Me molesta este sabor a tarde aletargada. Es como saber que tengo mal aliento y tengo que lavarme los dientes para poner remedio, pero no tengo ganas de lavarme los dientes, ni de levantarme, ni de escribir, ni de leer, ni de nada. Estoy enferma, seguro estoy enferma de algo, ahora mismo estoy aterrada por lo que escribo. Porque en el fondo sí quiero escribir, porque en el fondo sé que quiero tener la lamparita prendida toda la noche, escondiéndome detrás de párrafos y párrafos de escritura y de novelas de Walser y Clarice. Cuando venía en el carro hoy por la tarde, pensé, no puedo más conmigo, pronto tengo que suicidarme. La decisión me asustó por completo. Fue una decisión que tomé, clarísimo en mi mente. Rápido pensé, no, no, estoy en la vida porque me gusta escribir. Y de pronto supe que no tenía nada más que escribir, que todo lo que pudiera escribir seguramente Lobo Antunes ya lo había escrito, qué me queda, qué me queda, qué me queda, empecé a sentirme desesperada, y pensé que lo más pertinente era sacar mi libreta y comenzar a escribir todo lo que traía en mente porque simplemente no podía tolerarlo. Me hace tanto daño, me da dolor de cabeza. Pero no. No tuve la gana. Volteé a mi lado y vi a mi papá. Es lo más extraño que me ha pasado, me da una comezón terrible en las piernas y me lastimo al rascarme y me arden y me saco sangre de los poros: estoy con mi papá y pienso en el suicidio. Pero no es mi papá, soy yo, es la tarde, es el sol, es la gente de las librerías, es la comida cuando sé que no quiero comer, es todo este malestar que no termino nunca por entender, es el sueño que tengo, no puedo más con el sueño.
—¿Por qué no me dijiste que estuviste en la ciudad en año nuevo?
—Porque soy exactamente lo que escribiste en tu blog.
—¿Por qué no nos quieres ver?
—Porque estoy enterrado.
Un gesto para recordar: Mi papá hace con su boca el ruido de un motor. Con una cucharita toma el primer bocado de flan que le han servido. El motor continúa sonando. Acerca la cuchara a mi boca: esta cuchara es una avioneta cargada de flan napolitano.
Ahora yo soy como el señor que se niega a comer helado. Me alejo. Niego con la cabeza. Entonces se escucha cómo el motor acelera. Insiste varias veces en dejar el flan en mi boca. Vuelvo a negar con la cabeza y ahora con mi dedo índice hago no no no. Acelera nuevamente, toma vuelo y se coloca en posición para llegar justo desde el centro y no desde uno de los lados. Se va acercando cada vez más hacia mí, cayendo desde lo alto porque ahora ha tomado distancia y viene ya desde muy lejos, yo abro mi boca para aceptar la carga de flan. Y acepto porque no puedo con ello, porque ahora mismo no puedo con la belleza de ese momento y tengo la certeza de que es bueno y dulce y doloroso. Porque el sonido de la avioneta ha estado en mi mente toda la tarde y de algún modo me ha salvado la vida.
2 comentarios:
Marie, lo mas dificil para los seres humanos es la aceptación, y cuando nos rebelamos a las tardes de domingo es que no aceptamos que así son. Escribir es exorcisar esos monstruos, es tejer un entramado diferente de la realidad. La escritura es tu salvación, y no solo eso, tienes muchas cosas aún por aportar.
Qué descuido, uno debería de pensar en suicidarse y hacerlo, es más ni siquiera pensarlo, hacerlo. Por eso hay tanto suicidas frustrados, porque lo piensan, ronronean con la seducción de algo trascendental que pase cabalgando por ahí y que salve con su mirada eso que llamamos vida. De otro modo, si no lo haces así, te agarra la vida. Y la vida es maravillosa a pesar de todos los domingos del universo. Escuchar por ejemplo a Billie Holiday o a Cole Porter es excepcional, una tarde de domingo por ejemplo.
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