El viernes por la noche escribí una pequeña nota sobre un fotógrafo mexicano.
Es curioso pero es la primera vez que escribo algo sobre un artista vivo, quiero decir, todo lo que he escrito antes han sido sobre artistas muertos como José Clemente Orozco, Diego Rivera... y más muertos aún como Caravaggio o Vermeer. Es algo común en historia del arte decir que es mejor analizar artistas muertos porque ya no hablan, al menos uno no tiene que lidiar con la monserga de escuchar lo que piensan porque ya no pueden emitir su opinión al respecto. Pero creo que esta vez fue una experiencia muy agradable, sobre todo por ser la primera, porque el fotógrafo me escribió personalmente para decirme que había interpretado su trabajo de una forma muy “atinada” y entre otras cosas que podía leer ahí “sentimientos que a veces no se pueden explicar con palabras”.
Ese texto forma parte de mi calificación final en la materia de Laura González que impartió en el MUAC. Así que tengo que esperar hasta el fin, fin, fin último del semestre para publicar aquí de qué fotógrafo estoy hablando y qué texto es el que escribí. Saber la opinión del artista fue raro al principio pero la verdad es que está a toda madre saber que cuando escribo sobre arte no ando debrayando así nomás.
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