martes, agosto 07, 2007

No sé caminar sobre esas piedras de río que hay en la entrada de la privada, siempre voy un poco perdiendo el equilibrio y creo que el problema son mis botas cafés. Hoy me impresionó mucho ver cómo se crean hilos de lluvia entre los pastitos que crecen a lado de las piedras y al final del camino han mojado la punta de mis botas, esa lluvia, esas piedras, ese camino, en lugar de que yo empiece a creer que sólo me llevan a la casa, me parece que han ido deslavando mi tiempo, que esos malvones son parte de lo que antes no existía y que ahora están detenidos en estos días de lluvia, giran sus miradas por la noche, yo no me atrevo a tocarlos. Comienzo a sentir que me parezco más a la mujer que soy cuando sueño que a la real que camina sobre las piedras de río, creo que es por la manera en la que mis miedos se muestran sin rodeos, miedos que apuntan rostros y circunstancias, aquí y allá es tan diferente, tal vez porque duermo mucho en las tardes, no lo sé. Y el tiempo se termina muy pronto, quiero decir, lo importante del tiempo, lo que me parece hermoso. Estoy de pie y frente a mí hay un libro que es hojeado estrepitosamente por el viento, algunas hojas se desprenden y se van volando, se olvidan ya para siempre. Así es mi vida, un libro enorme que está abierto a la intemperie con recuerdos que se pueden romper en cualquier momento, hojas llenas de cartas y dibujos, llenas de ese alfabeto que ha creado lo que soy ahora, este mundo que a veces me invento y que hace de columpio cuando estoy triste o cuando estoy muy feliz y no cabe la primera flecha de realidad. ¿Acaso brillan todos los ecos de mi memoria? Sé que no puedo hacer mucho por tenerlos conmigo y al mismo tiempo algunos me hacen daño, algunos aparecen en mis pesadillas ya por encima de mis propios deseos, pero demasiados deseos me hacen frágil, siempre es bueno despertar, tener sed y tomar agua de la llave. No quiero seguir en este movimiento futuro, porque todo futuro es lento, nunca se está ahí a la hora precisa.
Y entre las piedras de la entrada (mira, “las piedras de la entrada” como si acaso hubiera piedras en la salida) me acuerdo muy bien de mis pasos y voy como ese caracol que se esconde apenas lo toco, lo acomodo en el pretil de la ventana y le adelanto el recorrido, señalo el mundo como tú señalas los caracoles. Pero cómo acomodar estos días de arroz, cómo impedir que se vayan derritiendo en lo cotidiano, así cada palabra de amor entre esos hilos de agua que forma la lluvia y las lágrimas pegadas a la ventana. Estoy condenada a ver cómo desaparece lo que más quiero en el día, cada hora que pasa es casi como si aprendiera a besarte, y una vez más descubro sobre tus pestañas ese último detalle que te nombra como amado, como mío; ese tiempo secreto que te encierra y desaparece y te inscribe en las hojas de la lluvia con malvones y caracoles. Mi propia nostalgia da movimientos pausados, mis pensamientos están en esas puntitas mojadas y apenas puedo escribirlos en ese intento de perseguir lo que está por ocurrir, en esa esperanza lenta que se ajusta a mis dedos como anillos nube.

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