viernes, mayo 11, 2007

El viaje es la ola que se azota en el malecón y trae una brisa helada que se esconde en la frente, en la mirada de un extraño que coloca una rosa del desierto justo en el bolsillo de la chamarra. Rostros que duermen bajo el sudor del crepúsculo, sobre todos los pensamientos hay un techo altísimo y blanco, blanco, blanco.
Aquí duelen los dientes. El sudor de los hombres huele a especias, a té de menta, huele al desierto que se mete entre los dedos, en los oídos, entre cada palabra que se pronuncia.
AL Hamdu Lilah.

Y aún así creo que cualquier sueño tiene más relación con la realidad que los pasados sueños. Porque sin darnos cuenta vivimos el futuro. Lentamente los sueños se van cubriendo de la misma madera con la que fabricamos nuestros días reales, quiero decir, los que estamos despiertos, y aún hablamos, aún nos podemos dar cuenta de que cruzando la calle podría ser una rosa del desierto o una carta, como ésta, parte también de cada granito que ha ido cayendo en mi tiempo. Y en algún otro lado podría creer que los verdaderos dioses están tirando las casualidades sobre un juego de ajedrez en donde todo está dispuesto para los hombres, y nosotros podemos arrancar nuestro destino como esas marcas guardadas en los libros, las líneas de las manos, una uña mordida, un caballo calco cansado, una mezquita, una letra pequeñísima.
Estas frases llevan por los caminos como un barco o una vela que se arroja a la oscuridad después de ser azul y amarilla o roja, morada la mirada cuando se apaga y todo deja un silencio, la mente se queda quieta y ya no tiene que correr, tampoco el tiempo, ni los días. Las horas se guardan como un dátil en la mejilla, se va disolviendo el dulce hasta que inevitablemente hay que comerlo. La tarde bien podría ser la mermelada que se queda en la uñas y después el aire es salado, es frío y trae el viento del sur. Los minutos aquí son de esa forma, tan dulce, pero con la promesa inscrita en un billete de regreso. Aquí dicen billete en lugar de boleto. Dicen chaqueta en lugar de chamarra. Dicen peruanitas en lugar de pestañitas. Cualquier cosa podría tener un nombre secreto, una palabra podría estar hecha de arena, podría muy bien ser la rosa del desierto en la chamarra, el apretón de manos o simplemente un guiño. Los frutos de la memoria no caen nunca, siempre se quedan prendidos de las frases,
como las pestañas a las cucharas robadas,
como los olores de la gena en la mano,
ah sí.
Las horas.

El día de hoy nunca más será el de mañana. Las marcas de la tristeza se ven siempre a través de los dientes, de la nariz, de las comisuras que se forman en los labios cuando dos personas se dicen adiós.
Quedan los muros. Queda siempre el tiempo un poco arrojado en las tardes, a veces sólo pintado como las luces que se van a la Meca, imaginarias llegan siempre a tiempo, como lo es esta carta o la voz impregnada en ella.
Chocolate, panecito, ojos abiertos en el salón de té.
No sabes mirar. No sabes mirar a través de un enojo, de escuchar, sólo escuchar.
De mirar a través de esas luces que se alzan y se hunden en la noche.
Una vez más.




Tendría que ponerme la ropa alrevés para repetir un mismo camino.
O dejar que el camino respire por cuenta propia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces me parece que escribir es encontrar una voz que dice sólo lo que nos viene de cientos de percepciones y secretos, memorias que se han quedado saturadas en el recuerdo, voces que se anudaron unas y otras, guiños, gestos, muecas, bostezos, sueños amarrados como series numéricas que se desgajan uno a uno cuando no tenemos sueños y nos vienen para salvarnos de la sequedad del mundo, de su desesperanza, y en palabras, en imágenes que sólo son eso porque están las palabras que traducen esas mismas imágenes y esos sueños desgarrados: AL Hamdu Lilah, me deja petrificado la sola enunciación del nombre y del sonido que mi lengua hace en su casi imposible pronunciación. Todo eso me trae tu recuerdo, sólo eso