lunes, diciembre 31, 2007
lunes, diciembre 24, 2007
Entonces el día de la fiesta.
Vengo por aquí porque me gusta escribir en tiempos muertos.
La tarde tiene ese olor frío en la punta de mi nariz.
De pronto las nubes; de pronto un pedacito de poema de Macedonio.
Una canción que se repite interminable.
Algunas felicitaciones por Internet en donde caben todos los pretextos para hacerse presente aunque sea unos momentos, unas palabras, tantas cosas que van lentamente tijereteando el año sin comas ni pausas.
Una vez más.
jueves, diciembre 20, 2007
Saltamontes.
No sé por qué me gusta que me digas saltamontes.
Pero a veces lo repito en mi mente.
Después de que pasan algunos días y no te veo extrañamente pienso en decirte saltamontes para que te acuerdes de mí.
Ando así… de un lugar a otro.
Un poco alterada por cómo se dan ciertas situaciones entre tú y yo, no sé por qué, pero no mal, al menos no tanto.
La otra vez que te escribí, en donde hablo mal de tu collage, no lo hice para que te sintieras agredida aunque fue pesado para ti.
No te escribo para pedirte disculpas porque sigo pensando que tu collage es pasado de moda y no hay nada que hacer para componer eso.
Ahora sólo me viene tu voz diciendo Macmua, o diciendo saltamontes, campeón.
Es curioso pero no tengo ningún objeto que me haga recordarte, ni siquiera un mensaje escrito en donde dibujes algún muñequito o los corazones rotos que a veces pones en tus cartas.
La otra vez revisé todas las cosas que tengo guardadas en el cajón de mi escritorio. Estaba buscando una tarjeta de crédito que ya reporté por perdida pero quería saber si la tenía ahí.
Miré varias veces unas fotografías que están encapsuladas en unos triangulitos que se dirigen a la luz, más bien se observa directamente el negativo.
Hay una en la que estamos juntas, yo soy una niña de siete u ocho años y tú eres un bebé que tiene muy regordete el cuerpo.
Eres un bebé.
Aunque he observado esa fotografía muchas veces, de pronto fue distinto porque caí en la cuenta de que tu mano me aprisiona un dedo de la mía.
Lo que me gusta es que a pesar de que alguien te cargaba, alguien que tiene recortado el rostro, tú sólo me sostienes a mí o yo me sostengo en ti.
Yo me detengo de ti con un dedo.
Yo miro a la cámara, tú me miras a mí.
Cuando era niña me hablaron por teléfono a la casa para decirme que habías nacido.
Estoy segura que la primera vez que sentí que mi vida no sería la misma fue ese día.
Tal vez la manera más verdadera en la que mi vida fue diferente y no como a veces creo que cambia y en realidad sigue siendo un poquito igual.
Por ejemplo, la única navidad que recuerdo fue ese primer año de tu vida cuando te quedaste completamente estupefacta de ver el arbolito de navidad encendido.
Recuerdo también que yo armé el arbolito y lo adorné yo sola porque era pequeño, aunque mi mamá lo subía en una mesita para que se viera alto.
Y fue realmente asombroso saber que era la primera vez que veías esas luces, esos adornos.
Me gustaba saber que todo era por primera vez.
Porque hay primeras veces y no nos damos cuenta.
Lo bueno es que ahora puedo contártelo y estarás feliz.
Es un recuerdo que no está despostillado, no sé por qué lo tengo en la cabeza y por qué te lo escribo, cuando a veces siento que muchas de las cosas que te escribo se pierden en el primer párrafo que te aburre y que dejas de leer.
A veces necesito que lo sepas, como si tuviera una intuición, tal vez la tengo cuando me hablas y me dices que vaya a tu cuarto porque están pasando un video que te gusta.
Esta carta es un poco así.
Te escribo porque no estamos juntas y no puedo ir a tu cuarto.
Te escribo porque me desperté con frío en la cara.
En mi mente me llamaste porque querías las fotos con lentes.
Después empecé por escribir saltamontes.
Porque tú eres la que tiene ese nombre y esa palabra.
Ayer me dijiste que yo te robo el vocabulario, campeón.
Y tal vez tengas razón.
Ayer me platicaste de nuevo la última vez que viste a Laura.
Y me quedo con esa anécdota tuya como si fuera también mía.
He visto a Laura cortándose las uñas de los pies y viendo la tele, diciéndote que al rato irá al hospital.
Diciéndote, Sí hija al rato voy.
Tal vez de verdad tengas una inteligencia que sólo yo entiendo y que nadie más quiere ver o que la ven y se espantan.
Se murió Laura, me dijiste, se murió, no lo puedo creer.
Saltamontes.
Ahora eres bebé, ahora eres la niña que perdió a Laura, ahora eres la niña que dice campeón, ahora eres mandarina con lentes, tonta.
No me gusta que te hagas la tonta, que te dejes pisar tan fácil, que te hagan sufrir, que llores, que no arregles tu cuarto, que fumes tanto, que pienses que eres fea cuando no es así.
(De algún modo tenía que decirte todo esto.)
Isolda.
Mandarina.
Niña que se cree mala que es buena que no puede ser mala porque es bella que huele a cigarro que se quema el cabello que se corta el cabello que se pone los mil aretes.
Saltamontes.
Sólo eso.
lunes, diciembre 17, 2007
Hace rato se fue la luz.
Las horas han sido diferentes. Paso mucho tiempo dormida o mirando por ahí, pintando mis uñas de color rojo. La felicidad es del tamaño de mi barniz, quiero decir que es portátil, la llevo en la uñas, un poco también por debajo de ellas, tal vez en el rostro aunque no creo en esas cosas. Es así, me voy meciendo en los días con una facilidad que hacía quince años no sentía. Porque era niña hace quince años, porque era libre y tenía una gata a la que me dejaron ponerle el nombre que yo quisiera. Era tan cursi como justo en este momento. Nunca he sido tan cursi como ahora y tan obscenamente feliz. Si tuviera oportunidad de nombrar a un gato sería igual que entonces, necesitaría los zapatos de charol negro que usaba, necesitaría una mesa redonda para esconderme abajo. Era bello. Hoy, la envoltura de mi felicidad de los plumoncitos paper mate era justamente como el olor del empaque de los libros de Anagrama. Lo más curioso fue que el plumoncito que más me gustaba, y el primero que se acabó, fue el blanco. Me gustaba escribir sobre colores. Me gustaba escribir sobre hojas blancas en las que las letras apenas y se veían, y es exactamente igual que ahora, porque me encantaría escribir sobre blanco, como si fuera un secreto que se va pintando de alguna manera mágica que sólo dos personas conocen.
El plumoncito blanco no se acabó, más bien la punta se le sumió y no pude volver a utilizarlo.
Los títulos de la colección andanzas están escritos en blanco sobre negro, pero no más, no tienen la apariencia paper mate, aunque una vez más puedo creer firmemente que las oraciones que leo me hablan solamente a mí, lo juro que sí.
Hace rato se fue la luz y dejé de leer tiempo después, mi mente completó algunas frases, se hundieron las palabras de mi libro en la oscuridad pero mis ojos se dieron cuenta un poquito tarde que no podía leer, la velocidad de la oscuridad me espantó.
Leía entonces:
“A los veintidós años […] Sumire se enamoró, […] un amor que lo derribó todo a su paso […] la persona de quien Sumire se enamoró […] era mayor que ella, estaba casada […] Sumire luchaba literalmente con uñas y dientes para convertirse en escritora profesional”.
Murakami.
Ya no tengo miedo.
Cuando tenía veintidós años me enamoré como Sumire: de un amor que lo derribó todo a su paso, pero que ahora me hace sentir, tal vez como Sumire a la mitad de la novela, que no hay moralejas, que he sido ingenua, lo bastante ingenua pero al mismo tiempo intransigente, lo que me ha permitido vivir de otro modo las cosas, tal vez literarias, creo que las he vivido del otro lado, porque mi enamoramiento fue como una cinta de Moebius, ha sido frase sobre frase escrita en blanco o escrita en negro; eso ha sido lo que me ha salvado de tanto romanticismo torpe que sale de los dedos. No lo sé. Es como ir re-signando cada recuerdo a su paso, simplemente decir que dos días han pasado
And Im feeling good
Fish in the sea you know how I feel
River running free you know how I feel
Blossom in the tree you know how I feel
Entonces Sumire:
“Sumire recordaba el sueño hasta en sus menores detalles. Incluso hubiese podido dibujarlo”.
Murakami.
Soñé que él me decía:
“La verdad es que sí quiero una gatita”. La verdad es que yo también.
Y me gusta mucho observar el estudio que está a la vuelta.
Y me gusta que el gato negro esté custodiando el espacio.
Y me gusta poder escribir con los libros abiertos en mis piernas.
Y me gusta estornudar sin tener que contener el sonido del estornudo.
Creo que es parte de todo lo que vengo pensando en el día, además de pensar en pelucas del dieciocho; de pensar montones de cosas que no digo a nadie porque son tontas o porque no vienen a cuento.