miércoles, abril 27, 2011
lunes, abril 25, 2011
domingo, abril 24, 2011
libreta
Acaba de pasar mi cumpleaños número 27.
La verdad es que el festejo lo comencé desde un día antes yendo a casa de mi hermana a cocinar. Cocinamos en dos días un menú para veinte personas: espinacas con queso de cabra, rollitos primavera, berenjenas empanizadas, zatziki, papitas rellenas de cebollin y dos ensaladas que hicimos el mero día. Una ensalada de pepino con manzana que hace Isolda muy rica y otra que hace mi mamá con pera y arándano. Y de postre mi mamá hizo una crema catalana muy rica.
Cocinar con mi hermana y mi mamá es el lazo más puro que puede tener nuestra relación. Platicamos, escuchamos música y vamos probando los guisos. A veces las cosas nos salen mal pero en la cocina casi todo tiene un remedio. Fue un poco cansado sobre todo porque un día antes me enfermé y tuve que ir con el doctor en medio de la cocinada y después regresar a seguir cocinando, pero me curé rápido.
Me la pasé súper porque era mi cumpleaños y además vacaciones después me la he pasado literalmente haciendo nada. De hecho me cuesta trabajo escribir esta entrada, no sé por qué me siento en el estado más soso y tonto de todo el fin de semana.
Escribir en el estado soso es lo único que se me ocurre, siempre me han dado miedo las personas que se aburren o que no tienen nada qué hacer en la vida. Y no sé por qué me pasa esto justo después de pasármela muy bien.
Quizá lo más atinado que hice fue leer una novela juvenil que se llama “Historia de un corazón roto… y tal vez un par de colmillos” de Mónica Brozon. Y me gustó bastante, de hecho me hizo recordar qué tan roto he llegado a tener el corazón. Tal vez eso definiría bien mi día: tengo el corazón roto y Meredith Monk me pone triste.
Tengo un plan ponerme a escanear los dibujos e ilustraciones que he hecho para mi diplomado y subirlos a mi blog en un afán de resucitarlo después de que prometí escribir y no he hecho nada más que renegar de este espacio.
La verdad es que el festejo lo comencé desde un día antes yendo a casa de mi hermana a cocinar. Cocinamos en dos días un menú para veinte personas: espinacas con queso de cabra, rollitos primavera, berenjenas empanizadas, zatziki, papitas rellenas de cebollin y dos ensaladas que hicimos el mero día. Una ensalada de pepino con manzana que hace Isolda muy rica y otra que hace mi mamá con pera y arándano. Y de postre mi mamá hizo una crema catalana muy rica.
Cocinar con mi hermana y mi mamá es el lazo más puro que puede tener nuestra relación. Platicamos, escuchamos música y vamos probando los guisos. A veces las cosas nos salen mal pero en la cocina casi todo tiene un remedio. Fue un poco cansado sobre todo porque un día antes me enfermé y tuve que ir con el doctor en medio de la cocinada y después regresar a seguir cocinando, pero me curé rápido.
Me la pasé súper porque era mi cumpleaños y además vacaciones después me la he pasado literalmente haciendo nada. De hecho me cuesta trabajo escribir esta entrada, no sé por qué me siento en el estado más soso y tonto de todo el fin de semana.
Escribir en el estado soso es lo único que se me ocurre, siempre me han dado miedo las personas que se aburren o que no tienen nada qué hacer en la vida. Y no sé por qué me pasa esto justo después de pasármela muy bien.
Quizá lo más atinado que hice fue leer una novela juvenil que se llama “Historia de un corazón roto… y tal vez un par de colmillos” de Mónica Brozon. Y me gustó bastante, de hecho me hizo recordar qué tan roto he llegado a tener el corazón. Tal vez eso definiría bien mi día: tengo el corazón roto y Meredith Monk me pone triste.
Tengo un plan ponerme a escanear los dibujos e ilustraciones que he hecho para mi diplomado y subirlos a mi blog en un afán de resucitarlo después de que prometí escribir y no he hecho nada más que renegar de este espacio.
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