domingo, marzo 09, 2008

Si me siento a escribir es porque necesito poner un orden a las horas.

Yo entonces podría ser un reloj que con las piernas cruzadas anota un pensamiento por minuto. Pero recuerdo más sentimientos que pensamientos, siento más la memoria que el continuo devenir de situaciones frente a mis ojos. A veces no importa lo que suceda enfrente de mí si yo estoy en otra parte. Cuando escucho Man of the hour en el fondo de mi ser siento una ausencia que me deja la garganta seca. De esa sensación surge la necesidad de traer lo más que pueda ese recuerdo de niña en donde sentía, de verdad sentía, que alguien me cuidaba en cualquier parte que yo estuviera.

Son las 6:42 y tengo más ganas de escribir una carta de amor que pensar en los deberes de la semana. Los domingos comienzan a volverse una parte bonita de mi vida. Quién lo iba a pensar. Pero sí, aunque encierran su tedio particular. Lo que sucede con este día es que hay un respeto por el horario, y eso siempre molesta. Los domingos nunca son lo suficientemente Blues, son más bien como Last kiss.

Pero mira, no haré una cartita de amor, prefiero tararear una canción.

A los minutos no les importa un poquito si yo pienso o me quedo atónita ante la ventana. Y de pronto comienza a oscurecer, imperceptiblemente, todo se oscurece, primero rosado y luego el atardecer con la morbidez de las tarjetitas de santos. El tiempo para mí es un continuo que me va dotando de memoria pero que también va dejando ausencias. Soy yo pero al mismo tiempo dejo una partecita mía, no sé en dónde quede, sólo sé que cambia y que hace un año no era esta que soy ahora. Lo ausente se agarra al tiempo exacto, lo ausente detiene un tiempo que lo minutos posteriores ya no traerán de nuevo. Eso que ha sido y que no importa más a los relojes. Cómo pueden seguir tirando las manecillas cuando las faltas deberían de prolongarse con esa misma hora o con ese minuto. No lo sé. Sólo las certezas envejecen.

Ese hilo de ideas se va tornando en un camuflaje de imágenes, a veces el color de una casa, la ventana, la calle en donde las personas se van sucediendo unas a otras, ese mar de desconocidos que habita la ciudad, los espacios completamente atiborrados de cosas que ya no son cosas, o que ya no me vienen a la cabeza como simples nombres que significan lo que son, ahora, en la mayoría de los casos, personas y objetos se han compactado en la mente como imágenes con peso, pero sobre todo como una masa inconciente que habita en mi interior y a veces me deja sola, eso parecido a la nada.

¿Qué piensas?

Nada.

Porque nada es el colapso de situaciones en donde las cosas me han robado lo que me deja en nada. Entonces sí podría ser como los dibujos que hago en mi libreta, sólo un perfil, una línea, un ojo, pero no una Idalia, al menos no la Idalia que ahora escribe.

A veces estoy en un lugar y lo que observo son actitudes, palabras, frases, modos que adquiere la gente para vivir en esto que se llama mundo. Y no quiero pensar en las personas, pero están frente a mí, me roban mi tiempo y mi espacio con una facilidad impresionante.

Ayer fui a la cantina que está sobre la calle de la Higuera.

Y entonces observo el señor que sirve las bebidas y que agita la coctelera, atrás de él hay una pantalla con una pelea de box, y todo lo demás es un mueble para botellas. Después es mi reflejo en un espejo y el reflejo de Alberto y el reflejo de otras personas. El box, las botellas, el camarero, y de pronto sólo son las orejas.

Ayer eran muchas las orejas que no tienen lóbulos y las mujeres disimuladamente los cubren con su cabello. Las orejas que no están pegadas a la cabeza y que se asoman como de elefantito. También las personas esconden este tipo de oreja. Las orejas que han comenzado a crecer y toman un aspecto más pálido. Así como las orejas que tienen pelos, muchos pelos. Las orejas sucias, las orejas con lóbulos gordos, las orejas pequeñísimas y rojizas.

Yo tenía las orejas coloradas por el alcohol.

Las sentía calientes, tan calientes que por eso comencé a ver las orejas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me dio mucha risa lo de las orejas. Es buenísimo esto de las personas a las que les crecieron las orejas y ocultan su incipiente elefantiasis, jajajaja, es buenísimo. Quizá quería volar y nos nos dimos cuenta de ello y por eso despegaron las orejas de la cabeza, y quizá las agitaron y en lugar de alas empezaron a hacer viento, y más viento. Quizá volaron en cuanto nos fuimos y ahora ellos ríen porque nosotros ni siquiera lo intentamos. Habría que volar, todo sería mucho más bello si pudiéramos volar.