martes, febrero 20, 2007


Sólo durante un rato más estaré aquí. Porque siento que algo me ha estado apretando, como si me acompañara un moretón en la memoria. Dejé la ventana abierta, ahí la luna, aquí, sé que nada me hará meterme en el closet, esconderme en la manga de mi suéter, un gatito de plata se enrosca en mi anular, en realidad en mi deseo de encender un cerillo, de pintar mis palabras de azul, violeta. Enciendo y apago una vela protegida por mi mano, ya no quiero pensar, esta realidad se deteriora en los párpados, pero.

Si yo rezara sería feliz,

si prendo el cerillo y no se apaga antes de acercarlo al pabilo,

si prendo esa vela es porque veré el pasado,

si todavía quedan líneas por descifrar en mi mano,

si esta mano deja de ser mía porque los nudillos se comiencen a resecar y no hay saliva para ellos,

si la vela se queda encendida y la ventana abierta y mis ojos y mis labios siguen pronunciando el quiebre que me trae de vuelta a esto que se llama tristeza.

No, mira, ya no la mirada de desdén, tengo todas mis palabras como figuritas de migajón, como pensamientos sin mermelada, ni receta, ni alivio, sólo andan por ahí como llaves a punto de perderse.

Si al volverme en el pasillo descubro que mi gata me sigue en silencio,

si le hablo y maúlla,

si le contesto y maúlla,

si el digo “Negra” y maúlla,

si comenzamos un diálogo incomprensible,

si prendo todos los cerillos y no importa que se acaben porque hay muchos, muchos, muchos, tantos como preguntas que nadie responde, tal vez porque la muerte se pronuncia con un movimiento de labios. Y no se puede descifrar y no tolero que sea así. Pero ¿por qué?

Si encuentro que uno de mis recuerdos es totalmente cierto,

si pudiera encender todo lo que pienso en una hoja y desapareciera ese sentimiento de impotencia, de no se puede hacer nada,

si estas palabras pudieran abrir sus brazos,




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo aquella frase de Freud: "Nunca nos hallamos menos protegidos contra el dolor que cuando amamos, nunca somos más desvalidamente desgraciados que cuando hemos perdido el objeto amado o su amor"; recuerdo también a Baudelaire cuando exclamaba "El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice", la pregunta es si ¿el amor puede darse sin esa dualidad que nos lastima tanto pero que nos hace sentir el cuerpo vivo?

Anónimo dijo...

Marie, a diario algo muere, pero es tan imperceptible que no nos damos cuenta, sólo cuando muere una persona, sobre todo cercana o amada es cuando sentimos que algo nos sacude, y que no lo podemos creer y pensamos que no es verdad, aunque la realidad nos muestre que sí, que irremediablemente no volveremos a ver nunca más a esa persona, más que en nuestros recuerdos, en nuestros sueños, en fotografías. Leo el comentario que te hace anónimo sobre el amor y el dolor, pues el dolor también nos hace sentir vivos, no sólo el amor, y siempre se corre ese riesgo, por eso hay personas que no quieren amar por el miedo al dolor.

Anónimo dijo...

Leo a Casiopea, leo el dolor, esa palabra pequeñita y tan temible. Se filtra, se acomoda, ocupa todo el espacio, todo el espectro de tu vista y de la memoria. ¡Ay! la memoria, es hilo pequeño y delgado que nos da la identidad y que cuando asalta el dolor nos vacía de nuestra interioridad, porque el dolor extremo es la huella traumática, es la anulación del canto de las sirenas, el retorno a lo primitivo, el retorno de lo reprimido. Sí, el dolor puede meterse en cada uno de los poros de nuestro cuerpo, en las coyunturas, entre los dedos, en la mirada, en las caricias que ahora se acumulan irremisiblemente. Y ese es el dolor que nos enseña la muerte porque a ella hay que entrar con los ojos abiertos. Ante ella no hay simulacros, se agolpa en todo nuestro ser.