Me gusta Malasaña, me gustas tú.
Me gusta que las cosas revelen su segundo nombre. Quizá de las cosas que más disfruto de estar en Madrid es la forma de utilizar el español. No tanto que me guste más sino que lo encuentro divertido. En lugar de torta es bocadillo o montadito o bocata. En lugar de crema es nata. En lugar de deslactosado es desnatado. En lugar de credencial es carné. Ordenador, móvil, pincho. Aberraciones como “ifone” en lugar de su pronunciación en inglés de iphone, “guaza” en lugar de whatsapp. En general a los españoles el inglés se les resbala muy fácil, nadie está preocupado por su pronunciación, aquí no hubiera tenido éxito juayderito porque la gran mayoría pronuncian el inglés como quieren. Patatas, pomelos, judías, zumo, caña. Qué chulo, qué guay, ¡jo! Me encanta el ¡jo! Es como quedarse a la mitad del “joder”.
Apenas abro la boca y ¡ya saben que soy extranjera! Algunos ya saben que soy de mexicana. Pero me gusta ser la mexicana.
En Madrid estoy viviendo en un barrio increíble llamado Chueca. La zona gay de Madrid con hartas tiendas y lugares para tomar la copa. Muy cerquita está Malasaña. Hay como tres estaciones en las que transbordo siempre Avenida América para ir al vodafone porque ahí arreglé mi celular, mi internet y en realidad eso es mucho parte de la vida cotidiana. Gregorio Marañón para hacer varias conexiones con otras líneas y Alonso Martínez. En Alonso Martínez hay un 100 montaditos en donde la cerveza y el montadito está a un euro todos los miércoles. Los demás días más caro, pero no mucho, como dos euros, o sea está rebien.
Aquí en realidad todo queda muy cerca, cuando la gente dice lejos no hay que creerle porque no hay nada lejos. Las estaciones de metro son engañosas porque son distancias muy cortas, son pocas las estaciones que se avientan un recorrido largo como de Miguel Ángel de Quevedo a los Viveros, que no se te ocurre pues me lo aviento caminando, yo no camino de la Facultad al Instituto, en México todo está lejos. En Madrid uno puede caminar unas tres estaciones sin problema. Quizá todo el distrito del centro es del tamaño de Coyoacán. ¿De qué tamaño es Madrid? No lo sé, pero no muy grande. El problema es tener las dimensiones de la ciudad de México eso ya pervierte las nociones de distancia, nada es muy lejos. Todos los lugares a los que voy, sin necesidad de usar el carro, o sea esto quiere decir que camino al metro o a la parada del camión, todo el recorrido no me lleva más de 30 minutos. Y es una bendición: acabo de cumplir auténticamente más de un mes sin manejar un coche. Y me siento súper bien. No hay nada más sano que estar lejos del tráfico de la ciudad de México. Aunque por supuesto, estando en una ciudad tan chica extraño la ciudad, La ciudad de México, grande entre las grandes.
Extraño los domingos. Carajo, en Madrid los domingos te picas los ojos. A ver después de estar leyendo toda la semana y estar en bibliotecas y museos lo único que quieres el domingo es hacer cualquier cosas que no sea todo lo anterior. Y el domingo no hay nada, nada de nada. Está todo cerrado, todo cerrado es todo cerrado. Las tiendas de ropa cierran, los centros comerciales están en las afueras o no existen, los cines son pocos y tienen todas las películas dobladas al castellano. Hay dos opciones ir al Retiro un parque enorme que es muy lindo y todo pero no hay más que dar la vuelta y ver la piratería de los negros. O ir al Rastro. Y después no hay nada. Si yo pudiera, jajaja, vendría y pondría un cinepolis, qué miserable es el domingo que extraño el cinepolis. Y es cuando me doy cuenta que en México estamos contagiados hasta el copete del sistema americano, el consumismo no tiene horario ni día. Los cines en México son la cosa más bella que puede existir, abren los domingos, tienen una variedad infinita de películas y ya no decir las salas VIP.
Aquí no es así.
Pero hoy fui a uno de los pocos cines en Madrid, sino es que el único, en donde las películas están subtituladas: Cine Ideal. No había cola en la taquilla y sólo era un taquillero. Y la sala me dio nostalgia, era como la sala Revolución en donde vi el Rey León cuando tenía 8 años. Una sala vieja con poca inclinación hacia arriba, butacas viejas, cuando digo viejas es que son más viejas que las de la Cineteca, enorme, con poca gente, sin anuncios agobiantes de propagandas al inicio de la película, poca gente comiendo palomitas. De hecho Alberto y yo parecíamos trogloditas con nuestras palomas grandes y refresco y bueno, estuvo padre, vimos Hugo. Me encantó Hugo con todo y que es cursi y hollywoodense hasta decir basta. Y a la salida… esta es la mejor parte, empujas la puerta de la salida y te da la luz hasta que te ciega y pues ya estás en la calle, si querías hacer pipí tienes que darle la vuelta al cine y entrar de nuevo.
Regresando a los domingos. No hay nada qué hacer. No hay comercio, no hay tiendas abiertas, nadie trabaja, el aburrimiento. Me di cuenta que hacía mucho que no me aburría. No quiero leer, no quiero ver el Facebook, no quiero escribir, no quiero hacer todo eso porque ya lo hice entre semana, quiero que la ciudad me entretenga. No hay eso. Madrid no entretiene a nadie. Entonces pensé qué hacía los domingos en México. Pues salir por Coyoacán, ir a alguna plaza a babosear, ir a los viveros, ir a los museos, ir con la familia, ir al súper… Y pensé sí sería buen momento para hacer la despensa.
Soy una fan absoluta del Carrefour, es lo más barato que existe en Madrid. No hay muchos supermercados grandes, de hecho Carrefour grandes hay que irse lejos, aunque bueno “lejos” son siete estaciones de metro, hay unos pequeños pero son para comprar cosas muy elementales que afortunadamente tengo uno esos chiquitos a tres cuadras de casa. En domingo pensé ir a Carrefour como si fuera al Wallmart. Además compré un carrito de cuatro ruedas para meter las compras del Carrefour, me siento tan madrileña cuando voy en el metro con mi carrito lleno de despensa porque creo que en México nunca he ido a hacer el súper en metro, aquí eso es bastante común. Y qué tal que los domingos el Carrefour también está cerrado.
El domingo pasado entonces decidimos irnos a Lisboa.
Y también todo estaba cerrado pero al menos conocimos la ciudad en tranvía y nunca pensé que Lisboa fuera una ciudad tan hermosa.
Amé Lisboa. Me gusta que digan “obrigado”. Hay que tomar el tranvía 28 para sentir que uno vive en los años veinte. Subir en el elevador para ir al Chiado y recorrer el barrio viejo. En Lisboa no hay como vivir la ciudad y comer bacalao fresco. Lo mejor de Lisboa es que no tienes que visitar museos, ni iglesias ni torres, ni monumentos, ni nada sólo tienes que sentir la ciudad que como dice la canción es antigua y señorial. En momentos me recordaba la Habana vieja por sus edificios y sus casas, pero es más hermosa Lisboa. La gente es amable y se toma su tiempo para entender el español. Las gaviotas se meten a la ciudad, van sobrevolando a los autos y hay muchas palomas y gaviotas por todas partes. Además la humedad del mar se mete en el cabello y es bueno sentir que uno respira aire con olor a mar. Mañana mismo regresaría a Lisboa. Hay un restaurante que tiene una compañía de teatro, pero la comida ahí es punto y aparte, están más allá del bien y del mal: Chapito. Si van a Lisboa, tienen que comer ahí, es la ley.
Cuando regresé de Lisboa, sentí medio gacho no regresar a México, siempre que uno sale de vacación regresas a tu país y se siente bonito. Regresar a Madrid es como no regresar del todo a casa aunque sí sea mi casa. Aquí la gente es súper amable, me han tratado muy bien como extranjera. Y ya estoy empadronada. Soy auténtica residente de esta ciudad.
Mañana es domingo y estaré en Madrid, pero está Malasaña con su infinidad de bares y tapas y lugarcitos y Manu Chao cantando en mi cabeza.
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