Ayer mientras venía a casa en el carro me entró la angustia
de no terminar nada.
Una angustia tonta que inundó mi cuerpo y que hizo que la
música que escuchaba en ese momento me molestara. En el carro no hay
escapatorias y me da miedo pensar demasiado en cosas sin importancia mientras
manejo, sobre todo porque en la ciudad de México no se sabe nunca por dónde
saltará el conejo. Pero era importante todo lo que pensaba. Sobre todo porque siento que enero, al menos este enero, no tiene nada de ruptura, sino de continuidad, de último jalón para terminar los pendientes, no tengo propósitos, tengo compromisos que hay que terminar y punto.
Sobre la calle de Amores hay topes y semáforos cada tres
cuadras o dos, a veces recorrer esta calle desde que deja de ser Medellín hasta
llegar a Coyoacán me desespera un poco, aunque siempre pienso que las colonias
que atravieso me parecen bonitas, me gusta que haya restaurantes y tienditas y
árboles, me hacen pensar que esa parte de la ciudad de México está llena de
árboles y de lugares en verdad bellos.
Ayer mientras venía en el camino, me acordé que no iba para mi casa, que
había quedado de pasar por Paola y lo había olvidado por completo, así que giré
justo a tiempo sobre División del Norte y me dieron unas inmensas ganas de llorar
seguido a la angustia, a tener que parar de golpe en el semáforo del parque de
los Venados y voltear a ver al parque y ver cómo una pareja andaba en una
bicicleta doble y reían, de verdad, el mundo es eso, mientras yo estoy en mi
carro poseída por la histeria más asquerosa dos personas patalean en un parque
con el atardecer a punto de caer. Después llegué por Paola y la felicidad de
Paola entró en el carro, después salió disparada a su casa porque había
olvidado un libro y era nada menos que el horóscopo chino de este año con todas
las predicciones, sugerencias y advertencias. Olvidé por completo la angustia
que había sentido, así de la nada.
Los
estados de ánimo son de esa forma, en un momento uno siente que está aplastado
por una nube negra y en el otro estoy esperando a Paola y el atardecer se
reveló con un rompimiento de gloria propio de algún cuadro del Vaticano, por
supuesto que lo veía a través de cables de luz y en medio del tráfico de
Popocatepetl.
Paola subió al carro y le dije que estaba angustiada porque
no tenía terminado nada y sentía que el tiempo de noviembre para enero se había
pasado escandalosamente rápido y ella me dijo que no mencionara la palabra
tesis porque estábamos en bebiernes y yo me reí.
Soy una ratita de madera aromática y este año de la
serpiente se vienen muchas sorpresas en mi camino, cuidado con los rumores,
“observo desde la quinta fila y debo seguir mis instintos de rata para
abandonar el barco antes de que se hunda”.
Agradecí la existencia de Paola en mi carro, con el
horóscopo, con la imitación de voces que hace al leer las predicciones y
estando ahí esperando a que el semáforo cambiara, señaló el atardecer, esas
nubes abriéndose en rayos y dijo sorprendida, ¡mira la naturaleza!
Y nos fuimos felices, estoy segura que más felices que la
pareja pedaleando en su bicicleta doble.
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