miércoles, diciembre 10, 2014

Cambios mínimos de la rutina.

Descubrir el camino más corto a casa.
El camino más corto es el más peligroso. Hay que cruzar por la Guerrero, toda la calle de Violeta hasta que se convierte en República de Perú. Estas calles ya están marcadas en mi frontera imaginaria como zona de inseguridad.
Pero quiero conocer todos los caminos que llevan a casa.
A mi casa.
En la Glorieta del monumento a Simón Bolívar se congregan los peseros. Ahí hay una ciclopista rodeando toda la glorieta pero está ocupada por los choferes y las personas que atienden los itinerarios.
También hay hombres tirados que no dejan de llevarse la mano cerrada a la nariz.
En esa parte el olor del thinner es más fuerte que en otras zonas.
Los chemos, que no necesariamente son homeless, están tirados.
Sé que no son vagabundos porque no tienen nada consigo. Los vagabundos son como caracoles que cargan bolsas o cajas o algún tipo de objeto que representa su lazo con el mundo. Pero estas personas no, están echadas a la calle sin nada más que su ropa, y eso a veces.
Una mujer gorda se desparrama entre la banqueta y la ciclopista.
¿Cuándo se sabe que estas personas simplemente se mueren? ¿O los chemos no mueren nunca? ¿Quién recoge esos cuerpos de la calle?
Adiós guapa, me grita un tipo que se asoma desde un autobús de pasajeros.
Hay estacionados camiones y camiones de pasajeros que a las seis y media de la tarde salen.
No sé a dónde parten, pero están gritando que ya se van. Y suben mercancía de lo más variada: paquetes de vasos de plástico, paquetes de velas, telas, cosas que no entiendo qué son pero que llevan a granel.
Yo voy a toda velocidad.
Pero el semáforo más largo de la historia es el que cruza el Eje Central, Lázaro Cárdenas, San Juan de Letrán, antes Niño perdido.
Aunque quiera cruzar lo más rápido que pueda, no es posible. Hay miles de carros y debo esperar el semáforo. A veces no me gusta ni lo que veo, ni la calle, ni los comerciantes aunque sean inofensivos.
Pienso que si ese fuera un camino cotidiano alguien me identificaría y no tardarían en bajarme de la bici y robarme.
El camino largo es el Monumento a la Revolución, ahí hay malabaristas a las seis; luces de invierno; ley.
Cuando manejo la ecobici no escucho música. Cuando estoy en la bicicleta hay que ser como un venado, atenta a los sentidos y no a los pensamientos.

(En este momento estoy escuchando el soundtrack de The Royal Tenenbaums.

Eso también es un cambio de rutina.)

1 comentario:

Esponjita dijo...

Yo lo que un día descubrí es que, justo cuando te reconocen, no te molestan. O eso creo haber aprendido los meses que viví en la Doctores. De todos modos, ande buza, caperuza, cuando se vaya de exploradora por esos lares.

Un gran abrazo.