El mundo no es un conjunto de cosas, sino de signos: lo que llamamos cosas son palabras. Una montaña es una palabra, un río es otra, un paisaje es una frase.
Octavio Paz
Los hijos del limo
Reconciliación con Paz, ni modo.
Sueños de todo tipo a todas horas.
He dormido como sólo se puede dormir en vacaciones: todo lo que mi cuerpo aguante.
En mi sueño voy por el arroz a la vuelta de la esquina, justo como ayer, sólo que la señora que me lo vendía no estaba llorando.
Ese conjunto de imágenes que se combinan día con día me enmudecen. El tiempo escrito siempre es más largo que el tiempo en donde se suceden movimientos y la vida en general, tal vez porque los movimientos escritos siempre están atrapados en una cámara lenta, el mundo pierde su realidad y se vuelve más ligero. Así debería de ser el mundo, un acto puro de movimiento, inmediato y posible de escribir. Pero lo inmediato es como una liga que se estira y se estira cuando se escribe, como los sueños; esas ligas que a veces se revientan en el despertar. El sueño es la metáfora de mis días o en todo caso el transporte para sobrevivir la luna. Luna en japonés se dice tsuki. Tsuki también significa guiño. Y los sueños son eso: guiños de la noche, de nosotros mismos. Ahí se sueña, en el entre de los significados: tsuki.
Esas palabras de las que habla Paz abren caminos, surcos en el revés de lo cotidiano, traducen los signos que se nos escapan cuando la palabra se evapora. Hoy es azul y mañana amarillo, qué cosa, por qué no. El tiempo vivo no tiene color, sólo una cara de la moneda, un volado perdido entre el lenguaje y lo real. Por eso no lo puedo escribir, por eso también no puedo escribir todos los minutos, aunque eso quisiera, escribir cada instante que se sucede, para guardar todo el mes de Julio en una escritura imposible. Imposible, pero amable. Porque Julio me parece un mes de transformación, como el arcano de Aries, como la muerte sonriente que cruza el río.
Guiño, luna del amanecer, brillito azul de la noche.
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