domingo, abril 14, 2013


1.

De nuevo esta pregunta: ¿cómo te sientes?
Hoy me duelen los brazos, me duele la panza, me duelen las piernas. No sé si es por andar en bici o por cargar un costal de tierra, por hacer jardinería o por dormir mucho.
Duermo por las mañanas, duermo por las tardes. El sol que hace me tiene agripada. Cuando despierto me siento constipada. La garganta se me cierra y me siento ronca.
Hoy mientras venía de la librería, pensé de nuevo en Frederik, qué pensaría él de que hay un Starbucks en Gandhi. Esa idea se quedó volando en mi cabeza y como todas las ideas se repetía sin gramática en mi mente, estaba ahí clavada como un cuadro que no hay que leer para saber su fisonomía. Y Frederik siempre está en silencio en mi memoria, interrogándome con su mirada, su silencio era arrogante, no necesitaba palabras para decirme que algo era una mierda.
Y cuando llegué y me quité los pantalones y me acosté en la cama, sentía cada parte de mi cuerpo y las pantorrillas, los brazos, las piernas, un dolor muscular que en lugar de llevarme a pensar en el esfuerzo que hice al mover el costal de tierra, me hacían pensar en el envejecimiento de mi cuerpo. ¿Envejecer es doloroso?
Ese Starbucks es bastante mediocre si lo comparamos con el que está en Miguel Ángel de Quevedo antes de llegar al Sport City. Seguramente algo así me hubiera dicho Frederik. De cualquier forma no soy asidua al Starbucks, tampoco él lo era. Qué bien que Gandhi dé sus patadas de ahogado abriendo un Starbucks, qué mal que ni siquiera eso lo pueda hacer bien, que sea una especie de invernadero, que la ubicación de sus mesas en la terraza sea incómoda. En fin.


2.

El 21 de abril cumplo 29 años. Esa es la verdad. Mi marido me ha regalado un carro.
Un amigo mío, Nacho, me dijo que ese carro sólo podía llamarse de una forma: Donatello. Donatello era italiano, como mi Fiat, y se destacó por hacer esculturas, la mayoría pequeñas como lo es este carro.
Cuando estaciono a Donatello no puedo dejar de pensar en el Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj de Cortázar:
Cuando me dieron a Donatello. No me regalaron un carro cualquiera, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, Fiat 500, sport, quemacocos, eléctrico, rojo y muy pequeño, dos puertas y una cajuela pequeñísima.
Me regalaron – aquí lo terrible es que quizá Alberto sí sepa lo que me ha regalado- algo que es mío pero no es mi cuerpo, algo que debo sacar del garaje sin que los vidrios retrovisores peguen con las puertas, un vehículo que debo llevar a la universidad, a la casa de mi madre, a la colonia Roma. Me regalan la necesidad de ponerle gasolina, la obsesión de saber que está cerrado, que las luces diurnas están apagadas, que aún no tiene un rasguño. Me regalan el miedo a que le den un cristalazo, a que le pase algo, a que en alguna estupidez mía le dé un buen golpe. Me regalan la necesidad de manejar con precaución, a darle el paso a los taxistas para que no me avienten la carrocería. Me regalan la seguridad de que ese carro es mejor que otros carros y a comparar mi carro con los demás carros. No me regalaron un Fiat 500, yo fui regalada a Donatello.


3.

Mientras comía recordé una maestra que tuve en el Helénico. Me acuerdo que era buena onda, que se veía muy joven y lo era, tenía 32 años cuando me daba clase. Yo entonces tenía 20 años. Ella estaba preparando su boda en ese semestre y estaba radiante. Era guapa, usaba ropa que me gustaba, tenía un mechón pintado de blanco, además, era egresada de la Ibero y traía un Peugeot 206.
Cuando la veía llegar a clase con su mochila al hombro y su perfume dejando una estela dulce, recuerdo que pensaba en lo mucho que me gustaba ver su manera de disfrutar su vida. Me imaginaba a mí misma teniendo esa vida, ser maestra joven, tener un marido y por supuesto un Peugeot 206. Después vino la decepción, cuando ya no era mi maestra y platicábamos de cosas más personales… como si de ahí pudiera surgir una amistad vino el balde de agua helada. Fue de las personas que abiertamente me dijeron que era una estupidez salir con Alberto. Y recuerdo que además alzó su mano izquierda poderosamente y me mostró su anillo de casada. Creo que pensó que si yo andaba con un señor casado era capaz de andar con todos los señores casados de la ciudad de México. Fue como decirle, soy lesbiana y entonces ella se echara a correr pensando que al siguiente acto me la agarraría por la cintura para darle unos besos. Fue una decepción, pero al final, no pasó nada, no era mi amiga, fue mi maestra y fin de la historia.
A todo esto: todavía no tengo 32 años, ya estoy casada, soy egresada de la maestría en historia del arte y tengo a Donatello. Donatello tiene cara de niño bonito, es en serio.
Hoy cuando veo los 206 que circulan por la ciudad, veo en ese carro a esta maestra, y también veo que ya es un carro viejo, que su gloria pasó, como pasará la gloria de Donatello. Este recuerdo me hace sentir algo que es indudable: nunca sabemos qué puede ocurrirnos en el futuro, ni siquiera lo sospechamos, nuestros deseos en un momento determinado, pasados los años, se desvanecen, son como los carros que salen de la agencia, comienzan a perder valor hasta que son sólo sombras. Los deseos reales prevalecen y nunca pierden su luz, la escritura en mi caso sigue siendo una guía, sé que escribir está en mi futuro. Esta maestra, no sé qué es de su vida, me da igual, pero me gusta recordarla porque en ella recuerdo lo que deseaba y que ahora es pasado.


No hay comentarios.: