jueves, octubre 16, 2008


Me vi con Ana y le estuve contando un montón de cosas que no vienen a cuento, pero al final sólo me dijo, “sí, ya sabemos que sos la guardiana de los nombres”. 

Esta es la tercera vez que me hace este comentario.

 

Sí, la guardiana de los nombres, que observa el mundo a través de un vasito de vino.

Y el vino se mece para arriba después para abajo y las cosas se mecen con el vino, se deforman, adquieren nuevos colores hasta que se toman en un trago. Lo único que queda por delante es el tiempo, moviendo las fichas como se mueve el vino y como se mueven las huellas de la memoria, una ficha del dominó que tiembla antes de caer y anuncia el instante vivo, aquí ya no flota el presente, ese presente que amarraba con tanta necesidad a las palabras ha comenzado a soltar los nudos, hasta los más pequeños y complicados. Red, blue, ¿de qué color pinta el amarillo? Nudos, tiempo, vino, guardiana de los nombres.

 

Bien. Estoy agripada, pero eso no me quita el ánimo, de hecho, creo que casi nada me lo quita. Ahora lo cotidiano se inaugura, se abre como seguramente sólo las piedras deformes del barroco se abrían sobre la fachadas. Ahora, qué bien decir “ahora”, ahora la fachada, la cara que aparece en el espejo de hoy me recuerda a Rhoda cuando dice:

Comienzo a soñar con un lenguaje ingenuo como el que emplean los amantes, hecho de palabras cortadas, desarticuladas, somos herederos de continuar esas rupturas.

 

A Rhoda habría que decirle que vamos suturando ese lenguaje ingenuo, está lleno de pequeñas aberturas, sí, rupturas pero rupturas por donde se puede salir todo lo que configura el sentido hasta quedar sin nombres, sin guardianes.

4 comentarios:

Francisco Puente dijo...

Deberías presentartme a Ana.
:P

Francisco Puente dijo...

Deberías presentartme a Ana.
:P

Idalia dijo...

felicidades por todo, la felicidad te hace mas linda y tu escritura fluye mejor, te quiero mucho, ah, ya vi que me andas balconeando, jajajaja
besos
Arcana

Anónimo dijo...

Qué extraordinario: la guardiana de los nombre. Guardar un nombre es como mantener o sostener la vida del otro por el nombre, que es identidad, mismidad, transcurrir de la memoria. Guardar el nombre es también, en cierta medida, darlo, pero suponiendo que encuentre un nombre propio en alguna lengua singular, suponiendo que especule de nuevo, este «pensamiento» excesivo forma parte tan escasamente del orden desinteresado o teórico, o discursivo, de la especulación de la vida, como las pulsiones desencadenadas del amor y del odio, de la amistad y de la enemistad, cuando se unen a muerte, en todo momento, en el gusto de cada uno de nuestros deseos. Dar el nombre es, como te decía, sostener por el nombre la identidad y el ser del otro