lunes, marzo 14, 2016

El último verano en Laos me picó una araña en la pierna. También me dio fiebre. Pero no escribía. Laos tenía basura en las coladeras. Y yo estaba sentada. Un piquete se hizo una bola en mi piel. Sin baño, sin agua. La lluvia era fría y el pavimento caliente. Los carteles de caligrafía indescifrable se mecían. Un perro tomó agua en un charco lleno de mosquitos. ¿Tenía sentido nombrar los espacios? Sólo era un viaje. María es el nombre de todas las mujeres, eso lo escuché en la recepción. Cualquiera puede llamarse María. Había un agujero y luego un quiste. La escala fue en Hanoi. Esa ciudad huele a sopa. Como la enfermedad que también huele a pollo hervido. Los empleados del estacionamiento en Cuba usan un uniforme negro. Tienen las mismas habilidades para trabajar en un barco. Pero no lo pueden saber. Nadie vende rosas en esta calle. El señor Euskadi, dice que no tiene nada qué ver con la empresa. Vende oro en Palma. Me arregló un arete con una piedra brillante. Y me dijo que esa piedra era una medicina o así se usaba. Por ti estoy traicionando el invierno. Otra vez estoy en la cresta de la ola. Terminé de leer el diccionario de lugares comunes. Gentilhombre. Ya no existen más. Estalló por fin la enfermedad y ya no tengo otro rostro. Sobre el suelo está una pomada para el cuello. Te enviaré mensajes en donde diga, bien, todo está bien, ¿y tú? A veces veo por la ventana que los hombres suben y bajan carros. Ya no tienen estatura. La luz los come. Tienen una nube frente a sus bocas. El humo que sacan los carros, respiran un veneno que los adormece las veinticuatro horas. Son sombras, no seres humanos. Y si pudiera ver sus pupilas. Y si pudiera llamarlos. Me asomé a mi espejo para saber si recuperé mi tez o si otra vez tengo fiebre. Mis uñas crecen. Pegué las letras en la cocina. Luego en la mesa. Luego en el piso. Ahora las velas son pequeñísimos incendios que no me producen calor, ni alegría, se están derritiendo sobre el piano y nadie hace nada. Nadie soy yo. Y ni una palabra que me deje maldecir. Quiero maldecir sin recetas.
Mi cuarto está rosa por la lamparita de plástico que se quedó prendida y no la puedo apagar aunque sea de día.  Pero ya no me importa. Quiero los labios de rojo. Tus binoculares no me pueden observar desde la torre. Me pongo este barniz en los dedos para que mi perfil brille, aunque después se caiga como si fuera un vidrio roto. Cuántas jeringas puede soportar el pedacito de carne por donde inyecto las medicinas. Género epistolar. Género de estilo exclusivamente reservado a las mujeres. Tengo un vuelo desde hace dos semanas. No me hago daño. El mármol seguirá fresco.

No hay comentarios.: