lunes, marzo 23, 2015

Lunes 23

1. Mañana de efectos especiales

Desperté a las seis de la mañana. 
Dormí cerca de 12 horas de corrido.
Me gusta levantarme y abrir la ventana.
El día estaba nublado. Gris. Ese color que se confunde con lluvia y contaminación.
Regreso a mi cama un par de minutos. Me cobijo con el edredón y siento ese viento helado de la mañana que comienza a inundar el cuarto. Observo cómo mi gata Pavlova huele el ambiente que entra por la ventana. Yo también trato de olerlo, de percibir que la mañana tiene un olor. Pavlova con el movimiento de su nariz, como si fuera un conejo, se da cuenta que otro aire se combina en la habitación.
Pasan esos minutos y me puedo levantar y comenzar el día.
Estos últimos días el centro histórico han servido como locación de la película James Bond. Yo he estado al pendiente de todo el circuito y horarios. El jueves pasado estuve con mi vecino hasta altas horas de la noche viendo los ensayos de cámara. El viernes vi cómo movían los carros alegóricos de día de muertos.
En el imaginario estadounidense existe una especie de “desfile de día de Muertos”. Eso pasa en la película mientras James Bond sale por un pretil de un balcón y después de una explosión parte de Donceles queda con piedras de edificio y cascajo.
El cascajo llegó ayer. Hoy por la mañana ya había un carro como chocado y lleno de piedras. Un gran derrumbe y parafernalia de efectos especiales (ventiladores gigantes, catapultas, cemento, etc.) han cooptado las calles de Tacuba y Donceles.

2. R.C.

Desayuné en la Pagoda.
R.C. llegó ahí caminando desde el metro Hidalgo. Desayunamos y le dije: tenemos que ir a ver la instalación de James Bond. Primero me platicó sobre su viaje a San Luis. Yo le platiqué de mi fin de semana. De que comí una sopa especial sanborns con H. De que me tomé un mezcal con M.H. De que le ayudé a la mudanza a A. De que mi hermana fue a ver el escenario de James Bond. Y de que dormí 12 horas del domingo a hoy.
Después fuimos a ver las calaveras gigantes de J.B. Le hablé de la película como si me supiera el guión. Cuando en realidad sólo sé información recogida de varias partes.
Caminamos a Conaculta.

3. Lunes de labores

Estuve trabajando en la novela en donde el protagonista es un chico cuáquero cuyo abuelo se está muriendo pero se acaba de casar con una rusa y le gusta ir de cacería. No logro entender cuál es la ciudad en la que ocurre todo. A veces es como si estuviera en Estados Unidos, otras como si estuviera en alguna ciudad del norte, pero no logro identificar ningún escenario conocido.
Mi compañero de oficina, S., me ofreció gomitas en forma de cocacola.
-Un clásico-. Le dije.
-Sí, pero éstas me las trajeron de Berlín.
-Buenísimas.
Comí tres y cada una la saboreé lentamente.

4. H.B.

En el horario de la comida, fui a comer con H. a un restaurante que se llama Citronela.
Es un lugar con paredes blancas y bombillas con resistencia antigua.
Tiene menú.
Sopa, ceviche, pollo y postre.
El día comenzó a oscurecerse.
Nubes negras y un poco de lluvia.
Cuando el día parecía cerrarse en una tormenta, H. dijo que era un día realmente horrible.
-No me parece, me gustan los días así.
H. hizo un gesto de desaprobación, como si estuviera diciendo que los días nublados me gustan por mera pose.
Después me comentó de la boda secreta de dos compañeros de trabajo.
Antes de hablar de esa boda yo ya me había enterado por dos personas diferentes.
¿Qué puede tener una boda de secreta cuando se convierte en un chisme a voces por la oficina el lunes a primera hora?
¿Quién demonios hace una boda secreta? En última instancia “secreta” ¿para quién?

Después el sol.
Un sol inesperado a la hora del postre.
H. dice que no entiende los emojis, tampoco entiende los gestos que hago.
Es verdad que gesticulo mucho, quizá más de lo que soy consciente.
No me doy cuenta pero siempre estoy haciendo caras. H. dice que hago caras que no comprende. Lo escucho decir esto y me dice:
-Ves, ¿eso qué significa?
No tengo respuesta.
Una amiga suya de la FLM nos encontró en el camino. Le llevaba una cactácea en una maceta de cáscara de coco.
H. dijo que antes solía ser un buen jardinero.
Un día dejó de serlo, ahora casi todas las plantas se le mueren.
A mí me preocupa que se haya muerto mi mejorana, porque así se llama mi blog.
-Quizá sea momento de que tu blog se muera-. Dijo H.
-No puedo matarlo en este momento, estoy escribiendo todos los lunes ahí.
-¿Y de qué escribes en tu blog?
-De vida cotidiana.
H. se burló de mí. Me dijo que escribir de vida cotidiana es justo escribir de nada.
-¿Vas a escribir sobre la pieza de pollo?
-Sí.

La pieza de pollo de H.

Hoy durante la comida H. me dijo que no quería comer su pollo. La verdad era un muslo al que había que hurgar un buen rato para quitarle el pellejo y los cueritos.
Yo le dije que no era necesario que se lo comiera.
Me contó que cuando era niño le obligaron a comer una pieza de pollo. Él no quería porque era un pollo con mucho pellejo y con cosas que le daban asco. Pero debía comerlo a fuerza, no podría levantarse de la mesa si no comía ese pollo. Pasó mucho tiempo y ya todos habían comido y sólo quedaba él frente a su plato, con su pierna de pollo enfrente.
Sin que nadie se diera cuenta tomó la pieza de su plato y salió al patio de la casa, con todas sus fuerzas aventó la pieza del pollo hacia el jardín. Después, asunto resuelto, dijo que había terminado de comer y ahí se quedó el asunto.
Hasta que unos minutos después fueron a tocar a su casa los vecinos de junto. Fueron justo a reclamar que alguien había aventado una pieza de pollo a su jardín, y que habían lavado la ropa, tendido unas sábanas y esa pieza de pollo había caído en la ropa limpia recién tendida.
Por supuesto supieron quién había sido esa persona.
Fin de la historia.

-Me gusta mucho tu historia del pollo-. Le dije a H.

Hoy, antes de ir a comer, en la oficina, chocamos nuestras botas, son del mismo color, la misma marca.
Al final sigo siendo un niño.


5. Escribir en lunes

Antes de salir de la oficina me quedé con esta cita en la mente.
Más tarde, cuando comenzaba a escribir esta entrada, Maritza Constante me habló a mi casa. 
Me gusta escribir su nombre completo.
Hacía tiempo que no hablaba con ella, así que me dio emoción recibir su llamada.
Hablamos largo rato, me preguntó por el medio maratón. Le dije que había enfermado, que no estaba contenta. Ella me contó que tenía muchas flemas y que tampoco estaba bien, que se sentía bastante enferma. Me dio pena escucharla mal.
-Tienes que aliviarte. 
-La verdad no me siento bien.
-Acá llueve.
-Aquí no.

No hay noticia más triste del día que saberla enferma y no poder hacer nada al respecto.

Y así fue como terminó el lunes.

P.D. ¿Ir al concierto de Pearl Jam es como regresar al vecindario de cuando era niña y darme cuenta que la casa en la que viví ya no existe?


lunes, marzo 16, 2015

Lunes de puente

Desperté a las ocho en punto.
Cuando no tengo un plan de acción todo me descontrola y sin querer pierdo el tiempo de la forma más absurda. Un lunes cualquiera me levanto y comienzo a preparar todo para bañarme, hacer café, limpiar el arenero de Pavlova, preparar la ropa que me pondré, colocar los lentes junto a las llaves, levantar los trastes que se quedaron afuera, etcétera.
Pero en un lunes de puente, sumado a un domingo de medio maratón, mi vida fue un ambular constante. Me sentía como una muerta en vida.
Desde que desperté sentí el dolor en las rodillas, lumbares y cuello.
Sentí también la garganta cerrada como si fuera a enfermar de gripa.
Hacía mucho que no sentía tanto malestar físico junto.
Hoy es uno de esos días.
Y el malestar del cuerpo no me hace mejor persona, no me hace meditar, no me hace escribir, simplemente me pone de muy mal humor.
Es horrible estar de mala onda y no poder desquitarse con nadie.
Mi vecino me había enviado un mensajito preguntándome por la carrera de ayer.
Le dije que me sentía mal, que estaba como enferma.
Al rato vino a la casa a tomarse un café y le conté los detalles del medio maratón.
Él me comentó que está escribiendo un libro con unas fotografías antiguas que se encontró en la Lagunilla.
Fui a su casa para ver sus adquisiciones.
Estuve con él viendo las fotos viejas y me enseñó una en especial que le llamó la atención.
Una foto de unos estudiantes de medicina, muy vieja quizá del cincuenta, todos posando en el anfiteatro. A un costado de la foto, hacia la esquina, un niño fantasma observando la escena. Sé perfectamente que el montaje existe desde que existe la fotografía, pero ver la impresión, examinarla y notar el rasgo fantasmal del niño en la foto logró su efecto: espantarme.
Dejé de verla. No me gusta sugestionarme. Menos cuando sé que pasaré todo el día sola.
Regresé a mi casa y me quedé dormida.
Ahora que lo escribo, me vuelve a dar miedo. Porque ahora es peor: es de noche. 
Esto me recuerda que a mi mamá le encantaba ver películas de terror y luego las dos estábamos muertas de miedo y su miedo no me ayudaba a sentirme protegida, su miedo me daba más miedo.
Durante la tarde olvidé las fotos y me concentré en el malestar que sentía. Pensaba en qué me tomaría para cortar la gripa.
Comencé a sentir mucho frío.
No quiero que un niño de una fotografía antigua me espante.
Pero ¿cómo le digo a mi pensamiento mágico que ningún fantasma se me aparecerá?
Por la tarde, ya acostada, estuve pensando en el medio maratón, en el objeto / objetivo de correr.
Decidí que no escribiría sobre esto hoy porque hoy no corrí, hoy sufrí los efectos, hoy me enfermé, hoy me espanté.
Me quedé dormida y Pavlova llegó a mi lado.
Las nubes se asomaban blancas y enormes sobre un cielo azulísimo.
Tomé varias fotos y parecían postalitas, tan cursis, que no me atrevía a subir ninguna la Instagram. Pero al final sí lo hice.
Ahora, todo en calma, el random de mi iPod ha decidido poner “The end” de Los Doors.
Este es el lunes más pasivo de la historia.
Frío, malestar, jugo antigripal.
 

lunes, marzo 09, 2015

Lunes

Prometí escribir en lunes y tuve el lunes más largo de la historia de los lunes.

Ese tipo de lunes que continúa y sin notarlo ya es martes.


1. La oficina

A las diez de la mañana llegué al Starbucks que está abajo de Conaculta.
Recargué mi tarjeta y pedí por primera vez un Caramel Macchiato.
Descubrí que es demasiado dulce para mí.
No soporto ese tipo de bebidas pero me lo tomé sin reparos completito.
Estuve contestando mails y después me puse a revisar las últimas finas de un libro casi listo para imprenta.
Subí a la oficina de RC y lo encontré con muchísimos documentos encima.
Me dijo: Hoy no es un buen día, me robaron los espejos del carro.
Yo dije: Qué mala onda.
Me dijo: Cómo no te puede gustar Bolaño. "Su primer libro de poemas, para papá, es..." ¡para papá! ¡su primer libro de poemas! No te gusta porque no eres poeta.
Había muchas cosas que tenía que resolver en ese momento así que le comenté un par de cosas sobre unos ilustradores y salí de su oficina.
Pasé a la Redacción. Hablé con H. sobre unos cuentos y él me dijo que tenía las mismas botas que yo. J. dijo: Acaban de sacar una edición de Adventure time.
Hubo comentarios de todo tipo. Las buscaron en Google y hablaron de cuáles eran mejores si las blancas o las negras. Ganaron las negras.
Fui con J. para ver unos forros. Los cambiamos, hicimos ajustes y después salí de la Redacción.
Regresé a mi oficina y le pedí a S. gomitas de corazón que guarda en su segundo cajón. Me dio las últimas que tenía y fui feliz. Luego se me quitó la felicidad porque estuve leyendo un texto bastante malo hasta que dieron la dos en punto.
Entonces pensé que era un buen día para regresar a mi casa y comer. ¿Cuánto me podría llevar?

2. Horario de comida

Tomé la ecobici a las dos en punto.
A las dos con once minutos estaba comprando queso panela en la cremería más cercana a mi casa.
Por supuesto manejé como bólido.
A las dos y media ya tenía el sartén prendido y estaba asando nopales con queso panela y recalentando el chopsuey que cociné ayer.
Hice un poco de arroz y pude sentarme a comer. Terminé y me preparé un germinado con limón, mientras, pude hacer pagos en línea y contestar mails.
A las 3.30 estaba saliendo de nueva cuenta a la oficina. G. me mandó un mensaje por el whatsapp diciéndome que había leído que tomaba la bicicleta sin casco.
No es gracioso, me dijo.
Te prometo que me voy a cuidar, le dije.

3. Oficina de nuevo

Llegué y otra vez subí a la oficina de RC. No había salido a comer y sus papeles se multiplicaban, cada vez estaba más agobiado.
Pensó que no habíamos hablado en todo el día.
Me dijo: Hoy es un mal día, me robaron los espejos del carro, las lunitas.
Yo dije: Sí, ya lo sé. No puede ser tan malo, hay peores cosas.
Cuando voy a su oficina se pueden ver a los limpiadores de los edificios de enfrente, hombres que limpian vidrios en un piso 30.
Pensé: Podrías ser un limpiador de vidrios y caerte y morir.
Recordé: Una vez, cuando A. tenía un mondeo, me acuerdo que fuimos al mercado de Portales. Dimos la vuelta, desayunamos, anduvimos baboseando en la chachara y de regreso: se habían robado los espejos. Es desolador. Te robaron y no te diste cuenta. Mientras dabas una vuelta había alguien robando tus espejos.
Me dijo: 1500 pesos tuve que pagar por los espejos.
Seguían sus papeles y muchas cosas. Me senté un momento y estuve observando el nuevo diseño de la colección.
¿Quitarías ese punto?
Claro que lo quitaría, es lo único que veo.
RC. tenía las ojeras negras. Seguramente no había dormido. Pero no hablamos del insomnio.
Tampoco hablamos de la serie del abogado de Breaking Bad. Hablamos de las orejas bonitas.
¿Cómo es una oreja bonita? Me preguntó RC.
Pienso que M. tiene una oreja bonita, le dije.
Se quedó pasmado, sin pensar y sin opinar.
Preferí irme a mi oficina de vuelta.
Seguí trabajando en unas planas y a las seis en punto decidí escuchar esta canción.
Y esa canción me evocó Coyoacán.
Recordé: Chopsuey con pollo, verdura en juliana, calabacitas en caldo de jitomate y vino tinto.
El sol entrando por el balcón abierto. El helecho de perejil en una esquina. Anubis oliendo el aire.
Era una escena perfecta y cotidiana.
Subí de nuevo a la oficina de RC.
Me dijo: Este tipo de bota está prohibida en esta oficina.
Yo dije: H. tiene unas idénticas. No tengo la culpa.
Después se me quedó viendo desconcertado y ojeroso: Hoy es un mal día. Alejandro se murió hoy.
Yo dije: Pensé que había muerto el viernes.
RC contestó: No, tuvo muerte cerebral, pero hoy se murió. Hoy es un mal día en la oficina.
No conocí a Alejandro.
M. me dijo que cuando reía se le cerraban un poco los ojos.
Me despedí y bajé por las escaleras de emergencia.
Estaba nublado y pensé que a lo mejor llovía.
No llovió, sólo hizo sopló viento frío.

4. Casa por fin

Me puse a escribir el programa que llevaré en la escuela. Revisé el calendario para saber cómo dividiría los temas. Hice un cronograma de lecturas y lo subí a la web.
El domingo corro el medio maratón.
Mis días se dividen en: ¿dormir o salir a correr?
¿escribir o salir a correr?
¿salir a correr o andar en bicicleta?
Hoy decidí salir a correr antes de escribir.

Por eso el lunes se alargó al infinito.

Corrí 7 kilómetros.

Polanco huele a cebada por la fábrica. Eso dice O. mi vecino.
Yo digo que huele a bosque y a vainilla.

5. Ponencia de mañana

Mañana doy una ponencia sobre Edición. Así que después de correr y antes de tomar el baño decidí preparar la ponencia en imágenes, había escrito un guión el fin de semana y después decidí modificarlo y acompañarlo con imágenes.
Cuando comencé a hacer la presentación vi la hora y supe que estaba fallando a mi propia palabra.
Si yo no soy capaz de cumplir mi palabra, qué más puedo esperar.
Finalmente lo logré.

6. Por último

Hoy fue un lunes sin Pagoda pero con comida en casa.
Fue un lunes sin caminata al metro Hidalgo pero con Nick Cave.
De estas cosas depende la felicidad: un bicolor negro y blanco. Es así de simple.
No se pueden usar al mismo tiempo, una punta siempre estará del otro lado mientras la otra escriba.
Salí a correr y mientras corría pensaba lo mucho que disfruto correr. Correr deja mi mente en blanco. A veces eso es está bien. No pensar, sólo sentir el viento helado pegando en las mejillas.
Lunes, un lunes larguísimo.






lunes, marzo 02, 2015

Lunes de labores


      1.    Un ímpetu de novedad que hace todo más fácil.


Últimamente me he observado siendo feliz en lunes, fuera de broma, es así.
Lo primero que hago cuando me levanto es ir a la ventana del estudio y siempre trato de observar las nubes en el cielo, desde Catedral hasta la Torre.
A veces la imagen es perfecta.
No puedo decir que odio los lunes. Quizá los odié durante mucho tiempo, cuando tenía que despertar temprano, ir a la escuela y hacer honores a la bandera. Cuando hacía frío y era insoportable estar formada para entrar a un salón. Cuando era horrible despertar temprano todos los días. Y parecía que todos los días no terminarían nunca. La vida cotidiana es diferente. Me gustan estos días ¿de paz? Es probable. Vivo en paz.
Los lunes son amables. Despierto sin alarma, observo las nubes, escribo un rato en mi computadora, pongo la cafetera y abro la ventana del estudio y de la recámara. El olor del café, el airecito fresco que entra y la luz de las siete y media me parecen la mejor manera de comenzar el día.
Desde hace una semana la ciudad comienza a sentirse caliente. Y este mes arranca con días soleados extremos. El sol en la ciudad quema. No es un sol amable. Desde mi casa se puede ver el amanecer rosa casi rojo. Dicen que entre más rojo sea el amanecer más calor hará en el día. No sé si sea cierto. No había nubes. Y el sol desde que salió comenzaba a lastimar todo lo que tocaba.
Ayer por la noche cambié de lugar un sillón, así que me desconcerté un poco hoy por la mañana cuando lo vi en otra parte. Hoy, específicamente, desperté con mensajes del whatsapp de I. en donde me enviaba las mejores fotos tomadas con VSCOcam. No sé si quiero otra aplicación de fotos. Me gusta mucho Instagram, estoy todavía pensando si es momento de migrar a otra plataforma.
      

      2.  A Pavlova le gusta posarse debajo de ese sillón y observarme.

Esta gatita de 13 años es mi compañía todas las mañanas. Tenemos acuerdos de paz.
Al fin, después de casi un año, puedo decir que nos entendemos, que estamos de acuerdo cuando tiendo la cama; ella no estorba, se para en la orilla de la alfombra. Estamos de acuerdo en el alimento; ella se lo termina, yo lavo sus trastes. Estamos de acuerdo en los lugares en donde puede rascar y en los que no. El sillón de tela es su propiedad, no el banco del piano, ni el sillón de piel.
Entre ella y yo no hay malos entendidos, no la regaño nunca porque su conducta es impecable.
Desde hace una semana comenzó un tratamiento homeopático y debo ponerle cuatro gotas debajo de la lengua. No es fácil, pero el medicamento no está mal, y después de la segunda vez, entendió que así sería. Pavlova accede a su tratamiento sin oponer resistencia. Eso es suficiente para sentir que es la mejor gata del mundo. Es obediente y es bella.


3.   Lunes y comida con RC.

Fuimos a comer a un restaurante colombiano que tiene un menú completo muy rico.
Hablamos de trabajo. Escritores jóvenes del interior de la República y presentaciones de libro. Ayer y hoy no le he caído bien. Lo dice porque es cierto y a mí me da un poco de risa.
Me da gracia. Es en serio.
Después le mostré el atril de cocina que compré para colocar las finas de los libros.
Cuando comíamos el postre hablamos de música.
La pregunta en cuestión fue si en música hay más recursos para experimentar que en la literatura o en la pintura.

Para mí sigue siendo un paradigma la música, me parece un lenguaje al que no cualquiera puede acceder. Las plataformas electrónicas no modifican la estructura de la literatura, quizá sí de la música, por ello siento que no puede existir una analogía entre una y otra.
¿Cómo podría la literatura experimentar en bits o con sonidos orgánicos?
¿Cuál sería su sonido?

4.  Cumplir con marzo.


Me he prometido escribir cada lunes de marzo en este blog.
Me gustó obligarme a escribir cada domingo de febrero. No veo por qué no hacer lo mismo pero cambiando de día. Marzo, por otra parte, tiene cinco lunes.
Cumplir mi palabra, esa es la cuestión este mes.

5.  Un lunes de taller escrito en martes.

Desde el mes pasado comenzamos A. y M. un taller literario. A veces en casa de M. A veces en casa de A. A veces en mi casa. Ayer fue en casa de A. que vive en la Narvarte. El taller comienza con vasos de agua y escritos impresos. Con lecturas en voz alta y crítica y seriedad. Luego el taller se convierte en plática que se convierte en terapia que se convierte en borrachera y que después de horas cuando ya no es lunes hay que llamar un taxi para que me lleven a mi hogar. Y cuando ya voy en la parte de atrás del taxi, hay un momento en que me quedo como desconcertada en la felicidad, en los abrazos que no quiero recibir pero que recibo, en el calorcito del alcohol y en las anotaciones al pie de las hojas que abren la posibilidad a seguir escribiendo. Y me gusta regresar sin tráfico y ver el Eje central con los semáforos sincronizados en verde y pienso en una película que me gustaba cuando era niña, no recuerdo el nombre, era con Whoopi Goldberg, sólo recuerdo la imagen en donde cuidaba a una niña y le soplaba a los semáforos para que pasaran a verde.