Martes de pensamientos reiterativos.
Tengo que borrar repeticiones.
No sé si comenzar cronológicamente.
No sé si escribir.
No sé si realmente quiero abrir la caja sin machucar la esperanza.
1.
¿Por qué me emociona?
Quizá porque pensamos que el mundo no debe ser una metáfora de la literatura.
A veces ocurre que sí.
2.
Hoy decidí venir a comer a mi casa.
Pasé a comprar queso y tortillas y me hice una sincronizada.
Después me recosté en mi cama viendo cómo el día soleado se nublaba y me quedé dormida.
No soñé nada.
Desperté a la media hora. Me apuré y regresé a la oficina.
De vuelta me encontré una casualidad cotidiana: escuchar que alguien toca La llorona.
Es de mis casualidades favoritas pero de tan reiterativa he aprendido a vivir con ella.
A veces la toca el organillero que se pone frente al Palacio de Correos, a veces la toca el tecladista del Museo de la Tolerancia. Hoy la tocaba un trompetista afuera del Senado.
Regresé a la oficina.
Calor indigno, café de Starbucks y La llorona por dentro.
H. me dijo que tenía los ojos hinchados.
—Puede ser.
—Tienes sueño.
—Sí.
Pero antes de H. y antes del horario de la comida fue M.
3.
Martes de repeticiones.
Me coloqué los audífonos naranjas que he usado las últimas semanas y comencé a escuchar a Fiona Apple. Estoy leyendo ensayos sobre Rafael Bernal porque editaré una Antología.
Corrijo las notas a pie de página, cada una. Y me encuentro con esto: Daniel Sada en una entrevista que se llamó Porque parece mentira la verdad nunca se sabe dice que la historia calla lo que dice la novela.
Porque parece mentira...
¿Es casi un dicho popular?
Escuchaba por cuarta vez Across the universe.
En el video Fiona Apple porta unos audífonos (similares a los naranjas que tengo) y canta sentada adentro de un restaurante de sodas. El lugar es vandalizado mientras canta con la mirada fija a la cámara. Ella está inmutable ante la violencia de su alrededor.
Nothing's gonna change my world.
Se repite.
Pero todo está siendo destruido.
Y de pronto cuando las palabras caen como lluvia sobre los vasos de papel, cuando parece mentira la verdad, cuando nada cambiará mi mundo, alguien llega a mi oficina y me cubre los ojos.
Es el señor M.
No es posible confundir su loción.
¿Hace cuánto que no viene a mi oficina?
M. se dirige a mí por mi apellido, en un lenguaje de policías y eso me hace gracia.
Visita sólo para dejar unas gomitas de azúcar en forma de montaña.
Después se va y quito Across the universe.
Y como las gomitas y la azúcar me da felicidad.
4.
Rafael Bernal publicó El complot mongol en 1969 y murió en 1972.
La novela sucede en el Centro histórico.
En una de las descripciones menciona la calle en la que vivo.
Tuvo cinco mujeres.
Su última esposa se llama Idalia.
Idalia tiene 94 años.
Que Rafael Bernal tenga dos Idalias.
Una en su vida y otra editando un libro sobre su vida.
5.
Nunca me he aprendido la letra de La llorona, pero me sé estos versos:
no sé qué tienen las flores
las flores del camposanto
que cuando las mueve el viento
parece que están llorando.
Tengo que borrar repeticiones.
No sé si comenzar cronológicamente.
No sé si escribir.
No sé si realmente quiero abrir la caja sin machucar la esperanza.
1.
El martes comenzó con una tristeza estúpida, de las que no tienen una razón de ser.
Le llaman "el dolor inútil" como cuando atropellan un perro. ¿Para qué sirve ese dolor del que no podemos hacer nada? Así comienza un cuento de Patricio Pron.
Pero logro hacerme trampa. Logro esconder la tristeza, aunque me duela la cabeza.
Escribir sobre casualidades y sobre encuentros improbables me ha aliviado el corazón.
Es una historia que no hubiera existido si no hubiera conocido a H. Así comienza.
En realidad comienza hablando del 21 de abril de 2015 cuando tomé el Metrobús de Reforma a Buenavista.
El personaje que se enamora de M. curiosamente tiene las mismas iniciales que Paul Auster.
Eso no lo había notado y lo escribo aquí porque es el tipo de detalles que no caben en la historia en donde ya todo está dicho.
La historia de la joven de pastas amarillas se ha ido tejiendo fino.
Ahí ya no está el helado, la malteada, la plática y los emojis en forma de corazón.
Lo pienso y me emociona.¿Por qué me emociona?
Quizá porque pensamos que el mundo no debe ser una metáfora de la literatura.
A veces ocurre que sí.
2.
Hoy decidí venir a comer a mi casa.
Pasé a comprar queso y tortillas y me hice una sincronizada.
Después me recosté en mi cama viendo cómo el día soleado se nublaba y me quedé dormida.
No soñé nada.
Desperté a la media hora. Me apuré y regresé a la oficina.
De vuelta me encontré una casualidad cotidiana: escuchar que alguien toca La llorona.
Es de mis casualidades favoritas pero de tan reiterativa he aprendido a vivir con ella.
A veces la toca el organillero que se pone frente al Palacio de Correos, a veces la toca el tecladista del Museo de la Tolerancia. Hoy la tocaba un trompetista afuera del Senado.
Regresé a la oficina.
Calor indigno, café de Starbucks y La llorona por dentro.
H. me dijo que tenía los ojos hinchados.
—Puede ser.
—Tienes sueño.
—Sí.
Pero antes de H. y antes del horario de la comida fue M.
3.
Martes de repeticiones.
Me coloqué los audífonos naranjas que he usado las últimas semanas y comencé a escuchar a Fiona Apple. Estoy leyendo ensayos sobre Rafael Bernal porque editaré una Antología.
Corrijo las notas a pie de página, cada una. Y me encuentro con esto: Daniel Sada en una entrevista que se llamó Porque parece mentira la verdad nunca se sabe dice que la historia calla lo que dice la novela.
Porque parece mentira...
¿Es casi un dicho popular?
Escuchaba por cuarta vez Across the universe.
En el video Fiona Apple porta unos audífonos (similares a los naranjas que tengo) y canta sentada adentro de un restaurante de sodas. El lugar es vandalizado mientras canta con la mirada fija a la cámara. Ella está inmutable ante la violencia de su alrededor.
Nothing's gonna change my world.
Se repite.
Pero todo está siendo destruido.
Y de pronto cuando las palabras caen como lluvia sobre los vasos de papel, cuando parece mentira la verdad, cuando nada cambiará mi mundo, alguien llega a mi oficina y me cubre los ojos.
Es el señor M.
No es posible confundir su loción.
¿Hace cuánto que no viene a mi oficina?
M. se dirige a mí por mi apellido, en un lenguaje de policías y eso me hace gracia.
Visita sólo para dejar unas gomitas de azúcar en forma de montaña.
Después se va y quito Across the universe.
Y como las gomitas y la azúcar me da felicidad.
4.
Rafael Bernal publicó El complot mongol en 1969 y murió en 1972.
La novela sucede en el Centro histórico.
En una de las descripciones menciona la calle en la que vivo.
Tuvo cinco mujeres.
Su última esposa se llama Idalia.
Idalia tiene 94 años.
Que Rafael Bernal tenga dos Idalias.
Una en su vida y otra editando un libro sobre su vida.
5.
Nunca me he aprendido la letra de La llorona, pero me sé estos versos:
no sé qué tienen las flores
las flores del camposanto
que cuando las mueve el viento
parece que están llorando.