1. Mañana de efectos especiales
Desperté a las seis de la mañana.
Dormí
cerca de 12 horas de corrido.
Me gusta levantarme y abrir la ventana.
El día estaba nublado. Gris. Ese color
que se confunde con lluvia y contaminación.
Regreso a mi cama un par de minutos. Me
cobijo con el edredón y siento ese viento helado de la mañana que comienza a
inundar el cuarto. Observo cómo mi gata Pavlova huele el ambiente que entra por
la ventana. Yo también trato de olerlo, de percibir que la mañana tiene un
olor. Pavlova con el movimiento de su nariz, como si fuera un conejo, se da
cuenta que otro aire se combina en la habitación.
Pasan esos minutos y me puedo levantar y
comenzar el día.
Estos últimos días el centro histórico
han servido como locación de la película James Bond. Yo he estado al pendiente
de todo el circuito y horarios. El jueves pasado estuve con mi vecino hasta
altas horas de la noche viendo los ensayos de cámara. El viernes vi cómo movían
los carros alegóricos de día de muertos.
En el imaginario estadounidense existe
una especie de “desfile de día de Muertos”. Eso pasa en la película mientras
James Bond sale por un pretil de un balcón y después de una explosión parte de
Donceles queda con piedras de edificio y cascajo.
El cascajo llegó ayer. Hoy por la mañana
ya había un carro como chocado y lleno de piedras. Un gran derrumbe y
parafernalia de efectos especiales (ventiladores gigantes, catapultas, cemento,
etc.) han cooptado las calles de Tacuba y Donceles.
2. R.C.
Desayuné en la Pagoda.
R.C. llegó ahí caminando desde el metro
Hidalgo. Desayunamos y le dije: tenemos que ir a ver la instalación de James
Bond. Primero me platicó sobre su viaje a San Luis. Yo le platiqué de mi fin de
semana. De que comí una sopa especial sanborns con H. De que me tomé un mezcal
con M.H. De que le ayudé a la mudanza a A. De que mi hermana fue a ver el
escenario de James Bond. Y de que dormí 12 horas del domingo a hoy.
Después fuimos a ver las calaveras
gigantes de J.B. Le hablé de la película como si me supiera el guión. Cuando en
realidad sólo sé información recogida de varias partes.
Caminamos a Conaculta.
3. Lunes de labores
Estuve trabajando en la novela en donde
el protagonista es un chico cuáquero cuyo abuelo se está muriendo pero se acaba
de casar con una rusa y le gusta ir de cacería. No logro entender cuál es la
ciudad en la que ocurre todo. A veces es como si estuviera en Estados Unidos,
otras como si estuviera en alguna ciudad del norte, pero no logro identificar
ningún escenario conocido.
Mi compañero de oficina, S., me ofreció
gomitas en forma de cocacola.
-Un clásico-. Le dije.
-Sí, pero éstas me las
trajeron de Berlín.
-Buenísimas.
Comí tres y cada una la saboreé
lentamente.
4. H.B.
En el horario de la comida, fui a comer
con H. a un restaurante que se llama Citronela.
Es un lugar con paredes blancas y
bombillas con resistencia antigua.
Tiene menú.
Sopa, ceviche, pollo y postre.
El día comenzó a oscurecerse.
Nubes negras y un poco de lluvia.
Cuando el día parecía cerrarse en una
tormenta, H. dijo que era un día realmente horrible.
-No me parece, me gustan
los días así.
H. hizo un gesto de desaprobación, como
si estuviera diciendo que los días nublados me gustan por mera pose.
Después me comentó de la boda secreta de
dos compañeros de trabajo.
Antes de hablar de esa boda yo ya me
había enterado por dos personas diferentes.
¿Qué puede tener una boda de secreta
cuando se convierte en un chisme a voces por la oficina el lunes a primera
hora?
¿Quién demonios hace una boda secreta? En última instancia “secreta” ¿para quién?
Después el sol.
Un sol inesperado a la hora del postre.
H. dice que no entiende los emojis,
tampoco entiende los gestos que hago.
Es verdad que gesticulo mucho, quizá más
de lo que soy consciente.
No me doy cuenta pero siempre estoy
haciendo caras. H. dice que hago caras que no comprende. Lo escucho decir esto
y me dice:
-Ves, ¿eso qué significa?
No tengo respuesta.
Una amiga suya de la FLM nos encontró en
el camino. Le llevaba una cactácea en una maceta de cáscara de coco.
H. dijo que antes solía ser un buen
jardinero.
Un día dejó de serlo, ahora casi todas
las plantas se le mueren.
A mí me preocupa que se haya muerto mi
mejorana, porque así se llama mi blog.
-Quizá sea momento de que tu blog se muera-. Dijo H.
-No puedo matarlo en este momento, estoy escribiendo todos los
lunes ahí.
-¿Y de qué escribes en tu blog?
-De vida cotidiana.
H. se burló de mí. Me dijo que escribir
de vida cotidiana es justo escribir de nada.
-¿Vas a escribir sobre la pieza de pollo?
-Sí.
-Sí.
La pieza
de pollo de H.
Hoy durante la comida H. me dijo que no
quería comer su pollo. La verdad era un muslo al que había que hurgar un buen
rato para quitarle el pellejo y los cueritos.
Yo le dije que no era necesario que se lo
comiera.
Me contó que cuando era niño le obligaron
a comer una pieza de pollo. Él no quería porque era un pollo con mucho pellejo
y con cosas que le daban asco. Pero debía comerlo a fuerza, no podría
levantarse de la mesa si no comía ese pollo. Pasó mucho tiempo y ya todos
habían comido y sólo quedaba él frente a su plato, con su pierna de pollo
enfrente.
Sin que nadie se diera cuenta tomó la
pieza de su plato y salió al patio de la casa, con todas sus fuerzas aventó la
pieza del pollo hacia el jardín. Después, asunto resuelto, dijo que había
terminado de comer y ahí se quedó el asunto.
Hasta que unos minutos después fueron a
tocar a su casa los vecinos de junto. Fueron justo a reclamar que alguien había
aventado una pieza de pollo a su jardín, y que habían lavado la ropa, tendido
unas sábanas y esa pieza de pollo había caído en la ropa limpia recién tendida.
Por supuesto supieron quién había sido
esa persona.
Fin de la historia.
-Me gusta mucho tu historia del pollo-. Le dije a H.
Hoy, antes de ir a comer, en la oficina, chocamos
nuestras botas, son del mismo color, la misma marca.
Al final sigo siendo un niño.
5. Escribir en lunes
Antes de salir de la oficina me quedé con esta cita en la mente.
Más tarde, cuando comenzaba a escribir esta entrada, Maritza Constante me habló a mi casa.
Me gusta escribir su nombre completo.
Hacía tiempo que no hablaba con ella, así que me dio emoción recibir su llamada.
Hablamos largo rato, me preguntó por el medio maratón. Le dije que había enfermado, que no estaba contenta. Ella me contó que tenía muchas flemas y que tampoco estaba bien, que se sentía bastante enferma. Me dio pena escucharla mal.
-Tienes que aliviarte.
-La verdad no me siento bien.
-Acá llueve.
-Aquí no.
No hay noticia más triste del día que saberla enferma y no poder hacer nada al respecto.
Y así fue como terminó el lunes.
P.D. ¿Ir al concierto de Pearl Jam es como regresar al vecindario de cuando era niña y darme cuenta que la casa en la que viví ya no existe?
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