jueves, septiembre 18, 2014

Estar en otra parte.

Hoy, después de bañarme, decidí dejarme la toalla en el cabello mientras me maquillaba los ojos.

Pensaba en la tarea que les había dejado a mis alumnos del Lancaster. ¿Quién soy?

Uno de ellos me preguntó, ¿entonces tenemos que filosofar? Me dio risa. Porque usan la palabra filosofar sin ningún juicio de valor, sin agregarle algo más a filosofar, pero quién soy los remite a la filosofía, cuando a mí más bien me remite a un acto que tiene que ver con lo cotidiano, y que probablemente la filosofía ha dicho mucho al respecto.

No, no tienen que filosofar, puede ser cualquier cosa como el signo de su horóscopo chino o como el color que más les gusta.

Cuando me quité la toalla me di cuenta que aún tenía shampoo en el cabello.

Tuve que enjuagarme en el lavabo y hacer toda una operación, ¿por qué me dejé shampoo en el cabello?

¿En dónde está mi mente? Está en otra parte.

Estoy en Nueva York. Y al mismo tiempo ya no estoy en Nueva York. Ya estoy en la clase que daré mañana de Literatura, ya estoy en el camino a casa, ya estoy con la ilusión de encontrarme con Pavlova. Estoy allá. Estoy en México y en unas horas en un avión y después en un taxi y después todo lo que ya conozco y que espera, se ha quedado estático, pero ahí está.

Estoy triste.

Siempre me pone triste hacer una maleta.

Doblemente triste porque se termina un viaje que compartí con un cómplice perfecto.

Mientras soy espectadora de otras realidades. Me asomo a la calle y veo a las personas pasar.

Quiero ser una de esas personas que lleva el café y camina presuroso a su trabajo.

Esa realidad es la misma en otras partes, y no.

Estoy en otra parte. Quisiera quedarme en la otra parte.

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