sábado, agosto 11, 2007


Escribo con una quemadura en el dedo. Es tonto que esté así, de este modo no se logra nada. Estoy atrapada en la intuición de que las cosas saldrán bien, aunque todo parezca absurdo. Pero por más que trato a la realidad con cierta cordialidad, suceden cosas extrañas. El otro día mientras cocinaba unas papas con queso y jamón, pensaba que el día saldría perfecto, que las papas estarían listas a las dos en punto y que después podría acostarme a leer un relato de Virginia Woolf en donde vuelve a utilizar su personaje de Clarissa Dalloway. Me emociona leer a un personaje en otro momento que no es la novela conocida. Es un poco lo que sucedió cuando un personaje de Julio Cortázar, llamado Calac, los visita a él y a su esposa en la carretera cuando escribieron a cuatro manos los autonautas de la cosmopista. Pero no. Cuando tomé el camión que me dejaría en la librería, venía tan contenta que conté los números del boleto para tener el arcano mayor de mi día. Y la suma fue 15. Me dije a mí misma que sólo era un juego y que no había salido un arcano bueno, pero nada puede salir mal. Después me habló A. para decirme que había perdido las llaves del carro. Tendría que ir a la casa, comer todo rápido y regresar por el carro con el duplicado. Es cuando la realidad pisotea las papas en el horno, pisotea el queso y las galletas que había comprado sorpresa para A. Pisotea la servilleta en la que le escribí con todo mi amor que había galletas en la alacena. Pisotea el relato de Julio que dejé abajo del servilletero para que A. lo leyera cuando terminara de comer. Pisotea mi mañana en la que cociné y preparé todo para que A. llegará a comer y después pudiera leer un magnífico relato sobre “conservación de los recuerdos”. Después una siesta hasta que yo volviera de la librería.
Ayer me quemé el dedo.
Y lo que sucede es que a veces todo me parece absurdo. Ayer me quemé el dedo índice mientras hacía una quesadilla. Toqué el sartén. No tengo la menor idea de por qué lo toqué. En realidad quería revisar si estaba a fuego lento y de pronto ya tenía el dedo en la boca tratando de calmar el ardor con saliva. Lo absurdo no es la quemadura. Lo absurdo es que he tratado todas estas vacaciones de demostrarme a mí misma que no puedo seguir así, un poco a la deriva y otro tanto simplemente buscando eso que no encuentro en los libros.
Tengo un personaje que se llama Greta. La otra vez me acordé que escribir por Greta era muy sencillo, porque Greta sólo leía poesía y cuando no leía se ponía a tejer una mantita de estambre grueso y blanco. En realidad ser Greta me salvó mucho tiempo y ahora es como si la propia Greta estuviera esperando en la ventana, quieta, como yo espero muchas veces. Me pone triste, porque ella me escondía del mundo.

Tengo una carta pequeña de Greta escrita el 7 de septiembre de 2006:

A veces estoy desde ese lado del recuerdo que me borra la mitad el rostro. Te escribo con la mitad visible. Un poco para componer con el destino inscrito en la mano aquellos recuerdos que tengo sobre/de/en/para/hacia ti. Resulta algo: te extraño. Es un extraño que parte de la rareza, de la boca llena de dulces de canela, de la nariz que estornuda a cada rato y nadie me dice salud.
Me pinto los labios de rojo para no sentirme mal y poder pronunciar tu nombre, lo mejor es volver al origen, volver a la bufanda que estaba tejiendo, volver a ese pasado que no parecía tan malo.
Greta.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo recuerdo, pésimo día...

Anónimo dijo...

... y quizá sólo son nuestros pensamientos llevados a la realidad.

Anónimo dijo...

O quizá no... quizá son puras coincidencias.