viernes, junio 29, 2012




Tokyo por segunda vez.

Me gusta pensar que los recuerdos reales son aquellas cosas que recuerdas cuando ha pasado mucho tiempo y que se quedaron unidos a un lugar. Sin duda para mí Tokyo siempre será Diana y junto de ella será Häggen Dazs Matcha, será Koishikawa, será Okonomiyaki.

Después de siete años regresé a Tokyo y estando en esta increíble ciudad puedo hablar de las cosas que me impresionaron la primera vez y de las cosas que me volvieron a impresionar esta segunda vez. Había olvidado lo mucho que me habían gustado las máquinas de té embotellado, la propaganda en bolsitas con kleenex, la hermosura de los kanjis, los anuncios de Shinjuku, el Starbucks de Shibuya. Y regresé, después de estos años, a la papelería que más amé y seguiré amando: ITOYA, paraíso en la tierra sobre Ginza y reencontrado con emoción en el tercer piso del centro comercial que está saliendo del metro Shibuya. En Itoya uno puede perder todo su dinero comprando sellos, papel, lápices, plumines, pinceles, sobres chicos, rectangulares, hermosísimos sobres y papelitos y estampitas y todo lo más cursi y más mejor del mundo mundial se encuentra en esta papelería.

Me hospedé en el barrio antiguo Asakusa y aunque queda bastante lejos de los centros de atracción más agitados de Tokyo como Shibuya, Ginza, Omōte-sando y Harajuku, valió muchísimo la pena, sobre todo porque Asakusa no se termina de descubrir, el barrio da para muchas cosas, desde comprar todo tipo de golosinas japonesas hasta escuchar extraordinarios grupos japoneses que tocan jazz y blues, ahí es en donde se entiende cómo los japoneses se han apropiado de una cultura occidental a través de la música: Tokyo Blues de Murakami tuvo un sentido diferente cuando escuché cantar a una japonesa en perfecto inglés I’d rather go blind.
Asakusa tiene el templo más antiguo de Tokyo y vale la pena pasear por esas callecitas angostas habitadas por gatos que menean una de sus patitas y por gatos de carne y hueso que duermen la siesta a la entrada de las tiendas o restaurantes.
Tokyo huele a sopa de miso y es húmedo en verano. El calor es muy húmedo, tan húmedo que todo el tiempo estuve pegajosa y sudando, pero nunca tuve el sol quemándome la cabeza, muchos días nublados y chispeando, así que el calor era bochornoso y la ropa se pegaba al cuerpo como si estuviera en un sauna. Aunque hacía mucho calor las japonesas nunca pierden la compostura, pasean con sus sombrillas para el sol y sus lentes oscuros. Y me di cuenta de que hay japonesas realmente hermosas en donde los encajes de un calcetín blanco con tacones negros es una combinación atinada, no sé por qué, no entiendo todavía la estética japonesa pero todo lo que puede parecer bizarro para los occidentales, ahí se ve muy bien, en Japón no tengo empacho en ponerme calcetines con zapatos abiertos.  Creo que si viviera en Tokyo en un año terminaría, sin darme cuenta, vistiendo las cosas más estrafalarias.
Mi maleta regresó llena de calcetines de todo tipo, sin encajes, pero con colores y formas que sólo en Japón existen. Y eso es lo que más me gusta de Tokyo: es único. En Tokyo está el mundo, están todas las tiendas occidentales que se pueden encontrar en la Gran Vía o en Plaza Universidad, pero también existe una industria que sólo se encuentra en Tokyo como las golosinas de arroz , la variedad infinita de calcetines, los sellos y sobres y papeles de Itoya.
Y lo que más disfruté de Tokyo es su ausencia de turismo occidental. Esas olas asquerosas de turismo formadas en el museo Louvre de París, esas masas de personas bajando de un autobús en plena plaza del sol: eso no existe en Tokyo.
Existe un turismo japonés y un turismo oriental que pasa desapercibido para la mirada occidental. Quizá en donde más turistas vimos fue en el mercado de pescado Tsujiki, pero fueron muy pocos.

Me gusta pensar Tokyo y pensar en la cantidad de bicicletas que hay. Me gustó ver a una mujer andando en una bicicleta con un niño de meses en una silla colocada frente al manubrio y otro niño como de dos años sentado en una silla detrás de ella. Y aunque he visitado ciudades como Amsterdam en donde también hay millones de bicicletas, en Tokyo es más impresionante porque están las avenidas pero manejan mucho sobre las banquetas, si da un poco de miedo que te atropellen. Ver las bicicletas por todas partes con la cantidad de personas que concentra Tokyo, de verdad,  es una maravilla.

Para visitar Tokyo y no perderse es muy sencillo.
Contraté internet móvil en el aeropuerto Narita y bajé la aplicación del Metro de Tokyo a mi I-pad. Aunque trae los itinerarios y elige buenas rutas esta aplicación no hace distinción entre las tres diferentes líneas que hay en Tokyo: línea Tokyo Metro, línea Toei y línea JR. El GPS del I-pad y supongo de cualquier i-phone es extraordinaria, así que usando la brújula y el internet también te puedes perder pero al menos sabes en que barrio te perdiste. Me perdí como unas tres horas tratando de hacer un transbordo en Shinjuku, pero mientras me perdía conocí el barrio y entré a un Neko-café.

El Café de Gatos.
Pensé que la experiencia sería linda, pero no lo es tanto y de verdad soy una amante de gatos. En estos cafés de gato, el gato es la atracción principal. El café tenía cerca de 25 gatos que se pueden acariciar y amar y jugar con ellos si quieren, pero cómo puedes acariciar y amar a un gato si no conoces su historia, si no es el gato de un amigo, si no sabes cuál es su personalidad. No lo sé, me sentí extraña estando ahí, extrañé más que nada en el mundo a mis gatas, Persia y Anubis. Y no me gustó tanto estar en un lugar por el que pagas para acariciar a un gato y no sabes ni su nombre. Me pareció raro que 25 gatos convivieran en “armonía”, sentí que a lo mejor los tienen medio drogados para que estén en calma y no se peleen unos a los otros. Salí hasta con un poco de alergia porque no hay una ventilación natural, puro aire acondicionado y está encerrado, con alfombra y con mucho pelo. En Tokyo hay varios cafés de gatos y desde que entras comienzan a cobrarte, porque sólo por estar ahí cuesta 1000 yenes la hora, y si quieres tomar un café o un refresco, pues eso se añade a la cuenta.
Después de salir del Neko-café, tratamos de ubicar por dónde teníamos que meternos para ir a Harajuku, lo encontramos después de buscar y preguntar. Y aquí está la onda de los tickets, porque ahí no aceptaron nuestro ticket diario porque era tomar la línea JR.
Entonces si compras un ticket del metro para todo el día, cuesta 750 yenes para la línea Tokyo metro, si es para todo el día junto con la línea Toei, cuesta 1000, se puede viajar sólo usando la línea tokyo metro pero la aplicación para el Ipad mezcla las rutas hasta con las del JR, ahí pierde un poco su sentido porque hay que buscar otras rutas alternativas. Lo de menos es comprar un ticket de un viaje y tomar la JR si sólo está a unas cuantas estaciones en lugar de rodear por otras líneas del tokyo metro. Así la cosa de los metros.

La National Art Center de Tokyo vale mucho la pena visitar, el edificio es increíble, lo amé. Tuve la fortuna de ver una exposición de caligrafía japonesa hermosísima. Me llamó la atención un cuadro en el que había alguna obscenidad escrita porque varias japonesas al leerlo se tapaban la boca y reían, algunas lo comentaban y volvían a reír. Lástima que no sé japonés y no podía leer los kanjis expuestos.
Además de las exposiciones que hay aquí, la National Art ya sólo por el edificio vale la pena ser visitado. Todo lo que pueda escribir aquí sobre ese edificio es un poco soso porque la amplitud, los conos invertidos y sobre todo la sencillez de las sillas junto a los cristales, creo que escapan a cualquier descripción. En la cafetería de la planta baja me comí un helado Häagen Dazs de Matcha haciéndole un homenaje a Diana, la persona con la que comí por primera vez este helado.

Ayer terminé de hacer una bitácora de viaje en un cuaderno, pegando mis tickets del metro, haciendo uno que otro dibujito acompañado de sellos y estampas.
Fui muy feliz en Tokyo, más feliz que la primera vez porque esta vez fui con Alberto y con él volví a descubrir un mundo en donde todavía recordaba pedir las cosas por favor y de vez en cuando decir: ¿nani?

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