lunes, diciembre 31, 2007

No he desaparecido.
A veces siento que estoy a punto de torcer el pie, la palabra, la mueca.
No miento, he dicho toda la verdad.
En serio, me preguntan qué pienso y digo la primera tontería de la cabeza, no importa su dimensión, no importa que sea trivial, no importa que sea una imagen y no un pensamiento.
De hecho me gusta indagar en la trivialidad de mis pensamientos.
No he desaparecido, aún tengo unos zapatos nuevos en el closet y sólo los he usado una vez.
¿Cuándo será la siguiente?
Hoy, tal vez hoy.
No me hace mejor persona tener zapatos nuevos.
Lo sé.
¿Qué me hace mejor persona?
¿Soy una mejor persona?
Hoy me puse triste por ver con toda claridad un defecto.
Bueno primero me enojé un poco porque pensé, no, claro que no, es un malentendido.
Pero no hay malentendido. Soy horrible. Digo, puedo ser una horrible persona. Como todos supongo, pero todos no me importan.
Digo defecto en el término más amplio.
Un defecto, no esas cosas que digo. Ya no seré así y en el fondo me vale.
Bromas pesadas.
Pero hay bromas que tratan de irrumpir y golpear al otro.
Qué mal.
Me vi como un animalito acorralado al que le han encontrado la pulga en el copete.
Hace tiempo que no me daba cuenta de algo tan íntimo.
Y pienso que no soy tan buena y tan linda como yo pienso que soy, al menos no todo el tiempo, no todas las horas, y quisiera de verdad que yo quisiera.
Pero el cerebro crece cuando una juega ajedrez.
Lo juro.
Una pieza puede ser definitiva.
Pero yo siempre pierdo el turno y la pieza y la torre que hay que comer aunque se pierda el caballo.
No quiero, no va conmigo matar.
En mi pensamiento están ahí todas las piezas atemorizadas por perder, y al final sale la pieza equivocada.
¿Por qué escribo esto?
Porque estoy buscando la manera de escribir la mala broma y no volver a cometer el error.
Una vez leí en el blog de Elsa que ojalá saliera un pingüinito gritando mistake! antes de cometer una burrada.
Oh Dios, yo quería ese pingüino hoy.
Y lo hubo, un poco con retraso, si no me lo hubiera dicho la persona que mató a mi rey con tres fichas, no me hubiera dado cuenta del mal sabor de boca que ocasioné.
Y no sólo una vez.
Ya van varias, me dijo.
Y es año nuevo y no importa, sigo siendo la misma, aunque me prometa ser mejor salen estas cosas un poco desagradables, un poco fuera de lugar, de pena.
Estoy apenada y no tengo cómplices en mi pena.
Andar apenada me hace escribir.
Me da pena ponerme mis zapatos nuevos, siento que no me lo merezco, que tengo que usar mis botitas viejas por ser tan tonta.
Ya pasó.
Pero me da miedo la siguiente.
Escribo para que no se me olviden mis tonterías.
Qué sentimiento.
Quisiera saber por qué.
En el fondo creo que soy tan insegura.
Es lo primero que me viene a la mente: insegura.
Lo segundo es que me da miedo ponerme mis zapatos porque en mi pensamiento mágico eso podría hacer que la noche sea una mala noche.
Escribir hará que todo salga bien.
Aquí estoy,

lunes, diciembre 24, 2007

Entonces el día de la fiesta.

Vengo por aquí porque me gusta escribir en tiempos muertos.

La tarde tiene ese olor frío en la punta de mi nariz.

De pronto las nubes; de pronto un pedacito de poema de Macedonio.

Una canción que se repite interminable.

Algunas felicitaciones por Internet en donde caben todos los pretextos para hacerse presente aunque sea unos momentos, unas palabras, tantas cosas que van lentamente tijereteando el año sin comas ni pausas.

Una vez más.

jueves, diciembre 20, 2007


Saltamontes.

No sé por qué me gusta que me digas saltamontes.

Pero a veces lo repito en mi mente.

Después de que pasan algunos días y no te veo extrañamente pienso en decirte saltamontes para que te acuerdes de mí.

Ando así… de un lugar a otro.

Un poco alterada por cómo se dan ciertas situaciones entre tú y yo, no sé por qué, pero no mal, al menos no tanto.

La otra vez que te escribí, en donde hablo mal de tu collage, no lo hice para que te sintieras agredida aunque fue pesado para ti.

No te escribo para pedirte disculpas porque sigo pensando que tu collage es pasado de moda y no hay nada que hacer para componer eso.

Ahora sólo me viene tu voz diciendo Macmua, o diciendo saltamontes, campeón.

Es curioso pero no tengo ningún objeto que me haga recordarte, ni siquiera un mensaje escrito en donde dibujes algún muñequito o los corazones rotos que a veces pones en tus cartas.

La otra vez revisé todas las cosas que tengo guardadas en el cajón de mi escritorio. Estaba buscando una tarjeta de crédito que ya reporté por perdida pero quería saber si la tenía ahí.

Miré varias veces unas fotografías que están encapsuladas en unos triangulitos que se dirigen a la luz, más bien se observa directamente el negativo.

Hay una en la que estamos juntas, yo soy una niña de siete u ocho años y tú eres un bebé que tiene muy regordete el cuerpo.

Eres un bebé.

Aunque he observado esa fotografía muchas veces, de pronto fue distinto porque caí en la cuenta de que tu mano me aprisiona un dedo de la mía.

Lo que me gusta es que a pesar de que alguien te cargaba, alguien que tiene recortado el rostro, tú sólo me sostienes a mí o yo me sostengo en ti.

Yo me detengo de ti con un dedo.

Yo miro a la cámara, tú me miras a mí.

Cuando era niña me hablaron por teléfono a la casa para decirme que habías nacido.

Estoy segura que la primera vez que sentí que mi vida no sería la misma fue ese día.

Tal vez la manera más verdadera en la que mi vida fue diferente y no como a veces creo que cambia y en realidad sigue siendo un poquito igual.

Por ejemplo, la única navidad que recuerdo fue ese primer año de tu vida cuando te quedaste completamente estupefacta de ver el arbolito de navidad encendido.

Recuerdo también que yo armé el arbolito y lo adorné yo sola porque era pequeño, aunque mi mamá lo subía en una mesita para que se viera alto.

Y fue realmente asombroso saber que era la primera vez que veías esas luces, esos adornos.

Me gustaba saber que todo era por primera vez.

Porque hay primeras veces y no nos damos cuenta.

Lo bueno es que ahora puedo contártelo y estarás feliz.

Es un recuerdo que no está despostillado, no sé por qué lo tengo en la cabeza y por qué te lo escribo, cuando a veces siento que muchas de las cosas que te escribo se pierden en el primer párrafo que te aburre y que dejas de leer.

A veces necesito que lo sepas, como si tuviera una intuición, tal vez la tengo cuando me hablas y me dices que vaya a tu cuarto porque están pasando un video que te gusta.

Esta carta es un poco así.

Te escribo porque no estamos juntas y no puedo ir a tu cuarto.

Te escribo porque me desperté con frío en la cara.

En mi mente me llamaste porque querías las fotos con lentes.

Después empecé por escribir saltamontes.

Porque tú eres la que tiene ese nombre y esa palabra.

Ayer me dijiste que yo te robo el vocabulario, campeón.

Y tal vez tengas razón.

Ayer me platicaste de nuevo la última vez que viste a Laura.

Y me quedo con esa anécdota tuya como si fuera también mía.

He visto a Laura cortándose las uñas de los pies y viendo la tele, diciéndote que al rato irá al hospital.

Diciéndote, Sí hija al rato voy.

Tal vez de verdad tengas una inteligencia que sólo yo entiendo y que nadie más quiere ver o que la ven y se espantan.

Se murió Laura, me dijiste, se murió, no lo puedo creer.

Saltamontes.

Ahora eres bebé, ahora eres la niña que perdió a Laura, ahora eres la niña que dice campeón, ahora eres mandarina con lentes, tonta.

No me gusta que te hagas la tonta, que te dejes pisar tan fácil, que te hagan sufrir, que llores, que no arregles tu cuarto, que fumes tanto, que pienses que eres fea cuando no es así.

(De algún modo tenía que decirte todo esto.)

Isolda.

Mandarina.

Niña que se cree mala que es buena que no puede ser mala porque es bella que huele a cigarro que se quema el cabello que se corta el cabello que se pone los mil aretes.

Saltamontes.

Sólo eso.

lunes, diciembre 17, 2007

Hace rato se fue la luz.

Las horas han sido diferentes. Paso mucho tiempo dormida o mirando por ahí, pintando mis uñas de color rojo. La felicidad es del tamaño de mi barniz, quiero decir que es portátil, la llevo en la uñas, un poco también por debajo de ellas, tal vez en el rostro aunque no creo en esas cosas. Es así, me voy meciendo en los días con una facilidad que hacía quince años no sentía. Porque era niña hace quince años, porque era libre y tenía una gata a la que me dejaron ponerle el nombre que yo quisiera. Era tan cursi como justo en este momento. Nunca he sido tan cursi como ahora y tan obscenamente feliz. Si tuviera oportunidad de nombrar a un gato sería igual que entonces, necesitaría los zapatos de charol negro que usaba, necesitaría una mesa redonda para esconderme abajo. Era bello. Hoy, la envoltura de mi felicidad de los plumoncitos paper mate era justamente como el olor del empaque de los libros de Anagrama. Lo más curioso fue que el plumoncito que más me gustaba, y el primero que se acabó, fue el blanco. Me gustaba escribir sobre colores. Me gustaba escribir sobre hojas blancas en las que las letras apenas y se veían, y es exactamente igual que ahora, porque me encantaría escribir sobre blanco, como si fuera un secreto que se va pintando de alguna manera mágica que sólo dos personas conocen.

El plumoncito blanco no se acabó, más bien la punta se le sumió y no pude volver a utilizarlo.

Los títulos de la colección andanzas están escritos en blanco sobre negro, pero no más, no tienen la apariencia paper mate, aunque una vez más puedo creer firmemente que las oraciones que leo me hablan solamente a mí, lo juro que sí.

Hace rato se fue la luz y dejé de leer tiempo después, mi mente completó algunas frases, se hundieron las palabras de mi libro en la oscuridad pero mis ojos se dieron cuenta un poquito tarde que no podía leer, la velocidad de la oscuridad me espantó.

Leía entonces:
“A los veintidós años […] Sumire se enamoró, […] un amor que lo derribó todo a su paso […] la persona de quien Sumire se enamoró […] era mayor que ella, estaba casada […] Sumire luchaba literalmente con uñas y dientes para convertirse en escritora profesional”.

Murakami.

Ya no tengo miedo.

Cuando tenía veintidós años me enamoré como Sumire: de un amor que lo derribó todo a su paso, pero que ahora me hace sentir, tal vez como Sumire a la mitad de la novela, que no hay moralejas, que he sido ingenua, lo bastante ingenua pero al mismo tiempo intransigente, lo que me ha permitido vivir de otro modo las cosas, tal vez literarias, creo que las he vivido del otro lado, porque mi enamoramiento fue como una cinta de Moebius, ha sido frase sobre frase escrita en blanco o escrita en negro; eso ha sido lo que me ha salvado de tanto romanticismo torpe que sale de los dedos. No lo sé. Es como ir re-signando cada recuerdo a su paso, simplemente decir que dos días han pasado

And Im feeling good
Fish in the sea you know how I feel
River running free you know how I feel
Blossom in the tree you know how I feel

Entonces Sumire:

“Sumire recordaba el sueño hasta en sus menores detalles. Incluso hubiese podido dibujarlo”.

Murakami.

Soñé que él me decía:

“La verdad es que sí quiero una gatita”. La verdad es que yo también.

Y me gusta mucho observar el estudio que está a la vuelta.

Y me gusta que el gato negro esté custodiando el espacio.

Y me gusta poder escribir con los libros abiertos en mis piernas.

Y me gusta estornudar sin tener que contener el sonido del estornudo.

Creo que es parte de todo lo que vengo pensando en el día, además de pensar en pelucas del dieciocho; de pensar montones de cosas que no digo a nadie porque son tontas o porque no vienen a cuento.

viernes, diciembre 07, 2007

Las caricias pueden estar en las libretas y las plumas de colores, en los collares que venden con piedritas verdes, en todas las cosas que caben en la mano. Pero estoy segura que la verdadera caricia está dando la vuelta al carrito del supermercado, en un movimiento libre la mano se detiene en la cintura, el tiempo se cierra entre los dedos y ciñe el instante que dura en subir y bajar por la curva de una sonrisa vertical en el vientre. Una caricia que es un soplo o un robo perfecto.

miércoles, diciembre 05, 2007


Todo el día he tenido mucho frío, no sé por qué, sólo lo siento en la parte de las rodillas, en la nariz, un poco en las mejillas. Me tapé muy bien y me quedé muy dormida. Desperté y a lo lejos veía una nube, como si fuera el perfil de un hombre que está tendido boca arriba y que comienza a girar hacia mí, como si pudiera verme de la misma manera. De pronto su mejilla se empezó a inflar hasta ser una simple nube, la tarde se infla en la misma dirección, los pensamientos más absurdos son verdes y ocultos. Pensar por ejemplo que lo más importante del día se reduce a traer dos kilos de limones en la bolsa y un ejemplar de Rayuela envuelto para regalo. Tantas palabras para subrayar, ahí habrá hongos y lluvia, manteles sucios y manchas en las alfombras para acomodar la vida en otro sitio que no sean siempre nuestros recuerdos. Lo impresionante es que llaman a los recuerdos por vías que no son las usuales, dan otro nombre a lo que se vive, marca el tic tac con una pluma y no con el pie, me recorta la frente con tres ideas que se quedaran detenidas como antes mi presencia en pasadorcitos y valencianas del pantalón, pasadores para estar ahí a fuerza de ver lo imposible. Ahora los pasadorcitos suturan el texto mismo en el que escribo pasado como si fuera el vapor en la ventana, ese eco de mí que se empaña pero que señala distancia, y puedo ver a través del cristal empañado, una vez más tantas cosas que no entiendo, aparecen ahí como el perfil de la nube.

martes, noviembre 20, 2007

Nada le causaba el mayor disgusto que no quedar satisfecho de lo que escribía. Era como si tuviese que atravesar una sala, desnudo, ante cien mil pares de ojos. Las cosas se hacían aborrecibles y la búsqueda de los errores se transformaba en algo muy semejante a encerrarse en el círculo oscuro de una sorda adivinación enrevesada, nada más figurativa, anterior al pensamiento; una adivinación de molusco ciego, solitario y perdido antes de la aparición del hombre, en la cual las palabras se descomponían, primero en letras y luego únicamente en dibujos aislados, lejos del alcance de cualquier inteligencia.
José Revueltas, Los días terrenales.

jueves, noviembre 15, 2007


Y a veces sin darme cuenta espero que ciertas letras se borren, ciertas ideas horribles.

A veces tengo el deseo de estar escribiendo encima de frases que no he podido tachar, frases malas que vienen cuando no quiero, que me dicen tonterías o yo misma. Espero que cambie, incluso ahora, escribir el cambio, la nota que haga muda la palabra y el pensamiento.
Sí, mi memoria es un poco como esas máquinas en donde se atoran las teclas y todas quieren tocar el papel al mismo tiempo. Lo que necesito es llenar de qus algunas de esas hojas.


Cuando espero siempre pienso en lo inesperado, en eso que ya sé que no sucederá.
De cualquier modo me cuento mis historias, me imagino posibilidades, encuentros, escenas que pasan un millón de veces por mi cabeza, soluciones a las escenas, caminos, enojos. No pasa nada. Es increíble cómo pienso en las cosas inesperadas que nunca suceden en mi vida.
Un poco absurdo. Lo absurdo es no darse cuenta.
Las cosas increíbles ocurren tan apretadas a lo cotidiano que verlas todas juntas parece casi inexplicable. Ayer me di cuenta que una farmacia en donde he comprado medicinas para el catarro se llama "Farmacia Unicornio", ese nombre sólo se podría encontrar en una narración, pero ha estado pegado en su imán para el refrigerador y nunca le puse atención. La geometría de la vida está pegada en el refri y podría no darme cuenta, podría cruzar todas las veces posibles y hasta dónde estoy un poco perdida, hasta donde necesito caminar con un jugo en una bolsa, con la mente en blanco, como si de verdad el tiempo no existiera.
Hoy leí que mañana lloverá en la ciudad de México.

lunes, octubre 22, 2007


En realidad es así. He caminado por todo ese borde que baja hacia la facultad y un poco da la vuelta a la obra ahora inconclusa de la biblioteca. Inconclusa como algunas revistas que ponen afuera y las personas llegan y les arrancan los ojos de una manera que pocas veces comprendo. A veces me he quedado dormida sobre la mesa y me doy cuenta que puedo venir a dormir aquí perfectamente, me da pena hacerlo, la verdad es que de un tiempo acá me he sentido avergonzada de dormir tanto, de pelear una explicación para no dormir o mantener la mirada en algún punto que me impida cerrar los ojos. Salir y caminar por el borde de las escaleras que se hace rampa y esténcil. Lo que ha ocurrido conmigo en estos días es como un robo o una paliza, quiero decir, un robo de un libro que ya no tengo o una paliza al propio destino que también ha salido huyendo.
La otra vez salí huyendo, corrí durante veinte minutos, y estoy segura que huía aunque no me moviera de un solo lugar. Es extraño que quiera gritar cuando nadie está gritando. Hago mal en no decir las cosas que me abruman cuando siento que tic tac está marcando por debajo de mis zapatos como una piedrita incómoda. Traté de encontrar esa casualidad que ahora ha ido haciendo nuditos por todas partes en mi vida, que ha colocado un poco de certeza a lo que antes me picaba como esos abrigos de lana que pican por los brazos pero que son tan calientitos. De esta forma he tenido el humor envuelto en las pelusas de la noche, entre pelos de gato y sueños que me obligan a roncar, pero contenta, pero siempre en un baile de Sweet Home Chicago.
Y si corro es sólo como una tirada de dados en donde sé que la suerte está jugando conmigo, ahora es una rosa roja mañana será una rosa amarilla y después azul, pero siempre una rosa que pronuncia y retiene, que inunda lo que más quiero en la vida, que derrumba el mundo en una tarjetita que escribí en la cocina.
Y si huyo es porque he combatido las pequeñas cosas, porque puedo medir el ladrido de un perro con el canto de un gallo, cuando en este mundo las miradas siempre convergen en distintos puntos del tiempo. Y de golpe es lunes y todo se impone. Una cascarita de limón tirada en la calle, un hielo que vienen cargando no sé de dónde, un jugo de naranja que compro en la calle y que lo ponen en una bolsa y a mí me parece un juguete nuevo, a mí me tiene sin cuidado que el señor que me lo venda tenga las manos sucias, hay tantas cosas que no me importan porque sé que me hacen feliz a una hora de la mañana en la que mi cama me puede curar de todo.
Hoy me he puesto unos jeans que son tan-brinca-charcos que en otro momento los hubiera dejado en el closet. Está bien, no estoy triste por ser así. Porque son unos jeans que me quedan bien en la cadera y que tienen una especie de listón con chispitas verdes en la parte de las bolsas. Y esas chispitas me obligan a que todo mí alrededor vaya muy bien. Y que cuando voltee y vea la obra inconclusa de la biblioteca no me tenga que enojar al entrar por la rampa de los albañiles, y tampoco sentir horror por esa tierrita que se ha ido juntando en todo el pasillo. Tengo que vivir con esa tierrita que se mete en los libros, que se cuela entre las palabras, que sabe a tierra y que nubla los días a las cinco de la tarde. Es así, esta realidad que se tiene como los pesos en la chamarra y que da sus visos en fotografías, en sueños que me tienen dormida y angustiada, de otra manera no podría escribir, tal vez es una manera de ser delicada con las horas y el agua de limón con un montón de azúcar y el ruido de las casas; la ciudad en ese doblez cotidiano que nadie quiere comprender y que nos amarra y coloca enfrente, nadie quiere ver las flores por el lado de la raíz. Yo misma me la he pasado caminando a propósito de un poema que levanté de un sueño y que no es mío.
Unos versos que dicen así:
Arde el aliento en un aire de muerte
como una forma que elude el
vocablo
cuando el espectro del mármol levanta
y una fuga a sí misma
encadenada
que marcha al mundo en un andar a tientas
con la doliente
lentitud del humo


Dan Russek

domingo, octubre 07, 2007

Me sorprende lo tremendamente frágil que me encuentro. Y por eso mismo me ausento tanto, me ausento por adentro de mí. La otra vez me preguntó A. ¿Qué piensas? Y con sorpresa me di cuenta que nada, que no había nada en mi cabeza, sólo estaba quieta en el mundo, siendo sin pensar.
Oculta entre algodones, en el botiquín del baño, tengo una cajita con unos pájaros amarillos en la tapa. En esa profundidad de las cosas, en donde sólo caben unos aretes, un anillo y dos pasadores, ahí se encuentra una parte de mi felicidad que me pone la piel de gallina. La cajita no sólo es la tienda de antigüedades que está junto a Moheli. Es también el dibujito de dos pájaros del tamaño de dos pastillas, pero completamente enamorados, totalmente amarillos y con picos encontrados. Creo que si no estuviera esa cajita, esos algodones, ese botiquín, no existiría todo lo demás, quiero decir, esos lugares en donde poco a poco me he ido acomodando y de los cuales no podría ya vivir sin ellos.
En este momento siento que si me tocan la punta de la nariz estallo, porque si vengo a escribir quiero escuchar una canción que sea un poco lo que soy yo, tal vez lo que no puedo gritar lo escucho y me tranquiliza. Porque es así, cada cosa en su lugar, yo en mi escritorio con un cojín nuevo, con un diccionario a lado, sin poder encontrar el significado de esto que me tiene del tamaño de los pájaros, casi a punto de pedir un algodoncito para meterme dentro y no salir. Ah… qué es entonces. Tengo el cabello húmedo y me da frío en todo el cuerpo, incluso en las manos.
En mi pensamiento está una canción llamada St. James Infirmary, un cenicero con una patita rota y el réquiem en octubre de Alfonso Zuñiga.

jueves, septiembre 27, 2007

Me dormí media hora mientras puse a remojar una taza de arroz.
Estaba cerca del reloj para no dormir más. Y fueron como diez minutos que me quedé sumergida en lo que he venido sintiendo estas últimas semanas. Esa extraña inmovilidad de un tiempo que siempre termino por enredarme en la liga de los cabellos, como si el tiempo en mi vida se hubiera acomodado en un punto ciego de la alegría, un punto quieto en el que soy espectadora de cada movimiento mío, con una lentitud de gato adormilado que a veces me desespera. Ese momento del vacío en el que solamente existe esa mecánica de sentir frío o calor, de probar tan sólo un poco, como cuando pruebo el caldo del arroz y sé perfectamente si le hace falta ajo o sal, pero he probado del mismo modo el tiempo sin ningún pensamiento, con las palabras arrojadas hacia un lado que no lastima, sólo sé que las tengo ahí como ovilladas en mis hombros, y en cualquier rinconcito de mi cuerpo, por fragmentos, como si palabra y sentimiento estuvieran del todo incomprendidos, porque ambos no se abarcan cuando están sumergidos en alguna alegría mía, es como si cuando sintiera felicidad ésta careciera de nombre en el repertorio de mi memoria. Y ahora que lo escribo me doy cuenta que es la misma razón por la que he dormido temprano y me he puesto a escribir a las dos de la tarde, con ese olor a knorr suiza que se pega a las ventanas y las empaña de sabor. Tendría que terminar este escrito antes de apagar la lumbre.
O apagar la lumbre y demoler todas mis ideas, las que no tienen ningún condimento pero que igual he ido guardando como recuerdos tontos. Y no entiendo por qué, incluso sé que cada palabra que escribo está en la superficie, está a la misma altura que mis pasos, no he caminado sobre ningún recorte de la imaginación, tal vez por eso siento que cuando me encuentro hay un error que se me escapa, que se me ha ido en un deseo de pestaña o en una ceja arrancada, o sólo me escapo yo misma en media hora, tan sólo media hora en la que puedo dejar la mente acariciando la tenue luz del día nublado y todo lo demás, o sea nada, ningún pensamiento, perseverancia trae buena fortuna.

domingo, septiembre 16, 2007

Ahora mismo pensé que la felicidad del día se podría reducir a:
Un licuado de choco-banana.
Un correo inesperado en la bandeja de entrada, que de alguna forma me hizo sonreír, quiero decir, me hizo sentir bien.
Un paseo por la plaza.
Una larga siesta.
Coyoacán, con sus juegos de canicas que no jugué, pero no jugué porque después tendría que cargar el premio todo el rato.
Los buñuelos con piloncillo. (La palabra piloncillo ya de por sí tiene algo, no sé qué, pero me llena de alegría.)
Un higo dulce que comí en tres mordidas.
Y fuegos artificiales seguidos por un “oh” de las personas.
Esa parte de los fuegos artificiales me recordaron cuando mi abuelo Checo me subía en sus hombros para que los pudiera ver mejor.

Además, antes de salir a la calle, leía un libro que se llama Tomochic de Heriberto Frías, que me tenía muerta de risa un fragmento:

Decían que el general estaba indignado por el comportamiento del 9º del que no
esperaba que retrocediese de la manera que lo había hecho; y Castorena aseguró
que en la noche había oído por casualidad algo de una conversación de él con el
coronel Torres, al que refiriéndole el suceso decíale el general:
¡Pero,
coronel, figúrese usted que no corrían como borregos, sino como borregas! ¡Los
oficiales del colegio, muchachitos inexpertos… la tropa bisoña!

lunes, septiembre 10, 2007

No sé, me sorprendo con las uñas rojas de un momento a otro, después de esperar mucho tiempo para no agredirlas, a veces soplando, ayer fue un domingo sin la parte del domingo, sin el malestar que se había producido en mí, ese tiempo pasado que a veces se niega a separarse, igual que el barniz de mis uñas, no hubo agresión. El domingo fue como el barniz que lentamente se ha ido secando, de este modo es mi pensamiento, debe estar en reposo, que nada lo toque, sólo estar ahí, a la espera, aunque a veces no es así, porque cada noche se está recubriendo de sueños, de muchos deseos que no se cumplen, que repito en mi mente cuando veo un carro de novia en la calle, deseos sordos y blancos.
Vengo de caminar bajo una lluvia tenue pero tupida, me puse mi sombrero de la lagunilla y mientras venía hacia la escuela sentí el deseo exasperado de no entrar a clases y tomarme el día.
¿Adónde iría?
Pensé en mi cama y sentí el peso de las nubes cayendo lentamente en mi rostro.
Entonces me vi caminando directo a Coyoacán con un chocolate caliente, sin ninguna prisa, simplemente la lluvia y el chocolate, una cama de sábanas de franela esperando, nadie me despertaría.
Después me vino la imagen de un chico que estaba en el camión, dormido, se dejaba mecer por el camino, su cuerpo se movía de derecha a izquierda, y entonces creí ver cómo caía en pedacitos su suéter y con el mismo vaivén del camión se deshacía frente a mí hasta quedar tirado en el piso, hecho una madeja de colores hasta el último aliento, y un azul ultramarino escurrió hasta tocar mis pies, ese color que necesita el piso de los camiones, aterciopelado, casi como una caricatura japonesa, me descalcé en ese instante para sentir el terciopelo. Y cerré los ojos con miedo.
Hoy mismo, hace menos de una hora me convencí de que no iba ningún lado, como si el lugar de todos los días de pronto careciera de todo sentido. El único sentido de la mañana: mis uñas rojas.
Ningún lado.
Mis uñas ahora como peces sobre el teclado, golpean otras letras, esconden frases.
Ayer leí al azar una frase subrayada en un libro de Sábato que decía más o menos así, "ella entró sólo para hacerle saber que existía, frente a él, estaba ahí".
Hace un momento hablé con Andenken, y me dijo que no hiciera esto, que no escribiera, que a veces le parecía muy frívolo estar escribiendo un blog.
Sus palabras cayeron como virutas de colores, sin caricia, sin terciopelo, sin el rojo de las uñas. Escribo para saber que existo, dentro de mí, frente a mí estoy existiendo y la única manera es la palabra escrita, el movimiento puro.

miércoles, agosto 29, 2007


Hoy salvé una libélula. Tan grande que por un momento dudé en tomarla, sobre todo porque sabía dentro de mí que no soportaría un roce de sus alas en mi piel. Estaba pegada al cristal. Trató varias veces de salir volando. Pero en cada intento se golpeaba la cabeza, se quedaba sosegada y esperaba tomar más fuerza. Lo intentó muchas veces, y lo hubiera intentado hasta quedar muerta. Qué conoce una libélula de un cristal si desde su percepción está el cielo y está el sol. Allá afuera está el mundo y tiene un cristal con el que nos golpeamos la cabeza.
Con una servilleta la tomé entre mis manos y la saqué de ese lugar, abrí la servilleta y emprendió un vuelo increíble, voló tan rápido que pronto la perdí de vista, voló a lo alto, estoy segura que voló a lo más alto que pudo. Era impresionante verla tan libre.
Ahora que lo pienso, la libélula tendrá una cicatriz en una de sus antenillas, me dejó un golpe de cristal en mi memoria, ese cristal que difícilmente podemos modificar, hay que dar la vuelta, bajar la escalinata, caminar por el borde de la fuente, hacer una señal.
Hoy en la biblioteca me sentí como esa libélula.
Me dormí sobre mis brazos y el gatito enroscado a mi dedo se me marcó en la mejilla. Cuando desperté enloquecí por completo. De pronto perdí el control y estaba tratando de salir por el cristal de la sinrazón. Me preocupa perder noción de lo que está pasando conmigo. Me veo literalmente como la encarnación de la libélula que se golpeó la cabeza y le salió un moretón en el ojo.
Yo: lo único que deseaba era ser atrapada y liberada.
Emprendería con fuerza mi vuelo. Lo arrancaría con besos y lágrimas, con esa fuerza que me da lo desconocido, y sólo por despertar, por sentir que despierto tarde para los encuentros o pienso cosas que no son o simplemente estoy dormida en los eventos importantes. Me comporté como una demente en pleno abandono. Me sumergí en una orfandad que se me pegó a los párpados; quería llorar y no podía, quería gritar y no lo haría, quería arrojar mis copias y salir a la lluvia. Quería la lluvia y quería verlo a él.
Ese deseo exasperado de tener el mundo en un instante, de convertir la realidad por el simple deseo de acabar con mi frustración, con la imposibilidad de no poder asirme a él como quisiera, como si de nuevo nada fuera suficiente, estaría perteneciendo a los lados del tiempo y no podría conmigo.
Ese pensamiento, solitario, sin imaginar nada más.
Porque el tiempo nos golpeará la cabeza como la libélula.
Y no me importa. No me importa que se me vaya la razón en ese golpe.
Abrazarlo con todas mis fuerzas y decirle: Quiéreme para siempre, promételo tres veces; quiero siempre y todo, quiero lo inabarcable, lo absoluto e imperecedero, lo inmutable para siempre por siempre, lo más celeste, tú.
Y el deseo, el olor a mejorana que tiene el deseo mismo de cuando estás en mis brazos.
Tal vez ese vacío que me arroja a las lágrimas.
Llorar, llorar como se puede llorar por un globo que se nos ha ido de la mano.
No sé si está bien, sólo siento que debo hacerlo, que no vale aguantar el llanto sólo porque no hay un motivo. Y supongo que hay motivos aunque los esconda o nos lo pueda ver.
Después me siento una gran tonta. Me siento como una pájara temerosa del viento y eso me desagrada.
Estoy rara.
Y esta angustia me aprieta los dedos de los pies.
El paso mismo, las botitas desgastadas de lluvia y de caminar y de andar y andar.

Para ser feliz en el día:
Una libra del polvo de lapislázuli.

jueves, agosto 23, 2007


Bueno, es así: a veces me cae el veinte. Por lo general es doloroso porque “sin querer” ¡tras! Cambiar de trote, echar a la basura la piedrita del zapato, esa piedrita, tan diminuta después de todo. Es parecido a morderme la lengua y el dolor es insoportable pero sobre todo me siento idiota por no fijarme, ¿por qué pasa eso? Me doy cuenta de los detalles, millones de años después, y entonces me siento con la tomada de pelo en la nariz. Y pienso, tranquila, no se logra nada si me enojo. Muchas veces he querido lanzar hacia una pared los libros que leo y que comienzan a darme salpullido porque no dicen nada o dicen cosas sosas. Escribir. Quiero decir, de verdad, de todo, hay un alivio. Después de usted, no, gracias. Me porto amable en los momentos de crisis. Crisis de las que nadie se da cuenta. Siempre logro salvaguardar esos momentos en los que podría morder las paredes. Supongo que algo dentro de mí me dice que no debo enloquecer, aún no entiendo por qué esa palanquita de la razón sigue funcionando cuando lo que quisiera es arrojar el libro en medio de todos, aventar el café, salir corriendo, o llorar, no sé. Me preocupa ponerme en ese estado. Y si escribo esto tras bambalinas, como en esa parte de mí que quisiera nombrar los hechos por la superficie, es porque incluso mi sentimiento no quisiera salir de ahí, está oculto, me da pena enseñarlo, ponerle el dedo encima aunque sea yo misma, soy yo y me da horror darme cuenta de que está mal. ¿Está mal? No lo sé. Esta semana el estrés me aumentó y nada puedo hacer. Entonces lo siguiente es darme una paliza de pensamientos malos.
Te haces daño, Marie, te haces daño pensando esas cosas.
Con estas palabras me lo dijo Zaida. Y yo le escribí diciéndole que tenía razón. Y de verdad sé que la tiene. Cómo le digo a mi mente. Cómo entonces. No soy ninguna tonta pero cuando me agarro a mí misma, cuando me cae el veinte, me siento mal. Ese malestar es como tomar agua de limón sin azúcar y hacer una mueca de.
Frases incompletas.
Es así, mi día es un párrafo de oraciones cortadas, cojas, sin sentido, pero enviando señales, primero me quemé la lengua con el chocolate y después me la mordí y después quería arrojar el libro, que ni era mío, era de la biblioteca. Nada es suficiente. Hoy estuve despeinada, sin embargo. Nada es suficiente. Hoy me di cuenta que he ido dos veces al teatro en todo el año, ah, no, tres, más o menos. Y con eso algunas sorpresas de la otra vida que me dejan un susto en mi corazón. Ajá, ya sé que basta con darle vuelta a la hoja, el día de mañana no estará así de lluvioso, mis botitas del número dos todavía aguantan otro agosto de calles inundadas, los trastes sucios estarán esperando pacientes, la Negra seguirá subiéndose a la mesa cuando no debe, y yo,
yo debería dejar el día en una coma o en dos puntos que señalen el vacío:

martes, agosto 21, 2007

Y ahora sólo voy y vengo, a veces entre un paso y otro se me pierden los pensamientos, en el fondo de mí llevo la Hanulka que quisiera estar abrazada al sueño, completa, adentro de mí, siento esa libertad de los minutos y el aire fresco se me pega en las mejillas, por momentos lo único que podría salvarme es caminar sin aparente dirección.
Pero siempre llego a tiempo, al menos sé en qué lugar colocar el azul cuando escribo red.

miércoles, agosto 15, 2007

Por ínsulas extrañas
San Juan de la Cruz


Oh Dios.
Sigo escuchando interminables veces la canción de I need your lovin' like de sunshine, y creo que mi mejor medicina sería una carta de amor. Estoy tomando un vaso con néctar de pera y me hace sentir un poco más cerca del bienestar que han traído estos días.
De pronto estoy tristísima, de pronto me doy cuenta que me da miedo perder esto que ha ido envolviendo mis palabras, aquí en la ventana,
quién sabe cuánto dura el tiempo, quiero decir, ese tiempo real que me mantiene quieta y observando la realidad, esa realidad que tengo que ver antes de que el mundo me coma...
a dónde iba entonces,
tengo miedo,
tengo mucho miedo y tengo gripa y tristeza pegada a los mocos que me sueno desaforadamente, esta enfermedad desconocida que me tiene prendida de lo absurdo y me tiene sobre todo inutilizada.
Y todas estas cosas tontas, todo este devenir en mi cabeza que se ha vuelto un martirio, en serio, es como si no pudiera disfrutar de las cosas bellas que me pasan. En qué memoria debo tirar los viejos fantasmas, las letras mayúsculas que han sido un poco entre dichas, ¿por qué me sigue doliendo?

No sé.
Para ocupar mi mente en otra cosa que no sea mi gripa, mi súbita tristeza, mi arrojo desmedido a sentirme mal lo que resta de la noche. Y no quiero, en serio no quiero.
A ver, un juego que me mandó Paco.
Ocho cosas de mí.

1. Me preocupa no creer en Dios, porque antes le tenía un poco de respeto y tenía la esperanza de creer en Dios en algún momento. Ese momento llegaría cuando Dios me mandara una señal. La señal no llegará nunca. Sin embargo disfruto mucho las iglesias y la paz que se genera con las oraciones. Cuando más tranquila he estado es cuando he repetido en voz alta oraciones que me sé de memoria y entonces mi mente sólo se ocupa en la oración y después mi corazón se calma, esos rituales son muy bellos, por lo menos apaciguan la ausencia de Dios.
2. Tengo mucho miedo de perder la felicidad que llena mi vida en este momento, quiero decir, la felicidad que llega por instantes, cuando menos lo noto ya estoy contentísima y eso nadie lo puede sentir, sólo yo. Nunca me había pasado como ahora y no lo quiero perder.
3. Me gusta mucho tomar vino tinto y dormir la siesta. No me gusta sentir prisa.
4. Me fijo mucho en las orejas de las personas. Y me dan horror las orejas de los señores que tienen selvas que se desparraman hasta los lóbulos. Las orejas sucias me dan mucho asco.
5. No me gusta escribir groserías. Me gusta escribir tres adjetivos seguidos para describir situaciones.
6. Todos los días me pinto los ojos y trato que cada día que pasa esté muy conciente de mi ritual, porque las cosas que hago todos los días tienen que ser agradables para no volver de estas pequeñas cosas un tedio. Mi vida se entreteje de estas pequeñas cosas que pasan desapercibidas. Cuando me pinto los ojos, me he dado cuenta, recurrentemente pienso en la vejez, en que un día seré vieja.
7. De un tiempo para acá me he vuelto muy desordenada para leer. Ya. Pocas veces termino una novela, me tiene que atrapar muy bien desde la primera cuartilla. La última gran, gran, gran novela que leí se llama “Pieza única” de Milorad Pavic. Esta novela no la hubiera podido leer si A. no me la hubiera comprado un día que compró una cantidad de libros, qué impresión. Lo cual siempre agradezco profundamente. En este momento leo una novela que me tiene también muy atrapada que se llama “Uniones” de Musil. Este fragmento que leí hoy me dejó pasmada todo el día, es la descripción que hace de su protagonista Claudine cuando se despide de su esposo y emprende un viaje en tren hacia otra universidad: “la felicidad del adiós, de ser extraño al mundo, con la sensación de no poder entrar en su misma persona, no encontrar, entre sus decisiones, ninguna a su medida, sintiendo, empujada en medio de ellas a los márgenes de la vida, el momento anterior a la caída en la ciega y gigantesca grandeza de un espacio vacío, y así, llevaba una vida que flotaba en algún sitio, descargada de la presión de su propio peso anímico”. A veces cuando viajo en taxi siento que mi vida flota y mis pensamientos quedan vacíos de toda literatura, sólo soy. Soy a secas.
8. Bueno, pues por último, tengo que decirlo en algún momento: adoro a los gatos. Tengo tres gatas. Una se llama Ninfa, pero le decimos Negra. Otra se llama Rita, y es la más arisca de todas. Y la que es mi adoración es Pavlova. Se llama así por sus grandes patas, pero se le han sumado nombres y ha terminado por ser Pavlova Akmatova Duncan Klozevits. El último nombre por la novela que leí de Pavic. Y hay una gata que le decimos “la bicha” en casa de A. Yo le puse Gilberta pero lo común es que le digan Vaca. Es una bicha hermosa que se duerme arriba del carro y que tiene un collar antipulgas moradito con blanco. Es muy bella.

Para concluir debo elegir 8 personas que hagan el mismo juego.
Elijo a:
Erato
Elsa
Arcana
Saravia
Fernando
Edgar
Paco Puente
Zero XK




En las fotos: Pavlova, Rita y la Negra.






lunes, agosto 13, 2007

Tengo sueño y es lunes y todo el tiempo libre se ha ido agotando, excepto las palabras y los días en los que coloco una toalla en mi cabeza para secar mi cabello y me siento a escribir sin nada en la mente. Ojalá pudiera secar los pensamientos, esos siempre se escapan de la toalla.
He escuchado repetidas veces Everybody's gotta learn sometime... Es como si las canciones que escucho más de diez veces en el día marcaran el ritmo del tiempo al que estoy acostumbrada. Ese tiempo que encierra cada canción y que después, cuando deje de escucharla y me olvide de ella temporalmente como ha pasado con otras canciones, me sucederá lo que ahora con John Coltrane, me trae ese sabor de vacaciones sin sentido, de vacaciones en las que estuve muy triste. Ya no estoy triste, he tirado casi todas las cartas que me tenían triste. Sí, es difícil pero esta canción, ahora, fijará en mi memoria un estado de ánimo en el que se unen las puntas de la felicidad, digo las puntas porque son como instantes, no es la hoja completa. Quién podría soportar la hoja entera de felicidad. Aún así hay algo que me sostiene la barbilla mientras escribo, estoy a punto de empezar un nuevo semestre y los días me saben viejos, hoy no será igual, sin embargo tantas cosas que no me explico. Eso que me tiene atenta es el nuevo descubrimiento, lo que me emociona es estar abierta a los días, señalar con mi dedo quemado aquello que me maravilla, ahora tengo que escuchar de nuevo Change your heart, ahora tengo que secar el cabello, ahora tengo que ensordecer mis propios recuerdos, ahora tengo el suéter café, ahora tengo la historia de España en la punta de mis lapiceros y cuadernos en blanco y los lunes, ahora sin vacaciones y todo por escribir una vez más.
Change your heart
Look around you
Change your heart
It will astound you
I need your lovin'
Like the sunshine

Everybody's gotta learn sometime
Everybody's gotta learn sometime
Everybody's gotta learn sometime

sábado, agosto 11, 2007


Escribo con una quemadura en el dedo. Es tonto que esté así, de este modo no se logra nada. Estoy atrapada en la intuición de que las cosas saldrán bien, aunque todo parezca absurdo. Pero por más que trato a la realidad con cierta cordialidad, suceden cosas extrañas. El otro día mientras cocinaba unas papas con queso y jamón, pensaba que el día saldría perfecto, que las papas estarían listas a las dos en punto y que después podría acostarme a leer un relato de Virginia Woolf en donde vuelve a utilizar su personaje de Clarissa Dalloway. Me emociona leer a un personaje en otro momento que no es la novela conocida. Es un poco lo que sucedió cuando un personaje de Julio Cortázar, llamado Calac, los visita a él y a su esposa en la carretera cuando escribieron a cuatro manos los autonautas de la cosmopista. Pero no. Cuando tomé el camión que me dejaría en la librería, venía tan contenta que conté los números del boleto para tener el arcano mayor de mi día. Y la suma fue 15. Me dije a mí misma que sólo era un juego y que no había salido un arcano bueno, pero nada puede salir mal. Después me habló A. para decirme que había perdido las llaves del carro. Tendría que ir a la casa, comer todo rápido y regresar por el carro con el duplicado. Es cuando la realidad pisotea las papas en el horno, pisotea el queso y las galletas que había comprado sorpresa para A. Pisotea la servilleta en la que le escribí con todo mi amor que había galletas en la alacena. Pisotea el relato de Julio que dejé abajo del servilletero para que A. lo leyera cuando terminara de comer. Pisotea mi mañana en la que cociné y preparé todo para que A. llegará a comer y después pudiera leer un magnífico relato sobre “conservación de los recuerdos”. Después una siesta hasta que yo volviera de la librería.
Ayer me quemé el dedo.
Y lo que sucede es que a veces todo me parece absurdo. Ayer me quemé el dedo índice mientras hacía una quesadilla. Toqué el sartén. No tengo la menor idea de por qué lo toqué. En realidad quería revisar si estaba a fuego lento y de pronto ya tenía el dedo en la boca tratando de calmar el ardor con saliva. Lo absurdo no es la quemadura. Lo absurdo es que he tratado todas estas vacaciones de demostrarme a mí misma que no puedo seguir así, un poco a la deriva y otro tanto simplemente buscando eso que no encuentro en los libros.
Tengo un personaje que se llama Greta. La otra vez me acordé que escribir por Greta era muy sencillo, porque Greta sólo leía poesía y cuando no leía se ponía a tejer una mantita de estambre grueso y blanco. En realidad ser Greta me salvó mucho tiempo y ahora es como si la propia Greta estuviera esperando en la ventana, quieta, como yo espero muchas veces. Me pone triste, porque ella me escondía del mundo.

Tengo una carta pequeña de Greta escrita el 7 de septiembre de 2006:

A veces estoy desde ese lado del recuerdo que me borra la mitad el rostro. Te escribo con la mitad visible. Un poco para componer con el destino inscrito en la mano aquellos recuerdos que tengo sobre/de/en/para/hacia ti. Resulta algo: te extraño. Es un extraño que parte de la rareza, de la boca llena de dulces de canela, de la nariz que estornuda a cada rato y nadie me dice salud.
Me pinto los labios de rojo para no sentirme mal y poder pronunciar tu nombre, lo mejor es volver al origen, volver a la bufanda que estaba tejiendo, volver a ese pasado que no parecía tan malo.
Greta.

viernes, agosto 10, 2007

Y después de sentirme una chinche. Vine de este lado, abrí la ventana por donde entraba un rayito de luz. Me senté y me puse a pintarme las uñas. Debo ser fuerte y continuar. Y así estuve más de media hora pintando primero la mano izquierda, uña por uña, luego la derecha y luego un retoque. Ahora me siento mejor, un poco mejor. Lo que pasa es que no quiero pensar mucho. De verdad, siempre que escribo doy lo mejor de mí misma, soy muy honesta con mis palabras. Y a veces eso no es suficiente. A veces nada es suficiente.

miércoles, agosto 08, 2007


Me pregunto si vale la pena odiar el mundo. Siempre he creído que mi soledad es amable conmigo. Cuando voy en el taxi que me traerá a mi casa, en ese recorrido, no importa de dónde venga pero sé que voy a decirle que me deje en la esquina de la papelería, es en ese trayecto cuando más cerca he estado de meditar el mundo como se me presenta, por lo menos lo siento de golpe en mi asiento de pasajera, pero sólo cuando llego a mi casa, como un último escape, sé que en mi cuarto ya no sentiré nada, que en mi cuarto será la siesta o será la computadora. Qué pasa, me pregunto qué pasa conmigo cuando soy pasajera y no puedo hacer otra cosa que bajar la ventanilla y mirar todo lo que me rodea. No amo al mundo, pero tampoco lo odio, a veces me convenzo de que el mundo es muy miserable, pero en los taxis, que tienen una suerte de antídoto que los hace supersónicos viene contenida esa paz que me aloja en lo hondo de mi soledad, tanto, tan fuerte que hoy sentí que de verdad me gusta que me traiga a casa un taxi, porque sólo así me doy cuenta de lo sencillo que es estar bien conmigo misma. La verdad es que hoy fui a revisar todos los libros de Siruela. Por lo menos todos los libros que están en la parte de abajo y que nadie lee, porque al parecer la mesa de Siruela es ahora la mesa de Italo Calvino. Traía ese bienestar de haber encontrado una autora desconocida para mí: Květa Legátová. Me gustó sobre todo un pasaje de las primeras cuartillas en donde dice que tiene frío y que su suéter está ovillado en el fondo de su bolsa, pero que no se lo pondrá, aún puedo resistir un poco más el frío. La mujer está narrando en primera persona. La frase con la que empieza el libro es: Lo sé todo de memoria. Y después siente unas gotitas de sudor en su espalda. Yo salí de la librería sintiendo esas mismas gotitas de sudor. Y pensé que no podría vivir sin ese libro lo que resta del mes. De pronto me di cuenta que el día estaba hecho y que lo primero que haría llegando sería buscar información sobre esta señora. Pero me aletargué en el taxi, algo hermoso sucedió y fue que no tuve pensamientos, el libro quedó atrás y el tiempo estuvo detenido en el mundo de afuera. Cuando llegué estaba sola y me dormí hasta este momento. Lo que sucede es que la literatura que más me sorprende es la que está escrita con las cosas más sencillas y cotidianas, como saber que el suéter está ahí, pero hay una entrega en el tiempo: esperar un poco más. Siento que yo siempre estoy en esa espera. Mmm, para decirlo con Pavic, soy el tipo de mujer que se quita el zapato derecho con el pie izquierdo.

martes, agosto 07, 2007

No sé caminar sobre esas piedras de río que hay en la entrada de la privada, siempre voy un poco perdiendo el equilibrio y creo que el problema son mis botas cafés. Hoy me impresionó mucho ver cómo se crean hilos de lluvia entre los pastitos que crecen a lado de las piedras y al final del camino han mojado la punta de mis botas, esa lluvia, esas piedras, ese camino, en lugar de que yo empiece a creer que sólo me llevan a la casa, me parece que han ido deslavando mi tiempo, que esos malvones son parte de lo que antes no existía y que ahora están detenidos en estos días de lluvia, giran sus miradas por la noche, yo no me atrevo a tocarlos. Comienzo a sentir que me parezco más a la mujer que soy cuando sueño que a la real que camina sobre las piedras de río, creo que es por la manera en la que mis miedos se muestran sin rodeos, miedos que apuntan rostros y circunstancias, aquí y allá es tan diferente, tal vez porque duermo mucho en las tardes, no lo sé. Y el tiempo se termina muy pronto, quiero decir, lo importante del tiempo, lo que me parece hermoso. Estoy de pie y frente a mí hay un libro que es hojeado estrepitosamente por el viento, algunas hojas se desprenden y se van volando, se olvidan ya para siempre. Así es mi vida, un libro enorme que está abierto a la intemperie con recuerdos que se pueden romper en cualquier momento, hojas llenas de cartas y dibujos, llenas de ese alfabeto que ha creado lo que soy ahora, este mundo que a veces me invento y que hace de columpio cuando estoy triste o cuando estoy muy feliz y no cabe la primera flecha de realidad. ¿Acaso brillan todos los ecos de mi memoria? Sé que no puedo hacer mucho por tenerlos conmigo y al mismo tiempo algunos me hacen daño, algunos aparecen en mis pesadillas ya por encima de mis propios deseos, pero demasiados deseos me hacen frágil, siempre es bueno despertar, tener sed y tomar agua de la llave. No quiero seguir en este movimiento futuro, porque todo futuro es lento, nunca se está ahí a la hora precisa.
Y entre las piedras de la entrada (mira, “las piedras de la entrada” como si acaso hubiera piedras en la salida) me acuerdo muy bien de mis pasos y voy como ese caracol que se esconde apenas lo toco, lo acomodo en el pretil de la ventana y le adelanto el recorrido, señalo el mundo como tú señalas los caracoles. Pero cómo acomodar estos días de arroz, cómo impedir que se vayan derritiendo en lo cotidiano, así cada palabra de amor entre esos hilos de agua que forma la lluvia y las lágrimas pegadas a la ventana. Estoy condenada a ver cómo desaparece lo que más quiero en el día, cada hora que pasa es casi como si aprendiera a besarte, y una vez más descubro sobre tus pestañas ese último detalle que te nombra como amado, como mío; ese tiempo secreto que te encierra y desaparece y te inscribe en las hojas de la lluvia con malvones y caracoles. Mi propia nostalgia da movimientos pausados, mis pensamientos están en esas puntitas mojadas y apenas puedo escribirlos en ese intento de perseguir lo que está por ocurrir, en esa esperanza lenta que se ajusta a mis dedos como anillos nube.

lunes, agosto 06, 2007


Tal vez esas arañas que tejen arriba de un jabón
las nubes sin escritura son hilos de luz
fábulas sin dueño

Tal vez tu mano que me toca por encima
siento que me nombra como un color olvidado
y me escondo
en esa madeja de piyama y sábana

miércoles, agosto 01, 2007


Después de abrir una herida de aforismos
palabras que tus dedos recorren como eslabones
o pianos
lenguajes o verdades
(cucharas para café que guardas en el bolsillo
como se guardan los recuerdos del atardecer)
o el atardecer mismo
dormida en el osopalacio
imagino y provoco el recuerdo
tu saco de cuadritos azules y grises
que esconde con elegancia mi cintura
para ti
a veces conmigo
hacen una rutina de lenguajes
que disfrazan el diálogo de miradas
mientras cruzas toda retórica
para llegar al encuentro de mi deseo
(el estacionamiento es un salón baile
y en mi cabeza:
un bombín Magritte
invisible)
con la boca llena de palabras
imito un beso tuyo en el cristal
antes de que pueda abrazarte
con los ojos cerrados sin quebrantos
ni fatigas
hay un pasadizo para amarte
amándote en la trama de lluvia y alas
(una ala de metáfora y otra de absoluta verdad
y certeza sensible)
te miro en el fondo de todos los enigmas
te miro
en esa perpetua huida de tu sombra
y discursos que nunca terminan
porque me creas en cada memoria, espejo,
música
cada expresión rotunda
esa mueca del espíritu que te aleja
ya sin sonrisas ni silencios ni dioses
sólo tu rostro
escrito tantas veces en cada pliegue
te doblas en cada giro dionisiaco
sin alejarme ya nunca

ilusiones vueltas verdad
que huelen a jabón paraíso
que suturan todas las heridas
sin importar el borde del abismo.

viernes, julio 27, 2007


Cuando he logrado estar sin ningún pensamiento y sólo estoy alerta a lo que siento, es cuando más cerca he tenido una paz dentro de mí, es como una tonada de John Coltrane que se repite interminables veces en mi cabeza, y sí, una alegría que me sobrepasa, ya por encima de cualquier cosa, excede una mañana cualquiera en donde las nubes de nuevo caerán sobre nosotros y Pavlova vendrá a sobar mis piernas mientras escribo y la taza que sirvió para el té servirá para el café. Ahora estoy siendo un poco a la deriva y si tengo pensamientos sólo andan al borde de mis pasos, camino sobre mi propia existencia y el futuro es el licuado de mango, el futuro es la lamparita de hielo, el presente entra por la ventana como un rayo de luz, oh estas imágenes son cursis, pero de un momento a otro mis días se han vuelto better than fine, se han convertido en un arcoiris que cruza el rostro, atraviesa mi propio humor y lo pinta de amarillo. Es extraño pero cuando todo es nuevo se vive un presente puro y cada día está quebrantando lo cotidiano, las cosas no han encontrado su lugar real, todavía faltan días y noches de queso y libreros nuevos que acomoden lo cotidiano, que vayan imponiendo las nuevas rutinas, que se ajustaran a nosotros casi sin darnos cuenta.

jueves, julio 26, 2007

Me emociona pensar la tarde del otro lado, el otro cuarto, el escritorio con los libros acomodados en la repisa y la lámpara especial, tan especial que su foco es del tamaño de un hielo y se funde con la grasa de los dedos.

Siempre que estoy contenta me pongo enferma. Y a todos los hombres les piso el mismo dedo del pie izquierdo, el que está al lado del pequeño.

Milorad Pavić, Paisaje pintado con té, p. 250.

lunes, julio 23, 2007

La música del cuarto de junto me trae a la mente la escena en donde el aprendiz de mago tiene todo fuera de su control y miles de escobas le llevan cubetas llenas de agua. Inunda la cordura de cualquiera, qué haces con tantas escobas que son esclavas al mismo tiempo y llevan cubetas de agua cuando ya el agua no cabe. El aprendiz está atemorizado y no sabe qué hacer. Ah, yo misma me sentí sin saber qué hacer cuando observe con detenimiento un cementerio de pestañas. Mis pestañas muertas en una cucharita para café. Tantos deseos arrojados a la nada como las cubetas que llevan las escobas del aprendiz.

jueves, julio 19, 2007

Cuadro para exposición

No quería escribir nada de esto, pero escribir es la única manera que tengo para doblar y guardar imágenes que se han quedado en mi mente por mucho tiempo. Este cuadro fue pintado en ese resto del sueño que se olvida, esa nube de la mente que trata de huir de la realidad, creo que sólo así podría unirse la imagen con mi escritura. Una mujer de vestido gris pinta cuadros y se detiene un poco a observar un espejo que es más bien su futuro o su espectador. Fui atraída con enorme disgusto por este cuadro porque me negué a observarlo, y aún con esa indignación que me provocan los celos tuve que ceder como cedo siempre a las grandes obras. Lo que me asusta del cuadro es el naufragio que sufre la mujer porque el mundo entero está fuera de sus manos, su propia voz se ha dado a la fuga como sus pasos, quiero decir, los zapatitos de tacón que corren por debajo de la mesa y se esconden de ella y tratan de cambiar aquello que se pierde. Los tacones vacíos huyen de esa inmovilidad, pero no hay salida, no hay puerta, sólo un espejo que se desprende como un cielo café a punto de esfumarse, como una bola de cristal sin oráculo, sólo con un humo que sumerge a todos los objetos en una sola respiración. Porque el cuarto es como un sueño que pudo pintar Remedios Varo pero al equivocarse de noche simplemente apareció de golpe en el lienzo y todo fue una raíz de árbol abierta a lo imposible, por esa razón los objetos toman vida, no la expresión de las manos, ni del rostro, los objetos caminan y bostezan la esperanza de la que pinta sus propios bordes, ella decide el límite de la huida y pareciera que no lo sabe o que no quiere verlo. El vestido colgado infla un poco su pecho en una inhalación eterna, y sería perfecto para ella si tuviera alas, tal vez las tuvo en algún momento y se fueron cayendo como cae el tiempo sobre las hojas. Las manos sostienen los colores de su destino, pero el destino no encuentra la línea que lo describe, el destino está estancado en la palidez de su rostro. Si esta mujer dejara correr las combinaciones fuera de los puños del vestido, si abriera con una pincelada el pasado se daría cuenta que sus manos no pudieron sostener una taza de té y éste cayó sobre su vestido, no como una mancha, más bien derretido en las torres de un castillo viejo, de ese castillo ha robado su vestido decimonónico. Entonces podría ver por algún ventanal del castillo que su pasado la ha encerrado en ese estudio con sombras, con juguetes viejos que le roban el aliento y tratan de escapar, el problema es que no hay salida, no hay nuevo despertar, sólo ese cuadro en el sueño, ese sueño en la herida de la nube, en la cuerda del violín, en un corazón que no es tan rojo en su centro.

lunes, julio 09, 2007

Porque cuando sueño, me asomo a eso que he dejado de ser y que se me revela como una espera de hace años. Un pasador que dejé en la valenciana de un pantalón puede ser ahora un minuto guardado en una página, más que un recuerdo, es casi un vestigio de la memoria que me hace feliz al ver cualquier pasador prendido de algún objeto. Aire puro.
Sólo nuestros besos están ocultos, sin ser cazados por la memoria, tienen que volver a ser en el presente para que la mirada, el deseo, el murmullo, el aliento mismo se una con ellos, de otra manera no existe el-amor, quiero decir, los besos no se guardan como un pasador en la valenciana, tienen que volver a ser, de esta manera podemos amar-a-una-persona, y los demás besos que hemos dado antes son nada en el tiempo, perdidos, sin poder asirse a nadie, ese es el gran obstáculo de que los amores pasados, sean pasados, lo que hace una maravilla, un beso que se desprenda en un minuto, sólo un instante que trae la verdad, cómo podría estar tan segura que todo tiempo presente siempre es mejor que el tiempo pasado, y así, esa cantaleta de la mente.

Y en los sueños, es diferente.
En mi sueño nadie me da besos con saliva.
Sólo estoy yo, en esa alfombra vino, recogiendo pedacitos de papel, pero no besos, pero nunca el amor, sólo esa suerte de pérdida que nunca logro recuperar.

martes, julio 03, 2007

Hace rato buscaba un archivo viejo, y me encontré con un texto muy largo, en donde escribí esta frase, que me describe a la perfección: "Hay que admitir que soy buena para inventar los pensamientos de otras personas".

Sí, así es.

lunes, julio 02, 2007

Arcana


Tantas puertas alrededor y ninguna la correcta. Sentada a la ventana, ahora con la mitad del cuerpo en plena fuga, como si ese espacio fuera el único refugio de las ideas, ahora cubriendo mi rostro con una cortina inflada de fantasmas. Tendría que leer las imágenes que hay afuera, porque adentro se vuelve un lugar hostil. Por lo menos apoyar los maltratos en otra cosa que no sea la mesa y el papel, la alteración justo en el tercer piso y las copas de los árboles, la armonía quebrada en el piso como un vaso, la sonrisa de los gatos a tu alrededor. Busco aterrizar la falta de cordura en el plano de la sin razón que toca la puerta, la abre, se llena de lápiz corrido en mi propia escritura, qué pasa. Mi confianza es lo único que prevalece y me gustaría saber en qué lugar debo acomodar o guardar, el cansancio, los ojos cerrados, el mal sabor de boca, la impotencia móvil que se cuelga en cualquier techo… tantos refugios y tú la más frágil.

domingo, julio 01, 2007


Si yo hubiera sido Clarice,
si le hubiera dictado por encima de su hombro:
Amor predestinado por sus propios movimientos verdes, la esperanza sería la adrenalina que contiene su atracción de líneas verdes, cada una dirigiendo sentencias trémulas al tiempo, un andar que tiembla ante la mirada del otro y sigue un paso que está por borrarse. ¿Nosotros? Sí, también verdes en la esperanza; ese insecto que camina por nuestro interior como un sonámbulo, tropieza invisible en el trazo que elegimos día a día.

sábado, junio 30, 2007

Sí, dormí toda la tarde y cuando por fin abrí los ojos, recostada frente a la cama sólo necesito estirar un poco los dedos para mover la cortina y ver el cielo nublado, el frío en la nariz, la boca pastosa, pero sobre todo esa intuición del azar que me atraviesa los pensamientos, como si el siguiente paso fuera tirar los dados y elegir, tal vez sobre la misma estructura, pero otro movimiento, un movimiento puro escrito en mi libreta, pensado sólo para dibujar la tarde y el instante preciso de abrir los ojos. Las casualidades una vez más siendo la moneda real, lo verdadero en el camino. Hubiera podido leer un hexagrama si hubiera acercado mi aliento a la ventana, pero ya es mucho para mí estar siempre al borde de la ventana.

jueves, junio 28, 2007


Lo que debería de tranquilizarme es un té de durazno de los que guarda mi hermana en el último anaquel de la alacena. Ya sin sonrisas, contando las páginas que faltan para terminar la novela, y luego, después de quitarme la ropa, sin haber salido al café de la Conchita, ponerme la piyama, ir colocando todo en su lugar, hasta el libro que leeré encima de las rodillas, los sueños que no recuerdo, debí aprender de memoria el poema de Spinoza la noche que estuve en vigilia, debí sentir un poco la lluvia, eso quería, la lluvia sin literatura. Si yo misma pudiera despertar, si me diera cuenta que ese paquete que fui a dejar al correo hoy por la mañana apenas puede contener unos segundos de lo que realmente soy, porque ese libro tiene contenida mi respiración, pero ahora no pienso contener ningún paso más, muy en el fondo la antigua tristeza, lamento decir desde lejos que era muy triste. Cuando me regresé de la plaza, caminando, otra vez, cuántas veces con las botas cafés muy sucias, hasta el tercer piso, sin la sonrisa de la tarde, contando el tiempo con una mano, el sentido común con la otra, tan molesta conmigo misma como si acaso con un gesto mío hubiera podido ensuciar el tiempo, ese tiempo que guardo en la manga del suéter, ese tiempo sin olvido que me deja sola, con el desamparo de la cordialidad, ser cordial con la espera. Sin poder huir de mí, de esa alegría que se apaga, quisiera atar de manos y pies mi propia ilusión, la que me llena de esperanza, no debo dejar caer una vez más el tiempo ciego, las frases como zapatillazos en el rostro, lo verdaderamente importante está en un paquete con el destino bien señalado, lo real, no la lluvia, las pastas impresas, el dibujito de Maggie, eso que me importa tanto y en lo que debo guardar la esperanza, no en el rostro que dibujo en la ventana, en los objetos y la ropa acomodada, no espero nada, eso me repito como el día anterior, me gustaría saber si hay algún recado para mí, es tonto esperar esas cosas, como cuando busco un dulce en mi bolsa y sé que no los hay, a veces empeño mi felicidad en los detalles más mínimos, a veces da resultado.

miércoles, junio 27, 2007


pero, ¿cuántas veces más el laberinto en el círculo perfecto? ¿cuántas veces más el laberinto en una carta ya tirada, en un destino ya configurado? ¿y si la mariposa ha decidido volar sin notar el camino? (sin mariposa no hay historia) ¿qué dota de sentido el siguiente paso? Una vez más el día se abre en los pliegues de la locura, del sin sentido, ese sin sentido portátil que se coloca como una mascada sobre la cabeza antes de entrar al tiempo de lo cotidiano. Al final cuánto ha pasado desde que desperté y me di cuenta de que quizá si el día estuviera nublado llamaría a la nostalgia y a las palabras de ayer, que ahora duermen sobre los textos perdidos, y sobre todo, encontrarme a mí misma en ese reflejo que me dan las cartas echadas, sólo esto responde a lo que verdaderamente siento que soy, una confianza que me llama a lo escrito y prescinde de las máscaras.

lunes, junio 25, 2007

Retrato de la tarde


Cuando cedo a dormir lo que resta de la tarde, cuando cae el resto de la lluvia, el resto de los diálogos que se han quedado en algunos gestos tuyos. Me doy cuenta que se me ha olvidado por completo la alegría de un personaje de Dostoievski que me había dejado sin aliento, porque era una alegría que no expresaría a nadie, sólo la sentía corroerlo por completo mientras caminaba. De pronto pienso que así siento mi propia alegría, a nadie se la diría. Cómo puedo dejar a un lado el pensamiento de aquellas cosas que están flotando en ti, en el gesto de acomodar el paraguas verde en un rinconcito y sentarnos en el café, quitar algunas migajas del mantel, preparar un pan con mantequilla y ofrecérmelo para que lo coma. Casi estoy segura que hay en ti algo no dicho, algo que prefieres callar, o más bien se trata de una intuición que has hecho sólo por mirar de reojo a un lado, un silencio mientras piensas o no piensas, pero yo creo que me dirás algo, que estás pensando en mejor no decir nada, o tal vez sólo tienes sueño y te pregunto, qué piensas, y me dices que nada. Siento que entre dos o tres silencios, si acaso se pueden contar los silencios o sólo son, no incómodos, porque me gusta tenerlos ahí, silencios que abren tu perfil a lo desconocido por mí, siento que es cuando se me escapa eso que no me contarás, pero estoy acariciando tu brazo, y entonces busco entrar en ti, busco estar en ti al mismo tiempo que esperamos que el café esté un poco tibio para poderlo beber, tan sólo un instante, la espuma del café, tu barba, cómo entrecierras los ojos cuando vas a darle el primer sorbo al café, quizá en ese momento te has salvado de la semana y no lo sabes, quizá no, sólo es mi pensamiento, el tuyo está en otra parte aunque trates de ocultarlo. A veces resulta distinto estar sentada frente a ti, realmente pienso que me miras como a través de una celosía o que me observas o qué es lo que piensas en ese momento, me estudias, te lo pregunté, me dijiste que no, que sólo piensas las cosas que te digo. Tal vez todas las veces que estamos juntos trato de levantar tu propia persona, como si pudiera abrir una página y ahí buscar el fondo de tu ser, imagino que en donde hay agua, un camino de agua que se hace como un guiño tuyo, como quitar un pellejito del dedo y por ahí entrar, sumergirme en eso que eres tú, lo más profundo, lo que sólo a veces me muestras o me señalas las cosas que han sucedido como se señala una nube que es una figura o son las marcas y algunos dolores que ya no se curan, sólo se comparten, no lo sé, puntitos negros en el fondo, si acaso hay fondo. Otras veces sólo cierras los ojos con la esperanza de que todo cambie cuando los abras. Y al abrirlos, me preguntas si tienes los ojos rojos, yo te miro detenidamente, ahora que lo pienso más bien te iba a dar un beso con saliva y te dije que no los tenías rojos. De nuevo los cerraste y pensé, ahora que abra los ojos tendré las manos como una cajita con sorpresas, el problema es que no tenía ninguna sorpresa preparada, el problema es que abriste los ojos y sólo te pude sonreír como te sonrío cuando estás conmigo, sin cajita en las manos, sin chocolate ni mazapán ni carta, pero te sonreí porque es tan fácil ser feliz en ese momento, tan sencillo entregarse a ese pequeño instante, sin hacer preguntas, sin comentar nada más. Tenía el deseo de tenerte para siempre, con la imposibilidad de la palabra, y aunque pocas veces la entiendo, la creo verdadera en este momento que la escribo, cuando lo pensé en la tarde que tomamos café, también fue tan cierto todo, casi me hubiera llevado la mano a la boca, taparme la boca por la alegría, esa alegría con seguridad, nadie me la quitaría. Después, ya, es así el después; tan cercano al destino y a las cartas. Sueños sin rumbo, sin paradas, sólo ese tiempo en el tiempo que nos une.

jueves, junio 21, 2007

domingo, junio 17, 2007


Es tan difícil estar sólo mirando que las cosas marchen y que el tiempo vaya cayendo gota a gota como el grifo de nuestro infierno moderno, en donde la sala es vacía, enorme, nada pasa sólo caen las gotas, una a una, sólo se espera a que ocurra algo, pero nada ocurre. Dormí apretando la mandíbula y me duele masticar, me duele hablar. A veces me enfrento ante situaciones en las que soy una simple espectadora, y me agobio y me quiero comer el champiñón para poder entrar al roperito. Un poco así he estado este domingo. Nada puedo hacer. Luego, sin darme cuenta, estoy doblando las esquinas del libro que leo, a veces escribo en sus márgenes, escribo en el margen de las circunstancias, la historia es así, es como si de pronto pudiera tener el tiempo en las manos y lo que en realidad estoy doblando son las esquinas de mi ansiedad para que no me hagan daño, para que no me rocen. La incertidumbre a veces es como arrojar un libro contra la pared y dejarme caer a un lado, ese lado de la cama que huele a polvo y almohada y el conejo de las orejas largas se acomoda entre mi cabeza y lo que estoy sintiendo. Luego me levanto y voy a la ventana, pego mi nariz en el cristal y se hace un halo de mi respiración que es como una casita de acampar, ahí acampan un rato mis esperanzas, estoy casi segura que ese triangulito de mi aliento me hace sentir mejor cuando con mi dedo lo voy borrando, porque estoy bien, pero al mismo tiempo sólo estoy de este lado, mirando a través del círculo que formen mis dedos. Me vuelvo a la cama, me hago ovillo en una cobija.
Escuché cómo llovía, yo también lloré un rato hasta que caí dormida…

sábado, junio 16, 2007

Pasa en los momentos menos inesperados, a veces cuando la tensión entre él y yo ha quedado en silencio, sólo se necesita pegar la rodilla a la suya, subir la mano a la mesa para hacer un gesto de que todo estará bien, una caricia que roza la barbilla y se acomoda en el huequito que ha hecho la plática, estar con la mirada bien fija en lo importante, ya sin decir una palabra, como una cucharada de café a la boca, la espuma sin malvaviscos, hasta dejar caer el rostro sobre su mano y sentir que el tiempo se ha conciliado con ambos.

viernes, junio 15, 2007

Así que cuando he perdido la cabeza entre la secadora y el cielo nublado que hace una luz blanca, tan blanca que lastima los ojos, de pronto me entra el recuerdo del montessori y las coletas con gel, todo tan normal cuando estoy cepillando mi cabello y entre el reflejo del espejo y la secadora yendo atrás ahora adelante, me doy cuenta que ya estoy en otra parte que no tiene que ver con el ruido, que apenas ha sido un aire helado y el olor de alguien que cocina. Lo cierto es que de pronto tengo seis años y me duele que me jalen el cabello, me duele tener tanto cabello y quizá en ese momento no lo sé, pero tengo seis años y todo me parece tan ajeno, tan incomprensible estar peinada hacia atrás. De pronto soy esta de aquí, la que está secando el cabello o está delineando de café un ojo, también café, como una vieja rutina, como una tonada que se queda en la cabeza y se está repitiendo día con día, otra vez no importa que el mundo se meta por la ventana con los ladridos de un perro o las campanas de la Iglesia, porque yo que estoy adentro, arreglando una línea que va en el párpado, ya tampoco estoy en la línea ni en los sonidos, estoy sentada junto a mi mamá mientras con una cucharita se enchina pestaña por pestaña y yo espero con coletas y gel en el fleco. El recuerdo que irrumpió se ha ido, pero se ha llevado parte de lo que estoy observando, inútilmente, sé que estoy en todos los tiempos aunque me resista a creerlo. A veces estoy conversando conmigo misma sin saber realmente que es lo que me estoy ofreciendo, un momento que me hará feliz, allá afuera pasan los carritos y en alguno el contenido legítimo de mi felicidad, en donde el tic-tac ha dejado de sonar. Y todavía tengo tiempo para tomar té antes de salir.