miércoles, mayo 11, 2016

Plac Konstytucji.

Los tranvías son de color amarillo y rojo. La glorieta funciona como cualquier glorieta del mundo.
Cada dos minutos pasa el tranvía número 35. A lo lejos se alcanza a distinguir el edificio de Bosch y el letrero del HM. Los edificios son viejos. Todos son una versión de lo que pudieron reconstruir después de la segunda guerra mundial.
El café nero es una franquicia y tiene internet gratis. Luz en las mesas y conexiones para las computadoras. Olvidé mi convertidor. Sólo puedo usar mi laptop mientras tenga pila.
Estoy frente a la ventana para ver pasar a la gente afuera, para observar el tranvía de ida y vuelta.
Tienen música agradable.
Y de Ella Fitzgerald ha saltado a Buena Vista Social Club.
Es Varsovia. Es 2016.
Y estoy escuchando dos gardenias para ti.
El bullicio polaco no es similar al alemán.
No sé decir hola en polaco. No sé cómo decir adiós.
Y me da un poco de pena no saber decir lo más básico. La verdad es que no preparé nada para venir. Simplemente elegí esta ciudad porque está a cinco horas en tren. Porque es barato. Porque el vaso de vodka cuesta 5 eslotis. Que convertidos son 25 pesos mexicanos.
Aún tengo instalado el chip alemán y en lugar de decir thanks, digo danke, en lugar de decir bye, digo chus. Pero da igual. Podría mejor hablar español.
He decidido mejor hablar en español.
Y la música en el café está en mi idioma. Probablemente sea la única que entiende la letra de lo que estamos escuchando. El ánimo de todos es apacible.
El ánimo es estudiantil.
De vuelta a la música en inglés.
Ahora escuchamos a Frank Sinatra.
Afuera comenzó a llover y pasó una chica con una sombrilla anaranjada, piernas blanquísimas, falda azul de terciopelo y botitas negras con tacón y calcetín blanco.
La estética del idioma es lo que más me gusta. Minúsculas en medio de frases en mayúsculas. Palabras que no entiendo con terminaciones en consonantes poco ocupadas en español: j, z, k, w.
Kcniec, pelna, sztuki.
Es 11 de mayo.
Mi papá cumple años hoy.
Imagino que estará desayunando un plato de fruta en la terraza de su casa. Viendo el mar. Revisando su correo electrónico mientras toma una taza de café.
Puedo escribirle un mensaje y felicitarlo. Pero no quiero.
Hay algo de la mensajería instantánea que elimina la ficción de estar lejos.
Y he decidido alejarme.
Acercarme es verificar el horario en México y enviarle un mensaje.
En cualquier parte del mundo hay un café nero, que se llame starbucks, o que se llame casita del té es lo de menos, estoy en ese espacio en donde hay gente con sus laptops y su internet, y su café y su pastel de chocolate. Pero la diferencia es el estrés, la diferencia es el viaje. Aquí me siento a salvo. En esa burbuja de la extranjería hay paz.
En este presente hay tranvías. Quiero verlos pasar todo el día. Quiero quedarme leyendo en mi ePub Homo Faber. Quiero saber qué pasa con su hija que ha conocido en un barco rumbo a Francia. Quiero terminar de leer qué sucede con Hanna a quién no ha visto en más de treinta años. Y de nuevo mi atención está en el tranvía, en los rieles de metal que la gente pisa al cruzar la calle.
En menos de diez minutos, dejó de llover y salió el sol.

La gente sigue caminando hacia alguna parte.

Apenas asoma el sol y de nuevo ya nadie usa el abrigo.

Un señor en bicicleta carga un montón de libros. Los ofrece a los que pasan junto a él.
Tiene la barba blanca y larga. Se estaciona y monta sus libros en el pretil del edificio.
Es una zona de estudiantes porque la Universidad Politécnica está muy cerca de aquí.
El café de enfrente tiene un letrero: 10% student.
No hay nada más importante que esto: vida cotidiana. Similar a la de todas las ciudades. Personas saliendo de la cafetería con su café para llevar, cuidado que no se derrame, saben su ruta perfectamente, nada los detiene.
La mayoría jóvenes. Pocas cabecitas blancas.
Un chico deja su café en el pretil y contesta una llamada de su celular.
Otro pasa en su bicicleta.
En este instante un café en Varsovia podría estar en cualquier parte.
Hace un año estaba tomando café en Reforma e Insurgentes.

Pero es Varsovia, a dos cuadras de aquí hay un callejón de bares en donde sólo ofrecen vodkas, de todas las clases. A las siete de la noche estará lleno de estudiantes.
Son las seis de la tarde.
Ahí no hay internet. Ahí no hay laptops.
Sólo la luz neón de la entrada y el friso quemado del edificio.
La calle se llama Sniadeckich.
El vodka espera.


No hay comentarios.: