martes, junio 13, 2017

2017


¿Qué hay de malo en todo eso? Todo lo que hago es para vos… vos pensás que pierdo el tiempo. Aunque no hayas preguntado por mí.

Estos versos rondan mi cabeza estos últimos días. Y entran en mi vida cotidiana para confirmar que la vida sigue teniendo fechas precisas. Esto es el 2017 y ya es junio. Escribir de nuevo aquí es como prender la luz de un estudio que se quedó en penumbra. No puede ser fortuito. Limpié ventanas y regué las plantas cada segundo día, los cactus cada sexto. Moví muebles, dejé encendida una vela con aroma a vainilla y las cosas, aunque lento, se fueron acomodando. Ahora todo me parece lejano y familiar. Tan familiar como para que surja a la luz otro camino. ¿Cuál camino?

1.
El otro día caminando sobre Madero entré a una tienda japonesa, aunque en realidad es china, me dijo Manuel, te dicen arigato gosaimas tá cuando te dan tu cambio pero es una tienda china. A mí me pareció una copia bastante legítima de lo que uno puede ver en Japón, el mismo concepto de Muji pero con precios accesibles en pesos mexicanos. Ahí me entretuve oliendo los aromatizantes para el hogar. Y al final llevé el mismo que uso para los pisos; lavanda. Compré una lámpara de leds inalámbrica que se carga con un cable usb. Una pluma que parece lamy. Una bocina inalámbrica que se conecta vía bluetooth. Una cartera color amarillo. Una toper con separaciones para llevar el almuerzo al trabajo. Y un perfume que se llama Sagitario.
Llegué a casa pensando si en verdad necesitaba comprar todas esas cosas. Supongo que ese era el detonador de los personajes de Clarice Lispector, estar en la cúspide de la frivolidad para bajar al piso y oler a un indigente, darte cuenta que eso es tu vida en realidad. Pero al poner todas las cosas en uso todo parecía embonar a la perfección. Lámpara como luz indirecta a la entrada del departamento. Bocina conectada al teléfono, tocando you are the piece of gold. Pluma creando un garabato. Cartera con fotos. Toper con verduras. Sagitario en muñecas y cuello.
Alejandro puso el sobre de lavanda en el baño y de inmediato todo olía a lavanda, un olor intenso que cubrió el pasillo y las paredes. Es lavanda y no. Supe de inmediato que ese olor, quizá porque vino de una tienda china imitación japonesa era ligeramente diferente a la lavanda que conocía, se trata de un olor espeso que tardó días en difuminarse y que el vapor activó al día uno, dos y tres, cada que la regadera se prendía. El sobre sigue colgado abajo del lavabo. Lavanda. Me gusta que sea una planta feral que tiene un olor intenso en la lluvia. Un olor que al tacto es grasoso. La lavanda de la Alameda, la lavanda de la tienda que quiere ser Muji.

2.
¿Por qué ya no escribes en tu blog? Fue una pregunta, luego otras que se fueron sumando. Porque la escritura quiso ocultarse.
El pasado también regresa.
En canciones y en personas que saben de nuestra existencia.
Hace 10 años abrí este espacio.
Una amiga del lejano pasado me habló por teléfono, tenía más de 13 años o 14 años sin platicar con ella. Soy de la sogem, tu amiga colombiana.
Pero antes, hace tres semanas, también recibí una llamada era Maritza.
A quien nunca dejaré de querer.
Las dos me hicieron recordar mi blog, este espacio en donde el tiempo puede materializarse en imágenes concretas.
Por eso empiezo con una canción de Él mató. ¿Qué hay de malo en todo esto?
 Estoy en cama mientras escribo estas líneas.
Frente a mí una serigrafía de Verónica Grech. Su marco negro de pulgada y media, no le dejé ningún centímetro de marialuisa. El rostro está de perfil y mira  hacia la derecha.
La puerta cerrada. La ventana abierta y el sonido de una persona que arregla la banqueta tac tac tac… lo escucho a lo lejos.
En primer plano El tesoro, en repetición.
 Esta canción de Él mató un policía motorizado que se repite una y otra vez. Yo conocí este grupo argentino el día que vinieron a México a dar un concierto a escasas cinco cuadras de mi departamento. En un bar que tiene un foro llamado Pasagüero. Fui ahí con una comitiva de seis personas, mi amiga María Fernanda y yo fingíamos cantar las canciones, pero en realidad no nos sabíamos ninguna. La verdad entendía muy poco las melodías y en ese concierto escuché las rolas por primera vez en mi vida.
Acá pueden escuchar El tesoro.

3.
¿Cuántas vidas se puede gastar en un año?
El domingo olvidé las llaves dentro de mi departamento, la ventana estaba abierta y decidí saltar por el pretil del pasillo hacia la ventana abierta. Y aunque mis pies cabían perfectamente en el pretil del edificio era muy sencillo dejarse caer o simplemente caer, el vértigo puede sobrevenir, las manos pueden fallar, y en un instante hubiera caído y difícilmente hubiera sobrevivido esa caída. Pero no fue así. Pude entrar y lavar las ventanas. Limpiar, mover los muebles, dejar que nuevamente entrara la luz.
—En ese paso te acabas de gastar una vida, ¿cuántas tienes? —me dijo Ale.
Quisiera decir algo más.
Comenzar de cero.
Inventar de nuevo un ritual de escritura, pero ¿será posible? Es probable que sólo sea esta vez, una vez más y luego nada... Pero no lo sé, no podría asegurar nada. Esta tranquilidad en la que estoy sumergida hace que también mi pensamiento se quede en blanco. Como si estuviera tomando un largo baño de tina.
Y no sé si puedo regresar, coordinar mis palabras como solía hacerlo.

Quizá sea cierto lo que dice Clemence, “todos los rituales son dramáticos, menos lavarte los dientes”.

1 comentario:

Abril Castillo dijo...

qué lindo volver a leerte.
y que se abran nuevos caminos.
y que aún te queden seis vidas.
me volvieron a sudar las manos y no estás cerca para embarrártelo en la cara.
me siguen sudando mientras escribo.
no saltes.
disfruta el tiempo de la tina.