jueves, noviembre 15, 2012

Yuyes, Yuyis, Lulú, Lourdes. La mujer que hizo de mi abuela, que me daba consejos sin que se los pidiera y que siempre le atinaba a las cosas que me decía.
Anubis fue la gata sobreviviente de su muerte. En Acapulco, en aquel Agosto de 2008, ya muy enferma, decidió llamar al veterinario y pedirle que se llevara a todos sus gatos y perros a "dormir". Anubis se quedó a su lado, todo el tiempo. Y cuando la trajimos a la ciudad de México, Anubis venía en su transportadora y mi mamá Yuyis vino hablando con ella, recordando que como Rosa Luxemburgo con su gato, ella igual nunca se separaría de ella. En ese viaje final de vuelta a la ciudad de México, Anubis no emitió ninguna palabra, sólo la escuchaba hablar. Yo manejaba por primera vez en mi vida la carretera del Sol, Acapulco-México. Me dolía el corazón escuchar a mi mamá Yuyis despedirse de Anubis, decirle cosas como ellas te cuidarán muy bien, refiriéndose a mi mamá, a mi hermana y a mí.
Siempre me acuerdo de mi mamá Yuyis, es imposible no recordarla, muchos de sus cuadros están hoy en mi sala y una cajita con olor a naftalina todavía conserva ese olor que rodeaban sus muebles en Acapulco. Recuerdo frases muy hechas que tenía y que me repetía para que no las olvidara, como cuando un hombre te pregunte con cuántos te has acostado tú debes responderle: "con un más que Safo y con uno menos que Santa Teresa". Recuerdo que a los quince años me dijo que no me fuera a volver ninguna puritana que tuviera muy presente que la virginidad sólo era un estorbo que había que quitar. Su amor por la vida la hacía una persona que siempre estaba rodeada de personas, algunos amigos, otros admiradores y alumnos.
No toleraba que dijera ninguna grosería, un día me dijo, Idalita si vas a dedicarte a escribir no puedes decir tantas groserías, no me asustan, pero no debes hablar de ese modo siendo escritora. De hecho ella fue la primera en comenzar a decirme "escritora" cuando nunca había publicado nada y sólo era estudiante de la Sogem.
El día que le conté en secreto y con voz quedita que andaba saliendo con Alberto, recuerdo que sus ojos se llenaron de luz y me dijo casi riendo ¡ay Idalita, eres obscena!
Extraño a mi mamá Yuyis.
Anubis sigue siendo la sobreviviente, la gata siamesa que pide salir al balcón a tomar el sol y el aire todos los días.
Alberto encontró en Google este texto que habla sobre ella.
No sé quién fue Aurelio, pero por el escrito sé que la conoció y la amó tanto como muchas personas que estuvimos cerca de ella. Me emocionó leerlo, creo que lo único que podemos hacer es recordar a esta gran mujer escribiendo sobre ella.


Este viernes me levanté pensando en el cumpleaños de mi papá, Don Genaro. Es el número 14 que ya no está conmigo, con nosotros. Lo que duele es la ausencia, leí por ahí, y salí a la calle en busca del bar más cercano para tomarme unas cervezas con su fantasma, y pagué doble cuenta y también brindé con mi ausente madre y abrí el periódico y en un recuadro encontré una esquela: Lourdes Huerta Garay, falleció este 18 de septiembre.
Lulú, maestra, amiga, tu no cabes en una pinche esquela. Lulú, grandísima maestra, cómo me duele haberte dejado esperando nuestro siguiente encuentro, ese donde me ibas a mostrar los poemas que le escribí a tus gatos hace algunos años, que yo no recordaba haber escrito y menos aspirado a ser poeta. Cosa de tener 18 años.
Entre las miradas de tus gatos, Lulú, en veladas con vino tinto nos hiciste leer a Carlos Pellicer, a Salvador Novo, a Cuesta, esos poetas para los que fuiste su princesita. Nos hablaste del 68, de Eli de Gortari y José Revueltas, tus maestros; de tu amigo, el escritor Sergio Fernández, de Jodorowsky, el maestro de teatro. De tu marido, el filósofo Miguel Bueno, de tus andanzas en Turquía, África, y leímos entre copa y copa los rubayats de Omar Khayyam.
Lulú, la lúdica maestra emérita de la universidad. Para quien la izquierda no era un partido, sino una actitud y una cultura de vida (tu no cabías en esa pendejada llamada PRD). Lulú la mujer libre, la señora librepensadora, la anfitriona que atesoraba libros con olor a naftalina y discos con el crash que antecedía a Charly Parker o al grandísimo cronopio Louis Armsntrong.
Escogiste a Guerrero y a la UAG para vivir, finalmente. Por casi tres décadas fuiste la maestra de generaciones en Economía, Sociología y Derecho, pero tu cátedra se extendía a tu amistad, a tu casa, a tu patio con gatos deambulando y mirando desde su curiosidad el infinito mar.
Tus amigos, tus alumnos –Melo, Iracheta, Rodolfo, Ricardo, Iracheta, Max– acá de repente creo que nos quedamos huérfanos como tus gatos. Querida Lulú, me duele haber faltado a la cita, pero como diría Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.




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