martes, agosto 18, 2015

martes laboral





Caminé hasta la Cibeles mientras platicaba por teléfono con mi mamá.
Tomé la bici y llegué al Consejo a las 10.00 am en punto.
Entré al Starbucks y estaba el chico que conoce mi nombre y las dos opciones de café.
A veces nos vemos a los ojos y adivina si será americano o chai.
Hoy fue americano.
Abrí el changarro, que no es otra cosa que prender la computadora y comenzar a contestar mails. Después me puse a dictaminar todos los textos que llegaron de cuento para el plan editorial.
A las 11.00 tuve junta con RC.
Fuimos por un café a Reforma 222.
A las 12.00 seguí dictaminando hasta las 2.30 pm que salí a comer.

¿Cómo pueden existir personas que escriban 120 cuartillas y que no acentúen los verbos en pasado, que no acentúen la palabra mamá?
Es muy fuerte leer tantas propuestas de libros de cuentos y de novelas y encontrar que lo más básico no está resuelto. Y llamo "básico" a la ortografía.

Estuve escuchando una lista nueva en Spotify.
En algún momento me acordé del soundtrack de Robin Hood y quise escuchar el tema de Bryan Adams, Everything I do, I do it for you. De ahí salté a Fast car de Tracy Chapman.
Cursi, cursi, cursi, cursi y noventero nivel: tercer año de primaria.

¿Es estúpido enumerar las actividades de un día cualquiera?

Fui a comer al Sanborns.
Sopa especial con pollo. Limonada mineral poco jarabe.
Pedí una gelatina de postre.
Regresé a la oficina temprano y seguí dictaminando textos.
Me enojé mientras leía.
En un punto sentí que seguía leyendo el mismo texto.
Una especie de narración coloquial.
Del tipo: Don Memo nos dijo que la vaca estaba enferma.
Y cuando doña Marina llegó, entonces le dijo a mamá que nos saliéramos de ahí, que corriéramos.
No sé explicarlo bien, pero sé escribirlo porque fue todo lo que estuve leyendo en el día.
Una especie de "quiero ser Juan Rulfo pero soy esta cosa extraña que no termina de cuajar".
Qué desesperación.
Cuando dejo de entender el hilo narrativo, me detengo unos minutos y trato de dejar la mente en blanco.
Y sólo imagino qué estarán leyendo los nacidos entre 1992 y 1995.
¿Qué están leyendo? ¿Por qué don y doña y la gallina y el establo y la canícula?
¿Es en serio? ¿O los jóvenes escriben como viejos?

Terminé todos los libros de cuento pasadas las seis y media.
Afuera estaba a punto de llover.
Así que me fui a mi casa. Había tráfico en la ciclopista.

Pensé en escribir, pero de nuevo, todo me parecía tonto.
A veces lo más cercano como lo cotidiano, como la rutina, es lo más ominoso para la escritura.
Pareciera que lo cronológico siempre es insulso de narrar o describir.


Visité la papelería nueva que abrieron a un lado del edificio en donde vivo.
La señora que atiende fue tan amable que no quería irme sin comprar algo, cualquier cosa.
Y compré un sobre de plástico y una pluma roja.
Luego fui a la Bodega Aurrera de República de Perú.
No hay un súper que me deprima más que éste. Pero no tengo más opción.
Muchas veces logro evitarlo. Las últimas semanas he tenido que ir porque Pavlova se queda sin croquetas y sin arena. Sólo compro eso. Casi que paso sin ver. Pero todo es hostil. Cajeros y personas que compran. Hay un maltrato de ambos lados muy tremendo. No hay empacadores, no hay bolsas. Muchas veces la gente pide una caja de las que desocupan. A veces acceden, otras no. Yo siempre llevo mis bolsas de tela para meter lo que compre.
Cuando entro a ese lugar siento que estoy conteniendo la respiración.
Varias veces me han robado a la hora de empacar. Entonces estoy concentrada en mi cartera, en que no me roben lo que empaco, en que me regresen la tarjeta, en que me hayan cobrado bien.
Y es cansado.
Volví a casa, sana y salva.
Llené el bote de croquetas. Guardé la arena.
Acomodé los trastes limpios en su lugar. Y una vez que todo estuvo en orden vine a la computadora.
Pensé en romper un poco "la regla" de que mi blog se actualice un día a la semana.
Tal vez porque es la única forma que encuentro de sentirme en casa.
Sentarme un rato, escuchar música, tomar un mezcal y escribir lo que sea que venga a mi mente.

El random acaba de poner Wish you were here, Pink Floyd.
Pavlova acaba de venir a subirse a mis piernas. Se acomodó y se quedó dormida mientras escribía estas últimas cuatro frases.

Y ya.
Esto fue el martes.
Supongamos que mi martes fue cotidiano.
Sin ninguna falla en la matrix.


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