lunes, diciembre 17, 2007

Hace rato se fue la luz.

Las horas han sido diferentes. Paso mucho tiempo dormida o mirando por ahí, pintando mis uñas de color rojo. La felicidad es del tamaño de mi barniz, quiero decir que es portátil, la llevo en la uñas, un poco también por debajo de ellas, tal vez en el rostro aunque no creo en esas cosas. Es así, me voy meciendo en los días con una facilidad que hacía quince años no sentía. Porque era niña hace quince años, porque era libre y tenía una gata a la que me dejaron ponerle el nombre que yo quisiera. Era tan cursi como justo en este momento. Nunca he sido tan cursi como ahora y tan obscenamente feliz. Si tuviera oportunidad de nombrar a un gato sería igual que entonces, necesitaría los zapatos de charol negro que usaba, necesitaría una mesa redonda para esconderme abajo. Era bello. Hoy, la envoltura de mi felicidad de los plumoncitos paper mate era justamente como el olor del empaque de los libros de Anagrama. Lo más curioso fue que el plumoncito que más me gustaba, y el primero que se acabó, fue el blanco. Me gustaba escribir sobre colores. Me gustaba escribir sobre hojas blancas en las que las letras apenas y se veían, y es exactamente igual que ahora, porque me encantaría escribir sobre blanco, como si fuera un secreto que se va pintando de alguna manera mágica que sólo dos personas conocen.

El plumoncito blanco no se acabó, más bien la punta se le sumió y no pude volver a utilizarlo.

Los títulos de la colección andanzas están escritos en blanco sobre negro, pero no más, no tienen la apariencia paper mate, aunque una vez más puedo creer firmemente que las oraciones que leo me hablan solamente a mí, lo juro que sí.

Hace rato se fue la luz y dejé de leer tiempo después, mi mente completó algunas frases, se hundieron las palabras de mi libro en la oscuridad pero mis ojos se dieron cuenta un poquito tarde que no podía leer, la velocidad de la oscuridad me espantó.

Leía entonces:
“A los veintidós años […] Sumire se enamoró, […] un amor que lo derribó todo a su paso […] la persona de quien Sumire se enamoró […] era mayor que ella, estaba casada […] Sumire luchaba literalmente con uñas y dientes para convertirse en escritora profesional”.

Murakami.

Ya no tengo miedo.

Cuando tenía veintidós años me enamoré como Sumire: de un amor que lo derribó todo a su paso, pero que ahora me hace sentir, tal vez como Sumire a la mitad de la novela, que no hay moralejas, que he sido ingenua, lo bastante ingenua pero al mismo tiempo intransigente, lo que me ha permitido vivir de otro modo las cosas, tal vez literarias, creo que las he vivido del otro lado, porque mi enamoramiento fue como una cinta de Moebius, ha sido frase sobre frase escrita en blanco o escrita en negro; eso ha sido lo que me ha salvado de tanto romanticismo torpe que sale de los dedos. No lo sé. Es como ir re-signando cada recuerdo a su paso, simplemente decir que dos días han pasado

And Im feeling good
Fish in the sea you know how I feel
River running free you know how I feel
Blossom in the tree you know how I feel

Entonces Sumire:

“Sumire recordaba el sueño hasta en sus menores detalles. Incluso hubiese podido dibujarlo”.

Murakami.

Soñé que él me decía:

“La verdad es que sí quiero una gatita”. La verdad es que yo también.

Y me gusta mucho observar el estudio que está a la vuelta.

Y me gusta que el gato negro esté custodiando el espacio.

Y me gusta poder escribir con los libros abiertos en mis piernas.

Y me gusta estornudar sin tener que contener el sonido del estornudo.

Creo que es parte de todo lo que vengo pensando en el día, además de pensar en pelucas del dieciocho; de pensar montones de cosas que no digo a nadie porque son tontas o porque no vienen a cuento.

1 comentario:

pACO dijo...

Supongo que es bueno que sigamos disfrutando las cosas como cuando éramos niños, como si todo lo que hemos aprendido hasta ahora esta bien, pero lo bueno lo bueno... lo aprendimos entonces, jugando.

Ahora no creo que seamos más sabios, ni menos cursis.