viernes, febrero 16, 2007


Dejé la cuchara sobre el pretil de la ventana, inventando un augurio. Porque a veces no entiendo, y aún así estiro el brazo y aunque sé que está el cristal quisiera tocar tu mano, ahhh... casi en un suspiro sé que tu mano me espera haciendo una marca de huellas o bienvenida, es casi como tratar de alcanzar el contorno de tu mirada, de ojos nube, atardecer naranja amarillo violeta, ojos cegados por la luz, alegre como un jeeper creeper. Escribo para respirar fuera de los sueños y traerte otra cosa que no sean las palabras que ya conoces y que a veces te abren los brazos o a veces son como besos melindrosos. La verdad es que quiero quedarme contigo. No confundas lo que te pido con la poesía o con la nube o la puerta, de cualquier modo no será suficiente, quiero decir por la puerta que termina cerrándose. Me oculto en la sombra de esta columna en donde hace dos días había un pájaro muerto y no tuve el valor de levantarlo. A veces no se puede admitir nada, pero, termino cediendo.

Seguirá doliendo a pesar de la indiferencia de cada día. Insisto en mover cada objeto de su lugar, cambiar la caja de monedas viejas, piedras pequeñas, mover las teclas del piano a otro tiempo que no sea el ya labrado, el ya conocido. Si dejo la cuchara sobre el pretil de la ventana es porque tengo la certeza de que tiene que ocurrir algo bueno al día siguiente, y si no ocurre nada tendré que inventar otras maneras, pero siempre buscando tranquilizar el sueño, la palabra. Acariciar el pelaje de mi gata y seguir, seguir aunque la composición de los recuerdos sea un reto para continuar. Pavlova se hace bolita en un rincón de la ventana. Y de pronto me doy cuenta que Pavlova siempre será Pavlova, bailarina de un murmullo, gata consentida, parda, nariz rosa. Pero el rincón de la ventana será siempre el rincón del alma, en donde todo se escucha y todo parece un dictado y la nariz deja de ser rosa para convertirse en una comezón, los viejos rituales, la ausencia en lo cotidiano, la imagen, el no poder hacer nada, el no poder hacer nada. Los recuerdos no cierran cajones sin ropa, los recuerdos se van hundiendo en los ojos hasta que son una lágrima ciega, un pedacito que ha quedado en un atardecer continuo, un instante tan nimio que lacera todo entendimiento, todo intento por comprender. El error es querer comprender lo que no sabemos nombrar, la ausencia es ausencia en todo sentido, incluso de palabras.

Me oculto en el corazón de la mano azul de Chagall. No importa ya pensar o creer en el tiempo roto, el pasado nos mira con desgana y en la memoria un Ícaro va deshilvanando recuerdos y basta con una cuchara, con un conejo café, con una almohadita para viajar.

Pero

¿a dónde se viaja?

Pero

realmente

¿quién está preparado para el conejo que saldrá de la bolsa?




3 comentarios:

Idalia dijo...

No soporto la indiferencia de las personas cuando escribo algo que me duele y me angustia y sé que tengo que escribirlo y esperar, aunque sé que me he ido acostumbrando a yo no esperar nada. El error mío está en sentir antes de pensar, en seguir sintiendo incluso después de haber pensado, ya tantas veces.

Anónimo dijo...

Marie:
¿No hay comentarios porque qué comentarios te pueden hace? No es indiferencia, es simplemente que la gente no sabe qué decir, ese es uno de los síndromes de la época, el silencio milindroso, el silencio cautivo, el silencio inútil, el silencio cobarde, el silencio por imposibilidad, el silencio por falta de lenguaje. No creo que sea indiferencia, para eso se requiere de otras cosas mucho más complejas. Es incapacidad. En serio, nada más, es mucho más simple. Es como ante la muerte: el chismito miserabel, el chismito rastrero, todo en pequeño, el mundo se amplió y todos nos hemos vuelto pequeños, enanos mentales, incapaces de nada grande. Hegel dijo que nada grande se ha hecho en la historia sin pasión. Ese es el problema, Hegel nunca supuso que este época fuera tan pequeña. Narcisismos enormes y yos pequeños, muy pequeños. Es decir, imágenes de nosotros mismos casi cósmicas (que más bien son cómicas) y realidades tan pequeñas que apenas si se ven. Por eso no es indiferencia, es pequeñez

Anónimo dijo...

Querida Marie, es muy triste lo que escribes, y como te dice anónimo a veces la gente no sabe que decir, además no todos tienen la sensibilidad para entender los sentimientos de los demás, creo que no sólo se trata de pequeñez sino de falta de empatía, no sabemos ponernos en los zapatos de nuestros semejantes.
Yo también he estado triste como tú y guardo silencio, trato de acallar mi tristeza para que no crezca porque entonces caigo en la depresión y no quiero, no quiero que sea mayor el sufrimiento.
Entiendo lo que escribes, lo he sentido yo misma, pero sabes una cosa? todo pasa, hasta esto va a pasar.