Nunca sabemos lo cerca que estamos de nuestro pasado.
Cientos de veces cruzo Río Churubusco de General Anaya a Av. Morelos o eje 3... Sobre todo porque mi abuela vive en la Jardín Balbuena y la visito muy seguido.
Hoy regresé de Puebla y nunca había vuelto a experimentar la profunda tristeza de un domingo.
Churubusco estaba tomado por bicicletas, así que la lateral venía a vuelta de rueda, sobre esa lateral volví a estar frente a una esquina que siempre me produjo tristeza. No sé qué avenida es, pero es una antes de llegar a Municipio Libre. Muchas veces siendo niña el carro de mis padres frenaba en ese mismo alto. Una tienda de albercas y casas para perros. Recuerdo que íbamos a casa de mis abuelos y de regreso cuando veía que el día se había terminado me sobrevenía la angustia de lo cotidiano, de saber que al día siguiente estaría formada haciendo honores a la bandera a las ocho en punto de la mañana. Lo peor de esa época era la imposibilidad de verbalizar lo cotidiano, de tener al menos la herramienta de escribirlo en alguna esquina del cuaderno profesional de cuadro grande con márgenes rojos. Lo único que sabía era la certeza de lo real: lunes, uniforme y gel en el pelo. Saber eso me entristecía, pero al mismo tiempo, no había nada qué hacer. Soportar el ritmo cotidiano era tan triste como esa tienda de albercas vacías y casas para perros. Cuando estaba en la secundaria llegué a pensar que eso nunca terminaría nunca. Y todavía hoy cuando a las once de la mañana paso por enfrente de una escuela pienso "por fin estoy fuera, pensé que nunca llegaría un lunes que a las once de la mañana estaría haciendo cualquier cosa menos estar en una escuela". De hecho al terminar la preparatoria decidí no volver a tomar clases en la mañana.
Pero hoy, otra vez: domingo, esquina de Churubusco, albercas vacías y casas de perros. ¿Por qué ese negocio no ha cerrado? No lo sé. Pero está intacto al tiempo. Asqueroso.
Le dije a Alberto que fuéramos a un restaurante que estaba cerca de mi antigua casa, en donde mi mamá iba con una olla y compraba pozole para llevar. Fuimos y el lugar seguía ahí, sólo que ahora además de comida para llevar es un restaurante. Comimos pozole y después fuimos al parque al que solía ir de niña. Muy cerca del restaurante sobre la 71 sur.
Un pequeño parque con árboles y columpios y resbaladilla.
El espacio era el mismo, con juegos nuevos, pero con los antiguos animales de piedra que trataba de montar cuando era niña. Esos animales son medio inútiles y en realidad los han ido quitando de los parques, pero éste, el parque de mi infancia, los sigue conservando.
Me emocionó estar ahí de nuevo. No recordé nada en especial, pero saber que eso existe aún en el tiempo me hizo sentir bien, supongo que me hubiera roto el corazón regresar y no ver a esos animales de piedra. Mis padres ya no están casados, mi hermana y yo ya no somos niñas, nada de mi vida que pobló ese parque existe.
Pero los animales de piedra están ahí, y de algún modo, me recuerdan que esa infancia existió, que fui feliz, que mi papá llevaba a mi hermana en la carreola y mientras yo jugaba en el pasamanos, él la mecía en el columpio. En ese tiempo las albercas vacías no me angustiaban. En ese parque hay una parte de mí, cuando sólo tenía que jugar y bañarme a las ocho para dormir a las nueve. Cuando existía Corazón de Melón y Oscar Lima era el niño que me gustaba.
Tomé esta foto porque en el fondo sé que algún día dejarán de existir.
Cientos de veces cruzo Río Churubusco de General Anaya a Av. Morelos o eje 3... Sobre todo porque mi abuela vive en la Jardín Balbuena y la visito muy seguido.
Hoy regresé de Puebla y nunca había vuelto a experimentar la profunda tristeza de un domingo.
Churubusco estaba tomado por bicicletas, así que la lateral venía a vuelta de rueda, sobre esa lateral volví a estar frente a una esquina que siempre me produjo tristeza. No sé qué avenida es, pero es una antes de llegar a Municipio Libre. Muchas veces siendo niña el carro de mis padres frenaba en ese mismo alto. Una tienda de albercas y casas para perros. Recuerdo que íbamos a casa de mis abuelos y de regreso cuando veía que el día se había terminado me sobrevenía la angustia de lo cotidiano, de saber que al día siguiente estaría formada haciendo honores a la bandera a las ocho en punto de la mañana. Lo peor de esa época era la imposibilidad de verbalizar lo cotidiano, de tener al menos la herramienta de escribirlo en alguna esquina del cuaderno profesional de cuadro grande con márgenes rojos. Lo único que sabía era la certeza de lo real: lunes, uniforme y gel en el pelo. Saber eso me entristecía, pero al mismo tiempo, no había nada qué hacer. Soportar el ritmo cotidiano era tan triste como esa tienda de albercas vacías y casas para perros. Cuando estaba en la secundaria llegué a pensar que eso nunca terminaría nunca. Y todavía hoy cuando a las once de la mañana paso por enfrente de una escuela pienso "por fin estoy fuera, pensé que nunca llegaría un lunes que a las once de la mañana estaría haciendo cualquier cosa menos estar en una escuela". De hecho al terminar la preparatoria decidí no volver a tomar clases en la mañana.
Pero hoy, otra vez: domingo, esquina de Churubusco, albercas vacías y casas de perros. ¿Por qué ese negocio no ha cerrado? No lo sé. Pero está intacto al tiempo. Asqueroso.
Le dije a Alberto que fuéramos a un restaurante que estaba cerca de mi antigua casa, en donde mi mamá iba con una olla y compraba pozole para llevar. Fuimos y el lugar seguía ahí, sólo que ahora además de comida para llevar es un restaurante. Comimos pozole y después fuimos al parque al que solía ir de niña. Muy cerca del restaurante sobre la 71 sur.
Un pequeño parque con árboles y columpios y resbaladilla.
El espacio era el mismo, con juegos nuevos, pero con los antiguos animales de piedra que trataba de montar cuando era niña. Esos animales son medio inútiles y en realidad los han ido quitando de los parques, pero éste, el parque de mi infancia, los sigue conservando.
Me emocionó estar ahí de nuevo. No recordé nada en especial, pero saber que eso existe aún en el tiempo me hizo sentir bien, supongo que me hubiera roto el corazón regresar y no ver a esos animales de piedra. Mis padres ya no están casados, mi hermana y yo ya no somos niñas, nada de mi vida que pobló ese parque existe.
Pero los animales de piedra están ahí, y de algún modo, me recuerdan que esa infancia existió, que fui feliz, que mi papá llevaba a mi hermana en la carreola y mientras yo jugaba en el pasamanos, él la mecía en el columpio. En ese tiempo las albercas vacías no me angustiaban. En ese parque hay una parte de mí, cuando sólo tenía que jugar y bañarme a las ocho para dormir a las nueve. Cuando existía Corazón de Melón y Oscar Lima era el niño que me gustaba.
Tomé esta foto porque en el fondo sé que algún día dejarán de existir.
2 comentarios:
Siempre he querido regresar a algún lugar de mi pasado. Pero ya me queda todo tan lejos. Cuando nos mudamos de la casa en Iztapalapa, me llevé una piedra de una pared que estaban tirando. Aún tengo la piedra. Es como un cachito de pasado.
Eso, sobre los elementos materiales de nuestros recuerdos que desaparecen, es un tema muy interesante, en cierto modo es difícil concebir que algo siga existiendo sobre todo cuando en nuestra memoria ya no podemos recrearlo tal como era - por ejemplo, los muebles de un piso en el que viviéramos hace años y al que no hayamos vuelto jamás -. Incluso una autora, Rosa Montero, escribió un libro sobre este tema, aunque tristemente resultó ser un plagio de otra obra mayor.
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