Nada le causaba el mayor disgusto que no quedar satisfecho de lo que escribía. Era como si tuviese que atravesar una sala, desnudo, ante cien mil pares de ojos. Las cosas se hacían aborrecibles y la búsqueda de los errores se transformaba en algo muy semejante a encerrarse en el círculo oscuro de una sorda adivinación enrevesada, nada más figurativa, anterior al pensamiento; una adivinación de molusco ciego, solitario y perdido antes de la aparición del hombre, en la cual las palabras se descomponían, primero en letras y luego únicamente en dibujos aislados, lejos del alcance de cualquier inteligencia.
José Revueltas, Los días terrenales.