miércoles, agosto 29, 2007


Hoy salvé una libélula. Tan grande que por un momento dudé en tomarla, sobre todo porque sabía dentro de mí que no soportaría un roce de sus alas en mi piel. Estaba pegada al cristal. Trató varias veces de salir volando. Pero en cada intento se golpeaba la cabeza, se quedaba sosegada y esperaba tomar más fuerza. Lo intentó muchas veces, y lo hubiera intentado hasta quedar muerta. Qué conoce una libélula de un cristal si desde su percepción está el cielo y está el sol. Allá afuera está el mundo y tiene un cristal con el que nos golpeamos la cabeza.
Con una servilleta la tomé entre mis manos y la saqué de ese lugar, abrí la servilleta y emprendió un vuelo increíble, voló tan rápido que pronto la perdí de vista, voló a lo alto, estoy segura que voló a lo más alto que pudo. Era impresionante verla tan libre.
Ahora que lo pienso, la libélula tendrá una cicatriz en una de sus antenillas, me dejó un golpe de cristal en mi memoria, ese cristal que difícilmente podemos modificar, hay que dar la vuelta, bajar la escalinata, caminar por el borde de la fuente, hacer una señal.
Hoy en la biblioteca me sentí como esa libélula.
Me dormí sobre mis brazos y el gatito enroscado a mi dedo se me marcó en la mejilla. Cuando desperté enloquecí por completo. De pronto perdí el control y estaba tratando de salir por el cristal de la sinrazón. Me preocupa perder noción de lo que está pasando conmigo. Me veo literalmente como la encarnación de la libélula que se golpeó la cabeza y le salió un moretón en el ojo.
Yo: lo único que deseaba era ser atrapada y liberada.
Emprendería con fuerza mi vuelo. Lo arrancaría con besos y lágrimas, con esa fuerza que me da lo desconocido, y sólo por despertar, por sentir que despierto tarde para los encuentros o pienso cosas que no son o simplemente estoy dormida en los eventos importantes. Me comporté como una demente en pleno abandono. Me sumergí en una orfandad que se me pegó a los párpados; quería llorar y no podía, quería gritar y no lo haría, quería arrojar mis copias y salir a la lluvia. Quería la lluvia y quería verlo a él.
Ese deseo exasperado de tener el mundo en un instante, de convertir la realidad por el simple deseo de acabar con mi frustración, con la imposibilidad de no poder asirme a él como quisiera, como si de nuevo nada fuera suficiente, estaría perteneciendo a los lados del tiempo y no podría conmigo.
Ese pensamiento, solitario, sin imaginar nada más.
Porque el tiempo nos golpeará la cabeza como la libélula.
Y no me importa. No me importa que se me vaya la razón en ese golpe.
Abrazarlo con todas mis fuerzas y decirle: Quiéreme para siempre, promételo tres veces; quiero siempre y todo, quiero lo inabarcable, lo absoluto e imperecedero, lo inmutable para siempre por siempre, lo más celeste, tú.
Y el deseo, el olor a mejorana que tiene el deseo mismo de cuando estás en mis brazos.
Tal vez ese vacío que me arroja a las lágrimas.
Llorar, llorar como se puede llorar por un globo que se nos ha ido de la mano.
No sé si está bien, sólo siento que debo hacerlo, que no vale aguantar el llanto sólo porque no hay un motivo. Y supongo que hay motivos aunque los esconda o nos lo pueda ver.
Después me siento una gran tonta. Me siento como una pájara temerosa del viento y eso me desagrada.
Estoy rara.
Y esta angustia me aprieta los dedos de los pies.
El paso mismo, las botitas desgastadas de lluvia y de caminar y de andar y andar.

Para ser feliz en el día:
Una libra del polvo de lapislázuli.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Marie, sentirse atrapada no es algo agradable, sentirse libre si, para mi el cristal que no me deja serlo esta dentro de mi misma, la libertad no la alcanzo porque ese cristal no esta alla afuera, sino adentro.

Octopus Queque dijo...

Creo que la libélula fue muy afortunada cuando la liberaste. Por otro lado, uno mismo es el que tiene que darse cuenta y desplegar las alas para huir y salvarse. Es difícil, pues todos estamos conscientes de la existencia de ese cristal. Otra cosa es que no queramos verlo y permanecer.

Fernando dijo...

Quisiera que Marie fuera feliz, pero al mismo tiempo quisiera que siguiera escribiendo como escribe ahora.
Seran mis deseos excluyentes?
Ojala que no lo sean...porque tanta emocion y tanto sentimiento no pueden desperdiciarse...

Anónimo dijo...

Reencontrarme con tus palabras es como regresar a una parte de mi misma que nunca sé darle forma. Menos mal que existis vos para recomponer y sacar fuera lo que tanto me cuesta. Ah y me encantan las libélulas Marie. Precioso. Un abrazo con sollozos.