lunes, marzo 02, 2015

Lunes de labores


      1.    Un ímpetu de novedad que hace todo más fácil.


Últimamente me he observado siendo feliz en lunes, fuera de broma, es así.
Lo primero que hago cuando me levanto es ir a la ventana del estudio y siempre trato de observar las nubes en el cielo, desde Catedral hasta la Torre.
A veces la imagen es perfecta.
No puedo decir que odio los lunes. Quizá los odié durante mucho tiempo, cuando tenía que despertar temprano, ir a la escuela y hacer honores a la bandera. Cuando hacía frío y era insoportable estar formada para entrar a un salón. Cuando era horrible despertar temprano todos los días. Y parecía que todos los días no terminarían nunca. La vida cotidiana es diferente. Me gustan estos días ¿de paz? Es probable. Vivo en paz.
Los lunes son amables. Despierto sin alarma, observo las nubes, escribo un rato en mi computadora, pongo la cafetera y abro la ventana del estudio y de la recámara. El olor del café, el airecito fresco que entra y la luz de las siete y media me parecen la mejor manera de comenzar el día.
Desde hace una semana la ciudad comienza a sentirse caliente. Y este mes arranca con días soleados extremos. El sol en la ciudad quema. No es un sol amable. Desde mi casa se puede ver el amanecer rosa casi rojo. Dicen que entre más rojo sea el amanecer más calor hará en el día. No sé si sea cierto. No había nubes. Y el sol desde que salió comenzaba a lastimar todo lo que tocaba.
Ayer por la noche cambié de lugar un sillón, así que me desconcerté un poco hoy por la mañana cuando lo vi en otra parte. Hoy, específicamente, desperté con mensajes del whatsapp de I. en donde me enviaba las mejores fotos tomadas con VSCOcam. No sé si quiero otra aplicación de fotos. Me gusta mucho Instagram, estoy todavía pensando si es momento de migrar a otra plataforma.
      

      2.  A Pavlova le gusta posarse debajo de ese sillón y observarme.

Esta gatita de 13 años es mi compañía todas las mañanas. Tenemos acuerdos de paz.
Al fin, después de casi un año, puedo decir que nos entendemos, que estamos de acuerdo cuando tiendo la cama; ella no estorba, se para en la orilla de la alfombra. Estamos de acuerdo en el alimento; ella se lo termina, yo lavo sus trastes. Estamos de acuerdo en los lugares en donde puede rascar y en los que no. El sillón de tela es su propiedad, no el banco del piano, ni el sillón de piel.
Entre ella y yo no hay malos entendidos, no la regaño nunca porque su conducta es impecable.
Desde hace una semana comenzó un tratamiento homeopático y debo ponerle cuatro gotas debajo de la lengua. No es fácil, pero el medicamento no está mal, y después de la segunda vez, entendió que así sería. Pavlova accede a su tratamiento sin oponer resistencia. Eso es suficiente para sentir que es la mejor gata del mundo. Es obediente y es bella.


3.   Lunes y comida con RC.

Fuimos a comer a un restaurante colombiano que tiene un menú completo muy rico.
Hablamos de trabajo. Escritores jóvenes del interior de la República y presentaciones de libro. Ayer y hoy no le he caído bien. Lo dice porque es cierto y a mí me da un poco de risa.
Me da gracia. Es en serio.
Después le mostré el atril de cocina que compré para colocar las finas de los libros.
Cuando comíamos el postre hablamos de música.
La pregunta en cuestión fue si en música hay más recursos para experimentar que en la literatura o en la pintura.

Para mí sigue siendo un paradigma la música, me parece un lenguaje al que no cualquiera puede acceder. Las plataformas electrónicas no modifican la estructura de la literatura, quizá sí de la música, por ello siento que no puede existir una analogía entre una y otra.
¿Cómo podría la literatura experimentar en bits o con sonidos orgánicos?
¿Cuál sería su sonido?

4.  Cumplir con marzo.


Me he prometido escribir cada lunes de marzo en este blog.
Me gustó obligarme a escribir cada domingo de febrero. No veo por qué no hacer lo mismo pero cambiando de día. Marzo, por otra parte, tiene cinco lunes.
Cumplir mi palabra, esa es la cuestión este mes.

5.  Un lunes de taller escrito en martes.

Desde el mes pasado comenzamos A. y M. un taller literario. A veces en casa de M. A veces en casa de A. A veces en mi casa. Ayer fue en casa de A. que vive en la Narvarte. El taller comienza con vasos de agua y escritos impresos. Con lecturas en voz alta y crítica y seriedad. Luego el taller se convierte en plática que se convierte en terapia que se convierte en borrachera y que después de horas cuando ya no es lunes hay que llamar un taxi para que me lleven a mi hogar. Y cuando ya voy en la parte de atrás del taxi, hay un momento en que me quedo como desconcertada en la felicidad, en los abrazos que no quiero recibir pero que recibo, en el calorcito del alcohol y en las anotaciones al pie de las hojas que abren la posibilidad a seguir escribiendo. Y me gusta regresar sin tráfico y ver el Eje central con los semáforos sincronizados en verde y pienso en una película que me gustaba cuando era niña, no recuerdo el nombre, era con Whoopi Goldberg, sólo recuerdo la imagen en donde cuidaba a una niña y le soplaba a los semáforos para que pasaran a verde.

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