domingo, octubre 07, 2007

Me sorprende lo tremendamente frágil que me encuentro. Y por eso mismo me ausento tanto, me ausento por adentro de mí. La otra vez me preguntó A. ¿Qué piensas? Y con sorpresa me di cuenta que nada, que no había nada en mi cabeza, sólo estaba quieta en el mundo, siendo sin pensar.
Oculta entre algodones, en el botiquín del baño, tengo una cajita con unos pájaros amarillos en la tapa. En esa profundidad de las cosas, en donde sólo caben unos aretes, un anillo y dos pasadores, ahí se encuentra una parte de mi felicidad que me pone la piel de gallina. La cajita no sólo es la tienda de antigüedades que está junto a Moheli. Es también el dibujito de dos pájaros del tamaño de dos pastillas, pero completamente enamorados, totalmente amarillos y con picos encontrados. Creo que si no estuviera esa cajita, esos algodones, ese botiquín, no existiría todo lo demás, quiero decir, esos lugares en donde poco a poco me he ido acomodando y de los cuales no podría ya vivir sin ellos.
En este momento siento que si me tocan la punta de la nariz estallo, porque si vengo a escribir quiero escuchar una canción que sea un poco lo que soy yo, tal vez lo que no puedo gritar lo escucho y me tranquiliza. Porque es así, cada cosa en su lugar, yo en mi escritorio con un cojín nuevo, con un diccionario a lado, sin poder encontrar el significado de esto que me tiene del tamaño de los pájaros, casi a punto de pedir un algodoncito para meterme dentro y no salir. Ah… qué es entonces. Tengo el cabello húmedo y me da frío en todo el cuerpo, incluso en las manos.
En mi pensamiento está una canción llamada St. James Infirmary, un cenicero con una patita rota y el réquiem en octubre de Alfonso Zuñiga.