martes, abril 14, 2015

Martes de metástasis

Mientras escribía esta entrada alguien en mi edificio hacía vocalizaciones con la letra "a" y "o". Es la primera vez que escucho que un vecino prepara su voz. ¿Para qué? ¿Qué es eso tan importante que tenemos que cantar, o, en mi caso, decir, que debemos preparar la voz antes? A veces uno mismo no lo sabe. Escribo así, escribo por eso, para buscar lo que tengo que decir, como una suerte de preparación de voz en el teclado que puede funcionar como puente para decir algo que importe, para dejarlo ahí escondido entre todas esas cosas que se acumulan sobre el tiempo como el polvo se acumula sobre las cosas.
Al final me quedé con la sensación de querer eliminar esa preparación, después decidí sólo justificarme y dejarlo todo.

1.

A la una de la mañana comenzaron a taladrar sobre República de Cuba. Ignoro qué tubería están arreglando pero les pareció el mejor horario para hacerlo.
Desperté sin entender de dónde provenía el ruido.
La luz que usaban para realizar la obra iluminaba mi recámara.
Pavlova tenía los ojos abiertos con las pupilas dilatadas y me miraba desde la esquina de la cama como si fuera una pantera a punto de atacarme.
Y me atacó.
Es la tercera vez que ocurre.
No sé si me desconoce o si me conoce y me odia o si simplemente yo soy la que la espanta con mi despertar abrupto y mis ojos de loca furiosa.
Cuando está a punto de morderme se detiene un poco y me sacude con sus patas traseras con mucha fuerza. Hoy me dio tiempo de cubrirme con el edredón para que no me hiciera daño.

2.

Ayer me quedé trabajando en un texto sobre el azar.
Recordé que tenía una botella de Pasita poblana, así que tomé dos vasitos de licor.
Desperté un poco mareada.
Abrí la ventana y sacudí el edredón, le di un par de edredonazos a Pavlova.
Por las mañanas el color del cielo es blanco y azul y al pie de página aparece un color anaranjado intenso. A veces quisiera llenar de postales matutinas mi instagram, pero supongo que todas las cosas que se hacen rutina al final son cansadas, pierden su brillo.
Tengo la intuición de que la torre Latino no ha dejado de sorprenderme en varios sentidos. A veces, cuando estoy lejos de mi casa y la observo desde algún punto, como el otro día, desde el metro Viaducto, sólo verla me hace saber que a un lado está mi casa, que está Pavlova esperando a que vuelva. La Latino se ha convertido en una referencia inmediata a mi hogar, a lo que significa llegar a casa. Me gusta imaginar que subo al mirador y busco mi departamento, que con los binoculares del mirador podré observar las plantas sobre mi librero. Supongo que este pensamiento imposible viene de la mano de otro pensamiento no tan imposible: observar desde fuera el hogar que he constituido. 
Volver a cuestionarme quién soy. 
Ahora soy esta Idalia, en el Centro, como si pudiera crear una línea cronológica-geográfica en mi vida, en donde el sur es el pasado, el centro es el presente y el norte el futuro. 

3.

Después de hacer café y realizar el ritual de siempre (cambiar los platos de Pavlova, limpiar su arenero, barrer, tender la cama) estuve largo rato desenredándome el cabello, tenía varios días sin cepillarlo y tenía un par de rastas naturales en la parte de atrás. Pude quitarlas con muchísimo esfuerzo. Cuando era niña no sobreviví a esos nudos, por eso me convertí en niño.
Tengo que poner de mi parte para no tomar unas tijeras y cortar los nudos. Hoy lo logré. 
Ahora existe espacio para que se formen más nudos y más rastas.

4.

Sendak tiene un libro que se llama Pierre.
Es una especie de Bartleby para niños. Yo tengo la versión de bolsillo del cuento, el otro día releyéndolo me di cuenta de que en la Redacción de Tierra Adentro hay un personaje similar a Pierre, la diferencia entre Bartleby y Pierre es que Pierre se salva de la muerte porque un león se lo come y se indigesta. Después tiene que vomitar a Pierre y éste cambia de actitud ante el mundo.
I don't care es la frase predilecta de Pierre.
La dice para toda ocasión, incluso para las peticiones más insulsas.
Cuando me acerco al Pierre de TA, siempre tiene la misma reacción:
¿Café?
I don't care.
¿Orangina o agua de coco?
I don't care.
¿Saldrás a comer?
I don't care.
¿Me acompañas al 222?
I don't care.
¿Tomamos la ecobici o caminamos?
I don't care.

5.

El tiempo ya no nos interesa; si no dejamos que el mundo tenga un misterio, tampoco tendrá atractivo para nosotros.
En este cuento Pierre o Bartleby no podrían existir como protagonistas porque un punto clave del viaje en el tiempo es el asombro (y ellos nunca tendrán la capacidad de conmoverse o asombrarse ante el mundo), la certeza de ir y venir en un tiempo que cambia y que podemos apropiarnos, como si se tratara de una panorámica de emociones. Igual que en el cuento de Acuña, no es la felicidad por la que se viaja, es la capacidad de emocionarnos ante situaciones que no dependen del contexto histórico que habitemos. "La vida de todos y cada uno de los seres humanos es también la nuestra: la emoción de ganar una guerra de independencia o la tristeza de perder una mujer en la antigua Roma forman parte de nosotros tanto como el primer orgasmo, el primer diente de leche", dice Marty.

Desde hace varios años me gusta encontrar en mi celular la hora 12:34. Sólo porque son números consecutivos, a esa hora la nombré "la hora mágica". Otras personas se obsesionan con las horas capicúas o con las horas que tienen el mismo número, a mí me gusta encontrar el 12:34. 

Hoy miré el reloj a esa hora. 
Estaba con Pierre en el Starbucks.
Le mostré mi celular de inmediato, sin llamarle hora mágica, sin revelarle la pequeña fuente de felicidad que me produce.
Y él hizo ese gesto habitual de I don't care.
No dije nada. 
Sentí un vacío en mi estómago, como cuando era niña y algún niño ya se sentía mayor y rompía con el sentido del juego. La regla básica de un pacto de ficción: suspender la realidad por un momento y aparentar que el juego es lo real. Esa es la regla de encontrar en mi reloj 12:34, jugar. Es la regla que encuentro cuando le digo a Pierre que se ponga las botas negras de charol el mismo día que yo las llevaré a la oficina. ¿Juegas o no?
No entiendo en qué puede concentrarse la felicidad de lo cotidiano si no es en las pequeñas cosas, en esos mínimos pactos de ficción. Hoy es martes y traigo conmigo: una ecobici que suena como fierro viejo, el reloj marcando un dos tres cuatro, un video en youtube de Coconut Records sobre una chica fácil de amar, un homenaje a A., un edificio que no parece pertenecer a la ciudad de México, una larga caminata sobre Reforma, en silencio, con la angustia de saber que quizá no está bien seguir jugando. 
Tal vez soy infantil, no dejo de tener pensamiento mágico, si veo esa hora creo que algo bueno sucederá, aunque a los diez minutos llegue a la oficina y vea que los archivos que envié a imprenta no fueron los correctos y tenga que hacer todo de nuevo.
—El hombre no vive eternamente, Marty. Envejecemos porque el tiempo no es algo que nos suceda, es algo que somos. 


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