Desperté a las ocho en punto.
Cuando no tengo un plan de acción todo me
descontrola y sin querer pierdo el tiempo de la forma más absurda. Un lunes
cualquiera me levanto y comienzo a preparar todo para bañarme, hacer café,
limpiar el arenero de Pavlova, preparar la ropa que me pondré, colocar los
lentes junto a las llaves, levantar los trastes que se quedaron afuera,
etcétera.
Pero en un lunes de puente, sumado a un
domingo de medio maratón, mi vida fue un ambular constante. Me sentía como una
muerta en vida.
Desde que desperté sentí el dolor en las
rodillas, lumbares y cuello.
Sentí también la garganta cerrada como si
fuera a enfermar de gripa.
Hacía mucho que no sentía tanto malestar
físico junto.
Hoy es uno de esos días.
Y el malestar del cuerpo no me hace mejor
persona, no me hace meditar, no me hace escribir, simplemente me pone de muy
mal humor.
Es horrible estar de mala onda y no poder
desquitarse con nadie.
Mi vecino me había enviado un mensajito
preguntándome por la carrera de ayer.
Le dije que me sentía mal, que estaba
como enferma.
Al rato vino a la casa a tomarse un café
y le conté los detalles del medio maratón.
Él me comentó que está escribiendo un
libro con unas fotografías antiguas que se encontró en la Lagunilla.
Fui a su casa para ver sus adquisiciones.
Estuve con él viendo las fotos viejas y
me enseñó una en especial que le llamó la atención.
Una foto de unos estudiantes de medicina,
muy vieja quizá del cincuenta, todos posando en el anfiteatro. A un costado de
la foto, hacia la esquina, un niño fantasma observando la escena. Sé
perfectamente que el montaje existe desde que existe la fotografía, pero ver la
impresión, examinarla y notar el rasgo fantasmal del niño en la foto logró su
efecto: espantarme.
Dejé de verla. No me gusta sugestionarme.
Menos cuando sé que pasaré todo el día sola.
Regresé a mi casa y me quedé dormida.
Ahora que lo escribo, me vuelve a dar
miedo. Porque ahora es peor: es de noche.
Esto me recuerda que a mi mamá le encantaba ver películas de terror y luego las dos estábamos muertas de miedo y su miedo no me ayudaba a sentirme protegida, su miedo me daba más miedo.
Durante la tarde olvidé las fotos y me concentré en el malestar que sentía. Pensaba en qué me tomaría para cortar la gripa.
Comencé a sentir mucho frío.
No quiero que un niño de una fotografía
antigua me espante.
Pero ¿cómo le digo a mi pensamiento mágico
que ningún fantasma se me aparecerá?
Por la tarde, ya acostada, estuve
pensando en el medio maratón, en el objeto / objetivo de correr.
Decidí que no escribiría sobre esto hoy porque hoy no corrí, hoy sufrí los efectos, hoy me enfermé, hoy me espanté.
Me quedé dormida y Pavlova llegó a mi
lado.
Las nubes se asomaban blancas y enormes
sobre un cielo azulísimo.
Tomé varias fotos y parecían postalitas,
tan cursis, que no me atrevía a subir ninguna la Instagram. Pero al final sí lo
hice.
Ahora, todo en calma, el random de mi iPod
ha decidido poner “The end” de Los Doors.
Este es el lunes más pasivo de la
historia.
Frío, malestar, jugo antigripal.
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