¿Qué hay de malo en todo eso? Todo lo que hago
es para vos… vos pensás que pierdo el tiempo. Aunque no hayas preguntado por mí.
Estos versos rondan mi cabeza estos últimos
días. Y entran en mi vida cotidiana para confirmar que la vida sigue teniendo
fechas precisas. Esto es el 2017 y ya es junio. Escribir de nuevo aquí es como
prender la luz de un estudio que se quedó en penumbra. No puede ser fortuito.
Limpié ventanas y regué las plantas cada segundo día, los cactus cada sexto.
Moví muebles, dejé encendida una vela con aroma a vainilla y las cosas, aunque
lento, se fueron acomodando. Ahora todo me parece lejano y familiar. Tan familiar
como para que surja a la luz otro camino. ¿Cuál camino?
1.
El otro día caminando sobre Madero entré a una
tienda japonesa, aunque en realidad es china, me dijo Manuel, te dicen arigato
gosaimas tá cuando te dan tu cambio pero es una tienda china. A mí me pareció
una copia bastante legítima de lo que uno puede ver en Japón, el mismo concepto
de Muji pero con precios accesibles en pesos mexicanos. Ahí me entretuve
oliendo los aromatizantes para el hogar. Y al final llevé el mismo que uso para
los pisos; lavanda. Compré una lámpara de leds inalámbrica que se carga con un
cable usb. Una pluma que parece lamy. Una bocina inalámbrica que se conecta vía
bluetooth. Una cartera color amarillo. Una toper con separaciones para llevar
el almuerzo al trabajo. Y un perfume que se llama Sagitario.
Llegué a casa pensando si en verdad necesitaba
comprar todas esas cosas. Supongo que ese era el detonador de los personajes de
Clarice Lispector, estar en la cúspide de la frivolidad para bajar al piso y
oler a un indigente, darte cuenta que eso es tu vida en realidad. Pero al poner
todas las cosas en uso todo parecía embonar a la perfección. Lámpara como luz
indirecta a la entrada del departamento. Bocina conectada al teléfono, tocando you are the piece of
gold. Pluma creando un garabato. Cartera con fotos. Toper con verduras.
Sagitario en muñecas y cuello.
Alejandro puso el sobre
de lavanda en el baño y de inmediato todo olía a lavanda, un olor intenso que
cubrió el pasillo y las paredes. Es lavanda y no. Supe de inmediato que ese
olor, quizá porque vino de una tienda china imitación japonesa era ligeramente
diferente a la lavanda que conocía, se trata de un olor espeso que tardó días
en difuminarse y que el vapor activó al día uno, dos y tres, cada que la
regadera se prendía. El sobre sigue colgado abajo del lavabo. Lavanda. Me gusta
que sea una planta feral que tiene un olor intenso en la lluvia. Un olor que al
tacto es grasoso. La lavanda de la Alameda, la lavanda de la tienda que quiere
ser Muji.
2.
¿Por qué ya no escribes en tu blog? Fue una
pregunta, luego otras que se fueron sumando. Porque la escritura quiso
ocultarse.
El pasado también regresa.
En canciones y en personas que saben de nuestra
existencia.
Hace 10 años abrí este espacio.
Una amiga del lejano pasado me habló por
teléfono, tenía más de 13 años o 14 años sin platicar con ella. Soy de la
sogem, tu amiga colombiana.
Pero antes, hace tres semanas, también recibí
una llamada era Maritza.
A quien nunca dejaré de querer.
Las dos me hicieron recordar mi blog, este
espacio en donde el tiempo puede materializarse en imágenes concretas.
Por eso empiezo con una canción de Él mató. ¿Qué hay de malo en
todo esto?
Frente a mí una serigrafía de Verónica Grech. Su
marco negro de pulgada y media, no le dejé ningún centímetro de marialuisa. El
rostro está de perfil y mira hacia
la derecha.
La puerta cerrada. La ventana abierta y el
sonido de una persona que arregla la banqueta tac tac tac… lo escucho a lo
lejos.
En primer plano El tesoro, en repetición.
Acá pueden escuchar El tesoro.
3.
¿Cuántas vidas se puede gastar en un año?
El domingo olvidé las llaves dentro de mi
departamento, la ventana estaba abierta y decidí saltar por el pretil del
pasillo hacia la ventana abierta. Y aunque mis pies cabían perfectamente en el
pretil del edificio era muy sencillo dejarse caer o simplemente caer, el
vértigo puede sobrevenir, las manos pueden fallar, y en un instante hubiera
caído y difícilmente hubiera sobrevivido esa caída. Pero no fue así. Pude
entrar y lavar las ventanas. Limpiar, mover los muebles, dejar que nuevamente
entrara la luz.
—En ese paso te acabas de gastar una vida,
¿cuántas tienes? —me dijo Ale.
Quisiera decir algo más.
Comenzar de cero.
Inventar de nuevo un ritual de escritura, pero
¿será posible? Es probable que sólo sea esta vez, una vez más y luego nada...
Pero no lo sé, no podría asegurar nada. Esta tranquilidad en la que estoy
sumergida hace que también mi pensamiento se quede en blanco. Como si estuviera
tomando un largo baño de tina.
Y no sé si puedo regresar, coordinar mis
palabras como solía hacerlo.
Quizá sea cierto lo que dice Clemence, “todos
los rituales son dramáticos, menos lavarte los dientes”.