Pensamientos de Domingo.
1. Correr
Me estoy preparando para un medio
maratón que será el 15 de marzo y que pienso correr junto a P.
Ya estamos inscritas y solo necesitamos
pasar por nuestra camiseta cuando se nos indique.
P. es conocida por un apodo, una reducción
de su nombre y no me acostumbro a nombrarla de esa forma.
En realidad todas las personas que la
conocen, la ubican de la preparatoria, de una escuela a la que fueron desde
siempre.
Yo no pertenezco a ninguna de esas
escuelas-de-toda-la-vida, siempre fui "la nueva", siempre estuve en constante cambio.
Cuando me encuentro con personas que
resulta que también la conocen al principio me dicen:
¿P?
Sí P.
Ah no, mmm ¿no te refieres a P.?
Sí, ella.
Hoy corrí catorce kilómetros, pero no
logro alcanzarla.
Me lleva por más de nueve kilómetros y
las piernas me duelen.
Aproveché el ciclotón y corrí por todo
Reforma hasta llegar al zoológico y regresar al Centro Histórico.
Correr es parte de mi vida.
Lo sé ahora,
después de dos años de comenzar a correr, y que esta actividad sea un acto
cotidiano y de impecable voluntad conmigo misma.
"De impecable voluntad conmigo misma", sí, así, un pacto que me hice a mí misma y que a veces incluso me parece ajeno, casi raro.
¿Cuándo dejaré de correr? Cuando se me
acaben las rodillas.
¿Qué pensaba mi papá cuando salía a
correr al camellón en Plutarco Elías Calles?
Él también corría.
Nunca pensé en que él
corría por las mañanas.
Nunca era un tema de conversación que él corriera.
Hasta
ahora que corro.
Mi mamá cuando se refiere a que yo corro,
ha deslizado la frase: pues sí como tu papá.
Aunque no he corrido más de 15 kilómetros
seguidos, estoy preparada para hacerlo, hoy sentí que podía correr el medio
maratón.
2. CDMX
Vivo en la mejor ciudad del mundo.
Sin duda.
Cuando venía de regreso, pasé por el
puente que cruza Reforma y el Circuito Interior, en el horizonte el
paradigmático rascacielos de la ciudad, cuyo nombre cambió de Hotel de México a
WTC.
Estos referentes visuales que tengo desde niña y que cambian de ángulo,
que se miran desde abajo o desde el horizonte, que se visitan y se dejan de
frecuentar, que se ajustan a nuevos significados, que se pegan al nombre de una calle y de una persona, y que al final van mutando.
Cuando iba a la Nápoles, de niña, mi papá
me llevaba a visitar a un amigo suyo que apodaban Q.
Q. estaba paralítico.
La historia era que
en un estacionamiento lo asaltaron cuando acaban de comprar una videocasetera
VHS, acababan de salir en ese entonces, y él se negó a dárselas, y los
asaltantes le dieron un balazo, la bala lo dejó paralítico por el resto de su
vida.
Tenía frecuentes dolores en las piernas y usaba un aparato que le daba
masajes.
Q. era divorciado, tenía una hija, que
nunca conocí, pero cuando íbamos, yo jugaba con una enorme casa de Barbies, y
Barbies que no eran mías y que me costaba trabajo asignarles una personalidad y
un quehacer, pero me entretenía mientras mi papá y Q. tomaban cervezas y veían
la televisión.
El Hotel de México era Q. y las Barbies
sin dueño.
Después cuando cumplí 15 años mi abuelo
Checo me llevó a comer junto con Z. al restaurante giratorio. Ese año fuimos
más de dos veces porque Z. también cumplió 15 y también fuimos al restaurante
giratorio. Y otro día fuimos sin festejar nada en especial, nos gustaba mirar la ciudad desde el ventanal del restaurante.
Al siguiente año una de mis mejores
amigas se mudó a la calle de Chicago, en un diminuto departamento que tenía una
habitación.
C. vivía con su papá, y su papá dormía en un sofá-cama en la sala.
Desde una ventana rectangular, muy delgada pero alargada se veía el reformado
WTC.
Yo pensaba en lo impactante que era ver
ese edificio recubierto de vidrio cuando siempre había sido un esqueleto. Una
obra abandonada.
Después no volví a esa colonia.
Q. se murió.
C. se cambió de departamento.
15 años después...
P. vive en la Nápoles, M. también.
La primera cita que tuve para platicar
sobre la adaptación que haría de Barba Azul fue en un Starbucks que está a un
costado del Poliforum, que está un lado del WTC.
El Hotel de México comenzó a tener un
nuevo significado.
La Nápoles ahora representa una colonia que en palabras de P. no tiene pretensiones, y que en palabras de M. sus calles tienen nombres como Galvestón, una ciudad gringa de bajo perfil.
En la distancia, mientras corría y cruzaba el Circuito Interior sobre Reforma, siento que la ciudad de México me recorre, porque en ella está mi vida
y mis recuerdos, y no puedo dejar de sentir que es la mejor ciudad-del-mundo,
que me hace ser quién soy y que soy enormemente feliz cuando la cruzo
corriendo.
Sol, calles cerradas, bicicletas, encuentros y desencuentros, desayuno con A.
Enorme y larguísima siesta con el sol quemándome las piernas y
después cerveza artesanal por la tarde mientras escribo mi blog y escucho el viejísimo disco de Coldaplay, Parachutes.
¿Quién soy? Esa pregunta nunca hay que olvidarla.
Soy Idalia. Estoy escribiendo en el comedor para evitar el sol de la tarde entrando directo en el estudio.
Escuchando música que me recuerda otra época, cuando la Nápoles era el norte de la ciudad.
A veces pienso que sí, que las
situaciones y las personas en la vida de una, yo, se acoplan de forma casi
perfecta y me siento contenta, a punto de ocupar la palabra feliz.
Soy sola. Y soy feliz.
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