martes, noviembre 04, 2014

Strawberry Milkshake, un cuento del 2005

Nunca es pronto para conocer a una persona:
Él no sabe nada de ella. ¿No la conocía o quizá la conocía lo suficiente?
Acabo de leer un cuento de Alfredo Leal, Strawberry Milkshake.
Él sabe todo de ella, esa es la premisa.
Hasta que se da cuenta que no la conoce, esa es la condición de las parejas.
Conoces a alguien y crees o pretendes conocerlo todo: actitud, gustos, traumas, alegrías, tristezas. Con el tiempo la pareja comienza a revelarse: esa persona que creías conocer tiene mentiras que se han vuelto verdades, tiene recovecos, se convierte en otra persona y en lugar de salir corriendo con más seguridad uno cree que conoce a esa persona.
Si conoces a la persona entonces la quieres y la amas.
La entrada pasada, de este blog, está dedicada a Alberto Constante, porque creo conocer todas sus caras, creo conocer cada una de sus facetas. Escribí esa entrada antes de encontrarme con el cuento de Alfredo y de recordar la SOGEM. Escribí sobre la oreja de A, sobre su barba, sobre su nariz porque me gusta y  lo hice sin detenerme a pensar que al final ese es uno de los resortes de la pareja: te conozco y porque te conozco te quiero.
Regresando a Strawberry Milkshake
Buscando el guión de Amores Perros en una caja de apuntes de la SOGEM apareció el cuento, impreso, en letra Garamond. Para Idalia Sautto, dice en la parte en la que se coloca un epígrafe.
Me senté un momento en mi cama y leí el cuento de tres cuartillas con atención.
Strawberry Milkshake, un cuento con fecha: Febrero, 2005.
Me quedé impresionada.
Alfredo, a sus apenas 20 años, había comprendido algo esencial de una pareja que yo no comprendía en ese momento, y justo porque no lo comprendía tampoco entendí el cuento en su momento. Nunca pude decir “es un mal cuento por esto y esto”. Pero tampoco por qué era bueno. Lo conservé en papel, nunca me lo mandó por correo.
El cuento no es claro, está lleno de metáforas que aluden a que hay dos personas que se conocen, creen conocer incluso la pronunciación de una frase como el título del cuento. Todo el tiempo se comportan como hermanos, hasta que después el lector sabe que no son hermanos, que son amigos o que son otra cosa, que parece que... al final "parece que se conocen" pero no es así.
Hoy por primera vez entendí el cuento, entendí por qué estaba dedicado a mí y entendí por qué Alfredo se alejó de mi vida para siempre.
Un revelamiento que tardó en revelarse 9 años.
El cuento es sobre el conocimiento del otro o más bien sobre la imposibilidad de conocer al otro.
Leer este texto, descubrir que sigo teniendo el guión de Amores Perros y otros escritos que, aunque ahora me dan pena ajena propia, yo escribí, me reflejan una Idalia que creo reconocer en algunas cosas, en otras trato de comprender la persona que era.
Cuando descubrí la escritura me volví una persona tóxica.
Era perverso lo que hacía con las palabras y con los sentimientos.
No saber escribir pero tener las herramientas para escribir es más siniestro de lo que podría imaginar. Pero creo que si no lo hubiera hecho me hubiera hundido.
Y entonces hundía lo que tocaba y las personas con las que me relacionaba.
Escribir también puede ser siniestro. Las palabras lastiman.
Sería lo que en psicoanálisis es caer en el "bla, bla, bla" y alejarse del análisis, de aquella palabra que surge del inconsciente. Cuando comencé a escribir, escribía en ese nivel, aunque pretendiera “ser profunda”, “intensa”, era eso: pretendía. Porque no sentía las palabras, encontraba los tonos, los atajos, sabía desmenuzar la escritura de mis autores favoritos y disfrazar los ritmos de mi escritura con la narrativa de Cortázar por ejemplo. Después de Clarice Lispector. 
Después, no sé en qué momento comencé a ser yo. Creo que cuando me vi en la necesidad de hacer investigación histórica, cuando tuve que enfrentarme al formato del ensayo, fue cuando tuve que depurar lo perfumado de la escritura, cuando no cabían metáforas, ni ritmos; simple escritura, informativa, histórica. Por ahí comenzó a salir mi verdadera voz.
Antes no.
Cuando era 2005 y Alfredo me regaló ese cuento, estaba deprimida, no tenía voz y veía que los otros sí, sabía que había textos muy auténticos, fuera de toda pretensión. Los míos no pertenecían a los favoritos.
La vida no tenía mucho sentido, sólo me quedaba la literatura y la posibilidad de escribir. De hacer el esfuerzo.

¿Qué quería hacer Alfredo?
Escribir.
Yo también. Sigo queriendo escribir. Lo sigo haciendo. 
La Wikipedia dice que Alfredo también sigue escribiendo, dice que escribe para aplacar una angustia.
Yo no escribo por angustia. Escribo porque las cosas me conmueven.
De hecho me sentí profundamente conmovida cuando leí por segunda vez después de 9 años Strawberry Milkshake.
Está tan lejos ese recuerdo.
Todo esto ocurría en Coyoacán pero sobre todo en el centro de Tlalpan.

Qué deseo tan fuerte de leer y de tratar de comprender. 
Me acuerdo que Alfredo y Mariano tenían su propia tertulia literaria, una tertulia a la que yo no era invitada, ahí leían el Quijote. Yo siempre estaba al margen de lo que ocurría en el centro de Tlalpan. Los veía en casa de mi mamá, también los veía en la SOGEM o en Coyoacán. Pensé que íbamos a tomar siempre el mismo rumbo porque los tres éramos escritores. No habíamos publicado nada pero ya éramos.
No fue así. No seguimos el mismo camino. No somos ni siquiera amigos.

Nunca conocí a Alfredo. Esa es la verdad. No lo conocí en 2005 y mucho menos ahora.

No hay comentarios.: