Porque cuando sueño, me asomo a eso que he dejado de ser y que se me revela como una espera de hace años. Un pasador que dejé en la valenciana de un pantalón puede ser ahora un minuto guardado en una página, más que un recuerdo, es casi un vestigio de la memoria que me hace feliz al ver cualquier pasador prendido de algún objeto. Aire puro.
Sólo nuestros besos están ocultos, sin ser cazados por la memoria, tienen que volver a ser en el presente para que la mirada, el deseo, el murmullo, el aliento mismo se una con ellos, de otra manera no existe el-amor, quiero decir, los besos no se guardan como un pasador en la valenciana, tienen que volver a ser, de esta manera podemos amar-a-una-persona, y los demás besos que hemos dado antes son nada en el tiempo, perdidos, sin poder asirse a nadie, ese es el gran obstáculo de que los amores pasados, sean pasados, lo que hace una maravilla, un beso que se desprenda en un minuto, sólo un instante que trae la verdad, cómo podría estar tan segura que todo tiempo presente siempre es mejor que el tiempo pasado, y así, esa cantaleta de la mente.
Y en los sueños, es diferente.
Y en los sueños, es diferente.
En mi sueño nadie me da besos con saliva.
Sólo estoy yo, en esa alfombra vino, recogiendo pedacitos de papel, pero no besos, pero nunca el amor, sólo esa suerte de pérdida que nunca logro recuperar.