de abril de 2007.
And, I have the Blues,
Yeah, I have the Blues.
El señor Johnson y su arete de guitarrita.
El señor Johnson y su felicidad en cada poro de su ser.
Esto solamente podría aspirar a ser una crónica de sentimientos profundos, de sensaciones que no se pueden olvidar porque se quedan por adentro de la epidermis, crean surcos en el alma, aparecen como lágrimas en todo el cuerpo, empapan con la voz cada imagen, cada cuerda, cada vellito erizado del brazo. Un año más que tiene mucho de Blues, de metáfora, de pequeños paraísos que se han perdido en un parpadeo, pero aún así entre cada día se puede sentir ese atisbo de felicidad, se abre a la cumbre casi sin darse cuenta, en aquel escenario toca Carlos Johnson, ese señor de barba blanquísima y piel negra, tan negra… Su voz dobla las esquinas de cada hoja en la que se pueda inscribir un recuerdo, una carta, un sueño. La guitarra del señor Johnson tenía en cada canción un orgasmo, y a veces la felicidad se contagiaba por toda la Ruta 61, sus dedos simplemente no dejaban que terminara ese éxtasis, se hacía largo, largo, casi doloroso de tan bello. Lo que escuché de esa guitarra fue un canto a la vida, a lo hermoso que tiene la vida, que a veces parecía un grito de desesperación, de una desolada tristeza pero al mismo tiempo se convertía en arte, se convertía en el propio destino de un tren, con la esperanza de seguir viviendo y esa sospecha de que todo puede cambiar. Ese diálogo que sostenía Johnson con su guitarra, su mirada penetrante, era una seducción a seguir cruzando el umbral de lo maravilloso, era un grito de vida, una vuelta de tuerca a espaldas del destino, una voz que aventó las cartas ya jugadas en el centro de la mesa, en el centro del tequila, en el centro del escenario, Carlos Johnson con su gordura sin igual, con su gran altura y el Blues en las venas. Si la ola de gotitas que van cayendo a la guitarra de Carlos Johnson pudiera encarrilar esa suerte de premonición a lo extraordinario, a lo que nos tiene reservado el destino, entonces, estoy segura, ayer hundió en mí una huella que silba ahora en cada palabra, en cada fibra de los sentidos.
Ayer fue mi cumpleaños y el señor Carlos Johnson me cantó un Happy Birthday Baby. Ahora su voz se ha hecho pequeña, ya encerrada sólo en mi memoria, canta interminablemente, me llama a quererlo, a inscribirlo por siempre entre mis letras.